El conjunto escultórico Jorge Guillén y niños botando barcos de papel (1998), situado en el estanque central de la Plaza del Poniente de Valladolid, es obra del escultor Luis Santiago (1962). Ocupa sabiamente el espacio, sin intentar monopolizarlo. Tienes que mirarlo detenidamente para saber que está allí. De gran perfección técnica, juega con la línea realista de las esculturas del poeta y los dos niños y la simbólica del conjunto, materializada en los tres barcos de papel metálico botados en el agua (con los nombres de los poemarios del autor), lo que no sé si le gustaría a Guillén. Los niños que juegan en el Poniente, parque que todos los que hemos crecido en la ciudad recordamos a pesar de sus continuas trasformaciones, se suben a las esculturas y caminan por el borde del estanquillo. Los padres se asustan ante la osadía de los más pequeños y les suelen contar, con voz misteriosa, que un niño se ahogó allí en un tiempo de leyenda, para impedir un chapuzón a destiempo. Quedan así, las dos esculturas de los muchachos, alejadas de la claridad de Cántico y se convierten en espectros de los ahogados, retenidos por el tiempo cincelado en los gestos previos a su muerte. De noche quizá cobran vida y se susurran el uno al otro las ensoñaciones de las vidas cortadas. El poeta, girado en escorzo, no las hace mucho caso, y prefiere mirar más allá, quizá hacia el mar de Málaga, porque no sabe bien qué hace en una tierra a la que no quiso volver.
Cuando estudiábamos Hispánicas, un amigo, Ramiro F. Mayo, y yo le felicitamos a Guillén uno de sus últimos cumpleaños. Le remitimos, desde la Oficina Central de Correos, un telegrama. Quizá ande ahora entre los papeles del poeta, tan ambicionados en su día por alguno y sobre los que ha caído el olvido. Quizá por allí también se encuentre la copia de unos espantosos poemas adolescentes que le mandé años antes. Me contestó con esa amabilidad suya no exenta de fina ironía, remitiéndome dedicado el volumen de una antología publicada por Plaza & Janés en 1975 (que le solicitaba), con selección y prólogo de Manuel Mantero. En las páginas en blanco del libro venían unas palabras de ánimo. Cuánto tiempo hace ya de aquello.
Cuando estudiábamos Hispánicas, un amigo, Ramiro F. Mayo, y yo le felicitamos a Guillén uno de sus últimos cumpleaños. Le remitimos, desde la Oficina Central de Correos, un telegrama. Quizá ande ahora entre los papeles del poeta, tan ambicionados en su día por alguno y sobre los que ha caído el olvido. Quizá por allí también se encuentre la copia de unos espantosos poemas adolescentes que le mandé años antes. Me contestó con esa amabilidad suya no exenta de fina ironía, remitiéndome dedicado el volumen de una antología publicada por Plaza & Janés en 1975 (que le solicitaba), con selección y prólogo de Manuel Mantero. En las páginas en blanco del libro venían unas palabras de ánimo. Cuánto tiempo hace ya de aquello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario