
Internet tiene muchos riesgos pero ninguno de ellos se relaciona con la ocultación de los conocimientos.
A veces me da la impresión de que algunos críticos de esta herramienta de comunicación de lo que se lamentan de verdad es de que se acabe su función como controladores de la cultura: muchos editores y escritores consagrados (o que creen serlo o que se sienten heridos por no serlo) insisten en denostar la red electrónica y juran que no les interesa ni les aporta nada, al igual que músicos, académicos, docentes, marchantes, etc. En otro campo, es lo mismo que sucede con la gestión de la información y los periodistas.
Por otra parte, en Internet es tan rápido conocer la opinión de los receptores de un producto que muchos de los artistas y gestores de la cultura y la información no se sienten cómodos: da la impresión de que añoran los tiempos en los que no tenían ninguna relación con su público pero no quieren perder los beneficios económicos y de posición social que han venido ocupando gracias a que existe un público que consume lo que ellos producen, sin comprender que en una sociedad occidental actual gran parte de la población desea ser activo en el proceso y no un mero sujeto pasivo.
En el fondo, hay un temor a que la estructura tradicional de reparto del pastel cultural se altere y que haya más gente opinando, produciendo y consumiendo que no tenga que pasar necesariamente por sus manos y que pueda gestionar sus propios conocimientos y productos artísticos.
Al igual que los nuevos formatos de televisión -muy relacionados con el formato electrónico- han disminuido las cifras de audiencia para los canales y lo harán más en el futuro, Internet ha provocado que haya más públicos (en plural) que puedan encontrar lo que buscan sin pasar por los guardianes del secreto. Y más autores produciendo.
Además, las posibilidades de reproducción y su rapidez asustan a los creadores que pretenden ganarse la vida con sus obras a la manera en la que se ha venido haciendo en el último siglo: todo producto volcado en Internet, si tiene éxito, tiende a convertirse en anónimo o a contar con múltiples atribuciones en poco tiempo. Esto ya ha sucedido en la historia de la cultura: durante la mayoría de las épocas, la autoría no es considerada un valor; el resto, con el tiempo, produce una acumulación de la que se nutren los siguientes artistas sin conocer la trayectoria de un motivo o un recurso. La cultura siempre tiende al bien mostrenco, incluso en los grandes nombres. Sólo a partir del Renacimiento se produce una cierta ralentización que se agudizó con el nacimiento del concepto de originalidad artística en el Romanticismo. Pero incluso estos períodos se construyen a partir de la intertextualidad que es, en sí misma, una forma de anonimato: sorprenderia a los no informados una mera lista de obras que no son de quien les han dicho que son los libros de texto escolares. Pero es con Internet cuando el proceso de trasformación en bien común y anónimo se acelera exponencialmente, al igual que el libre acceso de los que buscan algo a diferentes focos de información y bases de datos que les ayuden a contrastar lo que encuentran si así lo desean.
Esta cuestión es una clave esencial para comprender el conocimiento en la red y es difícil de conjugar, en el estado actual de las cosas, con la mentalidad anterior a Internet sobre la autoría y sus rendimientos en cuanto a prestigio social y ganancias económicas. Y dificulta el trabajo de los guardianes del secreto: por eso rabian.