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lunes, 7 de junio de 2021

Castellano. Lorenzo Silva

 


En 2011, Lorenzo Silva (Madrid, 1966) decidió escuchar durante un viaje en automóvil la versión musical del poema Los Comuneros del grupo folclórico segoviano Nuevo Mester de Juglaría. El poema de Luis López Álvarez (La Barosa, 1930; Premio Castilla y León de las Letras, 2015) se publicó en Cuadernos para el Diálogo en 1972 y contiene una visión muy crítica sobre el decaimiento de Castilla, el desconocimiento de su historia, la manipulación interesada desde posiciones ideológicas diferentes sobre su significado y el abandono del conocimiento de las claves que motivaron y constituyeron la revolución de las Comunidades y su gran importancia histórica (1520-1521). La versión musical data de 1976 y contribuyó eficazmente al conocimiento del poema y la construcción de un castellanismo emergente en la Transición hacia la democracia en España, con carácter netamente progresista, que nunca ha llegado a cuajar del todo por varias razones. Dentro de Castilla no existe una conciencia de identidad clara, a lo que no ha ayudado el desmembramiento del territorio debido a la reorganización del estado en autonomías, entre las que no se le dotó de valor de autonomía histórica, que merecía. Fuera de Castilla ha existido siempre una mirada errónea sobre lo castellano en la historia, perpetuada en el arte y la literatura y en la interesada ligazón con el neoimperalismo franquista. De hecho, Castilla y lo castellano se han convertido en conceptos desemantizados tanto por la ignorancia histórica y la mixtificación como por su extensión e identificación fácil con lo español.

Cuando inició aquel viaje en automóvil, Lorenzo Silva, tal y como cuenta en el libro, era un español más de su generación, sin clara conciencia de identidad, sabiéndose parte de un país pero de forma un tanto vaga. Había crecido entre las mentiras extendidas por el régimen de Franco perpetuadas en el postfranquismo y la cómoda repetición acrítica de esquemas mentales después y la agresividad de las identidades de otros (la violencia etarra, que le afectaba muy cerca al residir en una colonia militar en su infancia). Por aquel entonces, vivía en Cataluña y percibía el crecimiento del nacionalismo catalán de corte independentista y excluyente, fabricado, como todos los nacionalismos, a partir de una lectura emocional de la historia y del presente plagada de falsedades y confrontación con otros extremos nacionalistas igualmente erróneos, que se alimentan mutuamente en la radicalidad. Nacido en Madrid, en un momento en el que tampoco había una conciencia de lo madrileño, sus orígenes familiares paternos le llevan a Andalucía y los maternos a un pequeño pueblo salmantino que apenas había visitado. Sin embargo, el disco le devolvió al recuerdo de su abuelo materno y sus diferentes experiencias en Castilla y algo se removió en su interior para que se sintiera fuertemente identificado con lo que escuchaba. A partir de ese viaje en automóvil comienza otros, que se trasforman en la novela Castellano (Destino, 2021), organizados de forma literaria por el mayor de todos, el descubrimiento paulatino de una identidad en la que se reconoce, la castellana. La novela se entiende así como un género abierto en el que se suma el relato de ese viaje físico y anímico, la investigación histórica y el ensayo sobre una manera de estar en el mundo.

En los capítulos impares hallamos a Lorenzo Silva recorriendo los tramos de ese viaje construidos con los recuerdos autobiográficos, la descripción de los lugares a los que le lleva la investigación y las emociones y reflexiones que le provocan, así como el encuentro a través de los libros con los hitos de la construcción de lo castellano desde las leyendas sobre el Conde Fernán González, el Cid, las grandes aportaciones de Castilla al progreso de la humanidad (la construcción del derecho de gentes de Francisco de Vitoria), las relaciones con el mundo musulmán y judío en las que es inevitable recordar la polémica entre Américo Castro y Sánchez Albornoz, etc. En esa búsqueda camina del presente al pasado, del paisaje a los habitantes, para intentar extraer sus propias conclusiones y confrontar la historia con el momento en el que vivimos, un recorrido que trascurre también por la gran literatura que ha abordado este tema. Es singular cómo corrige la tópica visión que la mal llamada Generación del 98 extendió sobre Castilla con los textos de Miguel Delibes. También cómo enfrenta la potencia castellana del siglo XVI (económica, demográfica, intelectual, etc.) al paisaje actual, tan carente de muchas cosas y abandonado por las administraciones y hasta por sus mismos habitantes que parecen desconocerse.

En los capítulos pares, Lorenzo Silva relata la historia novelada de la revolución de las Comunidades, de tanta relevancia histórica que hoy es difícil negarla. No solo fue un serio cuestionamiento de la legalidad del reinado del emperador Carlos V, sino que sus aportaciones sociales y jurídicas constituían un proyecto de una primera Constitución moderna. El fracaso de los comuneros no solo fue la pérdida de la identidad castellana difuminada en la construcción de la española, sino también una pausa en el avance de la limitación del poder absoluto y un freno en la idea de lo que, pasado el tiempo, se llamaría soberanía nacional. Como tal historia novelada, construye espacios y personajes en un acertado retrato sociológico y psicológico de los grandes protagonistas de aquellos hechos, pone en pie diálogos y escritos basados en los muchos documentos que recogieron los escribanos y los cronistas. La línea de la narración es inequívocamente favorable a los comuneros, pero sin ocultar sus disensiones y debilidades. En este relato histórico, Lorenzo Silva no busca sorprender porque se atiene a los hechos históricos, pero el fresco que levanta tiene la encarnadura de lo real.

Este viaje hacia la identidad basado en su experiencia biográfica, la certeza de los documentos históricos y la literatura, le llevan a asumir las claves de libertad frente a las tiranías, la poderosa fábrica intelectual de aquella Castilla anterior a la Contrarreforma, con figuras insignes en todos los campos del saber, la suma de elementos procedentes de todos los estratos sociales y singularmente del común y de la baja nobleza procedente del ámbito urbano, y la energía en el hacer y en el reclamar que la caracterizaba y que fue sepultada tras la derrota de Villalar. Esta fue causada, en gran medida, por la acción de la aristocracia y los intereses sociales y económicos que defendían. También por las disensiones internas provocadas por el mismo carácter castellano y los miedos y debilidades de unos personajes que eran conscientes de enfrentarse a un poder imperial de Calos V que trascendía con mucho el territorio de Castilla.

Castellano se lee con agrado y poco importa que se entre en él entendiéndolo como relato autobiográfico, ensayo o historia novelada (de todos estos géneros tiene buenas dosis) puesto que la capacidad como novela terminará imponiéndose en el concepto moderno de la narrativa de no ficción. Está muy bien escrita y en el viaje autobiográfico del autor se reconocerán muchos españoles nacidos o educados en el postfranquismo en estos tiempos en los que parece que retorna la necesidad de encontrar una identidad histórica en la que sustentarse, con el riesgo de caer en aquellas excluyentes y generadoras de conflictos o en las que se basan más en tópicos y modismos. También resultará muy atractiva la narración de los acontecimientos de la revolución comunera porque es algo que muchos desconocen. Descubrirán unos hechos y unos personajes tan atractivos que sorprenden por su relevancia. No tanto por su desconocimiento: durante siglos se ha trabajado para hacerlos desaparecer de los libros de texto o reducir su importancia. Lo mejor del descubrimiento de esta identidad castellana es que no sustenta hoy una confrontación con otras ni pretende ser excluyente, sobre todo en el amplio paisaje de un territorio vaciado. Eso sí, hay que procurar rescatarla de la contaminación interesada de patrioterismo españolista y el rancio neoimperalismo para que pueda entenderse correctamente y convivir con una forma abierta y plural de entender el mundo. Una contaminación buscada tanto por los que han querido apropiarse de su carácter para disolverlo o dominarlo en ámbitos localistas como por aquellos que la convirtieron en el fácil blanco de su crítica. Este libro es una aportación en el camino correcto.

El pasado sábado día 5 de junio acompañé al autor en la presentación del libro en la 54 Feria del Libro de Valladolid. Pienso que la conversación resultó amena y esclarecedora, se puede ver pulsando en este enlace.

jueves, 16 de mayo de 2013

Campos de Castilla en 1912 y noticias de nuestras lecturas.


Los lectores de la primera edición de Campos de Castilla no leyeron el mismo libro que hoy tenemos en nuestras manos. En 1912 se cerraba con un secreto íntimo: la esperanza de que Leonor, la joven esposa del poeta, mejorara de su enfermedad, pero el poemario consiste en otra cosa, fundamentalmente en la idea filosófica inicial que lo impulsa.

Cuando el libro se publica, de nuevo, en la primera edición de sus Obras completas (1917) el poemario ha cambiado en el sentido en el que dijimos en la entrada anterior del Club de lectura, incorporando los nuevos poemas escritos tras la muerte de Leonor y su destino en Andalucía. Desde 1912 hasta 1917, además de todo lo comentado la semana pasada, había ocurrido otra cosa: Antonio Machado desarrolla algo esencial para la modernidad poética española. De la lectura que Rubén Darío había hecho de los poemas becquerianos, nos había llegado a la poesía española la necesidad de que un poemario tuviera unidad y no consistiera solo en una selección de los mejores poemas escritos en un tiempo determinado. Con las Obras completas de Machado se introduce el crecimiento de la obra en torno a la voz poética del autor con la fuerte exigencia de que tampoco sea solo una recopilación de la obra sino una ajustada visión de la obra propia a la altura de un estado concreto de la evolución poética de esa voz (de ahí que en cada edición de las Obras completas se modifiquen los textos). Por eso, cada libro incorporado a las Obras completas tiene una nueva vida, diferente a su edición suelta.

En 1912 los lectores tuvieron en su mano la relación que el poeta -que se nos presenta ideológica, moral y estéticamente en ese modélico autorretrato inicial para que conozcamos quien nos conduce a través de los versos- sostiene con el paisaje. Venía Machado de una poesía intimista y su estancia en Soria le asoma a un paisaje y unas gentes desconocidas que mira de forma curiosa porque quiere comprenderlos en su raíz más honda, preocupado como estaba por la reflexión filosófica sobre los males de España que habían iniciado los regeneracionistas a finales del siglo XIX de una manera positivista y que el modernismo trasformó en mirada espiritual.

Usa para ello esa mirada propia del modernismo: descubrir las claves esenciales del paisaje en las que hallar lo permanente de un pueblo, sus grandezas y sus miserias. De ahí el valor simbólico del paisaje y el uso de la mitología popular, la relación tradicional con la agriculta o la ganadería o el acercamiento al folklore. Llega a Soria en un momento de decadencia de aquella zona castellana, afectada por la emigración y el abandono de las tierras. Y pone el acento en lo que para él es la clave del problema: entre los castellanos presentes y la Castilla eterna hay una desconexión. Se ha roto el pacto de respeto que deben los habitantes al paisaje y han roto con las tradiciones, dejándose llevar por un espíritu de ruindad, miseria y cainismo. De ahí las imágenes constantes de estos poemas iniciales de Campos de Castilla y de La Tierra de Alvargonzález, el texto más largo del poemario, que resume su planteamiento ideológico inicial.

Machado, además, toma una imagen construida tiempo atrás y que él eleva a la categoría definitiva por la fuerza poderosa de sus versos: el Duero, a su paso por Soria, es el corazón de Castilla y Castilla es el núcleo desde el que se construyera España. Es muy duro al describir esa ruptura de la armonía entre hombre y paisaje en la Castilla soriana. Esta dureza se marca aún más porque la voz poética toma distancia de lo que mira. Todo lo que ve en aquel paisaje es la clave para comprender los males que afectan a la nación.

En La Tierra de Alvargonzález da la solución a lo problemas: es el personaje del indiano que, tras conocer tierras lejanas, vuelve para recuperar el pacto con la tierra y las tradiciones. Es decir, regresar a la esencia espiritual que marca el paisaje sin desconocer lo que existe fuera de la propia tierra.


Noticias de nuestras lecturas

Paco Cuesta nos muestra cómo es caminar de la mano de Machado, con guiño cinematográfico incluido y valiente.

Kety nos regala, en verso, una semblanza completa de Machado que es toda una hermosa forma de comenzar a leerlo.

Ele Bergón se inspira en Machado para pasear los campos castellanos y después cantar a una olma muerta...

Gelu nos lleva por Campos de Castilla, antología de rimas y conclusiones que nos ponen ante el espejo del trato que se le ha dado a don Antonio.

Pancho nos ayuda a situar Campos de Castilla en el contexto vital de Machado y analiza el autorretrato que supone el prólogo en el que el poeta se presenta.

Mª Ángeles Merino escribe una entrada imprescindible dando cuenta de la exposición que conmemora el centenario de la publicación de Campos de Castilla. No os la podéis perder.

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Gelu enlaza Lorenzo Silva con Verónica Lake: aquí está el secreto.

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Pancho avanza hacia el final de Aurora roja y comenta con todo el acierto una las claves estructurales de la novela: el acto anarquista del teatro.

jueves, 9 de mayo de 2013

Propósito inicial de Campos de Castilla de Antonio Machado, balance final de La marca del meridiano de Lorenzo Silva y noticias de nuestras lecturas


Campos de Castilla de Antonio Machado -de cuya primera edición se cumplía el año pasado el primer centenario- supone uno de los avances más significativos en la construcción de una de las líneas poéticas de la modernidad española que más han perdurado. Este poemario, que iba a ser una cosa y terminó siendo otra tiene, precisamente en ese giro, la clave de muchas cosas que iremos desgranando en este mes que dedicaremos a su lectura.

Cuando Antonio Machado compone los poemas primeros de Campos de Castilla, cuando concibe el plan inicial del libro, está inmerso en las ideas que circulan en aquel momento en España. La evidente decadencia del país, su pérdida de peso en el contexto internacional y las manifestaciones de que el sistema creado por la Restauración borbónica era insuficiente están en la gestación inicial.

Machado, que va a Soria por motivos laborales (acaba de obtener la cátedra de francés y ocupa la vacante del instituto de Soria), profundiza en una de las ideas claves del modernismo: la mirada al paisaje como símbolo de la historia, de una historia en la que coinciden pasado, presente y futuro. Comprendiendo el paisaje y la relación que con él guarda el ser humano que lo habita, se hallarán, según piensan, las claves de lo que sucede, las razones de esa decadencia española y la forma de superarla. Unamuno lo había llamado intrahistoria y publicó en 1895 un ensayo fundamental que se convirtió en herramienta metadológica de todos: En torno al casticismo. Puede decirse que Campos de Castilla cerraba en poesía el ciclo que había abierto Unamuno en ese ensayo, aunque ambos libros tengan tonos y posiciones ideológicas -y, sobre todo, actitudes vitales- diferentes como diferentes eran ambos autores.

Pero entre 1895 y 1912 había ocurrido algo: Ortega y Gasset había regresado de Alemania y, a pesar de su juventud, consiguió un gran impacto en el pensamiento español por los años en los que Machado escribía Campos de Castilla. Gestaba Ortega su teoría sobre las generaciones como método de análisis histórico y polemizaba con Unamuno sobre la posición de España en Europa y la forma de modernizarla. De hecho, los famosos artículos de Azorín sobre la Generación del 98 -tan llenos de ese impacto que supuso en él el pensamiento de Ortega- se publican en el ABC en 1913. Campos de Castilla es, inicialmente, la aportación de Antonio Machado a este debate abierto sobre España desde unas décadas antes y que se había agudizado por aquellos años porque llegaba, pujante, una nueva generación, más moderna, más libre de trabas y que aspiraba, con ambición, a una modernización española basada en la introducción de los elementos nuevos que cambiaran sustancialmente lo que había predominado hasta ese momento en el país.

Pero la vida tiene sus propias reglas. Antonio Machado se enamora de Leonor y Leonor enferma y muere. Machado se va de Soria. Y el libro se trasforma y gira. Y Antonio Machado no renuncia a construir el poemario con ese material autobiográfico ni hace dos libros diferentes, como hubieran hecho otros: comprende que deben ser uno mismo, enlazado todo por el paisaje. La irrupción literaturizada de lo biográfico en el propósito filosófico inicial de Campos de Castilla lo ensancha por el lado de la intimidad de la voz poética. De esa tensión entre la reflexión histórica y el sentimiento biográfico, en la que triunfa finalmente la voz poética en su drama íntimo de la expresión del duelo a través del paisaje, nace una de las revoluciones más importantes de la poesía española.

Balance final de la lectura de La marca del meridiano




La marca del meridiano es la obra de un verdadero profesional de la escritura que ha sabido crear su público. El lector de esta obra encontrará las marcas tradicionales de la novela policiaca y la contextualización histórica en la España actual de una manera suficiente, enhebrada con facilidad pero sin que llegue, en ningún momento, a molestarle. La lectura se hace amena y rápida. El personaje protagonista -más aún si lo conoce de las novelas anteriores- tiene la suficiente humanidad como para que podamos empatizar con él -marcado aquí con el hecho de que cada vez nota más la edad y el esfuerzo físico que le supone su trabajo. No esconde nada: la corrupción policial, las desavenencias entre los diferentes cuerpos de seguridad, los problemas burocráticos, la presencia del mundo criminal en la vida cotidiana, los problemas políticos planteados por el nacionalismo catalán, etc. Nada está presentado con la suficiente hondura como para que moleste al lector medio que lee para entretenerse pero todo está presente para que no se eche en falta. No hay ningún experimento formal que aparte de la lectura al no avisado como tampoco hay caídas en el ritmo narrativo que aburran. Un término medio precisado en balanza. Silva consigue lo que busca: dar una novela más a su público.

Noticias de nuestras lecturas

Coincidiendo con nuestra lectura de Campos de Castilla, se ha inaugurado en el Monasterio de San Juan de Burgos hoy día 9 de mayo la exposición Campos de Castilla. Hoy es siempre todavía, que se había mostrado con anterioridad en Soria y Segovia para celebrar el centenario de la primera edición del poemario machadiano. Ha sido organizada por el Institituo Castellano y Leonés de la lengua en colaboración con la Institución Fernán González, depositaria de un imprescindible fondo machadiano.

Paco Cuesta comenta con acierto el poema inicial de Campos de Castilla -verdadero prólogo- de una forma inteligente y sutil, que os soprenderá.

Mª Ángeles Merino comienza presentandonos el autorretrato del autor de Campos de Castilla y comenta e ilustra el poema Campos de Soria, desde el ritmo hasta la ideología. Todo un magnífico arranque para 
centrar en el poemario.


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Pancho cierra su comentario de La marca del meridiano con una entrada sobre la acción final, que precipita el desenlace. No os perdáis su referencia cervantina, en la que da un verdadero pase de pecho... No es de extrañar que sus aportaciones hayan llamado la atención del mismo autor, Lorenzo Silva: aquí tenéis lo que dice.

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Pancho, en su lectura de Aurora roja, comenta ese estado crítico en el que comienzan a despertar ideas peligrosas sobre hombres mesiánicos que saquen a los países de los atolladeros...  Después,  llega al momento en el que Manuel, el protagonista de Aurora roja, opta por el eclecticismo en su posición ideológica y en su actitud vital. Baroja nos ha conducido certeramente hasta ese momento. No os perdáis ni las ilustraciones de esta entrada ni el video con el que termina. Excelente.

Os pido disculpas por el retraso en la publicación de esta entrada. Como sabéis los lectores habituales de La Acequia, he tenido circunstancias que me lo han impedido. Hemos fijado fecha definitiva para el cierre, por este curso, del Club de Lectura de La Acequia. Como recordaréis, en junio leeremos El hereje de Miguel Delibes. Con este motivo, nos veremos el sábado 13 de julio en Valladolid. Haremos la ruta teatralizada de El Hereje que se organiza en la ciduad por los lugares citados en la novela y tendremos una comida. Aquellos que queráis participar, escribidme un correo electrónico.

jueves, 25 de abril de 2013

Los delincuentes y noticias de nuestras lecturas.


En toda novela policíaca hay personajes a uno y otro lado de la legalidad. Es parte de la condición inicial: unos investigan los crímenes que cometen otros. Pronto, en el género comienzan a aparecer personajes que confunden los dos lados: gente de orden -incluso de los cuerpos policiales- que están en el lado de la delincuencia y delincuentes que tienen comportamientos sorprendentemente honestos.

En La marca del meridiano observamos la maestría con la que Silva maneja estos tópicos. Ya hemos visto que el brigada Bevilacqua tiene una disciplina diaria y un marcado sentido del proceso de investigación -la rutina de su trabajo- que nace de una sombra de su pasado. Con ese comportamiento intenta controlar el animal que lleva dentro. Es algo habitual -en la realidad y en la literatura o en el cine- que parte de un hecho constatable: los investigadores tienen que convivir con lo peor de la sociedad, con mafias que manejan mucho dinero y que son capaces de corromper a cualquiera, con criminales de la peor calaña a los que el instinto nos lleva a tratar como ellos trataron a sus víctiimas...

En Silva hay una dignificación de la función de los policías -guardia civiles- honestos que es una seña de identidad de esta serie de novelas: son honestos porque creen en lo que hacen a pesar de las pésimas condiciones salariales, de la dureza de un trabajo que les dificulta llevar una vida personal normal, de las decisiones políticas y judiciales que pueden llegar a anular su esfuerzo, de la incompetencia de sus jefes condicionados muchas veces por cuestiones políticas.

En La marca del meridiano se constata algo que vemos todos los días en las noticias: muchos de los miembros de los cuerpos policiales se han pasado al otro lado. Silva tiene especial cuidado en mostrar el desprecio que merecen estos personajes, incluso a aquellos que estuvieron en esa línea peligrosa pero reaccionaron a tiempo.

En el lado de la delincuencia ocurre lo mismo: proxenetas, asesinos, ladrones. Pero también un número de personas que caen en ese lado pero conservan algo dentro que les puede salvar. Por eso Bevilacqua ayuda a la prostituta a escapar de la redada policial.

Dentro de los criminales también hay sus propios códigos de comportamiento. Es otra de las características de este tipo de novelas. En muchas, en las mejores, uno se puede fiar de los criminales que tienen códigos de actuación y los respetan. Los peores criminales son los que ni siquiera responden a estos códigos. Esto explica la solución final del caso de asesinato investigado por Bevilacqua: el crimen organizado también tiene su propia justicia. Bevilacqua no la justifica, pero tampoco la condena. Es un guiño que procede de las novelas negras escritas en norteamérica y del género cinematográfico que nace de ellas. A veces esta justicia de los delincuentes puede llegar donde no puede hacerlo la justicia legal. Y no debemos esconder que el lector -que tiene también sus puntos oscuros- siente un cierto placer al ver que los criminales sin código tienen su castigo. Un juego inteligente establecido con el receptor por parte del autor.

Noticias de nuestras lecturas

Mª Ángeles Merino sigue dando voz a Chamorro y de su mano llegamos a conocer a la mujer del asesinado. Un buen contraste con la mirada del brigada, sin duda.

Gelu se acerca de forma muy completa a La marca del meridiano, con aportaciones sobre todos los aspectos que le han llamado la atención. No os perdáis la parte musical. Ya lo había hecho con su anterior entrada, que también es más que recomendable.

Paco Cuesta hace balance de La marca del meridiano y acierta radicalmente con la clave esencial: el lado humano de los personajes.

Pancho acierta totalmente al resumir la rutina del trabajo de Bevilacqua, desde el primer café de la mañana... hasta Sabina.




Os recuerdo que la lectura de La marca del meridiano termina el próximo martes, 30 de abril, aunque aquí seguiré dando cuenta de las entradas que publiquéis sobre este libro. En mayo leemos Campos de Castilla, de Antonio Machado, de cuya primera edicion se cumplieron cien años en el 2012 (podéis descargarlo gratis en este enlace).

Por otra parte, es hora de que vayamos organizando la visita a la ruta de El Hereje en Valladolid. Como sabéis, este libro de Miguel Delibes nos ocupará el mes de junio y a finales de junio o en julio, como fin de curso, nos encontraremos con este motivo. Aquellos que estéis interesados, por favor, escribidme un correo electrónico.

jueves, 18 de abril de 2013

La investigación policial en La marca del meridiano y noticias de nuestras lecturas


Una de las características de la serie policíaca de Silva, que se incrementa con el tiempo hasta llegar a la fase evidente en La marca del meridiano es la forma en la que el brigada Bevilacqua procede a la investigación de los casos.

Como es evidente, toda trama de novela policíaca consiste, inicialmente, en un proceso de investigación sobre un crimen que se ha producido y de cuya resolución se encarga el protagonista. La forma de proceder traza la diferencia entre unos y otros investigadores y marca profundamente la estructura de las novelas. Después de más de un siglo de novelas policíacas, estas diferencias son importantes. En su inicio, las novelas policíacas consistían fundamentalmente en la demostración de la prodigiosa habilidad deductiva del detective a partir de las pruebas y en la conexión mental de los datos, como si fuera una partida de ajedrez. Casi siempre todo era producto de la habilidad mental del investigador y de su inteligencia por encima de la media. Frente él, el resto de los personajes -especialmente los miembros de la policía regular- aparecían como meros aficionados que no llegaban a comprender sus capacidades deductivas y se asombraban de la prodigiosa exposición final en la que todo quedaba demostrado. Se sorprendían al mismo tiempo que el lector del ingenio del autor para hilvanar todo. Casi siempre esta sorpresa partía de un truco: o bien se habían escondido pruebas a los ojos del lector o bien se las había hecho pasar por poco revelantes y no contaban en su primera exposición más que como meros datos descriptivos generales. De vez en cuando, solo el villano estaba a la altura del detective.

A mediados del siglo pasado, la novela negra creó otro tipo de detective, menos intuitivo y más problemático. Su mundo rozaba y convivía con el de la delincuencia porque procedía de las mismas calles y situaciones en las que investigaba. Importa menos su sagacidad deductiva que la capacidad de superviviencia en el otro lado de la línea de lo correcto. De ahí que casi siempre sufriera golpes e incurriera en comportamientos poco éticos para resolver los casos. Si los resolvía era para afirmarse en la poca dignididad que aún le mantenía en pie o en la pequeña esperanza de hacer mejorar un mundo que no tenía mejora posible.

De la mezcla de ambos tipos surgió, en la postmodernidad, un tipo de investigador que ha llegado hasta nuestros días. Por mucho que algunas sagas nórdicas hagan pensar que viene del frío, este investigador dio el mejor ejemplo en la Barcelona mediterránea: Pepe Carvalho, de Vázquez Montalbán. Un hombre que había sido muchas cosas y que contemplaba el mundo con esa fatiga del que sabía que pocas cosas podían cambiarlo pero que merecía la pena haber decidido estar en una posición concreta ante lo que ocurría en él. En Vázquez Montalbán es más importante esto y la visión del mundo que tiene Carvalho que la propia investigación del crimen.

La habilidad de Silva es conseguir dotar a su brigada de un aspecto nuevo. Las características psicológicas de Bevilacqua reúnen mucho de los detectives anteriores, como la gran capacidad deductiva. Tampoco es excesivamente nuevo su cultura, la sensibilidad con los débiles o las dificultades para tener una vida personal. Lo más característico de Bevilacqua en su trabajo, agudizado en La marca del meridiano, es que la rutina de la investigación es muy profesional y se teje sobre todo a partir de la aplicación de métodos policíacos comunes en la policía de un país democrático. Sus deducciones son una mezcla entre su capacidad de análisis, la experiencia como investigador y las averiguaciones a partir de la aplicación de esos métodos profesionales. En La marca del meridiano es notable la aplicación de procedimientos policiales basados en el pinchazo de teléfonos o el estudio de las cuentas de redes sociales de Internet, que se combinan con el conocimiento de las formas habituales de la delincuencia. Tanto Bevilacqua como el equipo que dirige se ajustan a los cánones de policía democrática que respeta los derechos de los investigados, por muy claro que tengan que son criminales. Tras la confesión final de Bevilacqua a Chamarro sabremos la razón: hubo un momento en el que estuvo en el otro lado de la línea y desde entonces se prometió ser absolutamente escrupuloso con las leyes en su investigación sobre todo por el miedo a que el animal que lleva dentro se desate. De ahí su disciplina de trabajo, de la que su cuerpo, dada la edad, comienza a resentirse. Pero dormir poco y recurrir al café para estar activo le compensa.

Sin embargo, se permite un momento en el que no es tan escrupuloso, con lo que el autor humaniza al personaje y lo aproxima -con cierta ternura- a esos detectives de las novelas negras que se redimen por una buena acción. Me refiero a que deje libre a la joven prostituta y le aconseje volver a su casa.

Pero los criminales también juegan sus bazas. El final de La marca del meridiano contiene una brutal acción que soluciona el caso definitivamente dentro de las normas más clásicas que nos dicen que los delincuentes tienen su propio código ético. Es un juego inteligente de Silva: respeta a Bevilacqua y da un tono negro a una novela policíaca quizá demasiado positiva y amable en el tratamiento del personaje del protagonista.

Noticias de nuestras lecturas

Mª Ángeles Merino, con esos giros tan inteligentes que suele dar a nuestras lecturas, cuenta la historia de la marca del meridiano desde uno de los secundarios menos secundarios, la sargento Viginia Chamarro. Toda una iluminación del texto desde otro ángulo.

Myriam analiza una de las claves que nos ayudan a comprender mejor esta novela: la forma en la que el autor gradúa el secreto y su confesión que está detrás del personaje protagonista y del mismo caso. No os perdáis esta entrada.

Gelu inicia sus aportaciones a la lectura de La marca del meridiano recordándonos El alquimista impaciente y su adaptación cinematográfica.

Paco Cuesta muestra gala de ingenio desde la foto hasta la condición final de su entrada sobre La marca del meridiano y nuestra lectura. Un prodigioso texto que os invito a disfrutar. Después, publica una entrada en la que analiza magníficamente las características esenciales del grupo investigador y sus relaciones. Imprescindible.

En su segunda entrada sobre la novela de Silva, Pancho hace evidentes algunas de las características que mejor contribuyen a comprender el personaje del brigada protagonista.
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Pancho publica su cuarta entrega sobre Aurora roja: caminos que llevan a la situación candente que forma el núcleo del debate libertario que da título a la novela. Bien visto.

Gelu nos ayuda a ampliar nuestra comprensión de Baroja y Antonio Machado con un comentario de un libro de Bartrés que continúa también en esta entrada con aportes bibliografícos.

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Kety Morales nos hace entrar, de la mano de don Quijote y Sancho, por El Toboso. Buenos y oportunos versos para ese proyecto suyo de comentar el Quijote en verso que tan bien conocemos en el Club de lectura.

Algunos asuntillos personales me han tenido apartado de este espacio y de los vuestros, espero que sepáis disculparme.

jueves, 11 de abril de 2013

La voz narradora de La marca del meridiano y noticias de nuestras lecturas


El brigada de la Guardia civil, Rubén Bevilacqua, nos cuenta, en primera persona, la historia de La marca del meridiano, como es habitual en esta serie de Lorenzo Silva y en este tipo de novelas policíacas. Esta opción es clave para entender la aproximación del lector al argumento, filtrado desde la personalidad del investigador y mezclado con sus reflexiones, recuerdos y emociones. Por eso, el cuidado en la caracterización del narrador condiciona la modalidad elegida. Los narradores de las novelas polciacas suelen tener algunas características en común y otras particulares. La combinación sabia de ambas permite al lector reconocer las claves del género e identificar al investigador diferenciándolo de otros muchos.

Bevilacqua es, como otros, un investigador con una gran capacidad deductiva y de análisis de una situación, un escenario o la psicología de las personas con las que se encuentra pero también es capaz de participar en la acción directa cuando es necesario. La mezcla cultural en sus orígenes familiares -subrayado por la dificultad que casi todos encuentran a la hora de pronunciar su apellido correctamente- le confiere una peculiaridad interesante para el contexto español en el que se sitúa, algo buscado intencionadamente por el autor al instalar a alguien así en el cuerpo de la Guardia civil. Bevilacqua es español, pero sus ascendencias y su formación e ideología anteriores al ingreso en la Guardia civil le permiten mirar la realidad española desde un cierto distanciamiento emocional, buscando antes la racionalidad a la hora de posicionarse en los conflictos contemporáneos españoles, tanto en lo que hace a los nacionalismos como a las cuestiones ideológicas. Esto le sucede en casi todos los aspectos emocionales e ideológicos y se acentúa con los años y las experiencias vitales.

De ahí uno de los hallazgos más interesantes de esta novela y que contiene la razón del título: el meridiano como frontera. Con esta imagen se hace referencia tanto al paso del meridiano de Greenwich cuando viajan a investigar a Barcelona como a las fronteras políticas o sociales entre Cataluña y España, a las diferencias entre lo que se recuerda y lo que se vive, entre el pasado y el presente, entre la bondad y la maldad, etc. Casi al final de la novela, Bevilacqua explica cómo en su pasado hubo un momento en el que pasó al otro lado de ese meridiano y cómo de aquella experiencia sacó el aprendizaje más importante de su vida que le ayudó a contener el animal que lleva dentro. Por eso marca con fuerza su camino por la senda de la honestidad, de la disciplina en el trabajo y el apoyo con los compañeros, el respeto escrupuloso a las leyes y las normas judiciales, etc. Esta explicación gustará a los seguidores de la serie, puesto que permite conocer mejor la forma del ser del protagonista y ayuda a empatizar con él.

Hay otro meridiano constante en la novela: Bevilacqua tiene ya 48 años y comienza a ver la vida desde el inicio del descenso. En su biografía hay fracasos sentimentales y triunfos profesionales. A pesar de eso, ha renunciado a buscar ascensos en su carrera y prefiere dedicarse al trabajo diario. Todo esto le permite convertirse en un referente de sus compañeros de equipo. En un momento contempla a Chamorro y Arnau y se los imagina dentro de unos años, cuando él ya se haya jubilado. Se permite también no solo sentir ternura sino también expresarla. Y expresa constantemente esta sensación en cuestiones físicas: lo que le cuesta despertarse por las mañanas o recuperarse de una noche con pocas horas de sueño.

Todo esto, más lo que conocemos de su biografía -lo que ya sabíamos, es decir, que está divorciado y tiene un hijo, que le gusta pintar figuritas de plomo, que vive solo y procura controlar su gusto por las mujeres, que tiene una preocupación social, etc.; lo que conoceremos ahora, es decir, que pisó el lado oscuro durante un breve tiempo, que tuvo una historia sentimental mal cerrada en Barcelona, etc.-, le hace cada vez más cercano al lector, especialmente a aquellos que comparten una franja de edad similar. De ahi buena `parte de su éxito. Silva sabe constuir un perrsonaje con la suficiente identidad diferenciadora de otros investigadores de las novelas policíacas.

Noticias de nuestas lecturas

Pancho arranca el comentario de La marca del meridiano de la mejor manera para que comprendamos al protagonista y sus motivaciones, incluido el simbolismo del meridiano...

Paco Cuesta nos adentra en La marca del meriano comentado algunas de las claves que hace de esta lectura una aventura bien apasionante... 

Mª Ángeles Merino nos presenta al personaje que nos va a guiar en La marca del meridiano, pero no os perdáis la primera parte de su entrada, con sus recuerdos personales...

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Mª Ángeles Merino nos lleva a uno de los núcleos más emotivos de Aurora roja, escribiendo a Juan: el anarquismo humanitario, que difícilmente tendrá éxito, por desgracia...

Gelu cierra, con broche de oro, su recorrido por la trilogía, con balance y guía recomendables.

En la tercera entrada de Pancho sobre Aurora roja se puede apreciar la forma en la que Baroja hace que entren y salgan en la historia de Manuel personajes que lo influyan profundamente.

jueves, 4 de abril de 2013

La marca del meridiano, una historia de viejos conocidos y noticias de nuestras lecturas


La marca del meridiano, de Lorenzo Silva, tiene todos los rasgos de la serie que este autor dedica a las andanzas de los guardias civiles Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro. Esta serie, nacida en El lejano país de los estanques (escrita en 1995) ha ido evolucionando, novela tras novela -si no cuento mal son seis más un libro de relatos-. Los cambios en la psicología de los personajes corresponden tanto al proceso natural de cumplir años y acumular experiencias a partir de su profesión y de sus vidas y de las relaciones que se establecen entre ambos, como a la evolución del país desde mediados de la década de los noventa hasta hoy. Este es el rasgo más sobresaliente de la serie y una de las convenciones del género policiaco al que se adscribe: mezclar la suficiente dosis de motivos personales y contexto social que jalonen y sitúan en una época concreta -de ahí que se den fechas y referencias históricas- los crímenes que se investigan, sin llegar nunca a la novela negra. De esta manera, estos crímenes son una muestra de la situación social de España en cada momento -solo hay que repasar los temas centrales de cada una de las novelas- y en la forma en la que Bevilacqua los afronta, con una cuidada mezcla de ingenuidad y escepticismo, una propuesta de solución que nunca podrá llevarse a cabo porque la sociedad española está dominada por otras fuerzas más poderosas. De ahí que Bevilacqua nos aparezca en cada entrega más escéptico, más fatigado y más crítico con lo que ocurre a su alrededor, pero también más entregado cuando ve a personas honestas, que sufren o intentan denunciar lo que sucede.

Silva ha sabido encontrar la mezcla perfecta entre todos esos elementos, presididios por un tipo de narrativa directa, sin alardes técnicos ni una problematización temática -es decir, huye de la profundización excesiva y parte de una información que todo lector conoce de antemano- en beneficio de una forma ágil. En esta serie, Silva ha buscado siempre al lector medio, que quiere leer algo que tenga que ver con su vida actual, entretenido y con una perspectiva crítica y que le permita identificarse con los personajes de una u otra manera, comprender sus razonamientos y su forma de entender la vida, aunque no la comparta totalmente pero sin demasiada complejidad lectora. Dado que el gran referente en la novela española, en los años en los que construye su personaje, era Pepe Carvalho, el protagonista de las novelas de Vázquez Montalbán, lo diferencia buscando un enfoque menos cultural y más volcado en el argumento principal (la investigación del crimen). En el fondo, la referencia de Silva es Plinio, el Jefe de la Policía local de Tomelloso inventado por Francisco García Pavón, pero un Plinio actualizado y ajustado a los nuevos tiempos.

Quizá por ello Silva adelgaza uno de los rasgos más habituales de los protagonistas de estas series policíacas sin alterar la convencional narración en primera persona. Bevilacqua -a pesar de sus lados oscuros o zonas del pasado inconfensables- no deja de ser un buen tipo cuyo escepticismo parte, precisamente, de su bondad y de la forma honesta con la que afronta su trabajo. Es algo que también gusta al lector medio, que quiere agarrase a una esperanza regeneradora: los males de la sociedad proceden de los malos, que son muy poderosos y persistentes, pero frente a ellos la mayoría de la población y de los funcionarios públicos se afanan por sacar adelante su trabajo incluso en las peores circunstancias. Ya es conocido que por su forma de tratar a la Guardia Civil y la evolución que ha tenido este cuerpo de la seguridad española en las últimas décadas Silva fue nombrado Guardia Civil Honorífico en el año 2010.

Por eso, nada más entrar en estas páginas uno se encuentra con viejos conocidos si ha leído otras novelas de la serie (una de las formas más divertidas de desmontar lo que significa el Premio Planeta es que se lo den a una novela presentada de forma anónima en la que los personajes son tan conocidos para todos). Para aquellos que no lo hayan hecho se da la suficiente información para conocer su pasado. Y como a viejos conocidos se les saluda, poniéndose al día de las novedades de su vida y del país. De ahí que también interese conocer que el crimen al que se enfrentan en su investigación sea el del asesinato de un viejo conocido del brigada Bevilacqua, lo que le hará recordar, desde su medio siglo de vida, sus inicios en el cuerpo de la Guardia Civil.


Noticias de nuestras lecturas

Pancho analiza magníficamente el arranque de Aurora roja y el dualismo que anticipa cómo será toda la novela hasta ese final en el que la dualidad desaparecerá con la muerte de Juan y la intranquila conciencia de Manuel. Después, comenta la localización de la nueva vida de Manuel (no os perdáis la imagen inicial de su entrada) como forma de explicar esta ciudad simbolo de tantas cosas, Madrid.

En la entrada de Mª Ángeles Merino (además, excelentemente ilustrada) se puede comprender la forma en la que Baroja tiene de darnos la orientación madura de la ideología y comportamiento de Manuel, por contraste con las situaciones y palabras que hay a su alrededor.

No os perdáis la imprescindible entrada en la que Myriam analiza la psicología de los personajes masculinos de la trilogía barojiana, ni su conclusión sobre la lectura.

Kety nos hace recordar nuestra lectura quijotesca trayéndonos un homenaje dulcinesco a Rosalía de Castro. Que cunda el ejemplo.


Próximas lecturas


El mes de mayo lo dedicaremos a Campos de Castilla, de Antonio Machado (podéis descargarlo, gratis, aquí). En junio comentaremos El hereje, de Miguel Delibes, bien conocido por nuestro querido Pancho, quien se convertirá en nuestra referencia como guía de lectura. Recordad que programamos una visita a la ruta urbana que se ha organizado en Valladolid con los pasajes más significativos de dicho libro. Ya os comunicaré la fecha y la disponibilidad de plazas.