Hago pausa en mis disoluciones para aquellos que prefieren la serenidad de las imágenes. Por eso recurro al paseo sin prisa por la calle, ése que te depara la sorpresa de una fugaz mirada o el encuentro con lo inesperado, como aquí ocurre. La ocupación del espacio urbano como exposición temporal de grandes esculturas accesibles dota a las calles, de pronto, de sorpresas y pausas. Baltasar Lobo dedicó este magnífico bronce a dos futbolistas que pugnan por la posesión del balón, pero yo decidí mirarlo de otra manera -ya me conocéis, siempre girando las cosas- y quedarme con la gestualidad del baile y el roce de los cuerpos, esculpidos de forma tan magnífica y plástica.
Me hubiera gustado aprender a bailar. Siempre he sido muy torpe y me recuerdo en la juventud sin saber bien qué hacer con mi cuerpo, rebelde al ritmo de las notas. No me refiero al baile gimnástico ni al de las exhibiciones o concursos, que me parecen ridículos e innecesarios. Sólo el mínimo baile del gesto en el que uno abraza, al compás de una música suave, a su pareja hasta notar el roce de la piel y su perfume, la mano en la espalda de ella, entre la caricia y la firmeza, la mirada y la sonrisa y, en algún momento, hundir el rostro en su melena y besarla, suavemente, en el cuello.