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lunes, 16 de noviembre de 2020

Soy mi descampado

 


Soy mi descampado, dice Francisco Pino en Ausencia, uno de los poemas de Versos para distraerme (1982). En soledad uno se encuentra consigo mismo y acaba siendo multitud. Es curioso cómo en los lugares en los que más horizonte se tiene se llega más adentro.

Solo sonido en el silencio
cuando más adentro vierte
la mirada su raíz
de horizonte.

Tan lejos yo, que me tengo
aquí al lado, que me llamo
Pedro y me desoigo mudo.
También me ignora esta piedra
en la que descanso al sol
de la fatiga de serme,
el pino que me cobija
y el cielo que trae la lluvia.

Miro el campo
en otoño,
que será fértil mañana.
Mañana, que mi solar
recibirá la visita
de la belleza humilde
de las flores
más frágiles de la hierba.

© Pedro Ojeda Escudero, El camino de los corzos (2020).

sábado, 28 de junio de 2014

La Residencia de Estudiantes. La cultura de la Edad de Plata y Valladolid


Al interesante programa de actividades que se han organizado desde que se conmemorara el centenario de la Residencia de Estudiantes, se suma ahora esta exposición que añade la vinculación de varios residentes con la ciudad de Valladolid (Sala Municipal de Exposiciones de la Casa Revilla de Valladolid, hasta el 20 de julio).

Organizada por Acción Cultural Española, el Ayuntamiento de Valladolid, la Residencia de Estudiantes y El Norte de Castilla, repasa primero la importancia que tuvo la Residencia desde su fundación por la Junta de Ampliación de Estudios en 1910 hasta 1936, cuando la Guerra civil vino a cerrarla. La Residencia fue uno de los proyectos más notables de educación superior en España y su disolución por el régimen dictatorial de Franco una de las cosas que más debe lamentar la cultura española. Un efecto de su cierre fue la destrucción de un verdadero tejido cultural y científico sostenible. De ese vacío tardó medio siglo la Universidad y la cultura española en recuperarse, si es que alguna vez lo hizo.

Por otra parte, la Residencia no era un proyecto aislado sino la culminación más visible de todo un programa de educación laica, moderna y con unos valores cívicos, de igualdad y progreso que buscaba tanto la mejora del país en su conjunto como la excelencia de las individualidades a las que, además, se les inculcaba su condición de deudores con una sociedad que les apoyaba. Próxima a los ideales de la Institución Libre de Enseñanza y el krausismo, suponía el broche de un proyecto educativo que abarcaba todos los niveles. Basta repasar los nombres de los científicos, intelectuales y artistas vinculados a la Residencia para comprenderlo. La Residencia adoptaba gran parte de las innovaciones de los campus anglosajones y, además, valoraba el intercambio activo entre los residentes de varias ramas. No se entendía la educación en apartados estancos como se favorece ahora sino la eficaz convivencia entre las ciencias, las humanidades y los estudios técnicos. Fomentó también un programa activo de becas para que pudieran acceder estudiantes menos favorecidos económicamente, la educación integral y cívica y la incorporación activa de la mujer a los estudios superiores. También la divulgación de los conocimientos y descubrimientos científicos mundiales: allí dieron conferencias Einstein, Curie o Le Corbusier. Su programa de actividades y publicaciones asombra todavía hoy.

La vinculación vallisoletana con la Residencia no fue menor. Una de los efectos del impulso cultural de aquella época fue el establecimiento de una red con nudos en casi todas las capitales de provincia. Algunos jóvenes vallisoletanos estuvieron vinculados directamente con la Residencia, como Jorge Guillén (integrante del Grupo del 27) o Pío del Río Hortega (excelente médico e investigador). Pero es más interesante aún la extensión de lo que ocurría en la Residencia o en sus proximidades a estas capitales de provincia. En el caso de Valladolid, Jorge Guillén sirvió de puente para que a Valladolid llegaran Alberti o Lorca y fueran recibidos por escritores locales como José María Luelmo o Francisco Pino, impulsores también de revistas en cuyas páginas colaboraron.

Esta exposición nos brinda una nueva ocasión para meditar sobre la historia cultural de España, que tanto ha crecido a empujones por culpa de la violenta actuación de tantos contra todo lo que suponía modernizar el país.

sábado, 30 de julio de 2011

La vanguardia en provincias: Revistas vallisoletanas de vanguardia (1928-1978)


Durante la vanguardia artística del período comprendido entre las dos guerras mundiales del siglo XX, en España -como en otros países- se consolidó un fenómeno de gran interés para comprender su extensión e incidencia en los años posteriores. En todas las capitales de provincia y en muchas de las otras ciudades con cierto movimiento cultural y económico -ambas cosas juntas son imprescindibles- se formaron núcleos de jóvenes artistas de vanguardia que acogen con entusiasmo las premisas del nuevo arte. Se reunían en tertulias que pretendían tener unas características diferentes a las tradicionales de los círculos provincianos y actuaban en su entorno a través de lo que hoy llamaríamos acciones artísticas de todo tipo.

Muchos de esos grupos de provincias publicaron revistas en las que se pueden leer los textos y apreciar los dibujos no solo de los artistas locales sino también de los que comenzaban a ser tenidos en cuenta como modelos nacionales y que solían residir, por unas u otras circunstancias, en Madrid. La mayoría de ellos pertenecían a lo que hoy llamamos Generación del 27. Hemos de recordar que muchos de los del 27 venían de esas provincias de las que hablamos y mantenían contactos de amistad con los artistas que no dieron el salto a la capital. Se estableció así una interesante red de artistas que cubrían toda la geografía nacional, lo que promovió una difusión de las novedades de una forma eficaz. Sin estas revistas la historia del arte español del siglo XX sería completamente diferente. No es un fenómeno nuevo: recogen el fruto de una realidad que durante todo el siglo XIX ha venido creciendo y que traspasa las fronteras nacionales, pero sí adquiere, por su generalización e intensidad, unas dimensiones que hasta ese momento no habían sido conocidas.

Los grupos locales de artistas de vanguardia no son nunca mayoritarios en estas ciudades de provincia españolas, sometidas a una estricta manera de hacer las cosas en arte y moralidad. En ellas, la vida era lenta y resultaba asfixiante para muchos de estos jóvenes con inquietudes que terminaban marchando a Madrid o fuera de España: el ambiente era más parecido al casino retratado por Clarín en la Regenta muchas décadas antes que a una ciudad moderna instalada en el siglo XX. Por lo menos, así lo vivieron aquellos jóvenes inquietos.

Sin embargo, algunos permanecieron en sus ciudades y se convirtieron en referentes locales de la vanguardia en todo el siglo XX. Durante décadas, su obra estuvo olvidada cuando no despreciada, oculta por el fulgor de los grandes artistas del período con mayor proyección nacional o internacional. Hay que reconocer que la España de las autonomías surgida de la Constitución de 1978, a fuer de vendernos en muchas ocasiones gato por liebre en lo cultural y favorecer la aparición de todo tipo de endiosados que pretenden controlar la vida artística con el beneplácito, en muchas ocasiones, de los concejales de los ayuntamientos y los consejeros de los gobiernos regionales, trajo la necesaria recuperación de la infatigable labor de estos artistas, muchos de los cuales no solo tienen una obra más que apreciable sino que también significaron el necesario eslabón para dar a conocer en toda España la tarea de otros, contribuyendo a la extensión de un tipo de arte que será, al fin y al cabo, el del siglo XX. Además, los que se mantuvieron al pie de la vanguardia sirvieron de conexión con las nuevas formas de experimentación que aparecieron en la España de los años sesenta. Y todo ello, fundamentalmente, a través de estas revistas que surgieron en todas las provincias españolas, no todas hoy disponibles en imprescindibles ediciones facsimilares.

Esta exposición que se muestra en la vallisoletana Casa Revilla hasta el 28 de agosto, cuenta la historia desde Valladolid y, fundamentalmente, a través de un nombre: Francisco Pino. Bien solo o bien en compañía de sus amigos (en especial de José María Luelmo), impulsó Meseta (1928-1929), Ddooss (1931) y A la nueva ventura (1934) antes de la Guerra civil española. En 1939 salió un número de Meseta que rendia tributo al llamado Alzamiento Nacional (la sublevación en 1936 de los militares contra el gobierno republicano) y que explica mucho de lo que pasó en la España de ese momento: a José María Luelmo, los fascistas le habían obligado a tomar aceite de ricino en castigo por sus amistades con los artistas rojos (a muchos de los cuales habían publicado en sus revistas: el mismo Luelmo me contó en varias ocasiones el dolor que sintió al quemar las cartas de Guillén, Alberti, Lorca, etc., para evitarse problemas ante un eventual registro) y les entró un pánico comprensible. Ambos eran dos jóvenes de la buena sociedad vallisoletana que no deseaban abandonar su ciudad: pasaron por el trago de alabar, con ese extraño número, la ignominia. Después del paréntesis de la guerra, vinieron Cancionero, pliegos de poesía (1941), Mejorana (1965) y las Carpetas (1971-1978). Leerlas hoy es leer gran parte del recorrido de la vanguardia española del XX.

Sin embargo, de la exposición se sale con cierta tristeza. Por mucho que lo expuesto se muestre con la suficiente dignidad, hay lagunas evidentes que hablan de la poca ambición con la que se cuenta su valor: por ejemplo, se echa de menos una contextualización que vaya más allá de unas pocas y muy conocidas fotografías del Grupo del 27. También se echa de menos una mayor labor de promoción de la obra de aquellos artistas a partir de la exposición. A fin de cuentas son los que mantuvieron vivo el arte nuevo en provincias durante todo el siglo XX, muchas veces contra viento y marea, en contra de la incomprensión de sus conciudadanos. Los mismos a los que hoy les llena de orgullo que en su ciudad se hiciera algo de interés a lo que jamás contribuyeron. Y los mismos que hoy desprecian a artistas que representan, en las mismas ciudades lo que aquellos supusieron para el siglo XX.

sábado, 24 de abril de 2010

Una exposición insuficiente: Escrito está. Poesía experimental en España (1963-1984)




Sale uno de esta exposición sin comprender su necesidad y lamentando su insuficiencia tal y como está mostrada. Escrito está. Poesía experimental en España (1963-1984) se clausura mañana en el Patio Herreriano, de Valladolid, un museo de arte contemporáneo que no termina de arrancar, lamentablemente, y que urge potenciar. El comisario es Fernando Millán y ha sido organizada por el Museo Patio Herreriano y Artium, en donde se expuso con anterioridad. Las obras proceden de la colección privada del propio Fernando Millán (aquí puede verse una visita guiada por él en Artium y aquí su prólogo al catálogo de la exposición).

Millán, que es un personaje significativo en la vanguardia de aquellos años y desde hace tiempo estudioso y divulgador de sus logros, ha recopilado en la selección para esta exposición, una serie de documentos de interés indudable pero no ha sabido explicarlos ni prescindir de los redundantes. Y es un tanto extraño que haya sido así, porque es uno de los mejores conocedores de la poesía experimental española de la década de los sesenta y los setenta. Ni la forma de exponer los materiales ni la estructura elegida aporta más que cierta curiosidad del producto al visitante, sobre todo si éste desconoce la materia de la que se trata. Uno intuye que en esta exposición hay un guión de una exposición importante, un primer borrador de algo que sí es necesario: la explicación de los diferentes movimientos, intentos y logros de la poesía experimental española de aquellos años, tal y como uno se espera bajo ese título. Ni siquiera el pequeño muestrario monográfico dedicado a Francisco Pino y Felipe Boso les hace justicia.

No se puede decir que sobre nada de lo que está, pero la repetición de las formas hubiera podido simplificarse para dar paso a otros ejemplos y autores: quizá el problema está en que la muestra expuesta no responde a un título tan genérico y hubiera sido mejor ajustarla a los orígenes y primeros años del grupo al que perteneció el mismo Millán, puesto que uno intuye que es su verdadero objeto. Sin duda, la exposición hubiera ganado en claridad. Pero como se nos ofrece como una muestra ambiciosa, hay que decir que es muy pobre la sección de la poesía objetual o la muestra de formatos nuevos en revistas y libros, que faltan autores y obras de los autores sí presentes, que no se abre a nuevas posibilidades que fueron apareciendo, en especial en los años ochenta. Y que tal y como está, uno comprende el inicio temporal (1963) pero no el final (1984). Los videos expuestos son oportunos pero escasos. Por otra parte, en las dos ocasiones que fui a verla, no funcionaban correctamente los ordenadores ni los audios de los poemas sonoros.

El visitante de la exposición no podrá sacar conclusiones acertadas de ella si no tiene conocimientos previos: podría malinterpretarla y pensar que es producto de un grupo de colegiales, lo que sería muy injusto con el esfuerzo realizado por los pioneros de la poesía experiemental de aquellas décadas.

Y es una lástima, porque todavía está por hacer la historia de la poesía experimental española de la postmodernidad. Quizá haya un desenfoque general: se ven demasiado las más que obvias relaciones con la vanguardia de la primera mitad del siglo XX y no tanto el contexto de una nueva época histórica que se gestó a finales de los años cincuenta y que ha llegado hasta nuestros días. Y ese desenfoque provoca confusión porque la poesía experimental en parte es heredera de la poesía de vanguardia, pero no pertenece al mismo tiempo histórico.

Quizá el problema de esta exposición proceda del exceso y desenfoque entre el título y su realidad. Posiblemente en los tiempos de bonanza económica ninguno de los muchos museos de arte contemporáneo que han proliferado por estas tierras la hubiera programado de esta manera. Pero desde hace unos meses observamos cómo las exposiciones temporales buscan formatos baratos para llenar varias salas: se acabaron los tiempos del derroche aunque suponga una reducción en la calidad de la forma de exponer. Es un error que va en perjuicio de lo mostrado. Esta exposición hubiera sido más digna con una tercera parte del espacio físico que ha ocupado, lo que hubiera obligado a centrarla.

lunes, 30 de junio de 2008

De la creación de Sancho Panza, con algunas gotas de narratología, y noticias de nuestro Quijote


Sobre la creación de Sancho Panza

Como todo en el Quijote, el personaje de Sancho Panza ha ocupado a los investigadores, que han dado a conocer todas las fuentes posibles en donde Cervantes pudo sacarlo:

- Por una parte, el folklore y la literatura oral tradicional, campo popular en el que ya corrían refranes en los que se hablaba de un hombre simple y pobre con ese nombre, acompañado de su asno. En este grupo de influencias, también entrarían los personajes propios del carnaval, don Carnal y doña Cuaresma, que ya habían sido llevados a la literatura culta en el Libro de Buen Amor y a la pintura por Brueguel el Viejo, por citar sólo dos ejemplos. En general, en ellas encontramos un rústico que se ajusta a la primera descripción de Sancho que hallamos en el Quijote: simple, de pocas luces, capaz de perder la cabeza por una recompensa puesto que es fácil seducirle mostrándole un plano de las tierras de Jauja.

- Por otra parte, las fuentes librescas: desde los personajes rústicos del teatro breve del siglo XVI o los graciosos de las obras largas del teatro barroco. Por supuesto, todas las referencias cultas de las figuras populares citadas con anterioridad. Y algunas que provienen de ciertos escuderos de libros de caballerías un tanto más reales de lo que solían ser.

Un poco de todo habría en la cabeza de Cervantes al construir a Sancho, sin duda. A todo lo dicho deberíamos añadir la indudable filiación erasmista de Sancho, aunque no lo parezca a primera vista -o así no nos lo hayan vendido.

Pero la genialidad del personaje no está en sus inicios, sino en su desarrollo.

Sancho viene dado por la historia, una vez que se continúa más allá del Capítulo VI. Don Quijote necesita un escudero y, siendo él una parodia de los caballeros andantes, Sancho debe serlo también de los escuderos. De ahí todas sus características y el motivo -qué idea más brillante- de que su montura sea un asno, que dará tanto juego a lo largo de la historia.

Todo lo demás nace de otra realidad que se impone por el tipo de narración por el que opta Cervantes: al tratarse de una novela de camino, que se hace delante de los ojos del lector, como si se fuera construyendo en ese preciso momento, los protagonistas establecen una relación que no se daba en la novela de caballerías puesto que ambos descubren el mundo a la vez desde miradas diferentes. Como amo y criado se conocen de antes, viven su realidad de otro modo a como lo hacen los grandes personajes de las novelas: de ahí la insistencia cervantina en fijarse en las cosas mínimas que les suceden, en la sonrisa de uno, la fatiga del otro, expresiones de ira o humor, las necesidades más cotidianas, etc. Además, al tratarse de una novela que surge del realismo y de la puesta en conflicto de la figura del narrador, todo el intercambio entre ambos lo deben hacer ellos mismos, conversando, y no el narrador. Y ahí los tenemos, dialogando en mitad de la Mancha, en su España cierta, en busca de la ínsula Barataria.

Cervantes, que ha leído el Lazarillo y comprendido a la perfección cómo en esa novelita anónima se creaba la narración moderna, entiende que sus personajes ya no pueden ser de una pieza, como en la narrativa idealista anterior, y que deben cambiar a la vista del lector por las experiencias que llevan en sus alforjas y las que hallan en su viaje: desde su encuentro, don Quijote y Sancho están destinados a no ser los mismos que comenzaron la aventura. Su relación pasará, como veremos, por mil incidencias, para terminar, al final del libro, distinta.

Dejo aquí, por lo tanto, apuntadas, características de la excelencia de este libro que nos acompañarán a lo largo de las páginas que nos restan.

Noticias de nuestro don Quijote

Antònia sigue hilando recuerdos y lecturas con el Quijote: ha hecho una emotiva entrada (traducción al español, aquí) en la que une la quema de los libros de la biblioteca del hidalgo con la que muchos hubieron de hacer para evitarse problemas en aquellos tiempos de la dictadura franquista. Recuerdo que José María Luelmo, un poeta y empresario vallisoletano que, por amistad y posición social, no hubiera tenido nada que temer, me contó cómo hubo de quemar libros dedicados y cartas de todos sus amigos republicanos. Luelmo, junto a Francisco Pino y otros, sostuvieron varias revistas de vanguardia antes de la guerra y organizaron actos y visitas de otros artistas españoles. Entre lo que quemó había testimonios de Lorca, Guillén, etc. Cuánto daño hace la intolerancia.

Antònia se fija también en una expresión muy significativa del capítulo y ve en la sobrina una jovencita despierta, además de comentar con acierto los matices de la parodia inquisitorial y dejarnos una perla magnífica con la anécdota que relata en ¿Loco o cuerdo? That's te question.

Juan Luis publica su entrada sobre el Capítulo IV, en el que, acertadamente, se plantea la ambigüedad de la locura de don Quijote. También me gusta cómo denomina diálogo de besugos al que el protagonista sostiene con los mercaderes. Lo es, sobre todo, porque cada uno está un plano diferente. Como en la vida...

Josegura publica un sugerente apunte, a partir del Quijote, sobre la poca relevancia que ha tenido la heterodoxia española en su presencia en las lecturas tradicionales. Animo a verla en La cara B de la literatura española.

Devin Town, autor del blog El círculo de las almas perdidas -qué nombre más sugerente-, promete sumarse a la iniciativa y la divulga en su entrada El Quijote en Internet. ¡Gracias, bienvenido y aquí están las entradas ya publicadas, esperando tus comentarios!

Dianna, en Quijote en la playa MP3, nos regala un quijote playero y audible. No, no está mal la idea: descargarse en el cacharrito los capítulos del Quijote e irlos escuchando mientras uno se broncea. Podéis apuntaros, que no me enfadaré.

Manuel-Tuccitano se fija en la creación de Sancho como parodia y en los Doce Pares en El Quijote, el escudero y los 12 pares. Además, en su entrada colabora su hija con una hermosa ilustración, llena de humor y gracia.


Javier García Riobó ha vuelto a regalarnos una obra maestra en su comentario visual al capítulo VII. Era muy difícil de resolver el problema de la quema de libros en su opción de buscar los reflejos en los escaparates. Y lo ha hecho de forma magnífica. Atentos a su escudero postmoderno y la visión actual de Barataria.


Perdonad si me he olvidado de alguno, porque con estos calores corre uno el riesgo de que se le reblandezca el cerebro, como diría Cervantes. Hacédmelo saber y corregiré la omisión.