- ¿Conoces la historia del peregrino hindú y las piedras?
La camarera me acababa de servir el café. No sé bien cómo habíamos llegado a esa conversación pero en ese momento yo sabía que no iba a recoger mi taza de la barra para marchar a la mesa en la que había dejado la mochila con el ordenador portátil y la cámara de fotos. La miré a los ojos y le dije que no.
- Cuentan que un peregrino llegó a la ladera de una montaña. Estaba fatigado y se sentó sobre una piedra a contemplar el paisaje que se le ofrecia a la vista. El valle era hermoso y una ligera brisa calmaba el calor de aquella tarde de verano. Al pasar la mano por la piedra, descubrió que tenía algo grabado. Le pudo la curiosidad y limpió la superficie hasta poder leer la inscripción, que contenía un nombre seguido de un ocho. Al lado de su piedra había otra. Se acercó a ella y procedió de la misma manera para leer otro nombre y el número 12. Pudo comprobar que todas las piedras de aquella parte de la ladera habían sido grabadas de la misma manera. No sabía de qué se trataba. Cuando se interrogaba, vio llegar a un hombre con un rebaño de cabras. Se acercó al pastor, lo saludó y le preguntó sobre el significado de aquellas piedras. "En realidad, son lápidas", le dijo, "porque esta ladera es el cementerio de la aldea que está a la vuelta del sendero". No pudo evitar cierto escalofrio y le preguntó la razón por la que la gente, en esa aldea, moría tan joven porque ninguna de las cifras que había podido ver superaba los quince años. "Al contrario", le respondió el pastor, "en la aldea casi todos llegamos a centenarios". Ante la cara de extrañeza, el pastor le aclaró que cuando un niño del poblado llegaba a la edad en la que sabía leer y escribir, le regalaban un cuaderno para que apuntara, con escrupulosa minuciosidad, los momentos de felicidad que vivía: un beso, una risa, un partido de pelota con los amigos, la exaltación del amor. "La suma de todos esos momentos es lo que se graba en la piedra junto a su nombre, cuando muere". El peregrino hizo un rápido cálculo mental que le permitió conocer cuánto tiempo había vivido, en realidad, desde que era capaz de recordar su vida. Se sentó, de nuevo, sobre una de aquellas piedras, y rompió a llorar. El pastor buscó en su zurrón y le tendió un cuaderno nuevo que había comprado esa misma mañana para su nieto. "Siempre es el momento adecuado para comenzar a sumar", le dijo.
El café se me había enfriado, pero yo no podía dejar de mirar sus ojos. Y le respondí:
- Hay una tribu africana en la que, cuando a alguien le regalan una historia así uno no puede irse sin corresponder con una historia de similar contenido, en agradecimiento.
Habían entrado otros clientes, pero ella me miraba a los ojos y continué:
- Un amigo me contó un día la historia de la marca de Creta. En esta isla existía una costumbre según la cual, al regresar a casa al anochecer, debías recoger una pequeña piedra que pudiera caber en la palma de tu mano. La piedra debía ser del color de tu día: blanco si habías tenido un día bueno, negro si había sido malo. Al llegar a tu casa, arrojabas a un lado o a otro del jardín la piedra. Al final de tu vida, contemplando el tamaño de los dos montones, podías comprobar cómo había sido tu existencia y hacer tu propio balance. Esto parece fácil de comprender, pero en realidad no lo es tanto. Durante años te afanas en tus cosas y, preocupado por tus negocios, tu matrimonio, tus padres o tus hijos, por las rivalidades con los enemigos o los festejos inconscientes con los amigos, recoges apresuradamente la piedra correspondiente y la arrojas sin mirar, al entrar en casa. Solo cuando llega un momento de tu vida en el que apenas queda tiempo para alterar el tamaño de los dos montones te detienes a mirarlos. Y te sorprendes descubiendo que, con el apresuramiento con el que regresabas a casa, la mayoría de las piedras que habías recogido tienen un color gris. "No importa", te dices, "bastará con calcular el tamaño de los dos montones". Es en ese momento en el que te das cuenta de que no recuerdas exactamente cuál de los dos montones debía corresponder a las piedras blancas y cuál a las piedras negras y no puedes asegurar que siempre hayas arrojado las que creías blancas a un lado y las que pensabas negras a otro.
- Me gustaría poder deberte una historia. O que tú me debieras una.
Miré sus ojos. Entraron más clientes, vino el amigo con el que me había citado en aquella cafetería. Al marcharme, nos cruzamos de nuevo la mirada.
17 comentarios:
Ah, qué bonito sería ir recibiendo y regalando historias :)
un abrazo doble
Como é bom trocar estórias.
Mas a informação que tenho é que são os árabes que marcam os dias com pedras.
Pedras e madeira são algo que aprecio muitíssimo, que me tocam pela solidez , pela beleza e pela densidade.
Que os teus dias sejam sempre de pedra branca , querido amigo mio!
Preciosa manera de ponernos a pensar!
=)
Aprender sin pensar es inútil. Pensar sin aprender, peligroso. Confucio.
Ya sea en un bar, tras una mirada, tras el recuerdo...
Besos, Pedro.
Conocía la primera historia, no la segunda.
"Medir" la vida en instantes de felicidad es algo a lo que no sé si todos estaríamos dispuestos... nos daría un "pampurrio" de ver lo poco que ocupa en nuestros días!
Quisiera corresponder yo también con otra historia, pues es lo correcto ya que tú nos has regalado dos hermosísimas, pero creo que en el jardín de mi casa, en estos momentos, se amontonan las piedras negras y no me dejan ver más allá de esa oscura montaña...
Feliz domingo!
Besos!
Estas sensaciones que tienen que ver muchísimo con la afinidad en la percepción de lo que nos rodea, no se repiten muchas veces, por eso, la miraste cuando marchabas... por volver a repetir la experiencia...a veces, se convierten en momentos que dejamos escapar pero esta claro Pedro que hubo un momento potente de trasmisión de energía.
Suscribo al comentario de MARILUZ; encendamos pues, la fogata y sentémonos alrededor.
Besos
lo mejor fue perderse en esos ojos y dejar que la boca dijera el parlamento aprendido
hay días en que nos hipnotizan extraños
y es maravilloso
buen inicio de semana
Cuando en verdad nos ponemos a recapacitar sobre nuestros hechos, alcanzamos a comprender bastante más.
Pero que poco lo hacemos.
Besos
Buenas noches, profesor Ojeda:
Como a estas horas no me llega la inspiración, para seguir el cuento, me quedo con Karen y los dos amigos en esta escena de la película, que me gusta volver a ver, de vez en cuando.
Momentos así son para grabarlos en una piedra.
(En un principio ‘La imagen’ de la cafetería me ha evocado ‘La marca del Meridiano’ y a Bevilacqua charlando con Anna)
Saludos
Piedras negras, unas pocas, muy negras.
Piedras blanquísimas, unas pocas, pero iluminan la vida.
Piedras grises, busquémosle la parte blanca, son nuestra salvación.
Tengo que volver a leer "La marca de Creta"...
Besos mañaneros
Emplearemos el tiempo restante en procurarnos muchas piedras blancas.
Con el tiempo se igualan los montones, cuentan las historias que las hicieron posibles en los montones.
Nada como tener historias a mano que contar, como si fueran piedras guardadas en el bolsillo, para mirar, ser mirado y sostener la mirada.
Hete aquí una lección de cómo se trama una narración. Con misteriosos aires becquerianos.
que historias tan intensas, que empatía entre el personaje (¿tú?) y la camarera, que lecciones tan importantes... la historia de las piedras habla de lo que hablo yo en mi última entrada, de la poca importancia que le damos a las cosas rutinarias de la vida, que a fin de cuentas son las más importantes, al hacer el balance.
biquiños,
Cómo nos atrapan las historias bien contadas. A mí también me han venido ecos becquerianos en tu relato, Pedro.
Saludos.
Me gustaría redactar aquí una historia para corresponderte (una por otra, que no una a cambio de otra). Me gustaría que existiera un mercado de historias, y levantar una lonja en donde se contaran unas por otras, y luego una bolsa de historias. Sería mucho mejor esta bolsa de historias que las bolsas de acciones y títulos y los mercados financieros que nos esquilman y no nos proporcionan ninguna enseñanza útil, tan solo la referencia de la codicia y el ansia por el dinero.
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