La rima 53/XXIX (Sobre la falda tenía) es perfecta técnicamente y contiene una intencionada mirada artística que se va desplegando por capas de tal manera que puede contentar a un variado tipo de lectores.
En principio es, en verso, una estampa que los pintores románticos intentaron atrapar decenas de veces: la imagen de una pareja de jóvenes lectores enamorados. Bécquer, en esto, no puede ser más de su época: la mujer que lee sirve de inspiración a los artistas del momento porque ya es una realidad social innegable. Curiosamente, en la actitud ensimismada de la lectora -que lee desentendiéndose de todo lo que hay a su alrededor o que ha dejado abandonado por un momento el libro, que sostiene con ensayado desmayo sobre su falda, para mirar hacia el vacío aunque, en realidad, mira hacia dentro de su propia fantasía- hay un componente de evidente sensualidad, de elegante sensualidad, como el que representará mucho tiempo después el de la fumadora. Pocos saben que Bécquer, entre sus muchos proyectos, quiso lanzar una colección de obras de lectura exclusivamente dirigida para la mujer con una evidente finalidad comercial. La incorporación de la mujer de clase media a la lectura de novelas es muy anterior, por supuesto, pero solo a mediados del siglo XIX es tan evidente, tan pública y constituye un mercado editorial tan importante y en crecimiento hasta hoy. De hecho, muchos escritores ya escribían pensando en este público potencial bien con fines meramente comerciales bien con intención de influir en el comportamiento de la mujer desde perspectivas ideológicas muy diversas (o ambas cosas a la vez). El éxito era creciente, para escándalo de los moralistas conservadores, que condenaban esta costumbre porque la consideraban peligrosa para su educación sentimental.
Cuando a la lectora le acompaña su enamorado, todo adquiere un significado evidente:
Sobre la falda tenía
el libro abierto;
en mi mejilla tocaban
sus rizos negros;
no veíamos las letras
ninguno, creo,
y, sin embargo, guardábamos
hondo silencio.
Es una escena estática, de la que se podría haber obtenido una fotografía de época con un significado costumbrista -evidentemente, de un costumbrismo bien diferente al que retrataba los oficios que desaparecían en el cambio histórico que se producía en aquellos momentos-. Un encuentro de dos amantes en un lugar apartado, con la excusa de leer juntos un libro. Pero las pasiones se han desbordado, como era de esperar, por otra parte. De hecho, esa convulsión sentimental está representada de una forma radicalmente moderna y rupturista para su época: la mezcla de versos de ritmos par e impar en una misma composición que da la sensación de inestabilidad, de que algo está pasando aunque no lo parezca. Y es justo esa pasión interior, reforzada por la métrica, la que rompe el estatismo para que estalle la pasión:
¿Cuánto duró? Ni aun entonces
pude saberlo.
Solo sé que no se oía
más que el aliento,
que apresurado escapaba
del labio seco.
Solo sçe que nos volvimos
los dos a un tiempo
y nuestos ojos se hallaron
y sonó un beso.
Bécquer nos ha contado la anécdota con suma perfección técnica: nos ha llevado al beso de forma progresiva pero inevitable. Pero no se queda ahí, porque no es su intención y da un salto. En una primera lectura parece que el argumento de la rima continúa, sin más, lo dicho. Los amantes dialogan brevemente -retoman, en realidad, un diálogo interrumpido por la conmoción pasional- y explican lo que les ha pasado a través de la lectura:
Creación de Dante era el libro,
era su Infierno.
Cuando a él bajamos los ojos
yo dije trémulo:
-¿Comprendes ya que un pomea
cabe en un verso?
Y ella respondió encendida:
-¡Ya lo comprendo!
Pero lo que parece sencillo es, en realidad, un juego complejo de espejos y metaliteratura. Un guiño por el que Bécquer nos lleva donde él quiere llegar en realidad: a la literatura. Hay un salto en el poema, que corresponde con el salto de intensa emoción provocado por el beso y representado, en la escritura, por los puntos suspensivos que se escriben tras el beso. Pero este silencio es parte del poema: en realidad es lo que lo explica. En los puntos suspensivos se halla todo lo que significa lo que ha ocurrido antes -que prepara este silencio- como lo que ocurre después -que lo explica-. Bécquer escribe el poema entero para explicar justamente esos puntos suspensivos, que es en donde radica de verdad el poema: es decir, lo que no se puede explicar con la palabra sino a través del lenguaje metafórico. La experiencia de la belleza solo puede sentirse: a través de la lectura del verso de Dante con el que arranca el poema (La bocca mi bacciò tutto tremante...), a través del beso de los dos amantes. Dos experiencias en los que los protagonistas han estado tan cerca de la belleza que no necesitan palabras para explicarla. Excelente paráfrasis del texto de Dante: lo explica y amplía, precisamente, a través del silencio.
En esta estrofa final no la explican, solo la aceptan.
En Bécquer todo esto se hace a través de un hermoso y certero juego de espejos: en el verso de Dante (Divina Comedia, Infierno, Canto V), Francesca de Rímini cuenta que Paolo la besó mientras leían una narración en la que Lancelot besaba a Ginebra (seguirá la muerte violenta de ambos al ser descubiertos por el marido y la condena al infierno, que con fineza Dante hace derivar de un hecho desencadenado por la lectura de un libro). Bécquer hace que sus enamorados repitan la misma acción. Interesante planteamiento y relectura becqueriana del texto clásico que, a su vez, parte de otra lectura de un texto caballeresco: Fracesca y Paolo están en el Infierno porque su amor era adúltero, pero Dante se apiada de ellos precisamente por su condición de amantes y su aceptación del sufrimiento que ello les acarrea. Otro dato que puede aclarar la intención de Bécquer: en la Divina Comedia, Francesca cuenta, ante una pregunta directa del mismo Dante, que se enamoraron precisamente en ese momento de la lectura, cuando llegan al instante en el que Lancelot besa la risa amada (il disiato riso) y algo les impulso a imitar el gesto. Bécquer continúa el bucle literario ideado por Dante (cuya obra también es un camino hacia el descubrimiento de la poesía mucho más que un viaje alegórico) y lo actualiza para el siglo XIX. Pero, a la vez, lo usa para explicar cómo la belleza -que es el fin último de la poesía- no puede ponerse en palabras más que por aproximación. O, como en este caso, a través del silencio.
Incluso aquellos que lean esta rima solo desde el argumento intuyen toda esta belleza. Es sobre todo por estas razones por las que Bécquer debe leerse hoy.
Noticias de Bécquer
Cecilia publica una entrada en la que se juntan la experiencia personal con Bécquer y una razón certera: en los estudios de literatura, al llegar a Bécquer, por muy mal que nos lo explicaran, el joven estudiante detectaba que algo había cambiado y comenzaba a entrar en territorio conocido.
Ele Bergón recrea con sutileza y contención la leyenda becqueriana
Los ojos verdes. Después, resume con inteligencia,
en un solo párrafo,
Maese Pérez el organista.
Mª Ángeles Merino, nuestra Abejita de la Vega, da toda una lección de cómo se interioriza, actualiza e ilustra
una leyenda como La promesa.
En este enlace podrás encontrar las instrucciones para seguir la lectura de la obra de Bécquer en La Acequia, con los índices de las entradas. Si me he olvidado de alguien, avisadme para corregir el error.
Noticias de la lectura de la trilogía dantesca de Óscar Esquivias
Noticias de la lectura del Quijote
La lectura del Quijote se convierte en proyecto permanente de La Acequia (en este enlace) al que se puede incorporar todo aquel que lo desee en cualquier momento y, por lo tanto, seguiré publicando, periódicamente, las noticias correspondientes.
Relación de próximas lecturas
Septiembre: Riña de gatos, de Eduardo Mendoza.
De octubre a enero: Sonatas de Valle Inclán. El orden de lectura de estas novelas no corresponderá con el de la cronología interna de la obra sino con el de su publicación, para experimentar cómo construyó Valle la biografía de su personaje y cómo lo recibieron los lectores de su época