A la puerta de la Cervecería Alemana, un guía explicaba en inglés a un grupo de turistas cómo Hemingway se reencontró allí con el pulso de Madrid tras la guerra y se apropió de la mesa junto a la ventana. Pero eso solo fue un minuto y por suerte lo dejaron en paz buscando su calma en el vaso que tenía delante. El resto del tiempo fue un seminario sobre las tapas. Yo prefiero la historia de Ava Gardner en aquel local buscando la sombra de Luis Miguel Dominguín. Entré un momento pero ella ya no estaba: lleva huyéndome algunas décadas. Todo era hoy bullicio en la tarde soleada de la Plaza de Santa Ana. Y frente al Teatro Español Federico García Lorca buscaba metáforas a la espera de que el aire traiga al fin azahar, menta y albahaca. Quizá algún día la primavera retorne y podamos proseguir la marcha.