Mostrando entradas con la etiqueta Miguel Vivanco. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Miguel Vivanco. Mostrar todas las entradas

domingo, 30 de noviembre de 2008

Dos visitas, un regalo y una pregunta.


Miguel Vivanco, que, como sabéis, aparece de vez en cuando en La Acequia, me ha hecho dos visitas esta pasada semana. No pude dedicarle mucho tiempo porque ambos días tenía clase poco después de su llegada. En la primera, nos pusimos rápidamente al día y me regaló dos libros de Julio Camba (1882-1962), editados en la vieja y entrañable colección Austral: Sobre casi nada (1947) y Sobre casi todo (1948). Como comentamos los dos, Camba hoy hubiera sido autor de un blog de éxito: por su estilo, la extensión de sus textos, la mirada certera a la sociedad, variedad de temas, etc. Y es uno de los autores españoles que mejor cultivó el humor. Este gallego tan viajado merece volver a ser leído. Una perla, extraída de Sobre la viruela (del primer volumen de los citados), en la que hay tantas cosas contadas como si fuera un chiste:

Parece que en el año 1924 no hubo en Madrid más que un solo caso de viruela. La viruela desaparece en España, y esto, que parece tan grato a primera vista, a mí no deja de producirme una cierta tristeza.

¡Qué quieren ustedes! La viruela ¡era una cosa tan española! Yo nunca olvidaré lo que me ocurrió en Alemania al comienzo de la gran guerra, cuando, en unión de un amigo, fui detenido por una multitud xenófoba que pretendía lincharnos, acusándonos de servios. ¿Cómo demostrar nuestra verdadera nacionalidad? No llevábamos encima documento alguno, y la cosa hubiera tomado muy mal cariz si un caballero, señalando a mi acompañante, no hubiera gritado:

-¡Alto! No cabe duda de que se trata de dos españoles. ¿No ven ustedes las huellas de la viruela en el rostro de este señor?

(...)
No en balde se dice que es en el extranjero donde mejor se aprende el amor de la patria. Yo me di cuenta en Alemania de la importancia de nuestra viruela, que no sólo nos diferencia del resto de mundo, sino que, dentro de España, une en el mismo haz a todos los ciudadanos. ¿Conciben ustedes nada más absurdo que un catalán varioloso hablándonos de su nacionalismo? ¿Que no hay nada de común entre Cataluña y Castilla o entre Castilla y Galicia? Verdaderamente, no habrá muchos ferrocarriles que establezcan un eficaz intercambio entre nuestras distintas regiones; pero, por lo menos, hay estos dos formidables elementos de unión: la viruela y el Arancel. (...)

En su segunda visita, hablamos de exposiciones y arte, a raíz de mi crítica a la exposición de Warhol. Y me lanzó una pregunta que se hace él mismo: ¿por qué La Acequia tiene tantos y tan buenos comentaristas? No supe responderle, quizá como no vemos cómo crecen nuestros propios hijos, porque los vemos día a día. Sé por qué comenzó esta andadura. Ya he expuesto varias veces mis motivos, pero ¿cuáles son los motivos de mis cariñosos comentaristas y de mis visitantes anónimos para seguir viniendo y hacer que el blog crezca con ellos y se enriquezca? Sé que La Acequia no sería lo mismo sin ellos y que su crecimiento en temas, intereses e implicaciones ha sido por su estímulo: sin estos comentaristas, quizá La Acequia hoy sólo sería una carpeta en la que almacenaría mis cosas. Y mi vida se hubiera estrechado notablemente.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Noticias de gente a la que quiero: Alicia, Carmen y Miguel.


Alicia me escribe, desde los EE.UU., para decirme que se ha instalado bien, dispuesta a disfrutar de su estancia allí, que tiene motivos académicos. Alicia fue alumna mía y es un ejemplo de estos jóvenes de hoy, bien formados, con gran iniciativa y un currículum brillante. Ya ha pasado largas temporadas en otros países y, en Burgos, ha obtenido varias becas. Pertenece a una magnífica promoción de estudios humanísticos a los que dediqué un Discurso cuando me eligieron su padrino: en este tipo de jóvenes está el futuro de unos conocimientos que, ahora, para mal del mundo, parecen no estar de moda. Me envía fotografías que tomó hace un tiempo, no sé si por aquí, y de las que se ha acordado al leer desde su nuevo lugar de residencia, mi entrada Primavera y vida. Publico una de ellas, al frente de estas palabras, que anticipa, a la vez, el invierno -por esta Meseta el invierno viene pronto y es largo- y la primavera. Junta, en su imagen, el reposo de la naturaleza y su feliz rebrote. Buena suerte, querida Alicia.

Estos jóvenes de ahora viven en el mundo: no todos desperdician su vida como insisten en decirnos los medios de comunicación, especialmente interesados en sacar sólo lo que vende. Su horizonte se ha extendido. Los mejores de ellos saben no sólo que son ciudadanos del mundo, sino que pueden y deben ejercer ese derecho que es, sobre todo, la concreción de lo mejor de nuestra Historia como seres humanos. Cuántas pesadillas nos ahorraríamos si comprendiéramos que todo ha de moverse ya lejos del concepto de frontera, no sólo el dinero.

De ello es también ejemplo otra antigua alumna mía, Carmen, que me escribe también para decirme que se marcha a Serbia a trabajar. Salió de Burgos para irse a vivir a Francia. Después de visitar medio mundo, me escribió para contarme que estaba en Italia. Ella no lo sabe, pero la descripción que hizo de su lugar de residencia me llenó de viejos sueños míos. Siempre que me escribe noto su energía, que no pierde ni en los peores momentos, y sus ganas de hacer cosas. Me envía también lo último que ha escrito, que leeré con calma, porque me gusta mucho lo que hace. Cuando la escriba mi próximo correo electrónico, supongo que lo recibirá en su nuevo destino. Tendrá suerte allí, seguro.

Estas cosas son las que a uno le reconcilian con su profesión, tan fea, a menudo, por las batallas burocráticas y los clanes académicos.

Por último, Miguel Vivanco, que tantas huellas deja en La Acequia con sus comentarios, palabras y enlaces oportunos (cuando veáis un comentario suyo, seguid siempre el enlace con el que firma), me cuenta en su correo que, el día que hablé de su piedra, estaba de viaje en Italia. Y entre guiños inteligentes en su texto, me envía varias fotografías. Una me ha gustado especialmente: máscara entre máscaras, en Venecia. Confía en que sabré sacar partido de ella. Querido Miguel: andamos todos enmascarados, ya lo sabes. Pero, tras la tuya, se adivina la sonrisa inteligente.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Dame una piedra.


En el mes de mayo, Miguel Vivanco me regaló una piedra. Era parte de la instalación que presentaba en la exposición colectiva Paisajes políglotas, en la que se prestó generosamente a hacerme de guía. Al final del recorrido, se agachó y la recogió del suelo. Me explicó que, desde hacía años, se llevaba a su casa piedras de los lugares que visitaba y me contó todos sus proyectos relacionados con esa dedicación, hasta el de cómo levantó la altura de un monte con un montón de ellas. No se daba importancia, pero yo lo veía acariciar aquella piedra y me di cuenta de que Miguel pertenece a ese tipo de seres humanos que, a través de la roca, presienten el espíritu. No hace falta demasiado trabajo, si la piedra es de una dimensión pequeña: apenas unos golpes o tan sólo recogerla del suelo si tiene la dimensión exacta, el transporte y situarla en el lugar que le corresponde del montón. Una a una. No hace falta más que un gesto cotidiano repetido cientos de veces, pero sí la concepción de una idea y la voluntad de realizarla.

Desde la prehistoria, el ser humano ha sabido aprovechar ese material duro: como arma, como símbolo, como túmulo, como objeto artístico. Gran parte de la historia de la escultura es sólo una piedra trabajada.

Es curioso, poco después leí La marca de Creta, el cuento de Óscar Esquivias, en el que su protagonista recogía en el campo una piedra, blanca o negra, según la felicidad o no del día, para medir en balanza el final de su historia. Y, apenas unas semanas más tarde, visité con Javier G. Riobò la exposición Mi lugar de nacimiento, de Carlos de Gredos, en la que gran parte de sus obras giraban en torno a la piedra. Piedras. Quizá nuestra especie también debería medir sus días según los dos montones de piedras.

De niños recogíamos las que nos parecían más hermosas o enigmáticas, que guardábamos en los bolsillos de los pantalones, y a las que atribuíamos poderes mágicos. O seleccionábamos las más adecuadas para lanzarlas a la superficie del agua o usábamos como peligrosos proyectiles con los últimos tirachinas artesanales. Cómo nos agarra a la vida un canto rodado, liso hasta lo imposible. Cómo nos sorprende una roca quebrada como hacha, cortante y bella por su simplicidad.

Miguel me tendió esa piedra, la misma que ilustra esta imagen como una frontera entre la luz y la oscuridad, la firmeza que nos ata a este pedrusco irregular y viejo en el que vivimos y lo etéreo de un espacio tan vacío que espanta. Me dijo que había ido a recogerla a Villagonzalo Pedernales. Me sonrió al salir a la tarde burgalesa del Espolón, me tendió la mano y se perdió entre la gente.

Pocas veces un objeto tan cotidiano como una piedra me dio, al guárdalo en el bolsillo como cuando era un niño, la certeza de que la plenitud de las cosas está tan cerca de nosotros que solemos pasar a su lado, sin verla.

lunes, 5 de mayo de 2008

Un lunes intenso e irregular como la vida



Hoy ha sido un lunes intenso e irregular, como la vida. Por la mañana tuve la visita de Miguel Vivanco, al que por fin pude conocer, estrechar su mano y comprobar el vitalismo que desprende en cada una de sus palabras, gestos y expresiones. He quedado mañana de nuevo con él, para que me sirva de guía en su exposición. Fue un encuentro breve pero de esos que te reafirman en que hay gente que merece la pena, que tiene proyectos apasionantes y que es capaz de recorrer medio mundo para depositar una piedra, que recoge un canto rodado en Alaejos, lo sopesa, encuentra su alma y lo envía a un lugar situado en las antípodas. Con él tomé un café en compañía de mi querido Leo y mi siciliano-burgalesa Valentina, de los que ya he hablado aquí. Después, con Valentina comenté un poema de Pablo Neruda, pleno de emoción concreta de vida y amor, La pobreza, de Los versos del Capitán (1952):

Ay, no quieres,
te asusta
la pobreza,

no quieres
ir con zapatos rotos al mercado
y volver con el viejo vestido.

Amor, no amamos,
como quieren los ricos,
la miseria. Nosotros
la extirparemos como diente maligno
que hasta ahora ha mordido el corazón del hombre.

Pero no quiero
que la temas.
Si llega por mi culpa a tu morada,
si la pobreza expulsa
tus zapatos dorados,
que no expulse tu risa que es el pan de mi vida.
Si no puedes pagar el alquiler
sal al trabajo con paso orgulloso,
y piensa, amor, que yo te estoy mirando
y somos juntos la mayor riqueza
que jamás se reunió sobre la tierra.

Como en Neruda, el amor se hace concreción de vida en esos zapatos rotos del quinto verso. Versos ya de poesía coloquial -conversacional se ha llamado-, de poesía hecha con las cosas que uno tiene a mano y que la literatura había despreciado antes, ciega de soberbia. Yo quisiera poder amar así, con retales, con objetos diarios, con las manos del artesano. Ese amor tiene la fuerza que desencadena las revoluciones.
En clase comenté el primer fragmento de La voz a ti debida (1933) de Pedro Salinas, tan diferente al anterior. Ya hablaré otro día aquí de esta obra, en la que el proceso de creación poética se expresa con lenguaje amoroso. Con otra alumna, Myriam, tuve una tutoría veloz, exigida por las circunstancias, sobre un análisis dramatúrgico del espacio en La Celestina. Vida, jóvenes, literatura. Mi lunes se llenaba de cosas. Incluso de noticias sobre las circunstancias de las próximas elecciones a Rector en mi Universidad.
Sin embargo, la belleza del día comenzó a girarse. En medio de la conversación con Vivanco vinieron los jóvenes del blog Movimiento anfibio, a los que conocí el miércoles pasado, llenos de energía y con ganas de defender ideas oportunas que ellos contemplan desde su futura profesión como Educadores sociales, tan necesaria en nuestra sociedad. Pero no pude atenderles, bien que lo lamento, quedé con ellos para después de clase pero salí tarde e ignoro si me pudieron esperar. Quisiera verlos pronto. Aquí dejo constancia, porque quiero oírlos y que me cuenten sus planes y dónde puedo ayudar.
Y se giró del todo el lunes, hasta hacerse lunes pleno: recibí la noticia de la muerte del marido de una compañera y amiga y acudí, con Leo y Susana, a un tanatorio burgalés que se me está haciendo de una tristeza familiar en los últimos tiempos, a las puertas del cementerio que tan bien describe Óscar Esquivias en La ciudad de plata.
El día iba ya cerniéndose sobre mí y trascurrió real y concreto y decidí salir a la calle a testimoniarlo, para ver cómo en este lunes intenso e irregular la vida se adensaba en todas sus formas posibles.

miércoles, 30 de abril de 2008

La generosidad (Miguel Vivanco).

Todos los blogs de temática burgalesa que llevan unos meses de circulación han recibido la generosa aportación de Miguel Vivanco en sus comentarios. A mí, además, me ha querido hacer un regalo que, supongo, por mis compromisos de estos días, no he podido recibir en mano. Así que, en uno de los sobres plastificados y reciclables de correo interno de mi Universidad, me he encontrado ayer, martes, el folleto de la exposición colectiva Paisajes Políglotas, que estos días se organiza en el burgalés Consulado del Mar y en la que participa. Como ya se ha informado de esta exposición en Blogochentaburgos y Burgostecarios, sólo me queda animar a todos los que pasen por esta ciudad hasta el 7 de mayo, que acudan a verla.

Yo tengo que agradecerle otro gesto generoso: en el mismo sobre encontraba una nota de su puño y letra en la que afirmaba: "El día del libro es cualquier día", en lo que tiene toda la razón. Y, para demostrarlo, la acompañaba de dos regalos que hablan de su agudeza: dos volúmenes cuya elección es soprendente y acertada. Se trata de Tertulia de Madrid, del mexicano Alfonso Reyes, en edición de la Espasa-Calpe Argentina (Buenos Aires, 1949). Y Lecturas españolas, de Azorín, en edición de Thomas Nelson and Sons (Edimburgo, s.a.).

Digo sorprendente porque ya no se leen, lamentablemente, estas obras. En la primera, Reyes colecciona trabajos suyos sobre Azorín, Juan Ramón Jiménez, Valle-Inclán, Ramón Gómez de la Serna, Galdós y Rubén Darío. Son artículos vividos, en los que se suma la experiencia personal con la finura en el análisis de la obra y estilo de estos autores. No es la filología que se hace ahora, pero quizá la que debamos hacer en el futuro.

En la segunda, que Azorín dedica a Larra, el escritor reúne artículos que reflexionan sobre el concepto de España (y de Castilla), el problema de España, como se decía, desde el siglo XVI hasta finales del XIX, porque estaba ya embarcado en la construcción de su concepto noventayochista de la historia cultural de su época. En este libro está el mejor Azorín. El final de su Epílogo en Castilla, fechado en Nebreda en marzo de 1912, le define (y nos define):

No saldrá España de su marasmo secular mientras no haya millares y millares de hombres ávidos de conocer y comprender.

Siento que el alicantino acertara.
Vivanco ha demostrado finura y olfato en el regalo. Me gustaría corresponderle. Vaya, desde aquí, hasta que pueda, mi abrazo.