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miércoles, 22 de enero de 2014

Michel Sima. La intimidad de los artistas


En la Sala Municipal de Exposiciones de San Benito de Valladolid permanecerá la exposición Michel Sima. La intimidad de los artistas, hasta el 23 de febrero próximo. Esta oportuna propuesta nos lleva al núcleo de varios de los artistas más importantes de la primera mitad del siglo XX a los que Michel Sima tuvo acceso directo por la amistad que estableció con ellos. No es exacto el título de la exposición y puede provocar algunos errores: excepto en algún caso (como la excepcional de Man Ray y Marcel Duchamp jugando al ajedrez), a los artistas no se les soprende en su intimidad. Se trata sobre todo de posados en los que Sima muestra al artista junto a su obra o en el taller en que la crea. Es suficiente: por un lado, ponen de relieve la importancia que cobraba ya la fotografía como documento y como producto artístico; por otro, dan testimonio magnífico de una época de gran relevancia para el arte contemporáneo, aunque hoy den cierta impresión de poco naturales. 

Por eso, además de la citada de Man Ray y Marcel Duchamp destacan las que Sima toma de su amigo Picasso. Porque Picasso posa, como todos, pero lo hace con una consciencia de lo que es aquello. Las fotografías de Picasso tomadas por Sima son algo más que el testimonio de un artista junto a su obra. Picasso y Sima crean una fórmula de retrato basada en que el artista retratado sea, en sí mismo, parte de su creación artística. El resultado es algo creativo y dinámico, lejos de cierto sabor decimonónico y estático del resto. No en vano, se han convertido en modelo de retratar a artistas desde entonces.

Una excelente muestra que, como siempre, muestra las contradicciones de esta sala. Por una parte, un catálogo de exposiciones a la altura de las mejores salas europeas; por otra, las carencias habituales. Aunque aquí, por las características de las mismas fotografías, los reflejos se reducen considerablemente por comparación con otras exposiciones, los textos de los paneles y folletos son mejorables tanto en su redacción y sintaxis como en su capacidad de atrapar al que los lee. Una pena.

sábado, 15 de septiembre de 2007

La emoción de lo cotidiano.

A vista de cerdo, blog que tengo siempre a mano, saca a debate los excesos de ciertas instalaciones artísticas. Aunque me sé todas las teorías, también sé las prácticas que acarrean -y la mercadería que se esconde tras ellas-. Es fácil llegar a la caricatura, pero, a veces, una buena exageración de los rasgos nos trae a la normalidad. De la misma manera que rechazar porque sí la esencialidad artística que nos aportó el siglo pasado no tiene ningún sentido.
Una línea del arte, desde principios del siglo XX, ha huido de la emotividad humana y con ello ha conseguido un nuevo lenguaje artístico que ha hecho evolucionar el arte y profundizar en su esencia aunque, por su misma definición, se aleje de la comprensión general -algún día hablaré de Ortega, hoy no toca-, pero, con el mismo salto, se ha llegado, a veces, al otro extremo porque, en gran medida, Ortega tenía razón en el carácter intranscendente y lúdico del nuevo arte de entonces: si extraemos un objeto artístico de su contexto y lo resituamos llegamos al urinario de Marcel Duchamp, pieza elegida como la obra más representativa del siglo XX. Por eso sé lo que digo cuando afirmo la excelencia de los autorretretes de mi admirado Sr. K.
Este es un debate artístico ya superado desde que el producto cultural, en su mayor parte, se ha hecho diseño técnico y hoy muchos que dicen no comprender este tipo de arte lo usan en los objetos más cotidianos o lo visten en sus camisetas. Me sorprende que aun mucha gente se enroque en uno de los dos lados en los que se dividió el arte en las prímeras décadas del siglo XX: arte nuevo vs. arte viejo.
Viene esto a cuento porque, después de leer el post de No soy Job, salí al balcón y mi vecina nos había regalado su propia instalación. Cada zapato tiene su historia y su argumento.