martes, 17 de junio de 2025

Nosotros y la vida

 


¿He contado ya el número de los que fui? ¿Sé de su paradero? Estoy melancólico esta noche y quiero darles cuenta de los que vinieron después cuando nos separamos. Al menos una nota para cada uno, unas líneas. Quizá no encuentre al más tierno y amable, aquel que me dejó olor de hierbabuena en las manos.

Huye siempre de los que afirman que son los mismos de antes. Ni la piedra permanece. Son seres extraños a los que les crecen setas en los poros de la piel.

A todo bronce le hacen justicia las palomas.

Acompañad, no indiquéis el camino.

Contempló desde la terraza el bello espectáculo de los jardines. En el centro, el laberinto de setos cuidadosamente recortados. Sonrió. Siempre había pensado que el verdadero laberinto era el ovillo que entregó la muchacha a Teseo, no el hogar del Minotauro. Pobre hijo de Pasífae.

martes, 10 de junio de 2025

Después de todo, solo queda el gesto del que lo ha intentado

 


Todo se va, pero aún queda lo suficiente
de la huella de luz que agitó el mundo
al amanecer: brisa fresca sobre el rostro
-el que no reconozco  ya en la superficie del agua-.
Qué calmo todo al fin tras la locura
que arrasó con los brotes más tiernos.
La loma se ha cubierto de derrotados,
los perdedores más hermosos de la vida.

© Pedro Ojeda Escudero, Del desconsuelo, 2025.

domingo, 25 de mayo de 2025

Cuánta vida en nuestras ruinas

 


En doscientos palominos estimaba el escudero del Lazarillo de Tormes el rendimiento anual del palomar del que era propietario. También tenía un buen solar de casas y otras cosas que se callaba. De vez en cuando se quedaba pensando en todo lo que poseía desde que naciera en la calle de la Costanilla de Valladolid. Se recordaba, de chico, bajar la calle desde la colina del centro de la villa hacia la plaza del mercado, parándose un momento en el puentecillo que pasaba la Esgueva. Si cerraba los ojos, le venía hasta Toledo el recuerdo del sabor del pastel relleno de aquellos palominos los domingos. Hace tanto ya, que quizá ni existieron.

Cuánta vida así, en nuestras ruinas, sobre las que el tiempo ha labrado el silencio. En su adobe, pronto, las amapolas, las lagartijas, las hormigas, la avena silvestre y el zumbido del abejorro. De lo desaparecido nace el futuro.

sábado, 24 de mayo de 2025

Vivimos en un tiempo sin subjuntivo

 


Pocas flores tan perfectas como las del cardo. Arquitectura de la belleza absoluta. Es difícil de comprender que demos su nombre a los ariscos.

El gran problema de las guerras es pretender que alguna sea justa.

La humanidad entera debería vivir en tierra de nadie.

Esta horrible época en la que nadie comprende que la incertidumbre es el mejor estado de ánimo.

Tomemos el ejemplo de un tiempo en el que se tenga el conocimiento, la riqueza y la tecnología para hacer que todo el mundo viviera mejor. Califiquémoslo según el nivel de cumplimiento.

Por desgracia, se ha perdido el subjuntivo.

miércoles, 21 de mayo de 2025

El sueño de los vencejos

 


Si descubriéramos la capacidad de volar, no regresaríamos nunca. Cuentan que los vencejos son capaces de dormir sin dejar de volar. Como en las cajas chinas, un sueño dentro de otro. Soñar un sueño permanente mientras se vuela. Por eso no tenemos alas.

Hace mucho tiempo que no recuerdo mis sueños. Dicen que es imposible no tenerlos. En el ángulo de la noche, quién sabe dónde se han resguardado. Quizá en una cajita con incrustaciones de nácar, junto al corazón herido, latente aún. ¿Qué hace un corazón allí entre botones antiguos y cantos pulidos de tanto rodar por el valle?

A Javier Marías no le gustaban los sueños como material narrativo. Como no recordaba dónde lo había dicho, se lo pregunté a la IA, que me lo negó y construyó en décimas de segundo una argumentación contraria. Volvía a consultar ampliando la búsqueda sobre autores españoles a los que no les gustaran los sueños en novelas o películas. La respuesta era implacable: no hay ningún autor español así. Me quedé perplejo y estuve dando vueltas al asunto todo el día. Al regresar a casa me dirigí a la estantería donde descansan sus libros y comencé a hojearlos y de un ejemplar de Mañana en la batalla piensa en mí cayó un recorte de la revista semanal de El País en la que escribiera Marías. El artículo se titula Un sueño prestado y se publicó el 5 de febrero de 2006. Comienza: "Aunque no soy nada partidario de las narraciones de sueños, sobre todo si aparecen en una novela o en una película -¿para qué me cuentan esto, si sólo es sueño y estamos ya en una ficción?, me pregunto-, hoy voy a relatar uno reciente de mi hermano mayor Miguel, a quien he pedido permiso y a quien entregaré, descuiden, por lo menos la mitad de lo que perciba por este artículo". Recuerdo otras afirmaciones así del autor que contradice a la IA que consulté. Sin embargo, releo bien el artículo: Marías dice que no le gustan los sueños como el que usa para escribir ese artículo.

Yo no creo en los ángeles, pero de vez en cuando siento el aire movido por sus alas.

miércoles, 14 de mayo de 2025

Palimpsesto

 


Nuestra vida es un palimpsesto expuesto a la intemperie. Legión, es su nombre. Con él caminamos por la vida buscando un poco de agua, el arrimo de una tapia en ruinas y una sombra en verano.

martes, 13 de mayo de 2025

La fragilidad de la rosa

 


Ojalá el ser humano fuera tan firme como la fragilidad de la rosa.

Pobres de aquellos que se quejan sin más razón que su vanidad de lo que les hacen los demás: cargan con un centro del mundo defectuoso.

La espiga de la cebadilla verdea por campos y cunetas. ¡Cuántas veces fue flecha! Parece nada, pero es la infancia.

Hoy es San Pedro Regalado en la ciudad, fiesta. He podido salir a pasear por las afueras tras muchos días sin hacerlo. Esos lugares que son más míos que los que solemos definir con la rotundidad del campo o de la ciudad. Lugares en los que no ser es serlo todo.

lunes, 12 de mayo de 2025

El otro día vi a Corto Maltés

 


El otro día vi a Corto Maltés. Seguía con sus patillas, su eterno aspecto juvenil y distante y su gorro de marinero. Le ha tratado bien el tiempo. Diría que está mejor que nunca porque el devenir de la historia, además, le ha dado la razón. Se apoyaba en una columna del puerto mirando las cosas desde la lejanía de quien ha viajado por el mundo y ya lo ha visto todo. Yo tenía el café a medio apurar, en la terraza destartalada de aquella taberna. Había tomado una mesa de la pila y arrimado una silla por ver si la brisa me despejaba. Estuve observándolo. Él tenía razón: absolutamente todas las grandes ideologías y creencias son capaces de destruir el mundo y, a poco que se las deje, lo intentan. En el fondo, ambos nacimos en los años sesenta del siglo pasado, por mucho que en sus documentos figure un extraño julio de 1887. Comprendemos que solo lo que es trasversal es importante. Es difícil vivir en la incertidumbre y la intemperie, pero es lo único que tiene valor humano. Corto Maltés, hijo de un marinero británico y una prostituta andaluza, nacido en Malta, criado en Córdoba, echado al mar por el mundo. Apareció crucificado en una balsa a punto de naufragar y nos enseñó cuánta vida cabe en una mirada. No es de ningún sitio, pero lo es de todos. Aunque no quiera reconocerlo, su patria es el impulso hacia los desvalidos. Hubo un momento en el que se sacó el pitillo de los labios y lo arrojó al agua, se subió el cuello de la chaquetilla, se caló la gorra y se fue despacio, con los manos en los bolsillos. Apuré el café y miré las gaviotas.

jueves, 13 de marzo de 2025

El año en el que se pudo ver el Himalaya

 


Hace cinco años me asomaba a este balcón sin ser consciente del tiempo que deberíamos permanecer en esta casa, confinados por la epidemia causada por el coronavirus covid-19. Recuerdo los momentos de temor y de incertidumbre, abrumado por las noticias y las informaciones sobre las cifras de muertos, la escasez del material sanitario disponible para evitar los contagios y la progresiva invasión de las teorías más extravagantes y los que buscaban desestabilizar y atemorizar a la sociedad, pero también esperanzado por los avances médicos, la lucha de tantos para combatir la enfermedad y sus efectos, la entrega de los que tuvieron que trabajar exponiéndose al virus y la confianza general de la sociedad en que saldríamos adelante con la cooperación mutua y el respeto a las normas, aunque algunas fueran difíciles de entender. Aquellas semanas en las que apenas se pudo salir a la calle también supusieron un extraño remanso de paz. Embarcado, como estaba, en mis cosas, tuve que detenerlas o derivarlas hacia las nuevas tecnologías que me permitieron seguir con mis clases, la participación en conferencias emitidas por internet o la divulgación de la literatura, pero desde casa. Por fortuna, en mi círculo más cercano no hubo nadie afectado por la enfermedad en aquellos momentos y yo mismo tardé muchos meses en contagiarme. Sin embargo, en la calle en la que me encontraba pasaban con frecuencia las ambulancias para recoger a enfermos o, peor aún, fallecidos. Recuerdo que cada día me asomaba a este balcón o al ventanal que da a la sierra de Béjar y contemplaba el paso del tiempo y cómo se alargaban los días. En la sierra, la naturaleza recuperó un vigor como hacía tiempo que no se conocía en estos lugares, ausente de nosotros. Sin darme cuenta, mi escritura se fue tejiendo de un diario de lo acontecido, de los viajes interiores y de mi contacto con la realidad y la cultura. Fruto de todo aquello publiqué con Eolas y Menos Lobos La metáfora del mirlo. Si lo releo ahora, me reconozco. El título hacía referencia a los mirlos reales que veía en el jardín que se encuentra en la parte trasera de la casa o que me encontraba en el campo cuando pudimos salir a pasear, pero también a uno que hizo su nido en el Cristo de la Inquisición del Museo de Valladolid cuando dejaron de entrar los visitantes. Eran estos mirlos una alegoría de la vida sin nosotros, pero también de nuestra propia extrañeza ante lo que nos ocurría. Nunca perdí la esperanza en los profesionales y en la ciencia. Solo la ciencia podía sacarnos de esa pandemia, como así fue. Fui también de los que pensaron que las circunstancias nos daban un momento para reflexionar sobre nuestra manera de estar en el mundo. Sigo pensándolo, aunque los que nos ha ocurrido desde entonces haya oscurecido el horizonte.

Recuerdo claramente la noticia de un pueblo de la India en el que, un día de aquellos, los habitantes se levantaron al amanecer y pudieron ver la cordillera del Himalaya, que solo los más viejos recordaban. A los más jóvenes, la capa de contaminación les había impedido contemplar hasta ese momento la silueta de aquellas montañas y el parón de la industria y el tráfico había despejado aquella nube. Se habrá cegado ya, pero aquella gente podrá recordar aún el año en el que vieron el Himalaya al despertar y salir a la puerta de su casa.




miércoles, 5 de marzo de 2025

Torta de chicharrones

 


No puedo evitarlo. Si después de un tiempo en el que no las veo, en la panadería del barrio tienen torta de chicharrones, me traigo una a casa. Con algo de mala conciencia, pero vence el recuerdo del sabor de la infancia. Ya no vienen con el chicharrón decorando la torta, como solían. Un día me dijeron que porque ya estaba prohibido así y se prefiere mezclarlo con el resto de los ingredientes: manteca de cerdo, chicharrones, harina, levadura, azúcar y sal. En algunos casos, ralladura de limón. Esta que me he traído a casa hoy casi a escondidas viene de Ampudia, un hermosísimo pueblo palentino, y ha terminado sobre el mostrador de la panadería de mi barrio para que yo la comprara. Las que yo recuerdo de la infancia -aquellas que aún tengo instaladas en la memoria sensitiva- eran más del centro de Tierra de Campos. Qué buen pan en los pueblos de Palencia, la barra fabiola de tantos hornos, la barra de manteca de Torquemada, las variantes de pan candeal, las rosquillas de palo. Antes de empezar la torta, la emplato y ya llena la nariz a infancia. No sé quién dijo que la memoria nos viene, antes de nada, por el olfato. Así estoy yo ahora: las manos de mi madre, el mandil de dos bolsillos con el que iba por casa o iba a la compra a la tienda ultramarina de La Cañada y en el que yo refugiaba a veces mi cara, el olor a torta de chicharrones nada más abrir el capazo.

viernes, 28 de febrero de 2025

Desde el tren

 


Desde el tren del alta velocidad, el mundo pasa tan deprisa que no se distinguen bien las cicatrices de los intereses creados, la zafiedad y la mentira. Es un descanso temporal entre estaciones. El horizonte está en su lugar. A mi lado, una mujer joven habla con su suegra, que intercede en los problemas matrimoniales de la pareja. Un hombre mayor se levanta camino del cuarto de baño. Al rato, pasa el carro de la cafetería empujado por una asistente. Delante, un ejecutivo llama a su pareja para anunciarle que llegamos con diez minutos de retraso. Pienso en qué hacerme de cena cuando llegue a casa.

lunes, 24 de febrero de 2025

La flor del almendro

 


¿Dónde estaba yo si ya los almendros han florecido hace unos días, si anuncian la primavera con la incertidumbre de lo delicado y la sorpresa del que va encogido a sus cosas y se encuentra, de pronto, con la blancura del renuevo? ¿He olvidado ya aquel primer beso debajo de un almendro florecido? ¿La belleza de lo que es cotidiano, la infancia de juegos junto a aquella fila de almendros casi centenarios, las rodillas heridas por la corteza al trepar por su tronco? ¿La levedad del tiempo inevitable?

(Desde el 2008 persigo la floración de los almendros -en realidad desde que me besaron debajo de uno en medio de una espiral de hormigas aladas-, puedes verlo pinchando en este enlace. Recuerda que las entradas se recuperan en orden inverso a su publicación.)