Las decisiones que tomamos cada día nos llevan por unos u otros caminos. No somos conscientes, pero la vida es eso: decidir, en cada momento, cuál será nuestro movimiento siguiente. Muchas de esas decisiones responden a automatismos físicos o mentales, ejercitados en el pasado y que nos sirven, en ese momento de la toma de decisión, para que nuestra vida vaya por uno u otro lado. Por el camino, nos encontramos con gente que toma las suyas propias. Si dejáramos un rastro a nuestro paso -como los hilos de las arañas-, nos daríamos cuenta de que tejemos, entre todos, una red de situaciones que, al final, termina atrapándonos. Pareceríamos libres y, en parte, lo somos, pero sin tomar conciencia de ello, es difícil que lo seamos de verdad.
Rubén Abella, un escritor de poca pero interesante obra al que hay que seguir con detenimiento en los próximos años, ha coleccionado microrrelatos que tratan sobre esto en Los ojos de los peces (Menoscuarto, 2010). Las situaciones parten siempre de motivos comunes, nada extraordinarios, personajes que pueden ser cualquiera de nosotros, calles y bares que pueden ser los que pisamos cada día, etc. Abella trata estas vidas sin distanciarse de ellas: su estilo es de los que se pone a la altura de los personajes, sin juzgarlos en sus acciones, y los acompaña en sus toma de decisiones que terminan girando de forma sorprendente la propuesta inicial de cada texto. Recordemos que una de las estrategias del microrrelato es precisamente esa, la sorpresa final que debe partir de la misma esencia de lo narrado para resultar verosímil.
Aunque algunos de los incluidos en el volumen bajan la calidad y son perfectamente prescindibles (como el previsible Pudor), el conjunto tiene mucho que hará disfrutrar a los amantes del género. En especial, los que se encadenan a partir de personajes o lugares y que ponen de manifiesto el tejido de la red de la vida cotidiana del que hablaba al principio.