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domingo, 24 de noviembre de 2013

Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba


David Trueba supo captar la película que había en una anécdota real. Juan Carrión, profesor de inglés en la Universidad de Cartagena y en su propia academia de idiomas, daba clases con un método extraño en aquella España de 1966: usaba las canciones de moda para que sus alumnos se motivaran. En concreto, las de los Beatles, que tomaba al oído en la radio. Se enteró, a través de la prensa, de que John Lennon rodaba en Almería la película Cómo gané la guerra de Richard Lester. Y no dudó en hacer todo lo posible para entrevistarse con él. El encuentro duró apenas media hora y en él Lennon le corrigió de su puño y letra las canciones que Carrión había anotado en un cuaderno escolar y este le dio una brillante idea que acogió Lennon con agrado y que se incorporó pronto a la costumbre de la edición de los discos de los Beatles y de los grandes grupos pop: publicar la letra de las canciones en los discos. Carrión relató la anécdota en público por primera vez en el año 2006 y tenía tanta fuerza que recuerdo perfectamente haberla leído.

A partir de esa anécdota, David Trueba ha construido una sólida película. En ella, la historia de Carrión pasa a ser la de Antonio, un profesor de inglés de un colegio de frailes. En su camino hacia el desierto de Almería montado en un utilitario que no puede subir las cuestas pronunciadas, recoge a otros dos personajes: Belén, una joven soltera embarazada que se ha escapado de la institución en la que se encontraba internada a la espera de dar a luz y dar su hijo en adopción; y Juanjo, un muchacho de 16 años que se fuga de su casa debido a la tensión con su padre, un policía. El punto de partida de las historias de los jóvenes son un tanto forzadamente tópicos, pero al cruzarse con el sueño de Antonio de entrevistarse con Lennon todo adquiere una dimensión que salva a la película de Trueba de caminos previsibles y trillados. Los tres personajes, viajando en un pequeño utilitario, recorriendo las carreteras de la España de 1966 para llegar frente al mar a Almería, construyen un tejido en el que se retrata la grisura del país bajo la dictadura franquista y la esperanza de poder construir algo nuevo. Antonio, con su ejemplo y sus palabras les enseña algunos significativos valores: la bondad en la acciones con otros seres humanos, a que nadie les quite la libertad como individuos y a no tener miedo. Esto último se debe sobre todo a la presencia de una violencia institucionalizada: el estado franquista represor se generaliza en el uso de la violencia en la educación, en la familia, en las relaciones personales.

Al pequeño grupo que viaja por las carreteras españolas se les suma cuando llegan a Almería un personaje sumamente interesante, que regenta un bar junto al hotel en el que se hospedan Antonio y Belén. Los cuatro son perdedores, víctimas de su propia vida y de una sociedad que margina a las personas bondadosas que no quieren sumarse a la violencia insititucionalizada.Trueba ha sabido dar a esta historia una dosis justa entre comedia y drama para, finalmente, darnos la esperanza de que la bondad puede salvar el mundo. Antonio es un antihéroe al que le impulsa una ilusión que contagia a todos los que, como él, no están a gusto en ese tipo de sociedad en la que viven. Algo esencial de la película es que Trueba -autor también del guion- dedica el suficiente tiempo para construir la biografía de todos los personajes, no solo la de Antonio, cosa poco habitual en el cine comercial actual y que se agradece. Es una historia que no tiene prisa en ser contada. Gana mucho con ello esta película cuyo título procede de la estrofa inicial de Strawberry fields forever, una de las canciones más importantes de la última etapa del grupo de Liverpool y que Lenon comenzó a escribir en Almería.

La interpretación de Javier Cámara (Antonio) es extraordinaria en el papel de este antihéroe bueno que supera todas las dificultades para construir su propio sueño. A destacar la de Ramón Fontserè en el papel del dueño del bar, a caballo entre lo teatral y lo cinematográfico, para constuir un personaje extraño que permanece en la memoria del espectador precisamente por esa singularidad. Los jóvenes, Natalia de Molina y Francesc Colomer, ganan poco a poco al público. La factura técnica de la película es excelente

En un momento como el presente, una película como Vivir es fácil con los ojos cerrados, tan llena de sabiduría cinematográfica como de emociones certeras, puede mostrar que el único camino para la esperanza es creer en las propias ilusiones a pesar de la grisura del mundo o precisamanete por ella. Y tejer una red entre las víctimas de una violencia estructural que, de una forma más sutil, aun permanece. Porque la película no esconde que la vida es una suma de alegrías y tristezas, sino que parte de ella. Entre tanta desesperanza aún queda un héroe que camina hacia el horizonte en un utilitario que no puede subir las cuestas más pronunciadas.