Mostrando entradas con la etiqueta la poesía es ritmo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta la poesía es ritmo. Mostrar todas las entradas

sábado, 4 de marzo de 2017

Qué bien sienta un octosílabo


Qué bien sienta un octosílabo. Regreso a él cuando me siento cargado de tristeza o llevo un tiempo excesivo o cuando me paseo por el panorama poético actual en España, tan lleno de impostura, falto de ritmo y cargado de lugares comunes banales revestidos de trascendencia o de compraventa de emociones fáciles y tópicos ideologógicos mal digeridos. Apropiación de lo que otros han dicho mejor. Poemas sin ritmo alguno, poetas que tiene miedo al poema y llenan sus textos de ecos de ecos en busca del aplauso fácil. Se camina por los senderos de la poesía contemporánea y se vuelve lleno de polvo de obra a casa: un polvo gris e inútil, que no aporta ni la sustancia mínima sobre la que nazca nada. Menos mal que algunos te salvan, un puñado apenas.

Llevamos el octosílabo dentro. Los expertos en fonética y métrica demostraron hace tiempo que es el ritmo del hablante español medio, que suele hacer una pausa cada ocho sílabas. Por eso ha sido el verso en el que mejor se ha expresado siempre la poesía popular española. Salir de él es obligación de todo poeta para buscar nuevas fronteras, dominar el ritmo que no es propio hasta hacerlo natural y fácil. Pero volver a él también es obligación de todo poeta que se precie de verdad para refrescar la tendencia al engolamiento y lo sublime, la falta de verdad en el sentimiento y en la ideología, lo impostado. Aquí algunos buscan la postal romántica con exceso y otros la emisión de consignas en las que descubren lo que ya ha sido descubierto. En la España poética de hoy lo ñoño o lo soez acabarán matándonos sin crear nada perdurable. Es tan necesario huir del octosílabo como regresar a él en un ir y venir que te pula como poeta.

Y ahí está el octosílabo, esperando siempre para que volvamos de vez en cuando como esa ducha que nos limpia y nos refresca, nos hace humildes y nos acerca a las fuentes básicas de nuestra poesía. Y se encuentra uno mejor después de entrar en él, de la misma manera que nos sentimos al ponernos una camisa recién planchada después de la ducha reparadora que te ayuda a desprenderte de tantas cosas que no necesitabas.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

y golpeaba el trasero de los monos


El poema El rey de Harlem de Lorca (el segundo de la sección Los negros en la edición facticia que salió en 1940, aunque este poema ya se había publicado en 1933 como Oda al rey de Harlem) comienza con lo que debió considerarse en aquella época como un atentado contra todas las normas poéticas establecidas:

Con una cuchara de palo
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara de palo.

En primer lugar, lo que dice debió considerarse por los partidarios de la poesía convencional como un chiste, un disparate o una broma alejada de todo sentido poético. Supongo que esto se les borraría de la cabeza en cuanto siguieran leyendo y comprendieran que aquello -en 1933, insisto, aunque escrito en 1929- era una nueva forma de entender la poesía. Lorca había decidido romper con todo cuando el contexto era mucho más hostil que el que se encuentran tantos poetas que se quejan de que no se les considere y se limitan a torear de salón ante un público de adeptos.

El poema, en efecto, iba en serio. En él se canta a la revolución de los pobres -aquí, de los negros, cuando tomen conciencia de su situación-, se anuncia un porvenir de violencia, se pide expresamente la muerte de los culpables de la situación. Ya desde ese primer verso en el que vemos al rey de Harlem arrancar los ojos a los cocodrilos y golpear el trasero de los monos con una cuchara de palo. Otro día tocará hablar del significado de estas imágenes, mucho más claras de lo que algunos piensan puesto que el mismo poema nos deja los suficientes rastros para que podamos comprenderlas.

Hoy toca hablar del ritmo. Para los más fieles seguidores de la rítmica tradicional este inicio era una locura: un verso de 9 sílabas que abre y cierra, uno de 13 en segundo lugar y un endecasílabo en tercero. Ritmo impar, por supuesto, que el poeta se apresura a romper mezclándolo con versos de ritmo par y una excelente demostración de dominio del verso libre en un conjunto mixto que provoca el buscado efecto en quien escucha el poema. Ya sabemos que el ritmo que busca Lorca en este poema es precisamente el desasosiego del lector, la inestabilidad que subraya el tema con una velocidad vertiginosa en la lectura y en el recitado. Todo ello conseguido, sobre todo, por el ritmo sintáctico y el ideológico del poema. 

Esta es una lección temprana de cómo escribir poesía moderna que deberían aprender muchos de los poetas a la moda de hoy. Pero Lorca podía hacerlo porque dominaba el ritmo clásico, porque sabía escribir sonetos excepcionales y porque tenía una condición innata para la musicalidad del poema. Porque para romper el ritmo convencional y jugar con la recepción fonética -o visual- del poema, hay que saber de ritmos y silencios, hay que saber para qué sirve un heptasílabo y los efectos que causa al mezclarlo con un verso de ritmo par. O cómo conseguir el verdadero efecto poético de un verso libre. Lo otro no es poesía aunque fragmentemos las líneas y nos aplaudan los amigos.

Y por eso resuena por sí solo ese primer endecasílabo que se encuentra el lector:

y golpeaba el trasero de los monos

Un endecasílabo con acento en sexta sílaba (usando de la sinéresis repudiada por algunos estudiosos de aquellos tiempos que consideraban el recurso pobre y que estropeaba el verso) que también debió herir la sensibilidad del lector normal de poesía del momento: lo usa para decir una cosa que parece una broma, como en esos poemas insustanciales, grotescos, eróticos o de circunstancias humorísticas. Pero este endecasílabo va en serio: un ritmo clásico para decir algo que no lo es. Juego, ironía, violencia y crítica social. Y dominio del ritmo. No sé yo si algunos de nuestros poetas a la moda saben hacer algo parecido o se quedan en meros troceadores de frases para que parezcan versos.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

El crítico adecuado: Rubén Darío y Juan Valera. La nueva musicalidad de la poesía en español


Todavía hoy me sorprende la capacidad de Rubén Darío para trasformar la poesía en español con apenas veinte años. Azul... es un libro portentoso y, sin embargo, su primera edición de 1888 (en Valparaíso, Chile) pudo haber pasado desapercibida si uno de sus ejemplares -oportunamente remitido- no hubiera caído en las manos del novelista y crítico Juan Valera. La reseña (en forma de dos cartas dirigidas al autor) que este le dedicara en octubre de aquel año en El Imparcial consagró a Darío como la esperanza poética del momento para la cultura en español. Llegaba en el momento adecuado: las repúblicas americanas ya estaban preparadas para incorporarse a las vanguardias culturales sin la dependencia de España y se detectaba en el arte hispánico una necesidad de cambio, de apertura a las novedades, que ya comenzaba de manera incipiente a manifestarse tanto en Hispanoamérica como en la Península. Uno a veces no sabe si las épocas crean a los genios o los genios a las épocas, supongo que ambas cosas son necesarias. Son tristes esos momentos en los que la mediocridad del ambiente o de las personalidades dominantes impide la regeneración de lo existente cuando comienza a dar síntomas de fatiga y hay que esperar años a que se produzca la conjunción adecuada.

La reseña de Valera llenaría de justo orgullo a Darío pero también de responsabilidad que supo asumir adecuadamente. No se acomodó sino que perseveró por el sendero que había iniciado y que le elogió el crítico. La demostración palpable fue la segunda edición del poemario -tan Hugo, pero también tan Bécquer, tan europeo y radicalmente nuevo- en Guatemala en 1890. Las novedades fueron significativas. Sustituyó el prólogo de su amigo Eduardo de la Barra por el texto de Valera por el prestigio del firmante -lo que contribuiría a su difusión-, agradecimiento al crítico que había sabido ver el valor del libro pero, sobre todo, porque en el nuevo prólogo estaba aquello en lo que creía Darío, la apertura de una nueva vía necesaria para la literatura en español. Y añadió un puñado de textos en prosa y verso. Entre ellos, los Sonetos áureos, que tanto llamaron la atención y fueron atacados por los críticos tradicionales del momento, que no soportaban ni comprendían las novedades que introducía Darío en la estrofa clásica. Entre otras cosas porque, a diferencia de Valera, no entendían que eran tiempos de novedades y que Darío no partía de la mera moda sino que construía la nueva literatura a partir del estudio cuidadoso de las formas existentes.

De esos Sonetos áureos, mi preferido ha sido siempre Venus. En él encuentro una condensación magnífica de todos los propósitos de Darío por aquellos tiempos y una perfecta adecuación de intención, temática, estructura y rítmica:

En la tranquila noche mis nostalgias amargas sufría.
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.
En el obscuro cielo Venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.

A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
que esperaba a su amante bajo el techo de su camarín,
o que, llevada en hombros, la profunda extensión recorría,
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.

"¡Oh, reina rubia!, díjele , mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia a ti, y tus labios de fuego besar;
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,

y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar".
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.

Descoyunta el soneto clásico a partir del heptadecasílabo (verso de 17 sílabas) y juega con la rítimica de este verso en todos sus matices. Parte siempre de una cesura versal que lo divide en dos hemistiquios (de 7 y 10), como han señalado ya muchos estudiosos pero no hace solo eso, algo que no ha sido percibido normalmente. En muchas ocasiones juega con la pausa interna para llevar las siete sílabas del primer hemistiquio hacia el endecasílabo, dejando un final de seis sílabas como si fuera el recuerdo del efecto que producía el encabalgamiento en la poesía clásica española. Es una mezcla endiabladamente eficaz de ritmos. Por una parte el de 7 y 10 pero jugando con él en el mismo verso, otro de 11 y 6. En ambos casos, una mezcla de ritmos impar y par que, seguramente, rechinaba en los oídos de los que estaban acostumbrados a la poesía convencional y no admitían que se experimentara con ella. Curiosamente, debajo de la estructura métrica estaba todo lo clásico pero subvertido de tal manera y puesto al servicio de otra rítmica que era difícilmente aceptable -e incluso comprensible- para ellos. Como sucede en la arquitectura de Gaudí, por ejemplo, o en la pintura de Picasso. Darío era la avanzadilla de una nueva forma de concebir el arte. Que la poesía es ritmo (acentual, silábico, ideológico, visual, etc.) es algo que vengo diciendo aquí desde hace tiempo y a partir de ese ritmo se construye el poema: es algo que no comprenden muchos poetas. La extraña sensación causada por la mezcla de un ritmo impar con otro par acompasa y explica toda la estructura de este soneto. También la temática, en la que predomina el choque del estado anímico del poeta con la serenidad de la naturaleza y la frustración del deseo ante la realidad. El poeta no puede en este poema alcanzar lo que desea y por eso expresa el mundo rompiendo el ritmo de esta manera y jugando con lo clásico y lo moderno para trasmitirnos esa necesaria confrontación de elementos que es el conflicto del que parte la poesía.

No era mero formalismo el de Darío, como tantos le acusaron, sino una nueva manera de ver el mundo. Necesaria. Los que no veían esta necesidad de cambio no lo comprendieron ni pudieron apreciar que nacía algo que tan larga herencia ha legado para la literatura española. Se limitaron a criticar la superficie de sus obras.

En pocas ocasiones una conjunción entre un creador y un crítico ha producido tan beneficiosos resultados.

lunes, 20 de enero de 2014

Recitar los Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda


Recitar es versionar un poema. La poesía es, en esencia ritmo: musical, acentual, sintáctico, ideológico, visual, objetual. Pero siempre ritmo. Un poema no funciona si no hay una suma perfecta entre lo que se quiere decir y el ritmo escogido por el autor. En el siglo XX, sin que se pueda precisar el momento exacto, se dejó de recitar poesía como forma habitual de trasmitirla. La poesía se convirtió, así, en un acto íntimo y solitario. No es algo malo, por supuesto. Algunos de mis mejores momentos como lector han sucedido en tardes de verano acompañado de poemarios. Cuando yo era joven solo se recitaban poemas en los círculos provincianos: era un recitado decimonónico, enfático, falso. Recuerdo un poema que recitaba con tanta vehemencia sus poesías que parecía querer agredirnos a los asistentes con un soneto de amor. De aquello vino a salvarnos el movimiento de los cantautores, que nos devolvieron el amor por la poesía musicada: Paco Ibáñez, Serrat, Victor Jara, tantos... De pronto se podía escuchar gran poesía sin avergonzarnos, sin que nos pareciera extraño. Porque es algo sorprendente: hasta el siglo XX la forma habitual de acceder a la poesía era escuchándola recitar o cantar acompañada de música.

Por eso, recitar un poema es devolverlo a una vida habitual hasta hace un siglo. El que recita da su propia versión del poema: debe desentrañar las claves rítmicas. Hay muchas personas que no pueden distinguir entre un ritmo par y uno impar, que no saben para qué demonios sirve una cesura ni qué importancia tiene el acento en sexta en un endecasílabo. Y esto sucede no tanto porque no hayan estudiado poesía sino porque no la escuchan. El que recita debe hallar todo esto y dar su propia melodia al poema.

Hay una teoría que dice que los poetas recitan mal su propia poesía. No es cierto: esto sucede desde hace unas décadas, desde que los poetas dejaron de recitar los poemas en tertulias y les puede el pudor y la falta de costumbre. Algunos, es verdad, parecen sordos a sus propios ritmos. Pero esto no ha sido así por regla general. Zorrilla daba excelentes recitales con sus poemas en el siglo XIX.

Lo que intento con este recitado de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada es dar mi propia versión del poemario de Neruda. Desde las clases de iniciación al teatro que recibí de adolescente hasta las clases en las que disfruto leyendo poesía para explicársela a mis alumnos, desde que comencé a escribir y me gustaba recitar mi poemas, siempre he procurado dar voz al verso.

Recordad que aquí tenéis los seis primeros poemas recitados. Y que seguiré en próximas entradas. Espero que os guste. Soy consciente de que en algunos he acertado más que en otros.

Poema 7


Poema 8



Poema 9




Poema 10


Poema 11



Poema 12




miércoles, 15 de febrero de 2012

Hoy tocaba Machado



Hoy, en clase, tocaba Antonio Machado. He querido comentar A orillas del Duero con mis alumnos sin dejar que se fijaran en el significado de las palabras para comprenderlo mejor. Es decir, para comprenderlo del todo. Normalmente, en las clases de literatura los profesores insisten en comentarios temáticos. Hacen bien, pero solo hacen bien parcialmente: la consecuencia es que cojeamos al enfrentarnos a cualquier poema. Da lástima oír conferencias o clases en las que el profesor se enreda al comentar las metáforas o la intención del autor o el significado del poema evidenciando una sordera ante el ritmo poético. Incluso los poemas de la literatura social, tan prosaicos a propósito, buscaban el ritmo que les era propio. Incluso los antipoemas buscan el suyo o la poesía visual o el caligrama.

A mis alumnos les he pedido que me escucharan recitarlo sin prestar atención a lo que se dice en el poema: la poesía es, primero, ritmo. Ritmos: cada tipo de poesía tiene el suyo propio, cada poema cuenta con uno. Si no logramos que la idea encuentre su ritmo apropiado o que del ritmo nazca la idea justa, el poema será un poema fracasado.

Machado, en A orillas del Duero, busca el alejandrino para desarrollar el ritmo de la idea y lo rima en pareados para darle esa monotonía necesaria. Huye de cualquier efecto propio de los rapsodas al uso. La cadencia de las catorce silábas partidas por la cesura en dos hemistiquios de siete sílabas, la monotonía del pareado, es propicia para el desarrollo filosófico de la idea que contiene: una meditación profunda sobre la decadencia de Castilla a  partir del paisaje que contempla en la excursión fatigosa -mutas mutandis una vía ascética- que emprende, a mediados de julio, a las alturas que rodean Soria. Pero no es solo eso en lo que yo quería que se fijaran mis alumnos: el título nos da la clave. Con los alejandrinos pareados, Machado imita el monótono trascurrir del agua del río Duero. Ese sonido misterioso del agua, la cadencia del río, contiene la clave simbólica -modernismo, al fin y al cabo- a partir de la cual interpretar el poema. En el ritmo de A orillas del Duero está ya todo el poema.

miércoles, 16 de marzo de 2011

La oportunidad de un verso par



El Diario de un poeta recién casado (1916) de Juan Ramón Jiménez es un poemario central en la poesía española del siglo XX al que hay que volver para comprender gran parte de lo que pasó después. Como sabemos, tuvo un impacto decisivo  en la poesía española de vanguardia -especialmente en los por entonces jovencísimos miembros del grupo del 27, a los que tanto les costó superar su influjo-. El lector actual quizá no lo perciba, pero en este poemario está la consagración moderna de las lecciones que Juan Ramón aprendiera en Bécquer y Rubén Darío. Y su superación.

Diario artístico, férrea cohesión poética del conjunto, fragmentarismo, depuración, viaje simbólico en el que se poetiza el proceso del encuentro con una nueva voz poética, etc. Pero hoy, en clase, me ha llamado la atención la oportunidad de un verso de cuatro sílabas en uno de los poemas más certeros del poemario.  No fue un descubrimiento de Juan Ramón la introducción del ritmo par en una estrofa de ritmo impar. En esta silva evolucionada, de pronto, el lector halla un verso, cual mi frente. Hoy se nos ha endurecido el oído para la poesía, pero quien escuche de verdad el ritmo del poema percibirá que algo no encaja, que se salta de los versos impares (11, 7, 9 sílabas) a uno par (de 4). La advertencia del ritmo que desestabiliza el recitado esconde el secreto: a partir de él se aclara la comparación entre el mar y el poeta y el proceso de descubrimiento de la esencia poética. A Juan Ramón le han bastado cuatro sílabas para provocar el interés de quien sabe escuchar la música del poema:

XXIX
1 de febrero.

   En ti estás todo, mar, y sin embargo,
¡qué sin ti estás, qué solo,
qué lejos, siempre, de ti mismo!

   Abierto en mil heridas, cada instante,
cual mi frente,
tus olas van, como mis pensamientos,
y vienen, van y vienen,
besándose, apartándose,
en un eterno conocerse,
mar, y desconocerse.

   Eres tú, y no lo sabes,
tu corazón te late y no lo siente…
¡Qué plenitud de soledad, mar solo!

Hay más juegos fonéticos en este poema que delatan su modernidad: la reproducción del ritmo del oleaje (paralelo al del proceso poético), el uso de palabras sencillas y cotidianas para expresar conceptos elevados y la suma de dos gerundios en un solo verso. Como sabemos, el gerundio es una forma verbal de la que huían los poetas por su cacofonía y por la dificultad en el empleo de su temporalidad (es una de las formas verbales que los hablantes usan con mayores problemas hoy en día). Dos, ni siquiera uno: bastaría ese verso  (besándose, apartándose) para definir gran parte del propósito de Juan Ramón en este poema.

lunes, 24 de enero de 2011

Ritmo y silencio


Algunos os habéis mostrado sorprendidos por mi afirmación de que la poesía es ritmo y le habéis querido poner palabras que son conceptos: amor, denuncia, emociones, risas y llantos. Quitad el ritmo y sólo os quedará prosa o un ensayo sobre la pasión o sobre la cuestión social. La poesía es ritmo y no otra cosa: ritmo para poner palabras encima, palabras que sólo significan poéticamente porque tienen ritmo. Da igual que pensemos primero el tema o el ritmo: éste predomina siempre. Viento del pueblo de Miguel Hernández se escribió en romance porque era el ritmo del pueblo español de entonces.

Cada estilo, cada tipo de poesía tiene un ritmo propio y todos son válidos: a veces es el acento sólo, en otras  ocasiones es el acento más el número de versos y la rima. Podemos tener versículo, ritmo de ideas en el verso libre, ritmo visual en la poesía de vanguardia que ocupa el espacio de la página, tridimensional en la poesía electrónica. Da igual que hagamos un hexámetro, un soneto, un romance, un caligrama, un rap, la letra para una canción pop. Es el ritmo lo que confiere carácter al poema.

A veces el poeta busca el ritmo de la cacofonía o de la modificación del ritmo y si lo hace bien el resultado es inmejorable: un verso de ritmo par descoyunta un ritmo impar si hacemos una silva con endecasílabos y octosílabos. Si no hubiéramos perdido el oído levantaríamos la mirada y diríamos: aquí pasa algo. El poeta inteligente lo hace para subrayar lo que dice: a veces lo dice sin palabras. Como cuando se introduce un párrafo en prosa en un poema en verso libre y rompemos el ritmo sintáctico o ideológico. Como cuando Peret tocaba con la madera de la guitarra en sus rumbas, como cuando mi amigo Diego Fernández Magadaleno ejecuta una pieza para piano con partes del piano que no son las teclas.

Es el ritmo: el poeta debe buscarlo en las palabras, en la sintaxis, en los acentos, en las dimensiones de la página sobre la que se va a imprimir su poema, en la estructura del espacio virtual en el publica en Internet Quien piense que sólo sirve como subordinado a la palabra, debe pasearse por la poesía visual o por la poesía de vanguardia en la que la palabra no dice nada. Jorge Guillén, aparte del ritmo interno de sus poemas, buscaba la arquitectura del poema en la forma en la que se imprimían sus libros: no respetarlo es matar su ritmo.

Eso sí, no olvidemos que parte del ritmo es el silencio: y que colocar los silencios en un poema es la dificultad más grande para el poeta.

martes, 18 de enero de 2011

Estrambote cervantino: el ritmo juguetón.


Es difícil innovar en un soneto: es un artefacto rítmico imponente y exacto. El soneto clásico español lo dejó perfecto Garcilaso, que sin duda tuvo un oído prodigioso para el ritmo poético. Lope definió la estrofa con ingenio, pero se guardó el secreto, como buen mago. Quien siga su definición al pie de la letra, sólo tendrá cómputo, pero no poesía. Lope lo sabía y escondió lo que importa para comprender el engranaje del soneto mostrándolo por debajo del argumento. Esto es muy barroco: engañar con la verdad, mostrar el truco para volver a ilusionarnos y que no lo veamos. Muchos se quedan solo con lo que dice que es un soneto y no leen más allá: se le nota la sonrisa a Lope.

Sin embargo, es posible jugar con el ritmo del soneto, usando otros versos, por ejemplo, pero hay que ser un buen poeta para hacerlo. O desbordándolo, haciendo que lo que rebase de los catorce versos sea, precisamente, lo que lo dé sentido completamente sin tocarlo. Cervantes, como en casi todos los géneros que tocó, tiró de parodia y amplió el género soneto con el estrambote. No fue el primero en hacerlo, pero sí fue el mejor:

Al túmulo del rey que se hizo en Sevilla


    «¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza


y que diera un doblón por describilla!;


porque, ¿a quién no suspende y maravilla


esta máquina insigne, esta braveza?


    ¡Por Jesucristo vivo, cada pieza  5

vale más que un millón, y que es mancilla


que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,


Roma triunfante en ánimo y riqueza!


    ¡Apostaré que la ánima del muerto,


por gozar este sitio, hoy ha dejado  10

el cielo, de que goza eternamente!»


    Esto oyó un valentón y dijo: «¡Es cierto


lo que dice voacé, seor soldado,


y quien dijere lo contrario miente!»


    Y luego encontinente  15

caló el chapeo, requirió la espada,


miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.


Cuando el lector pensaba que el soneto moría en el verso catorce, Cervantes cambia el ritmo y dota al poema de un nuevo final: el desborde juega con todo lo anterior e implica el gesto (voz y mímica) del que recita el poema, advirtiéndolo al que escucha y al que declama con un prodigioso heptasílabo que es puro teatro, como tantas cosas en la obra de Cervantes (Y luego encontinente). Le ha cambiado el ritmo para que el poema sea más de lo que parecía: y no sólo porque en vez de 14 sean 17 los versos. Prodigioso sobre todo porque parece fácil. Lo parece.

domingo, 16 de enero de 2011

De Garcilaso de la Vega al rap: la poesía es ritmo.


Toda poesía se basa en el ritmo: las emociones e ideas vienen después y ni siquiera son necesarias.  Un poema o nos atrapa por el ritmo o ni siquiera retenemos lo que dice. En estos tiempos hay demasiada poesía sin ritmo, qué se le va a hacer, demasiada prosa que se camufla como poema cuando el riesgo es el contrario.

Garcilaso de la Vega echó por el suelo toda la poesía anterior cuando consiguió para el español la naturalidad del endecasílabo a la manera italiana: Garcilaso y Boscán, en realidad, no debería olvidarse nunca a su compañero porque sin él no hubiera sido posible ni el aliento en los malos tiempos ni la complicidad del juego entre dos jóvenes que amaban la poesía por encima de todo. Y ni siquiera hubiera sido posible leer la obra de Garcilaso tan pronto en letra de imprenta. Aquel opúsculo que preparó con mimo Boscán y editó su viuda fue el paso necesario para convertirlo en el primer clásico de la lengua española.

¡Qué lugar el Generalife de Granada para pasear juntos con Andrea Navagero, el embajador veneciano! En 1526, ambos amigos se encontraban insatisfechos con la poesía del momento: se les quedaba pequeña y el ritmo en el que venía les aburría, ya no era el suyo y lo que les dijo Navagero cayó en terreno abonado. Y fue sobre todo Garcilaso quien hizo endecasílabos con acento en sexta como si siempre se hubiera versificado así en español. Ni siquiera lo había conseguido el Marqués de Santillana. Por mucho que le tildaran de traidor a la cultura castellana y le acusaran de extranjerizante, el futuro había comenzado. Es curioso que ahora muchos crean que este tipo de poesía existe en español desde siempre. No, los ritmos no se naturalizan hasta que alguien lo logra. Y es Garcilaso el que consigue que el endecasílabo italiano encaje en el ritmo del español.

Insisten, los que dicen que saben, que un endecasílabo son once sílabas: dicho así, sólo es un 10% de la explicación, la parte fácil. El endecasílabo es ritmo, un ritmo diferente a todo lo que existía en la poesía castellana de aquellos tiempos, una disposición de acentos (¡qué descubrimiento ponerlo en sexta y romper el verso en dos para jugar todas las posibilidades de la bimembración!) y un ritmo para desarrollar una idea: es una melodía en la que poner luego palabras de tal manera que parezcan que siempre han estado allí. Y el endecasílabo nació para ser unido -gracias al encabalgamiento- a la forma pequeña que lleva dentro: el heptasílabo.

Toda forma poética tiene su ritmo propio y así lo trasmiten los mejores ejemplos: los cantares épicos eran pura gestualidad; el romance nos lleva como la corriente de un río, aunque nos resistamos; la poesía cortesana da vueltas sobre sí misma, en espiral, por lo que exige un giro más para hacer algo nuevo; la poesía a la italiana que introdujo Garcilaso sirve para la idea y para el amor, sin retóricas jugando a una melodía inteligente que lo mismo nos lleva a la emoción que al intelecto; la poesía experimental se descoyunta permitiendo la cacofonía rítmica como parte esencial; la poesía visual tiene ritmo plástico y espacial; el verso libre busca un ritmo de ideas, sintáctico o que impacte el ojo que mira.

Por eso, de los que han naturalizado el rap en español a Garcilaso no hay tanta distancia: buscar ritmos nuevos para expresar de forma nueva, dominar la lengua para hacerla entrar en algo en donde en principio no parecería cómoda. Y el primero que consigue hacerlo con naturalidad nos parece dotado para hacer fácil lo difícil. Por eso mismo son tan pocos en la historia de la poesía los que merecen ser recordados.