El poeta llevaba siempre los bolsillos de su gabardina llenos de poemas escritos en papeles arrugados. Decía que iba o venía de Bilbao y te proponía acompañarlo en su próximo viaje después de haberte leído alguno de sus manuscritos en los pasillos de la facultad o en los bares de la zona. Un día de los años ochenta anunciaron una conferencia recital de Rafael Alberti en el Paraninfo de la Universidad de Valladolid y hasta allí se encaminó el poeta, con paso decidido y sonrisa. Todas las butacas estaban ocupadas, había muchas personas de pie al fondo, sentados en el suelo en los pasillos y en las escaleras que subían hasta el estrado. Avanzó como pudo, esquivando a unos y otros, hasta el centro de la sala. Alberti había comenzado a hablar unos minutos antes, tras una presentación laudatoria de no recuerdo quién. El poeta alzó la voz: ¡Coño, Rafael! Ya tenía ganas de saludarte. La frase se convirtió en legendaria y, como todas las leyendas, difiere algo en las versiones: ¡Saludos, Rafael! Ya tenía ganas de conocerte, ¡Ya era hora, Alberti! Un gusto saludarte... Yo estaba allí y recuerdo la primera. Alberti quedó perplejo, sin saber cómo reaccionar durante unos segundos. El poeta se dio la vuelta y salió por donde había entrado. Yo había visto a Rafael Alberti antes, en el patio de la hospedería de San Benito, mucho antes de que restauraran el edificio para dependencias municipales, en uno de aquellos recitales que dio por España con Nuria Espert. Alberti ya era, sobre todo, Alberti y de eso hacía antes de cobrar el bolo. El poeta no compareció entonces. Doy fe.
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martes, 28 de noviembre de 2023
sábado, 28 de junio de 2014
La Residencia de Estudiantes. La cultura de la Edad de Plata y Valladolid
Al interesante programa de actividades que se han organizado desde que se conmemorara el centenario de la Residencia de Estudiantes, se suma ahora esta exposición que añade la vinculación de varios residentes con la ciudad de Valladolid (Sala Municipal de Exposiciones de la Casa Revilla de Valladolid, hasta el 20 de julio).
Organizada por Acción Cultural Española, el Ayuntamiento de Valladolid, la Residencia de Estudiantes y El Norte de Castilla, repasa primero la importancia que tuvo la Residencia desde su fundación por la Junta de Ampliación de Estudios en 1910 hasta 1936, cuando la Guerra civil vino a cerrarla. La Residencia fue uno de los proyectos más notables de educación superior en España y su disolución por el régimen dictatorial de Franco una de las cosas que más debe lamentar la cultura española. Un efecto de su cierre fue la destrucción de un verdadero tejido cultural y científico sostenible. De ese vacío tardó medio siglo la Universidad y la cultura española en recuperarse, si es que alguna vez lo hizo.
Por otra parte, la Residencia no era un proyecto aislado sino la culminación más visible de todo un programa de educación laica, moderna y con unos valores cívicos, de igualdad y progreso que buscaba tanto la mejora del país en su conjunto como la excelencia de las individualidades a las que, además, se les inculcaba su condición de deudores con una sociedad que les apoyaba. Próxima a los ideales de la Institución Libre de Enseñanza y el krausismo, suponía el broche de un proyecto educativo que abarcaba todos los niveles. Basta repasar los nombres de los científicos, intelectuales y artistas vinculados a la Residencia para comprenderlo. La Residencia adoptaba gran parte de las innovaciones de los campus anglosajones y, además, valoraba el intercambio activo entre los residentes de varias ramas. No se entendía la educación en apartados estancos como se favorece ahora sino la eficaz convivencia entre las ciencias, las humanidades y los estudios técnicos. Fomentó también un programa activo de becas para que pudieran acceder estudiantes menos favorecidos económicamente, la educación integral y cívica y la incorporación activa de la mujer a los estudios superiores. También la divulgación de los conocimientos y descubrimientos científicos mundiales: allí dieron conferencias Einstein, Curie o Le Corbusier. Su programa de actividades y publicaciones asombra todavía hoy.
La vinculación vallisoletana con la Residencia no fue menor. Una de los efectos del impulso cultural de aquella época fue el establecimiento de una red con nudos en casi todas las capitales de provincia. Algunos jóvenes vallisoletanos estuvieron vinculados directamente con la Residencia, como Jorge Guillén (integrante del Grupo del 27) o Pío del Río Hortega (excelente médico e investigador). Pero es más interesante aún la extensión de lo que ocurría en la Residencia o en sus proximidades a estas capitales de provincia. En el caso de Valladolid, Jorge Guillén sirvió de puente para que a Valladolid llegaran Alberti o Lorca y fueran recibidos por escritores locales como José María Luelmo o Francisco Pino, impulsores también de revistas en cuyas páginas colaboraron.
Esta exposición nos brinda una nueva ocasión para meditar sobre la historia cultural de España, que tanto ha crecido a empujones por culpa de la violenta actuación de tantos contra todo lo que suponía modernizar el país.
viernes, 23 de abril de 2010
Cuando se pierde la ciudad
En la tristeza hay un momento en el que se pierde todo: es mucho antes de que se descubra el mundo con otros ojos. No sé si todos pasamos por la experiencia necesaria de sentirnos tan vacíos que parecemos roídos por dentro con un descorazonador metálico. No hay forma de ser equilibrado sin haber perdido previamente todo lo que se lleva por dentro. Quien no ha sentido ese dolor no sabe lo que es una noche.
Rafael Alberti lo expresó en uno de los mejores poemarios de la poesía española y, quizá, el mejor de los suyos en la línea de la vanguardia. Sobre los ángeles (1929) cuenta la experiencia de quien ha llegado a ser sólo carcasa para poder volver a la vida a mirarla de otro modo, si sobrevive. Hay algo (el desamor, la soledad, el descubrimiento de que lo que le dijeron a uno antes de la madurez no le vale para el resto de la vida) que nos empuja a la más brillante de las derrotas, la de perdernos por dentro sin hacer nada para impedirlo:
Llevaba una ciudad dentro.
Y la perdió sin combate.
Y le perdieron.
Sombras vienen a llorarla,
a llorarle.
-Tú caída,
tú, derribada,
tú,
la mejor de las ciudades.
Y tú, muerto,
tú, una cueva,
un pozo, tú, seco.
Cuando nos dormimos somos de otra manera nosotros: y es en el sueño en el que se declara la tempestad que puede devastarnos: hasta la ceniza.
Te dormiste.
Y ángeles turbios, coléricos,
la carbonizaron.
Te carbonizaron tu sueño.
Y ángeles turbios, coléricos,
carbonizaron tu alma, tu cuerpo.
Y la perdió sin combate.
Y le perdieron.
Sombras vienen a llorarla,
a llorarle.
-Tú caída,
tú, derribada,
tú,
la mejor de las ciudades.
Y tú, muerto,
tú, una cueva,
un pozo, tú, seco.
Cuando nos dormimos somos de otra manera nosotros: y es en el sueño en el que se declara la tempestad que puede devastarnos: hasta la ceniza.
Te dormiste.
Y ángeles turbios, coléricos,
la carbonizaron.
Te carbonizaron tu sueño.
Y ángeles turbios, coléricos,
carbonizaron tu alma, tu cuerpo.
Qué pena los que nunca se perdieron por dentro, los que nunca sintieron el dolor del vacío y la soledad más absoluta: la que nos muestra que todo lo que creíamos ser ya no es cierto. No es un alivio sentirse seguros.
lunes, 21 de abril de 2008
Rosa-fría y la mujer dinámica
Este, en apariencia, enigmático soneto juega con muchas cosas, como todo el libro en el que se inserta (Marinero en tierra, 1924): tradición y vanguardia; amor y creación literaria; el mundo prelógico de lo infantil y el folclore y el cultismo. De hecho, el poema supone la escritura de un soneto perfecto, la estrofa que siempre se ponía como prueba de fuego de un poeta, y su descoyuntamiento sintáctico y temático (sobre todo con el final abierto que da paso al siguiente, sin el que no puede comprenderse: Malva-luna-de-yelo).
Hoy no he querido leerlo con la clave temática amorosa en la que suele comentarse (un amor juvenil perdido o la separación al alba de los amantes tras el encuentro nocturno) ni siquiera en una clave más difícil pero que da nuevo relieve a Marinero en tierra, la de la aventura poética de vanguardia. A veces, uno siente la necesidad de explicarse las cosas desde otro ángulo y he decidido fijarme en la mujer patinadora:
Ha nevado en la luna, Rosa-fría;
los abetos patinan por el yelo.
Tu bufanda rizada sube al cielo,
como un adiós que el aire claro estría.
¡Adiós, patinadora, novia mía!
De vellorí tu falda, da un revuelo
de campana de lino, en el pañuelo
tirante y nieve de la nevería.
Un silencio escarchado te rodea,
destejido en la luz de sus fanales,
mientras vas el cristal desquebrajando...
¡Adiós, patinadora!
El sol albea
las heladas terrazas siderales,
tras de ti, Malva-luna, patinando.
los abetos patinan por el yelo.
Tu bufanda rizada sube al cielo,
como un adiós que el aire claro estría.
¡Adiós, patinadora, novia mía!
De vellorí tu falda, da un revuelo
de campana de lino, en el pañuelo
tirante y nieve de la nevería.
Un silencio escarchado te rodea,
destejido en la luz de sus fanales,
mientras vas el cristal desquebrajando...
¡Adiós, patinadora!
El sol albea
las heladas terrazas siderales,
tras de ti, Malva-luna, patinando.
En efecto, el poema habla de la metamorfosis de Rosa-fría, su cambio, desde la perspectiva del amante clavado en el sitio, que no puede seguirla. Ella se ha ido, ha pasado a su lado con el revuelo de su falda al viento y el rizo de su bufanda. Apenas ha podido gritarle un adiós. Tras ella -¿o ella misma?-, Malva-luna, sombría y madura.
Rosa-fría es puro dinamismo. Con imágenes y sensaciones de la más pura vanguardia -la metáfora, la sinestesia, lo prelógico- trasforma Alberti el ambiente propio de la literatura infantil tanto que entonces sonarían estas palabras extrañas e incomprensibles. Pero había algo más, como en el cuento de María Teresa León que se inspira en este soneto.
Rosa-fría es una heroína diferente a la de los cuentos folcklóricos tradicionales: dinámica, deportista, moderna. Todo en ella es agitación y hasta en el gesto está la decisión de su propio destino, e incluso su silencio le hace libre hasta tal punto que sólo puede moverse en un paisaje que al pobre amante estático y masculino todo le parece de una frialdad que no comprende pero no puede dejar de apreciar. Hoy aun están por aprenderse y asimilarse las nuevas formas de relación sentimental que aparecieron en los primeros años del siglo XX como anticipo de muchas cosas.
Es otro tipo de rol femenino. A veces, en la imagen más simple está la semilla de los cambios.
martes, 8 de mayo de 2007
Edificio vaciado (II)
Llevaba una ciudad dentro.
La perdió.
Le perdieron.
El mundo entero se ha convertido en lugar de desorientación y la soledad nos arrebata hasta la quietud más muerta de las estatuas:
Solo, en el filo del mundo,
clavado ya, de yeso.
Y así quedamos, tan alejados incluso de nosotros mismos, cegados por nuestro vacío, como esas ciudades asoladas en las que no se oyen los cantos de los pájaros:
No es un hombre, es un boquete
de humedad, negro,
por el que no se ve nada.
Grito.
¡Nada!
Un boquete, sin eco.
De pronto, alguien deja abierta una ventana y un ruido, cuando ya hasta de nosotros estábamos olvidados, nos hace levantar la mirada y ver el rostro que tenemos enfrente, y su mirada, como en El ángel bueno del mismo poemario de Alberti:
Un año, ya dormido,
Un año, ya dormido,
alguien que no esperaba
se paró en mi ventana.
-¡Levántate! Y mis ojos
vieron plumas y espadas.
Atrás, montes y mares,
nubes, picos y alas,
los ocasos, las albas.
Vuelve el paisaje, vuelve el otro, ya vemos esa mano que, quizá, siempre estuvo allí, pero no la sentíamos, tan sumidos como estábamos en en nuestro dolor:
-¡Mírala ahí! Su sueño,
pendiente de la nada.
¿Estamos ya preparados para habitarnos y llenar otra vez de ruido nuestra casa, cerrar el hueco y el desgarro y ver de nuevo más allá de nuestra noche?
Alguien dijo: ¡Levántate!
Y me encontré en tu estancia.
lunes, 7 de mayo de 2007
Edificio vaciado
A veces el cuerpo se nos queda vacío de todo. Alguien, algo, nos arranca todas las vísceras de cuajo, o así lo sentimos. Somos entonces como aquellos edificios que un día tuvieron vida intensa, ruidos de pasos y algarabía de niños -como el colegio de la fotografía- pero que el paso del tiempo y la especulación vaciaron por completo. Y vino el silencio. Luego, una mano aleve arrojó la primera piedra contra una ventana y el ruido de los cristales rotos animó a una segunda y a una tercera. No importa que la causa esté más en nuestro interior que en lo que nos rodea, no importa que a nuestro lado tengamos a quien nos ama y sufre viéndonos así y más aun porque ni lo vemos. No miramos más que nuestros pasillos solitarios, las señales del hurto de nuestra alma y los destrozos cometidos en el saqueo. No admitimos nada, no queremos más que oír el eco de nuestro dolor en nuestro cuerpo despojado, como el eco de las voces de los niños en las escaleras abandonadas.
Rafael Alberti contó con precisión una parte de ese sufrimiento en un poemario espléndido de vanguardia: Sobre los ángeles (1927-1928). ¡Qué poca poesía leemos cuando es el verso quien mejor nos retrata! En este libro hay un capítulo, Huésped de las nieblas y dentro de él un apartado, El cuerpo deshabitado, que nos cuenta nuestra propia tragedia. Aunque Alberti relataba una crisis espiritual de otro tipo, hoy me va a ser válido apropiármelo:
Yo te arrojé de mi cuerpo,
yo, con un carbón ardiendo.
-Vete.
El uso de la imagen bíblica, en la que coinciden ahora la voz poética con el ángel de la espada llameante, se hace urbana:
Madrugada.
La luz, muerta en las esquinas
y en las casas.
Los hombres y las mujeres ya no estaban.
-Vete.
¡Qué sencilla expresión de la soledad más terrible: Los hombres y las mujeres ya no estaban! Y la brutalidad de la sensación en la que el ser humano se cosifica:
Quedó mi cuerpo vacío,
negro saco, a la ventana.
Y la angustia por la expulsión de nuestro ser más íntimo, desterrado del paraíso más profundo:
Se fue.
Se fue, doblando las calles.
Mi cuerpo anduvo, sin nadie.
Qué sensación de no tenernos a nosotros mismos, de rotura interior, de frío de madrugada. ¿Cuándo perdimos la mano que tenemos ahí mismo, al lado, sin verla? ¿Cuándo se rompió todo? Mientras tanto, nuestro cuerpo ha quedado expuesto al viento, en la ventana, como esa ropa de cama que la gente orea y que parecen las lenguas muertas de nuestro interior. O, peor aun, camina sin nosotros mismos, como un autómata sin sentido.
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