Hervás perteneció al ducado de Béjar hasta 1816, año en la que fue declarada villa libre. Con la reordenación del territorio, en 1833 pasó a la provincia de Cáceres y, por lo tanto, a la región de Extremadura. Durante la rebelión cantonal de 1873 a 1874, en la primera república, se declaró cantón, lo que era lo mismo que proclamar la república federal por su cuenta y riesgo. Cuántas cosas interesantes se pueden leer en estas líneas de arriba: ser parte de un señorío anacrónico hasta el siglo XIX y convertirse, en el inicio de la modernidad, en villa libre; tener conciencia de tierra fronteriza, hoy castellana y mañana extremeña; ver que el futuro debería ser federal o no serlo y con poco más de cuatro mil habitantes declararse osada y orgullosamente cantón sin esperar a las resoluciones del parlamento nacional. Todo ello ha dejado huella en la villa, así como la fuerte herencia judía de su pasado.
Desde la plataforma del ferrocarril, a la altura del río Balozano, se contempla Hervás desde arriba y piensa uno en todo esto y cómo explica gran parte de nuestra historia como país, que tanto oscila entre lo particular y lo general como una campana lanzada al viento casi de forma alocada. Necesitamos menos campanas y más silencio, pero así somos. En qué pocos casos hemos avanzado con los pasos acompasados para no echarnos las zancadillas ni trabucarnos.
Una parte del atractivo de esta villa -que es mucho y variado- se debe a ese complejo pasado. Es Hervás una localidad singular y muy viva en una tierra en la que todo merece una visita con calma: sierra, ríos, pueblos, gente. Abajo, el valle del Ambroz se presenta hermoso en esta primavera adelantada e invita a dejar los pensamientos. Arriba, el Pinajarro impasible me reta. El humo de algunas quemas se pega al terreno. Es hora de buscar el amparo de las viandas.