Llegamos a tiempo aún de las moras. Quedan unos días para recogerlas al paso y probarlas allí mismo, junto a las zarzas del camino, o reservar unos puñados para hacerlas en casa con leche y azúcar y un toque de canela, como hacía mi madre con las que le llevaba de aquella acequia misteriosa de mi infancia. Con las lluvias de primavera, la hierba y los zarzales han cegado algunos de los caminos por los que he paseado estos años. Quizá ya no pasa nadie por ellos. Qué fácil es el olvido: en un par de años, no quedará rastro de los senderos por los que se iba o venía, se olvidarán también los sueños y las vidas de los caminantes que los usaban. Nosotros mismos. Algunos secretos desprendidos al paso aguardarán debajo de las zarzas, abrazados por sus ramas.
Un conejo me salta casi a los pies. En las afueras de las ciudades, han proliferado estos años, pero nunca como este. Los he visto ya en las urbanizaciones levantadas sobre lo que eran los solares de las afueras.
Para saber si una mora está en su punto, basta con dar un ligero tirón: si se viene entre los dedos, ya está. No hay que forzar la rama. Si no está, hay que dejarla madurar unos días. Tomo tres o cuatro en la palma. Qué levedad y cuánto placer al saborearlas. Algunas, las mejores, han madurado en las ramas interiores y hay que rozarse con las espinas, como con tantas cosas en la vida.
¿Llegará un día en el que la floración y la sucesión de frutas no nos indique la estación del año como ahora? Tanto daño hemos hecho, que preferimos vivir en un mundo sin tiempo.
5 comentarios:
Los senderos enmarañados son camino mientras los atraviesen caminantes. El olvido pierde la partida.. Y otra vez es tiempo de moras, las más sabrosas las de difícil acceso. Es un camino que recorremos contigo cada año, en tu acequia, al final con azúcar y leche, con tus recuerdos de niño. Gracias, Pedro, por compartirlo.
Hay que rozarse con las espinas, merece la pena, la mora compensa.
Aunque los caminos se vaya borrando. El sabor jugoso de la mora permanece en la memoria.
Saludos
No habia moras en el lugar de mis vacaciones, pero si uvas que se convierten en pasas y en un rico vino de postre, tambien habia higos jugosos y cada vez que cogia una uva o un higo me daba la extraña sensación de que estaba robandole a la tierra y a su dueño.
Tu entrada me remite a mi infancia, allá en un pueblo, y a los zarzales que nos obsequiaban con las moras. Ahora, adulto y habitante de una gran urbe, las moras se hallan expuestas en algunas fruterías. No es lo mismo...
Me vienen deliciosos y gustosos recuerdos. Recogerlas y comerlas in situ, nada menos, y con pantalón corto. A pesar de las zarzas.
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