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miércoles, 18 de abril de 2012

Duelos del oeste


Ya he dicho aquí que me gustan las películas del oeste. Aun más, me gustan los spaghetti western: lo confieso. Son parte de mi infancia de chico de barrio, cuando los cines programaban sesión continua y uno pasaba en ellos la tarde del domingo con pequeñas escapadas al bar del local para tomar un refresco y una bolsa de pipas.

Me gustan los spaghetti western, no puedo evitarlo. Hoy, en mi clase de Literatura y cine hemos comentado los duelos finales de La muerte tenía un precio (Per qualche dollaro in piú, 1965) y El bueno, el malo y el feo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966), de Sergio Leone, dos claves del género. Son escenas similares en su planteamiento y en el juego de personajes, son escenas similares en los gestos, el uso de la música y el tratamiento del tiempo, son escenas similares en la resolución del conflicto y crean una cadencia que ha influido más de lo que pensamos en el cine posterior. Suceden segundos eternos antes de desenfundar las pistolas. Esos segundos son los que más me gustaban en mi infancia: la expectativa de saber qué iba a pasar para que todo confirmara lo que sabíamos en el patio de butacas: que nunca moriría Clint Eastwood. Uno, cuando es niño, aun cree que el mundo es justo y que todo puede resolverse en el último momento, por muy complicado que haya sido el problema y por mucho dolor que se haya causado. Que todo puede resolverse casi sin palabras, tomándose el tiempo adecuado y con un cruce de miradas bajo un sol de justicia. Después, se crece.

Está el mundo de tal manera que dan ganas de refugiarse, de nuevo, en aquellas butacas, durante los segundos en los que todo puede pasar pero siempre termina bien. Y volver a ver la película tras tomarse una mirinda en el bar del cine. O eso o salir, de verdad, bajo un sol de justicia.