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lunes, 30 de enero de 2023

La lección de la bañista. De Concha Méndez a Mateo Hernández

 


En las primeras décadas del siglo XX, los artistas de vanguardia quisieron reflejar la presencia de un tipo de mujer muy diferente al tradicional. Correspondía este interés artístico con la construcción del feminismo moderno, tan necesario. La pintura, la escultura, la ilustración, la literatura, mostraba ese nuevo tipo de mujer liberada de las normativas sociales sobre lo que se podía o no hacer, cómo podía o no vestirse o si se tenía acceso a la educación superior o no (hasta 1910, las españolas no pudieron acceder a a los estudios universitarios sin pedir previo permiso; el 1 de octubre de 1931 las mujeres consiguieron el derecho a voto). Es singular la atención prestada por el arte y la publicidad a la mujer deportista, que significaba la ruptura de una de las trabas más importantes para la presencia de la mujer en la vida pública. Maruja Mallo pintó a la poeta Concha Méndez en su cuadro Ciclista (1927) y Concha Méndez escribió un prodigioso poema que parece hecho hoy mismo, Nadadora, recogido en su libro Surtidor (1828), que Sheila Blanco ha musicalizado oportunamente y traído a la actualidad.

Mis brazos:
los remos.

La quilla:
mi cuerpo.
Timón:
mi pensamiento.

(Si fuera sirena,
mis cantos
serían mis versos.)

En este poema se igualan lo corporal, la actitud vital y la escritura y vale tanto como una poética.

Rafael Alberti compuso un soneto a una patinadora sobre el que María Teresa León escribió uno de los cuentos más importantes de la literatura española, Rosa Fría, patinadora de la Luna. Hay muchas más, pero sin Maruja Mallo, Concha Méndez y María Teresa León, ¿cómo contar la cultura española de las décadas iniciales del siglo XX? Hemos tenido que esperar hasta ahora mismo para que la editorial Cátedra publique El solitario, uno de los proyectos literarios más importantes de Concha Méndez y de la literatura española de los años treinta y cuarenta. Cuenta con un prólogo de María Zambrano, otra de las imprescindibles. La edición se debe a Berta Muñoz Cáliz y Diego Santos Sánchez. ¿Servirá todo esto para que incorporemos definitivamente a nuestras lecturas, nuestra imagen cultural colectiva y nuestros programas de enseñanza la obra de estas mujeres en igualdad con la labor de sus coetáneos varones?

En las escaleras de entrada al Museo dedicado a Mateo Hernández en su ciudad natal, Béjar, se encuentra esta Bañista que he fotografíado el pasado sábado, reproducción en bronce del original realizado en 1925, a tamaño natural, en granito coral de Finlandia, hoy en en el Museo Reina Sofía de Madrid. Mateo Hernández, que procedía de familia de canteros, recuperó la talla directa sobre materiales duros y su técnica asombró en el París que bullía de innovación y modernidad, a pesar de que en España nunca ha tenido el reconocimiento que de verdad merece. La mujer retratada es Fernande Carton Millet, su compañera. En esta obra está la modernidad plena: el escultor atacando directamente la piedra y la mujer libre. No deberíamos olvidar estas lecciones.

martes, 23 de febrero de 2010

La mujer en el siglo XX (Modernas y vanguardistas, de Mercedes Gómez Blesa).


Uno de los cambios más significativos que se produjeron en la sociedad occidental a lo largo del siglo XX fue la transformación del rol femenino. De hecho, su modificación fue tan profunda en las posibilidades teóricas que aun la práctica cotidiana no ha conseguido asimilarla del todo y, en especial en cuanto a las relaciones emocionales y laborales, no se ha alcanzado una nueva situación de equilibrio: quizá porque la transición de un mundo en el que la mujer apenas tenía derechos a otro de plena igualdad aun no está cerrada, aunque también puede influir el hecho de que todo el ámbito de las relaciones humanas -ya no sólo de las cuestiones de género- se ha revolucionado en el pasado siglo de tal manera que aun estamos negociando con estos cambios. Si esto sucede en el mundo occidental y democrático, el camino está apenas iniciado en otros ámbitos culturales en los que conviven, en muchas ocasiones, comportamientos preindustriales junto a los programas de televisión más modernos recibidos por parabólica.

España fue un país en el que estos cambios comenzaron al mismo tiempo que en el resto del mundo occidental y, en algunos casos, estuvo en la vanguardia, como en el reconocimiento del voto femenino. Fue un proceso lento que se inició a finales del siglo XIX y que tuvo un momento de esplendor en los años de la II República (1931.1939). Por supuesto que la mayor parte de las mujeres españolas no gozaron, en la práctica, de los mismos derechos: en muchas ocasiones, porque la herencia cultural y la moralidad de la que participaban les impedía reconocerse en ellos, en otros porque la presión social en las localidades más pequeñas o en los ámbitos familiares lo impedía. Por ello, es interesante el estudio del proceso por el que fueron calando las nuevas ideas desde un significativo número de intelectuales hasta capas sociales más populares y cómo todo ello se fue articulando tanto en la visibilidad de la mujer con su participación en la vida cultural y política del país como en la legislación que amparaba el camino hacia la igualdad frente a todas las reticiencias tanto de algunos sectores sociales como de instituciones que la negaban.

Mercedes Gómez Blesa ha escrito un oportuno y necesario ensayo que permite conocer más este proceso: Modernas y vanguardistas. Mujer y democracia en la II República (Madrid, Laberinto, 2009). En él analiza los cambios de todo tipo que hicieron posible la presencia de la mujer en la primera línea de una sociedad en transformación:

Todos estos cambios y transformaciones que aplaudía esta élite femenina de intelectuales supusieron un verdadero revulsivo para muchos hombres de sus respectivas generaciones, que vieron peligrar su androcentrismo, dando lugar, por tanto, en la primera treintena del XX, a una reacción misógina que buscó fundamentarse, no sólo en los prejuicios sociales y religiosos, sino en novedosas teorías científicas, y que generó un animado debate público sobre la identidad femenina y su papel en la sociedad española. En este ensayo, por tanto, nos gustaría acompañar a estas mujeres modernas y vanguardistas en su largo y dificultoso camino hacia la igualdad política y civil, conquistada en la II República. Incideremos en las mejoras legislativas que trajo la Segunda República para la mujer y analizaremos la presencia femenina en los espacios públicos, al igual que las principales aportaciones de estas intelectuales y de las principales líderes obreras al debate feminista y a los diferentes ámbitos de la cultura.

Por otra parte, este libro está bien escrito y se deja leer con facilidad sin perder rigor metodológico en su planteamiento y esquema, que va desde los orígenes culturales de la intelectualidad que conseguirá la proclamación de la II República española hasta el logro del sufragio univeral en 1931. En él, además, se hallará el nombre de las grandes intelectuales del período que contribuyeron a todo el debate y que han de tenerse siempre como referentes: Carmen de Burgos, Maria Lejárraga, Margarita Nelken, Clara Campoamor, María Zambrano (de la que la autora es una gran especialista) y Federica Montseny.

Está suficientemente estudiado cómo en algunos países -singularmente, en los EE.UU.-, el conflicto bélico de la II Guerra mundial fomentó el avance de los derechos de la mujer: durante la guerra se habían acostumbrado a vivir sin los hombres jóvenes, que luchaban en el frente, y a trabajar fuera del hogar y, a pesar del bombardeo ideológico que procuró la vuelta a un hogar tradicional en la postguerra (en especial a través de la publicidad, la televisión y el cine), las cosas habían cambiado tras superar el punto de no retorno.

En España, sin embargo, el final de la Guerra Civil supuso un amargo retroceso para la igualdad de la mujer. La dictadura franquista impuso un tipo de sociedad y moral pública que cortó de raíz el camino iniciado en las décadas anteriores. Durante décadas, la mujer fue considerada una persona sin la misma entidad jurídica que los hombres y su presencia en muchos espacios públicos era mal vista o inexistente. Sin embargo, a pesar de todos los intentos, la lógica permeabilidad ante lo que sucedía en otros países -en especial a partir de los años sesenta- y la semilla de los debates mantenidos antes de 1939, terminaría imponiendo en la Transición española hacia la democracia la necesaria revisión del rol de la mujer. Hoy la igualdad, en el campo legislativo, es plena, incluso de las más avanzadas de los países occidentales, aunque aún busquemos una fórmula que permita integrarla en la vivencia cotidiana.