Mostrando entradas con la etiqueta arte digital. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta arte digital. Mostrar todas las entradas

sábado, 28 de noviembre de 2020

Despojos: una forma de comprender el mundo. Reflexiones sobre la instalación poética audiovisual de Javier García Riobó

 


    Despojos es una instalación poética audiovisual de Javier García Riobó (Béjar, 1957) que programamos en Valladolid Letraherido hasta el próximo 9 de diciembre incluido. Gran parte de los visitantes de este espacio conocen la importancia de García Riobó en mi mirada artística en los últimos años y que sus imágenes están presentes en tres de mis libros: Esguevas, Echo al fuego los restos del naufragio y Gracias por su visita. En breve, publicaré otro libro con una serie de fotografías suyas. Hoy ha tenido lugar la inauguración en el jardín de la Casa de Zorrilla de Valladolid. Dejo aquí el texto que he escrito para el folleto de la exposición:

El Diccionario de la lengua española se extiende en la definición de despojo. La acepción octava lo define como “sobras o residuos”, es decir, lo que se desecha, lo que sobra, lo que nadie ha querido. En la quinta, se trata de lo que se ha perdido. En el uso coloquial, la palabra nos lleva siempre a pensar que un despojo es la parte inservible de algo, lo que arrojamos al cubo de la basura. Sin embargo, la etimología y la riqueza de la palabra nos aporta matices interesantes porque hay violencia en la acción de despojar, renuncia en la de despojarse. No significa lo mismo despojar a alguien que despojarse uno mismo de algo, hay casi una ladera ascética en ese gesto de renunciar a algo que se lleva encima.
    Conozco a Javier García Riobó desde hace muchos años y sé de su capacidad de renuncia. Se despoja del ruido, de la furia, de la angustia plastificada del ser humano moderno.  Lo hace con naturalidad, como quien se quita un abrigo que no necesita, en realidad. Como quien entra en casa y se descalza. Su vida y su obra artística han llevado siempre este camino. De hecho, gran parte de sus proyectos se basan en la destrucción del objeto de partida para llegar a una fase última en la que solo existe lo virtual, causando la menor huella posible en las cosas. La mayoría de sus trabajos nacen de recortes de prensa en papel: fotografías, anuncios, titulares, que digitaliza y reconstruye a partir de segmentos y acoples o sobre los que interviene con sutiles trazos de pintura. No es solo un proceso artístico, sino filosófico, porque no hay verdadero arte sin un pensamiento ético.
El destino del periódico es el desecho. Pasadas unas horas, unos días, salvo en las hemerotecas, todos los periódicos acaban en la basura. Las noticias, las opiniones, las crónicas más celebradas, los anuncios publicitarios, son pasado en la tarde misma del día en el que se publicaron, pero también el propio objeto que es un periódico. En el mejor de los casos, se recicla el papel para darle una nueva vida. Esto es lo que hace Riobó, dar una nueva oportunidad al papel del periódico y lo que sobre él se encuentra, transformándolo en objeto artístico a partir de la descontextualización. Lo que era una herramienta de información o táctica publicitaria se convierte en algo distinto, quizá más elevado. Este proceso de elevación no se produce solo por la descontextualización del objeto, sino fundamentalmente por la mirada del artista, que selecciona los fragmentos y los dispone de otra manera que a veces anula el mensaje inicial, otras lo resalta y profundiza. El producto final siempre nos sorprende porque nos ayuda a comprender mejor el mundo viéndolo desde otro ángulo. No hay mejor forma de definir la misión artística.
    Lo mismo ocurre con las fotografías tomadas de la realidad. Riobó me enseñó, hace años, la importancia de la mirada porque define a cada individuo y lo singulariza. La realidad no existe en nosotros salvo en perspectiva. A partir de esas fotografías de playas o de objeto cotidianos, tomadas todas a una distancia humana alejada de la imagen turística, testimonial o necesitada de trucos y filtros digitales que la dramaticen, Riobó consigue ver las cosas de otra manera y presentárnoslas en un significado que construye un mundo diferente, pero que estaba ahí, delante de todos, y que no supimos ver hasta que el artista nos lo mostró.
    Despojos es una instalación poética audiovisual que reúne una parte de las series digitales trabajadas por Javier García Riobó en los últimos años, presentadas con un sentido unitario: la reflexión sobre la sociedad actual y su dependencia de un consumismo que solo nos lleva a ser menos críticos y libres. Consta de cuatro monitores en los que se proyectan imágenes -algunas con texto- y música. El espectador se sumerge en un impacto visual y auditivo, gracias a la música, la oscuridad total y la palabra de Eva Moreno recitando los fragmentos textuales. La intención inicial del artista era presentarnos estas cuatro series (Despojos -sobre fotografías publicadas en la prensa, intervenidas plásticamente con pintura acrílica para después devolverlas al mundo de la fotografía digital-, Poemas sobre negro -titulares de prensa recortados para construir mensajes poéticos con contenido crítico y fotografiados después-, Relato de agua sobre arena -fotografías de playa intervenidas con textos que reflejan el estado anímico- y Atrapados en la red -imágenes fotográficas de redes de supermercado intervenidas con textos para resaltar el consumismo que mide todo por su precio y como símbolo de las redes que tratan a los seres humanos como mercancía-) en bucle continuo. Como cada una tiene su propio latido temporal, lo que inicialmente se nos presentaba sincronizado pronto llegaría a una aparente discordancia, tal y como ocurre en el mundo. Digo aparente porque es la desarmonía la que explica mejor la unidad, aunque parezca paradójico. La armonía de la vida debe acoger también ese caos para que esté completa y podamos aceptar y comprender lo que nos puede causar perplejidad: sin esta difícilmente habría pensamiento reflexivo sobre la sociedad en la que vivimos. Javier García Riobó comprende mejor el mundo aceptando también sus despojos. Sin embargo, la pandemia que nos azota, impide presentar la instalación como fue proyectada y hemos de reducirla a un cuarto de hora durante el que el desajuste es menor, como si el protocolo sanitario nos pidiera regular el mundo, hacerlo menos extraño y más abarcable. No obstante, fuera de la sala sigue la epidemia y la realidad múltiple, acogedora y desasosegante a la vez.
    Curiosamente, entre las acepciones recogidas por el Diccionario, despojar también significa extraer algo de interés para entender mejor y despojo es el material de desecho con el que se levanta otro edificio. Este es el verdadero significado de esta exposición. Lo que fueron desechos -los recortes de papel del periódico que terminó en el cubo de basura-, acaban, por la virtud del artista y de su pensamiento, construyendo la mirada que nos explica mejor y permite que podamos comprender cómo es el mundo al verlo desde otro ángulo. Como llegar a casa y quitarse el abrigo que no necesitábamos.

Vídeo de la presentación, pinchando en este enlace. 

martes, 23 de julio de 2013

Obra-colección. El artista como coleccionista


Para Manolo, que sabe cómo convertir un encargo en un acicate para pensar.

La evolución de los medios tecnológicos digitales ha acelerado la difuminación de las fronteras que separaban tradicionalmente, en el mundo de la cultura y del arte, al productor del consumidor, hasta el punto de que se aplicara al mundo cultural hace años el concepto de prosumidor -nacido originalmente para las relaciones comerciales- para resaltar, precisamente esta proximidad entre ambos o la alteración de los roles tradicionales a cada uno otorgados. Ha sucedido siempre que se ha generalizado una tecnología y el fenómeno creció exponencialmente en el siglo XX con la carta de naturaleza que el arte pop dio a la posibilidad de que todos pudiéramos ser artistas. La tecnología digital, su extensión y abaratamiento, el hecho de que en estos momentos un tanto por ciento cada vez más alto de la población pueda poseer un teléfono móvil que le permita hacer fotografías de calidad, editarlas y publicarlas en pocos momentos, ha alterado sustancialmente el panorama artístico. No solo de la fotografía, sino también del video o de la música.

Es interesante ver cómo reaccionan los artistas ante el fenómeno que ha generalizado los procedimientos tecnológicos que estaban reservados hasta hace poco a los iniciados. Ya no es, no puede ser, la tecnología lo que separe al artista del no artista. Cuando algunos pintores del siglo XV aplicaron la técnica de la cámara oscura para desarrollar el engaño del ojo en el que consiste el efecto realista de la tercera dimensión en un cuadro guardaron tanto el secreto que incluso hoy muchas personas ignoran que así se produjo un salto en la pintura. Hoy no es posible porque cualquier persona que desarrolla una tecnología quiere obtener beneficios económicos rápidos y convertirla en una aplicación para teléfonos móviles. Y en ese mismo momento saldrán cientos de personas capaces de desarrollarla y perfeccionarla incluso gratis.

Por eso, uno de los fenómenos más interesantes del mundo artístico actual es la forma en que se gestiona todo esto. Muchos artistas han vuelto al mundo analógico y la obra única. Los que siguen en el mundo digital se dividen entre aquellos que sienten amenazada su situación de privilegio y abominan de los bárbaros que invaden un territorio hasta hace poco reservado para unos pocos y aquellos que interactúan con lo que ocurre. Aquellos están condenados a extinguirse o a ser meros productos de moda.

Obra-colección. El artista como coleccionista, la muestra comisariada por Joan Fontcuberta que se expone actualmente en la Sala Municipal de Exposiciones de San Benito de Valladolid (que parece haber resuelto excelentemente en las últimas muestras sus problemas de iluminación, por lo que los visitantes nos felicitamos), es una excelente muestra de los caminos que se le abren al artista a partir de la interacción con el fenómeno descrito al inicio de la entrada. Una de las artistas expuestas, Penélope Umbrico busca en Internet fotografías de parejas ante una puesta de sol. El resultado puede ser de millones, una por una sin más valor que el emotivo para aquellos que se las hicieron como recuerdos. Pero su exposición en un panel (Subset Portraits from 11,827,282. Flickr Sunsets on 07/01/2013) con otras decenas de imágenes dota a la serie de un ritmo visual y de toda una reflexión sobre la necesidad del arte y de la reutilización de material para crear una obra nueva. Lo mismo sucede con la propuesta de videoinstalación de Emilio Chapela Pérez, Gun (2011), construida a partir de la sucesión de las imágenes surgidas en Wikipedia y Google tras buscar la palabra Gun (arma): un juego irónico con la facilidad de acceso a la información sobre algo sometido a debate permanente. Richard Simpkin (Richard & Famous) construye su proyecto sobre el fenómeno de masas de los fans que buscan el autógrafo o la fotografía con famosos: más de 450 fotografías en las que sale junto a personajes de actualidad. Una a una, sus fotografías son insustanciales y hasta de penosa calidad. Todas juntas crean un símbolo de nuestro mundo.Proyectos diferentes pero con la misma intención son el panel de Hans Eijkelboom que sale a buscar por Nueva York personas con números en su vestimenta, del 1 al 100 o el de Eric Tabuchi que durante meses fotografió en diferentes carreteras letras en las traseras de los camiones hasta construir un alfabeto.

Si en el mundo digital todos podemos ser artistas gracias a la extensión en la formación y las habilidades tecnológicas, algunos artistas deberán sobresalir sobre el resto de nosotros por la capacidad de su mirada para generar nuevas reflexiones o la ironía para interactuar con lo que otros hacen. El resto de los artistas, por mucho que sus marchantes se empeñen en situarlos en los catálogos de las grandes colecciones o de las principales salas, serán modas pasajeras para convertirse en uno más entre millones.


martes, 5 de enero de 2010

Arte digital: Internet y más allá.


Internet tal y como se concibe hoy no es el futuro del arte digital. Casi ni es el presente: es lo que más ha sorprendido en la última década, pero junto a la red se han desarrollado otras fórmulas de difusión de lo digital a las que nos hemos habituado sin tantas polémicas como ha desatado Internet. Internet ha sido y es una extraordinaria herramienta de comunicación rápida y eficaz con una gama de posibilidades como nunca ha tenido ninguna otra de las usadas por el ser humano, pero entenderla sólo como aquello que se produce cuando mi ordenador se conecta a la red es achicarla hasta la caricatura. Y reducir el arte digital a Internet es no conocer la realidad del fenónemo.

En cualquier hogar con cierto mediano pasar hay cámaras fotográficas y de vídeo, reproductores audiovisuales, televisiones, videoconsolas, teléfonos, etc., que soportan la nueva tecnología y producen y reciben continuamente arte digital en todos sus niveles. Incluso para intercambiar información entre todas estas máquinas hay posibilidades sin necesidad de conectarlos a la red. Cuando entramos en un museo moderno, sea cual sea su especialidad, asistimos a una muestra de productos artísticos digitales que reproducen y explican la temática del museo en pantallas, hologramas, etc. Suelen sumar artefactos diferentes para conseguir efectos correspondientes a diferentes sentidos corporales. No digamos si este museo es de arte contemporáneo.

Hace mucho tiempo que el arte digital está presente en nuestras vidas sin necesidad de conectarnos a un ordenador: a veces como diseño tecnológico que busca fomentar el consumo (al igual que miles de textos artísticos convencionales), en ocasiones como mero placer estético. Algunos de los regalos que más éxito han tenido en esta última Navidad han sido los marcos para fotografías digitales y se han difundido ya varios modelos de libro electrónico con un respetable volumen de ventas, que ha superado en algunos sectores a la de los libros tradicionales. Las pantallas de cine ya no se entienden sin la reproducción de un producto en versión digital.

Hace tiempo que lo que llamamos Internet ha salido de la pantalla plana del ordenador tradicional, pero algunos aun polemizan sobre la red como si acabara de nacer y piensan que bastaría con cortar un cable para que todo se viniera abajo. Incluso para estar en desacuerdo con el arte digital debemos conocerlo primero. Como en todos los saltos tecnológicos hay resistencias mentales reseñables. Hay documentos que indican cómo desde ideologías contrarias se señaló a la imprenta como culpable de la perversión de la cultura y la literatura: la condenaban desde los púlpitos de las iglesias católicas y desde las reuniones de grupos que hoy llamaríamos revolucionarios. Para unos la imprenta era obra del demonio, para otros un instrumento al servicio del poder. No es de extrañar que las mismas voces y los mismos argumentos vuelvan a oírse unos siglos después. Por otra parte, las posibilidades de lo digital no anulan otros procesos artísticos tradicionales, sino que los complementan y amplían.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

escritura digital


Hay varios elementos esenciales en el proceso de escritura electrónica. En primer lugar, la conciencia del acto físico de la escritura es distinta. Hay algo físico, pero su condición es muy diferente a la que ha protagonizado la historia de la escritura: tanto que a veces el que escribe se olvida de ella. Incluso podemos escribir con la voz directamente en el ordenador: los programas más avanzados pueden escribir con impulsos de la retina del ojo o movimientos del párpado, lo que ha servido de única forma de comunicación a muchos enfermos. De niños todos hemos sacado punta al lapicero o las pinturas, olido la goma de borrar y hemos manchado nuestros dedos de tinta, no sé si los niños actuales serán de las últimas generaciones que tengan estos recuerdos de forma masiva.

En segundo lugar, en el antiguo proceso de escritura se estaba sólo ante la hoja en blanco, mientras se mordía el lapicero o se jugaba elegantemente con la pluma estilográfica, cosa que ya no sucede en el ordenador, en el que hay una variedad de barras de herramientas y una infinidad de utilidades -desde el diccionario hasta la música de fondo- que antes procedían de fuentes diversas al soporte sobre el que se realizaba la escritura.

En tercer lugar, la escritura antes se hacía con el alfabeto convencional de la lengua propia: el papel se poblaba de letras y signos que uno aprendía a diferenciar y dominar con el tiempo. En el proceso de escritura electrónica, en realidad yo no escribo con letras ni mis signos de puntuación son los mismos que en el proceso convencional: sólo lo parecen. Debajo de ellos, hay combinaciones del sistema binario: el mismo que sirve para digitalizar las imágenes y los sonidos. Cuando escribo ya no uso un código diferente al de los músicos, los fotógrafos o los cineastas que usan soportes digitales, sino el mismo. No es sólo el resultado final del proceso: también puede ser el inicio de una nueva creatividad artística.