En las antiguas acequias colocaban bidones sobre las llaves de las compuertas. Parece ser que indicaban el lugar en el caso de que las zarzas y otras hierbas cubrieran el ingenio. Algo similar a las balizas de las carreteras en las que suele nevar o los hitos de piedra en los senderos. Como aquellos que ponen una piedra al enterrar un tesoro, una caja del tiempo o un cuerpo. Aquí hay algo, dicen, para recuerdo de quien lo puso o advertencia del que pase por allí. Aquí hay algo, sí, pero si no pasa nadie, ¿hay algo también?
Mi madre guardaba las cosas de la costura en una antigua caja de puros de madera. No recuerdo qué ocurrió con aquella caja, pero a veces veo a mi madre abriéndola y, con el dedo índice, elegir atentamente la aguja adecuada y la bobina de hilo del color que necesitaba. Recuerdo su gesto al introducir el hilo en el ojo después de haberlo humedecido ligeramente con los labios y las primeras puntadas al coser un botón o zurcir un roto. Solía coser en una banqueta baja de madera que mi padre repintaba casi todos los años para conservarla. La banqueta sí sé dónde está. Cuando vaciamos la casa de mis padres me la traje a la mía.

2 comentarios:
Los recuerdos también amueblan la memoría, como hacía la banqueta en el hogar presente y el de antaño. Yo jugaba con los dedales de mi madre, los introducía en mis dedos y los chasqueaba en el suelo, como si fuera un caballo al trote; ¡tacatá, tacatá!
Bonito retrato de interior. ¡Ay, cuando ya no acertamos ni a enhebrar una aguja de ojo largo!
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