A veces la vida nos pone en lugares límites. A todos, aunque no siempre lo vivamos de la misma manera. La soledad, una pérdida, la marginación, el sufrimiento por la enfermedad o el maltrato que recibimos... Cuando caemos en estos estados nos parece que solo nosotros estamos en esa situación: la tendencia primera es el aislamiento porque pensamos que nadie nos puede comprender, nadie nos puede ayudar o todos pueden hacernos daño. Es parte del duelo, una parte necesaria pero solo la primera. Si no superamos esa fase nos convertiremos en seres sufrientes de por vida. Si no aprendemos de esa experiencia, repetiremos el error con frecuencia.
De eso trata El viaje de Güendolina (Equipo Sirius, 2011), de Carmen Santamaría, una novela que plantea el encuentro de personajes que arrastran carencias emocionales: una alta ejecutiva incapaz de mantener una relación sentimental estable; una madre y una hija unidas por el sufrimiento de un pasado traumático; un profesor de instituto solitario que no sabe luchar por aquello que le gusta. El hilo que les unirá será el encuentro con un libro que cuenta la fábula de Güendolina, una joven que inicia el camino simbólico de la vida para regresar más fuerte y, sobre todo, con una identidad definida tras todas las experiencias que le surgen. El libro ejerce una fuerza irresistible sobre todos ellos y les sirve para agruparse, para ayudarse mutuamente y formar un grupo al que sentirse unidos: el círculo necesario para que ninguno de ellos se vuelva a encontrar solo. Abandonan su dolor propio para cooperar y ayudarse unos a otros.
Quizá la tesis de la novela peque un poco de ingenua en la solución, pero eso le permite exponer la apertura de estos personajes solitarios -muy bien caracterizados en el relato- que viven la existencia con tantas carencias de inicio. La obra, sin duda, plantea una forma óptima para salir adelante ante los retos de la sociedad contemporánea, que tanto nos aísla los unos de los otros y que tanto convierte en extraños a los que conviven en un mismo edificio.
El viaje de Güendolina, segunda obra de la autora tras Balcones, caminos y glorietas de Madrid. Escenas y esceanrios de ayer y de hoy (Sílex ediciones, 2005), se lee con facilidad y despierta la empatía con las vidas de los personajes a partir de una estética realista que presta minuciosa atención a los pequeños detalles de la vida cotidiana: ruidos, aromas, conversaciones.