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domingo, 22 de julio de 2012

No hay otra forma


No hay otra forma.. Al menos, te he besado mientras la ciudad entera se incendiaba. Pero Atlanta ya es solo cenizas y aun nos quedan batallas. El verano nos lo han trasformado en invierno y ya no va más porque han hollado nuestros jardines más secretos. Nos seguiremos besando pero el tiempo de siembra ha dado paso al de la cosecha: ya tengo el camino a tus labios memorizado y puedo salir a la intemperie porque sé que allí te abrigaré con mis brazos que tú buscas cuando te dejas ir hacia lo que queda de noche mientras yo hundo mi rostro en tu cabello para buscarte la nuca y besarla con la ternura precisa del beso que anucia ya la proximidad del sueño. Saldremos a ser derrotados todas las mañanas, pero qué hermoso. Al menos contaremos que hemos luchado cuando nos veamos en la noche de abrazos: espalda, manos, rostros. Bésame. Bésame. Y vamos juntos, porque no todas las películas terminan igual cuando las revisitamos.

viernes, 20 de julio de 2012

Cometeré errores


Cometeré errores porque todo es incierto menos tus labios. De donde vengo sé que ya todo es tierra quemada y el horizonte se anuncia rojo intenso: no queda ya nada a los lados del camino. A veces no comprendo bien lo que ocurre y el mundo se me llena de enigmas que intento desentrañar cuando me besas atrapándome entre tu pelo, que se desencadena sobre mi rostro con la suavidad de tu mirada, comprensiva y enamorada. Viene ya septiembre, amor mío, y deseo recibirlo a tu lado porque solo así seremos vencidos luchando. Déjame gritar el nombre justo de los amantes para que nadie pueda impedir que bajemos, de una vez, todas las escaleras, para reunirnos en la calle. Pero antes, déjame gritar tu nombre y venir a tus brazos. Será la mejor señal de que todo esto ha tenido un sentido: latido, mirada, beso. Viene ya septiembre, amor mío y ya no habrá coartadas. Todos los puertos que nos han servido de refugio tienen su señal registrada en la carta de marear que he dibujado en tu cuerpo para fondear en ellos en los próximos tiempos convulsos.

miércoles, 18 de julio de 2012

Nos dividirán y querrán convertirnos


Nos dividirán y querrán convertirnos a su doctrina: con una ley no escrita nos dirán que solo hay un camino. Comenzaremos a delatarnos los unos a los otros para demostrar nuestra condición servil y luego querremos justificarnos, pero será tarde. Y reinará la violencia: una violencia de golpes secos y sin sangre pero llena de ojos muertos y espaldas arqueadas. Nos golpearemos entre nosotros para marcar nuestras diferencias cometiendo el mayor error de nuestras vidas y querremos hacer méritos para mostrarnos sumisos, obedientes y dejarles expedito el camino creyendo así -¡qué ilusos!- que la vida nos será más fácil. Querrán privarme incluso del sosiego de tus labios y de tus brazos, que el beso sea casi delincuente, fugaz, de una urgencia que no se merece porque lo primero que nos habrán quitado es el tiempo.

Pero me niego a colaborar: prefiero estar en la lista.

Quiero besarte como nos merecemos, con la lentitud necesaria para llegar al sabor terciopelo de tu boca, con todo el tiempo preciso para hallarte. Separarme unos segundos de tus labios para mirarte a los ojos y decirte cuánto te amo antes de regresar a tu boca. Como si fuera esta noche la última de la que disponemos porque sin duda vendrán a por nosotros al amanecer, porque son insaciables. Y que la luz me sorprenda abrazándote -lo habré hecho toda la noche al velar tu sueño y dejar que te gires hacia mí para reposar tu cabeza en mi pecho cuando cambias de postura en la cama, empujándome con la suavidad de quien sabe que será obedecida-, pegado a tu espalda, y, durante un espejismo certero, la mañana se inicie con la suavidad de tus besos. Como si el mundo fuera hermoso y toda la gente buena.

lunes, 16 de julio de 2012

Nos perseguirán y llamarán culpables


Nos perseguirán y llamarán culpables: querrán aislarnos, arrancarnos de nuestra vida, querrán matarnos. Que caminemos por las calles con sensación de ahogo y culpa, que vivamos tristes y resignados. Nos dirán que ha sido nuestra la responsabilidad de todo lo que ha sucedido y tomarán medidas para que no podamos replicarlos, nos cortarán los afectos y la voz y recortarán todo lo que habíamos conseguido. Llegaremos a dudar de todo y de todos e incluso de nosotros mismos. Habrá un momento en el que no sepamos quiénes somos ni quiénes son los nuestros. Entonces deberemos recurrir a lo que nos salva para ser más nosotros y nos encontraremos: no te diré que soy inocente porque lo sabrás nada más verme de la misma manera que yo sabré que no me negarás el abrazo y los besos. Ni tu piel. Querrán reducirnos a la mera condición de perseguidos sin decirnos la verdadera causa de nuestra culpa porque la causa son ellos mismos, que piensan que ya no nos necesitan más que como peones. Pero no saben que aun queda un tren -quizá tan solo uno- en donde encontrarse y ampararse en un beso largo. Te voy a besar como nunca te han besado porque el próximo beso será de verdad y no tendrá tiempo ni urgencia de relojes. Te voy a besar de labios y mis manos recorrerán tu espalda pero primero te habré mirado hacia dentro de ti para hallarte. Y en ese momento sabré que quizá consigan vencernos pero no nos habrán derrotado porque la lucha estará ya iniciada desde el sabor de tu boca y de tu piel y de tu cuello. No conseguiré vencer porque el inocente nunca gana, pero qué más da ya si he bajado en la estación correcta tras el probar el sabor de tus labios. Y subirán otros a otros trenes para besarse. Quizá, entonces, seamos los suficientes para saber que aun hay esperanza.

sábado, 14 de julio de 2012

Róbame


Cuánta belleza cabe en tu susurro. Todo es ya complicidad y mirada desde el mismo momento en el que me hiciste sentar a tu lado con ese gesto tan tuyo. Amanecerá y vendrá la batalla: habrá que tomar las calles, pero queda noche que compartir y aun la alondra no anuncia el día, queda noche de verano y todo está -todavía- en calma. Es pronto, es pronto aun y hay una red de caricias y anuncios de besos que me ata a este momento en el que ya he dejado todas las puertas abiertas. Róbame, me dices, antes de irte pero no te vayas, cuando te vayas y cierre la puerta de casa, imaginaré que todo ha sido un sueño, pero no te vayas. Y no puedo, porque ya todo el deseo se concentra en tus labios, solo labios, solo susurros, solo mirada, solo cuello. La brisa mueve -¡con qué cuidado!- la cortina: tu ventana a la calle, donde habrá que estar mañana.

jueves, 12 de julio de 2012

El último beso de Gregory Peck





Si yo fuera Gregory Peck querría que me mataras para besarte. Porque solo entonces comprenderías cuánto me amas y solo entonces comprendería cuánto te amo. Esta vez acertaste, te diría, es inútil que siga mintiendo, se acabó todo. Quiero verte. Tengo que verte. Te quiero. Ven. Date prisa. Cuando llegues a mí sabré que el mundo, al fin, ha adquirido todo su verdadero sentido. Este tiempo pasado tendrá valor porque tus labios -¡qué certeros!- me habrán enseñado cómo seguir adelante bajo el sol que nos castiga. No es la urgencia de la muerte, sino la urgencia del beso, mucho más fuerte. He aprendido en tu piel y en tus ojos que puedo regresar ya porque he trazado las rutas que debo transitar mañana.

martes, 10 de julio de 2012

El beso prolongado


Hay besos que no se terminan nunca: juego de palabras, labios y abrazos. Se entrecortan de frases cotidianas que se pronuncian sin que tengan más significado que retener a quien abrazamos un minuto más, tan solo un minuto. No te vayas, pensamos, mientras proponemos una cena improvisada o un trámite que apenas importa que solo es excusa para no romper el encuentro.

- Nuestro amor es bastante extraño. Porque a lo mejor tú no me quieres.
- Cuando deje de quererte ya te avisaré.
- Pero, ¿me quieres?
- Los actos importan más que las palabras.

Hay un momento en el que debemos salir al trabajo o a hacer un recado, pero nos llevamos ese beso dentro, celosamente guardado, para continuarlo, interminable y encadenado a sonrisas y tristezas, quizá a la tarde, quizá años después, mientras te llevo en brazos al bajar esa escalera y te subo al automóvil para alejarnos, donde el beso ya no pueda ser interrumpido por nadie. Mientras tanto, quizá, el mundo se esté terminando. Y qué importa ya si nada ha conseguido separarme de tus brazos y tus labios.

domingo, 8 de julio de 2012

El beso adivinado

A veces un beso se nos impone desde la primera mirada, adivinado e inevitable. Una carambola de billar hace que se crucen las miradas que no esperaban la sorpresa y por eso quedan más atrapadas y desde entonces ya no se separan. Pero el primer beso debe tener su momento preciso. Todo parece una coreografía que debemos bailar porque un nudo en la boca del estómago nos impide alejarnos más de un metro del rostro deseado. No son ya los ojos los que miran, sino la piel entera. Nos olvidamos entonces de todas las precauciones que nos dictaban que no perdiéramos la cabeza. ¿Cuál era ya nuestro primer objetivo y qué importa? Ya nada nos pertenece en realidad porque ya lo tenemos todo. Suena la música y todo se hace cintura y espalda y mejillas, suavidad armoniosa que contrasta con el impulso que nos empuja el uno hacia el otro. Oigo tu respiración entrecortada y no puedo dejar de susurrarte al oído que te quiero. Llega, al fin, el beso, adivinado desde aquella primera mirada. Y todo se desencadena: qué más da ya cómo acaba y qué poco importa mientras el sabor de tu boca me acompañe.

viernes, 6 de julio de 2012

Un beso en la playa


¿Has visto cómo se miran justo antes del beso? Cuando el mundo parece llegar al final y todo adquiere una textura gelatinosa que asfixia hay que mirarse así para detener el tiempo: que nos lleve a la eternidad de un latido. Buscar el momento justo para precipitarse en los labios y dejarse ir hacia el abrazo y la humedad deseada de tu boca. Más allá de las rocas acecha la historia y habrá que afrontarla, a pecho abierto, aunque nos sepamos ya derrotados porque hay batallas que debemos perder para que otros las ganen. Pero seremos héroes mañana: hoy toca abrazarte como si no hubiera más piel en el mundo que la tuya, respirar tu aliento, mirarte hacia dentro de tus pupilas, acercar mi rostro al tuyo y dejar que seas tú quien recorra el último centímetro que nos separa.

miércoles, 4 de julio de 2012

Miénteme

 
Cuando la pasión llega al punto en el que los labios no pueden retener más lo que se lleva dentro, se claudica. Decir amor desde las entrañas del sentimiento es ya desbordarse y entregarse al otro. Dos amantes se han reencontrado tras cinco años en los que han intentado olvidarse en otros cuerpos, desesperadamente, como si la vida ya no les perteneciera desde el instante justo en el que se separaron y destruirse fuera el alcohol de todos los olvidos. Quien no ha sentido ese desgarro que convierte el dolor en piel dada la vuelta, no lo comprende.

Se miran, por primera vez después de tanto tiempo, frente a frente como si, a la vez, se desafiaran, se protegieran y desearan, al fin, arrojarse el uno en brazos del otro. Todo el temor del mundo, toda la rabia del mundo, todo el deseo del mundo. No va más: después de años cicatriz, todo se juega en la próxima frase y ambos son conscientes.

- Dime algo bonito.
- Claro, ¿qué deseas oír?
- Miénteme. Dime que me has esperado estos cinco años. Dímelo.

Todo estalla en un juego de mordiscos y besos, de mentiras que son verdades, de reproches y sueños, de deseo retenido en el que parece anularse el tiempo sin que sea eso posible porque el tiempo tiene sus propias normas y juegos.

- Miénteme. Dime que nunca me harás daño.
- Te haré daño. Mucho daño.
- Miénteme. Dime que todas y cada una de tus caricias serán auténticas.
- Los besos que te dé no los sentiré jamás. Cuando acaricie tu cuerpo no te haré sentir nada.
- He estado perdido y ciego. No me daba cuenta de que todos los caminos me conducían hasta aquí aunque parecieran alejarme.
- Cómo te he esperado. ¿Por qué has tardado tanto?

Hay momentos en los que se siente un nudo en la boca del estómago y desatarlo solo es posible en los brazos de la persona a la que se ama, aunque se juegue la vida en el gesto. Pero qué pequeño precio es la vida en algunas batallas.

Es curioso. Cada vez que veo esta película tiene un final diferente. Debería volver a verla para saber cómo termina ahora porque en cada etapa de la vida todo es diferente. Y cada relación es nueva y marca sus propias normas.He comprado una copia que me llegará en unos días.

lunes, 2 de julio de 2012

Para que haya septiembre


Habrá septiembre. Habrá septiembre, aunque querrán también quitárnoslo, pero este verano tendrá la textura de los veranos de la juventud: largo e incierto. Aquellos veranos que parecían durar una historia completa en la que había un momento en el que alguien pulsaba un botón y todo se aceleraba, las noches se hacían frescas y asomaba el rostro del fin de las cosas mientras se oía, en la plaza, la última verbena y el estómago dolía ante la cercana despedida. Este verano tendrá la sensualidad de los de antes, cuando el amor estaba por inventarse y todas las Provenzas del mundo acogían a los amantes. Nos refugiaremos en los besos y los abrazos y en la caricia, el olor dulce de tu pelo, para redescubrir el mundo y hacerlo menos inhóspito. Tendremos que descubrir el mundo en la piel amada para dibujar las fronteras de aquello que no queremos que nos roben. Nunca, como este verano, será tan necesario aprender lo que de verdad importa porque a nuestro regreso habrán querido robarnos septiembre y convertir el otoño en invierno. Si nos dejamos.

jueves, 21 de junio de 2012

La medida de la pasión


Toda pasión se mide en el preciso momento de rodear la cintura de una mujer con los brazos y hundir el rostro en su cabello para buscar el sabor del cuello. Impulso, temblor y cielo.

miércoles, 4 de abril de 2012

Los celos que ciegan


Rodrigo, que ama y no es correspondido, no puede comprenderlo: no acepta el desdén de Inés, simplemente no lo entiende. Lope de Vega le hace expresarse como podría hacerlo un galán culto del momento. Cada época tiene su propia educación sentimental y en la del momento marcaba la retórica del amor cortés en la que amor y muerte van unidos:

Entre la vida y la muerte,
no sé qué medio tener,
pues amor no ha de querer
que con tu favor acierte;
y siendo fuerza quererte,
quiere el amor que te pida
que seas tú mi homicida.

Pero esta Inés de El caballero de Olmedo ya no es mujer de amor cortés y ha dado todos los pasos para recibir a Alonso y no tiene por qué ni dar explicaciones a Rodrigo ni soportarlo -de ahí la modernidad de Lope al plantear a los espectadores una mujer libre a la hora de la elección amorosa-. Lope juega con un doble referente -como se hacía en La Celestina-: por un lado la retórica bella pero trasnochada del amor cortés y por otra la de la expresión directa del amor. Visto así, Rodrigo no tenía nada que hacer: procede de otro libro y ha caído donde no le corresponde, por eso provocará la tragedia. En el fondo, los seres humanos actuamos así en la realidad cuando la educación sentimental que recibimos no es la adecuada, por anticuada o por patológica. Así pues, Rodrigo, haga lo que haga no será comprendido y, por muy hondo que sea su amor, al no aceptar el rechazo de Inés, comete un delito de amor: insistir y no retirarse. No aceptar el rechazo es el error de este tipo de amantes. Una patología: a veces porque piensan que la amada es de su propiedad; en otras, porque su obsesión les ciega el entendimiento y ya no son capaces de razonar con sensatez. El amor, así, se enturbia. Se ama, pero se daña. Rodrigo ya no puede dar un paso atrás ni levantar la cabeza para ver el cuadro en la distancia. De las siguientes decisiones del rechazado dependerá el concepto que tengamos de él. Rodrigo no sabe o no puede dar un paso atrás a tiempo. Y cae en los celos:

Mortal desmayo
cubre mi amor de celos y de enojos.

Y si el amor ciega, los celos no solo ciegan sino que vuelven loco a quien los sufre:

FERNANDO ¡Qué loco estáis!
RODRIGO Amor me desatina.

Además, Alonso lo vence en el torneo: ya no son solo celos, sino el orgullo herido. Mala suma de heridas. Rodrigo ya no verá más: ha de matar a Alonso. Mala suma hacen celos y orgullo.

martes, 3 de abril de 2012

Ceguera de amor


El amor ciega. Alonso regresa a Olmedo, de noche y atravesando un paisaje que se le ha vuelto misterioso a pesar de ser tan conocido, tras haber disfrutado unas horas en Medina del Campo junto a su amada Inés. Oye, a lo lejos, un cantar que le sobresalta en boca de un labrador: contiene presagios que le anuncian su propia muerte:

Que de noche le mataron
al Caballero,
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.

Pero los aparta de sí: juzga que es una estratagema de su enamorada para que de la vuelta y regrese a su lado. El amor ciega: ciertamente es un aviso de lo que le aguarda junto a un arroyo. Allí le salen a su encuentro Rodrigo, antiguo pretendiente de Inés, y sus compañeros de Medina, molestos porque un forastero les robe a una de las mejores mozas del lugar. Lo rodean y lo asesinan. La embriaguez del amor le lleva a confundirlo todo. Alonso ve y escucha, pero el amor le ha nublado el entendimiento y desoye la noticia cierta de su propia muerte.

Desde el inicio de El caballero de Olmedo queda clara esta ceguera de amor: Alonso e Inés cuentan la misma historia de su enamoramiento a primera vista y casi con los mismos términos. El flechazo entró por los ojos y, desde entonces, ya no ven otra cosa que el objeto amado y la urgencia por gozarlo. Alonso no puede volverse, sin más, a Olmedo; a Inés ya no puede satisfacerle ningún joven de Medina del Campo. Recurren a una celestina, Fabia: Alonso tiene urgencia por entrar en tratos con aquella mujer que tanto le ha gustado; Inés deja que la vieja entre en su casa a pesar de la conocida reputación de tercerona. Ya nada importa: en realidad, Lope de Vega pinta el proceso de la pasión que nubla el razonamiento como una enfermedad de los sentidos: todos se concentran en un mismo punto y abandonan cualquier otra función. Desde ese mismo momento se han puesto las bases de la tragedia final. ¿Merece la pena ese momento de felicidad en el que los amantes pueden comunicarse con intensidad sus sentimientos? Una vida entera en unas horas.

Dicen que el amor es ciego. Al menos, así lo pintan.

miércoles, 21 de marzo de 2012

En el inicio de la relación amorosa y las convenciones sociales


Calisto ha llegado al jardín en el que se encuentra Melibea y se siente tan atraído por ella que la pasión le hace ser imprudente: transgrede una de las normas del amante cortesano, que es la de guardar silencio sobre sus sentimientos para que los hechos, los gestos, las miradas y los suspiros hablen en vez de la palabra. Es grande su osadía y llega a la blasfemia: la grandeza de Dios se concreta en la belleza de Melibea. No puede evitarlo, la pasión le desborda y va de imprudencia en imprudencia. Es lo que tiene el amor de este tipo, que desata la lengua. Calisto ya no puede parar y desarrolla su blasfemia para acabar anticipando el dolor que le causará la ausencia de la amada:

Por cierto los gloriosos santos, que se deleitan en la visión diuina, no gozan mas que yo ahora en el acatamiento tuyo. Más, ¡oh triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienaventuranza y yo mixto me alegro con recelo del esquivo tormento, que tu ausencia me ha de causar.

El autor juega, intencionadamente, con dos intertextos bien conocidos por los lectores de su época: el amor cortés y el debate teológico, ambos parodiados desde el núcleo de la pasión amorosa que hace perder la cabeza al joven.

Melibea es más cauta. Siente la misma atracción por Calisto, pero tiene más que perder si consiente en esa relación sin más. Todavía tiene el control de la situación y lo ejerce: se siente atraída pero no ha perdido la cabeza. Le da pie para que descubra sus sentimientos, le hace pensar que puede obtener rápidamente lo querido, pero le corta en seco cuando juzga que el joven va muy deprisa:

¡Vete!, ¡vete de ahí, torpe! Que no puede mi paciencia tolerar que haya subido en corazón humano conmigo el ilícito amor comunicar su deleite.

Sabremos pronto que Melibea siente lo mismo que Calisto, pero ella cumple lo que se le exige socialmente. Y lo que se le exige literariamente: el enamorado ha osado hablar y no parar. Y debe ser castigado. Pero tras el castigo, que es la expulsión del jardín -del paraíso de los amantes-, el lector se da cuenta de que está en otro tipo de literatura, muy diferente a aquella en la que regía el amor cortés. La Celestina ha cambiado los tiempos. Nos lleva de la literatura en la que el amor es ritualización convencional de gestos a la realidad: y en la realidad, dos jóvenes que se sienten atraídos deben recomponer, de alguna manera, la relación. Una segunda oportunidad que compense la torpeza de él, producto de la impaciencia, y la rigidez de ella, nacida de las normas rígidas que le impone la sociedad. Pero ellos ya no pueden hacerlo directamente tras ese encuentro en el jardín: sería demasiado trasgresor. Y por eso deben recurrir a la Celestina, una tercerona encargada de este tipo de menesteres. De hecho, la Celestina, entre sus muchos oficios, se gana la vida facilitando estos encuentros que la sociedad y la imprudencia dificultan. El autor saca este personaje de la realidad: la Celestina era un tipo social generalizado en todo el Mediterráneo y, especialmente, en la cultura judía, en la que aun existe.

Es difícil arreglar lo que comienza mal. Es más difícil aun solucionar lo que las imprudencias o las normas sociales o el carácter de cada uno impiden. La Celestina se ganaba la vida con ello. Hoy, en la cultura española, por suerte, la libertad la hace innecesaria, pero la educación sentimental sigue produciendo parecidos desastres a los que provocó el encuentro en el jardín entre Calisto y Melibea. Y ya no hay Celestinas a las que recurrir.

domingo, 18 de marzo de 2012

Femme fatale


Que la femme fatale es un arquetipo de mujer del cine, ya lo sabemos. Pero yo he conocido mujeres que lo son o que así son sufridas y que hacen padecer a quien se cruza en su camino. Me han dibujado así, decía una de las más famosas. Es curioso cómo vistas en la distancia, cuando se puede tomar distancia, no son para tanto y se descubren los defectos del trazo: quizá por eso no dejan que la víctima de dos pasos atrás para ver el cuadro completo. En ese caso, a uno le puede faltar hasta el aire pero no es consciente de ello: el sufrimiento es puro placer sin el que a uno le da la impresión de estar muerto. Es curioso que no exista el hombre fatal como arquetipo: quizá ni demos la talla para ello.

miércoles, 27 de octubre de 2010

El deseo en rojo puro


Hay sorpresas reservadas para quien aguarda un autobús urbano de madrugada en la periferia de la ciudad, en esa hora en la que no se sabe con certeza si el último ya pasó hace tiempo y la espera pudiera resultar inútil. Casi siempre, espejismos. Toca agachar la cabeza, levantar el cuello del abrigo y caminar hacia el destino, encogido.

domingo, 4 de abril de 2010

Definir el deseo


Es curioso hojear antiguos diccionarios cuando uno ya no sabe definir el deseo, después de darle tantas vueltas. Quizá los académicos, que tanto han trasteado, ayuden. El primer diccionario publicado por la Real Academia (1732) define el deseo como anhelo o apetencia del bien ausente o no poseído, lo cual cabe para cualquier cosa, pero ya les debía rondar el sexo en la cabeza cuando sin necesidad ejemplifican con La Celestina.

En 1791 la definición cambia, aunque se mantiene en la abstracción al hablar de movimiento de la voluntad con que se apetece alguna cosa. Parece que a finales del siglo XIX debatieron sobre el deseo y modificaron sustancialmente la definición en 1884. Casi un siglo de debate para concluir que el deseo es un movimiento enérgico de la voluntad hacia el conocimiento, posesión o disfrute de una cosa. En 1925 se añade la 2ª acepción de desear (anhelar que acontezca o deje de acontecer algún suceso) que, en 1983, se concreta en acción y efecto de desear. En 1984 se añade que el deseo es, además, cosa deseada (que desaparece en 1989 y reaparece en 1992).

Así venimos a la actual definición: 1. Movimiento afectivo hacia algo que se apetece. 2. Acción y efecto de desear. 3. Objeto de deseo. 4. Impulso, excitación venérea (por Venus, la diosa del deleite sexual, aunque vaya uno a saber qué tenía en la mente quien redactó la papeleta correspondiente).

Dando vueltas a todas estas cosas en la cabeza salgo de la boca del Metro madrileño en Callao, miro hacia arriba y me encuentro de nuevo ante todas las incógnitas y ya estoy hecho un lío.

miércoles, 27 de enero de 2010

Labios


Se cierra los ojos cuando se besa porque ya no se necesita la mirada: todo nos ha impulsado hacia esos labios y las bocas sellan el deseo. Hallar quien nos bese como debe besarse a quien se ama es sentir en la piel de los labios lo que no existe con las palabras. A veces basta un beso para justificar una vida: para perderla, para ganarla.

martes, 26 de enero de 2010

Mirada y labios


Cuando son labios los que se miran, se está irremediablemente impulsado hacia ellos: cuando la mirada desciende plena de deseo desde los ojos hacia la boca justo antes del primer beso, hay unos segundos de incertidumbre que son la frontera de todas las cosas.