martes, 31 de marzo de 2020

Una hora extraviada y la educación en los tiempos de la epidemia



Desde el cambio de hora del pasado fin de semana ando descolocado de una manera que no me había ocurrido otros años. La necesidad de levantarme a una hora fija a trabajar me corregía el desajuste horario rápidamente, aunque este cambio de primavera siempre me ha gustado menos que el de otoño porque se me hacía de día más tarde y hasta unas semanas más tarde no recuperaba el sol camino de clase. Esta vez no ha sido así. Aunque procuro mantener unas rutinas, no me agobia el despertador y he comprobado que, de forma natural y no forzada, el cuerpo tarda en adaptarse más de lo que yo pensaba. Como mi docencia ahora se ha convertido completamente en virtual, da un poco igual a la hora en la que entre en la plataforma para responder a los correos electrónicos de los alumnos, colgar material o explicaciones en vídeo, corregir sus pruebas y ponerme a su disposición. Sobre esto quizá aprendamos algo. Es bueno sacar conclusiones de estas experiencias, siempre que sean las mejores.

De pronto, todos los niveles educativos se han debido reinventar y usar las herramientas tecnológicas modernas, pero detecto una gran confusión entre lo que es una enseñanza a distancia y una verdadera docencia virtual. Esta confusión no es achacable a los profesores ni a los alumnos, simplemente ha ocurrido porque las instituciones responsables no se han tomado en serio esta cuestión hasta ahora que ha debido usarse por necesidad. Hay un debate sobre la conveniencia o no de esta trasformación de urgencia y de cómo se lo han tomado algunos centros y algunos profesores, urgidos por la necesidad y sin formación previa suficiente. No es mi caso, por suerte, desde hace años una parte de mi docencia es virtual. 

Me preocupan algunas cosas al respecto Primero, que no nos paremos en los matices que corresponden a los diferentes niveles educativos e intentemos una solución común a todos. Seguramente hay niveles en los que no será tan importante el aprendizaje de contenidos como utilizar creativamente la experiencia que todos estamos viviendo. De hecho, al establecerse por ciclos buena parte de la educación, la materia no dada de muchos cursos podrá ser recuperada en años posteriores sin grandes problemas. Cosa distinta sucede en los años finales de cada ciclo.

Me preocupa también que no comprendamos la llamada brecha digital. Hay alumnos pertenecientes a familias que no podrán afrontar un aprendizaje virtual que implique una prueba final de los contenidos dados a través de esta vía por la sencilla razón de que no tienen a su alcance los medios adecuados ni buenas conexiones a internet. Es hora de recordar a las familias desfavorecidas económicamente o los muchos lugares en España a los que no llega la conexión con calidad suficiente.

En el otro lado están los profesores a los que de un día para otro se les ha pedido que participen en un formato de aprendizaje que es mucho más que colgar apuntes y que lo hagan con sus propios medios, porque nadie se ha preocupado de dotarles de ordenadores portátiles.

De todo saldremos, como siempre ha sido, con buena voluntad. Anda que no ha salvado situaciones la buena voluntad en este país.

Pero no voy a más en estas reflexiones por hoy. Lo bueno de los días que nos quedan por delante es que me podré adaptar al cambio horario antes de que podamos salir del confinamiento. Que el amanecer me pillará dentro de unas jornadas a la hora justa en que amanece y que el atardecer me regalará maravillosos tonos rojizos hacia la peña de Francia. El resto del día lo iré llenando de cosas, trabajo y proyectos sin angustia ni plazos, con la esperanza de estrenar las cosas y las gentes como si fuera la primera vez que las viera al salir a la calle cuando hayamos podido frenar esta epidemia. O quizá me quede atrapado en esa hora perdida para siempre, quién sabe.

lunes, 30 de marzo de 2020

Los paseantes en casa

 

Se ha despertado el día invernizo. Al amanecer caía agua nieve, unas chispas apenas, mecidas por el viento frío con el que nos ha venido la jornada. No ha parado, pero tampoco ha llegado a cuajar. Desde la galería del salón todo parecía diciembre. Quizá con el confinamiento no es que confundamos los días de la semana sino los meses, tal vez los años. ¿No era yo aquel joven que recogía su pupitre y volvía a casa comiendo las flores de las acacias del camino?

¿Cómo era yo hace tan solo quince días? ¿Qué proyectos tenía? Cuando oía que un nuevo virus había saltado de especie en China, en qué cosas andaba que tan importantes me parecían. ¿Cuántas cosas de esas habrán caducado ya cuando se termine el confinamiento? Todo estará prescrito, menos la gente. La risa de los niños corriendo por los parques, tus ojos verdes bajo el sol del verano.

Hoy hemos comenzado a caminar por la casa. Hasta ahora nos limitábamos a una tabla de gimnasia por la mañana, pero eran demasiadas horas sentados trabajando, leyendo, viendo películas. Esta condición de paseantes en casa es extraña. Al principio, da un poco de pudor. He recordado los animales en las pequeñas jaulas de los zoos antiguos, a los presos en estrechos calabozos. También he pesando en los tiempos en los que acompañaba en el hospital a mi padre o a mi madre y salíamos a pasear por el pasillo, con la barra del gotero. Una vuelta más, les decía yo. Recuerdo las declaraciones de un secuestrado por la organización terrorista ETA en las que contaba cómo podía dar paseos por su prisión hasta con los ojos cerrados: sus músculos habían interiorizado los pasos entre las paredes y podía caminar sin tropezar con nada, girar a tiempo mientras pensaba en el mundo que había dejado afuera y cuya privación procuraba que no le doliera para poder soportar el secuestro. Nuestra situación no es tan dramática, estamos confinados para salvar vidas y evitar que los hospitales se vean desbordados por los casos urgentes. He visto un cálculo estadístico: solo con quedarnos en casa hemos salvado 6000 vidas hasta ahora.

Llegan noticias de aquellos que van superando la enfermedad. Por una parte, cada vez son más frecuentes, pero supongo que también habrá una especie de pacto en los medios de comunicación para dar noticias positivas ante tanta imagen del sufrimiento.

He visto la fotografía de alguien en una camilla. No dice que esté infectado por el virus, puede ser cualquier otra cosa, pero tampoco corrige a quienes lo apoyan y lo dan por supuesto. Lo primero que he pensado es en su condición de fingidor. En todos los casos de desgracias colectivas, siempre hay quien presume de haber estado allí: entre los supervivientes de los atentados de las torres gemelas de Nueva York o de los campos de exterminio nazis. Seguro que soy injusto, seguro que sí y todo es producto de mi experiencia con esta persona y con las mentiras anteriores que le he escuchado. Deseo su pronta y total recuperación, pero me ha recordado el cuento de Pedro y el lobo. Los fingidores han dado mucho juego en la literatura. Carlos Contreras Elvira, un dramaturgo burgalés, aborda estas historias en su última obra, Manual de estilo para currículums inventados, que ha pasado injustamente desapercibida. En 2014, Javier Cercas publicó El impostor, sobre la inquietante historia de E.M.B., quien dijo haber estado internado en el campo de Flossenbürg. Sin mala intención, según él, puesto que solo quería ser más eficaz en la denuncia del nazismo. Llegó a ser presidente de alguna sociedad en España. En el mundillo literario se ha usado mucho esto de la impostura, aupándose a su minuto de fama diciéndose amigo de fulano o mengano para ir construyéndose una imagen pública. Descendientes de los pícaros literarios, que lo primero que hacían al llegar a cualquier sitio era comprarse ropa nueva y fingir amistades para generar intereses mutuos. Nihil novum sub sole.

Cada vez escucho menos noticias. Me quedo con la información y procuro no hacer caso de lo que dicen aquellos políticos que parecen haberse quedado en lo que ocurría en el mundo hasta hace quince días, intentando aplicar los discursos de antes a lo que ahora ocurre. Me sucede lo mismo con las consignas que corren por las redes sociales, tan fáciles de detectar como los bulos, pero qué éxito tienen. No sé si esto pasará factura después a quienes actúan así, pero me parecen ya declaraciones avejentadas, personajes públicos a los que la epidemia vírica y la próxima crisis social y económica que se nos viene encima deberían dejar para siempre arrumbados en los rincones de la historia contemporánea. Eso deseo.

domingo, 29 de marzo de 2020

En la mañana del primer día


Los pronósticos dicen que en España regresa el tiempo de invierno y se clausura unos días la primavera. Como si ella también sufriera confinamiento.

Muchos escritores destruyeron o mandaron destruir sus escritos pendientes de publicación. El más conocido, Kafka, que dio órdenes en este sentido a su albacea literario, Max Brod. Me pregunto cuánto se estará escribiendo estos días sobre el confinamiento y cuántos tendrán la tentación de publicar sus obras cuando esto pase sin acordarse de Kafka.

Hoy iba a escribir sobre la conveniencia de meditar en cómo cambiará la sociedad cuando termine el confinamiento, pero no hay prisa. Por la mañana pensé que todo cambiará para mejor, a mediodía sentí que nada cambiaría. Ahora mismo soy tan escéptico que pienso que la pandemia durará para siempre.

En la mañana del primer día buscaré la terraza de una cafetería. Pediré un café y me sentaré durante horas en silencio a ver cómo pasa la gente por la calle.

sábado, 28 de marzo de 2020

Sofrito, romanescu y literatura. La filología en internet


Hoy el día se me ha achicado. No solo porque cambien la hora esta noche, adelantándola, sino porque el día no me ha dado de sí nada. Es curiosa esta sensación de disponer de todo el día, de todos los días hasta dentro de unas cuantas semanas. De pronto me llegó la hora de cocinar y he preparado un sofrito lento con ajo, ajo tierno, cebolleta, puerro, tomate y pimiento rojo. Casi puedo afirmar que me he gustado cocinando esta base para unos espaguetis con setas. Oigo en la radio que cocinar es una de las aficiones que se han descubierto en el confinamiento, pero yo cocino desde hace muchos años. No como hoy, que parecía disponer de todo el tiempo del mundo. Sé de personas que no han cocinado nunca o casi nunca, ¿qué harán ahora, qué harán estos días? ¿Habrán descubierto el placer de preparar un plato desde el inicio, demorándose en cada paso para que todo tenga su sabor y su textura?

Corren por las redes sociales de internet muchos textos literarios y no literarios mal atribuidos. No es novedad, esto ha ocurrido siempre, antes también del mundo digital. En el teatro barroco español era fácil atribuir a Lope lo que no era de Lope porque el reclamo de este autor llenaba el local y permitía hacer caja a las compañías cuando lo necesitaban. Lo mismo ocurría con tantos poemas manuscritos que pasaban de mano en mano hasta desconocer el autor real. Uno de los trabajos de la filología moderna ha sido reconstruir la historia literaria, adjudicando las autorías reales y despojando a algunos de los autores de títulos que les han sido atribuidos. Lo que ocurre en estos tiempos de internet es más serio, no solo entre los lectores no especializados, sino también un paso atrás en la historia de la filología porque el mal se ha extendido tanto que he leído en artículos académicos estas falsas atribuciones por la sencilla razón de que el investigador no se ha molestado en hacer bien su trabajo y ha tomado la primera referencia que ha encontrado en el buscador. Hace tiempo que el panorama en los congresos de mi especialidad es desolador: repetición de cosas ya dichas décadas antes por otros en artículos que el autor de la comunicación o la ponencia no se ha molestado en leer por la urgencia de hacer currículum, banalización de contenidos, utilización de datos corregidos por investigaciones posteriores que tienen la mala fortuna de no salir en las primeras páginas de la búsqueda en internet, malas interpretaciones de lo afirmado por otros estudiosos porque el que los cita ha ido solo al párrafo que le ha marcado Google y no al artículo completo...

Tantos textos literarios en las redes sociales de internet reproducidos mal puntuados, con omisión o cambio de palabras, pésimamente maquetados...

Pero a quién le importa esto.

Como ya estaba liado, hice un romanescu con patatas acompañado de una salsa de aceite de oliva, ajo, pimentón de la vera y vinagre. Me quedó algo soso, pero hay que cuidarse la tensión.

viernes, 27 de marzo de 2020

¿Qué está haciendo esta sociedad con sus ancianos?


Algunos atardeceres dejan el horizonte tan lejos, tan lejos, que parece que nunca volverá a amanecer. Como en todas las cosas, esto es subjetivo. El mismo atardecer a otros les puede parecer acogedor, como meterse en la cama y taparse con el embozo.

Hoy he tenido que salir a comprar productos frescos. Desde hace una semana no salía de casa y mi intención es aguantar al menos otra semana o semana y media. Es extraña la sensación de una ciudad vaciada, con pocas personas en las calles, guardando cola ordenada y a distancia a la entrada de los pocos comercios abiertos. Al pasar, he escuchado fragmentos de conversación. En el estanco, quien entraba pedía que se difundiera la necesidad de voluntarios con formación de enfermería con destino a un geriátrico.

Llegan terribles noticias de lo que ha ocurrido en España en algunas residencias de ancianos. Esta mañana, en la radio, he escuchado los datos y la valoración de que este puede ser el hecho diferencial de cómo ha sacudido la pandemia vírica a España con respecto a otros países: el núcleo del verdadero problema aquí hasta ahora. Solo con el número de fallecimientos en estos establecimientos daría para estar en el sexto puesto en la triste lista de muertos por país y el número parece que aumentará en los próximos días. Recuerdo que cuando mi madre se operó del pie visitamos con ella varias para elegir en dónde se quedaría durante unos pocos días. Fue decisión de mi madre, porque no quería darnos trabajo, decía, a pesar de que nos habíamos ofrecido a atenderla. Incluso en las mejores que visitamos, lo que vimos no nos gustó. Curiosamente, Andalucía parece ser una región con menor mortandad por el virus que en otras regiones. No sé si alguna estadística podría comprobar si se debe a que allí los ancianos conviven con sus familiares en mayor proporción que en otras partes de España. Lo que hacemos con los ancianos nos define como sociedad. Se suele decir que España es un país en el que la familia sigue teniendo una gran importancia. Durante la última crisis económica muchos jubilados mantuvieron con su pensión a los hijos que habían perdido el trabajo. Pertenecen a la generación del esfuerzo, la que no escatimó horas de trabajo para hacer que sus familias y el país salieran adelante a pesar de la dictadura franquista y el atraso. Con su trabajo fuera y dentro de casa dieron estabilidad a los que vinimos después y la posibilidad de vivir un mundo mejor, incluso de estudiar a aquellos que pertenecíamos a capas sociales no favorecidas. Sin embargo, la muerte ha recorrido estos días las residencias de ancianos españolas. No todas: en algunas las cifras de infectados y muertos es mínima, pero en otras las noticias no dejan lugar a dudas. Algo gravísimo ha ocurrido y espero que cuando esto termine no se nos olvide pedir responsabilidades a todos los culpables. ¿Qué está haciendo esta sociedad con sus ancianos?

jueves, 26 de marzo de 2020

Sobre la cultura en tiempos de confinamiento


Hoy ha sido un día tranquilo, a pesar de todo. Descubro que en un confinamiento como este se pasa por muchas  fases, desde la euforia hasta el miedo, uno se deja o se activa, se le ocurre que nada merece la pena o que todo es importante. Hoy he llegado a la fase de construir una rutina que me permite trabajar con más normalidad y sin sobresaltos. Sin agobios, pero sin detenerme. Sé que mañana estaré todavía aquí. Quizá cuando me permitan salir pediré unos días más para dejar terminado un libro.

Una de las notas más relevantes de estos días, junto al trabajo abnegado de tantos que cada día ponen en riesgo su vida o la de sus familias, ha sido la generosidad del mundo cultural. Sin duda alguna, está siendo muy castigado por el confinamiento y para él no se prevén ayudas económicas. Si se prolonga la situación muchos profesionales del mundo de la cultura lo pasarán muy mal. Era un sector que salió muy afectado de la última crisis económica, pero que comenzaba a reinventarse. Sus miembros ven ahora que no tienen ingresos económicos, que se cancelan sus actividades o que se aplazan sin día, pero ellos tienen que seguir pagando sus facturas. No se sabe lo que ocurrirá cuando se levante el confinamiento, pero es previsible que tarde en permitirse las concentraciones de personas o que estas no sean recomendables o que el público tenga miedo durante meses y la mayor parte de las actividades culturales implican la reunión de espectadores. Con la incertidumbre en la que viven, ceden gratuitamente sus obras en las redes sociales y se ofrecen en abierto conciertos, libros, poemas, discos, representaciones teatrales, etc. Algunos aprovechan el momento para tener más visibilidad, sin duda, pero hay muchos casos, la mayoría, en los que es mera generosidad, una manera de entender la alta misión social de su profesión, el gran significado de la cultura, sobre todo en tiempos de crisis. Son los mismos a los que una parte de la población ha despreciado acusándolos de parasitismo de las subvenciones públicas porque la crispación política impedía reconocer el mérito de cualquier actor o escritor que no fuera de la cuerda de uno. Si antes algunos disfrutaban pirateando sus obras, ahora son necesarios para entretener el confinamiento. Qué país este en el que la cultura es mero entretenimiento. ¿El público que se ha entretenido gratis estos días con los productos culturales ofrecidos con tanta generosidad estará dispuesto a pagar por ellos cuando todo pase? ¿Comprenderemos al fin como sociedad que no hay libertad sin verdadera cultura, que no hay sociedad digna de sí misma que no la valore más allá del entretenimiento puntual de una tarde de tedio?

Hay tiempo por delante. Volveré sobre este asunto.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Cuatro gotas


Hoy ha tronado. A lo lejos, en la sierra, algún relámpago. En la ciudad, cuatro gotas que no han limpiado las calles.

No hay un día igual a otro, aunque lo parezcan. Esta noche he oído rumor de ángeles en la calle mayor. Apenas un ligero aleteo. En el duermevela he creído ver una luz lenta y dulce pasar por las ventanas.

A través de la página del Museo de Valladolid de Fabio Nelli veo una de las imágenes más significativas de lo que ocurre estos días. Hemos visto a los animales tomar las ciudades abandonadas (pavos reales y patos de los parques que se pasean por las avenidas principales, cabras montesas que bajan a las plazas extrañadas ante nuestra ausencia). En la fotografía de Fabio Nelli aparece el Cristo de la Inquisición y en uno de los brazos un mirlo ha hecho su nido en estos días en los que el museo está cerrado. ¿Qué sucederá si faltamos dos meses? La naturaleza sin nosotros. El restaurador del museo ha eliminado el nido para evitar daños en la escultura. Imagino la extrañeza del pájaro, quizá el Cristo haya sentido la bondad labiorosa del ave y la eche de menos ahora que luce limpio y museístico de nuevo.

Pienso mucho en los que tienen que trabajar estos días de confinamiento como si no ocurriera nada, tomando las precauciones adecuadas, pero con el miedo a infectarse o llevar el virus a sus casas, a sus familias. A algunos de ellos los aplaudimos desde las ventanas todos los días a las ocho. Los olvidaremos al poco de salir del encierro, cuando sus condiciones laborales no sean ya cosa nuestra.

martes, 24 de marzo de 2020

Dele Dios mal galardón


Creo que al primero que oí de hablar del síndrome por déficit de naturaleza fue al biólogo Raúl de Tapia, al que tanto admiro (entre otras muchas cosas, colabora en el programa El bosque habitado de Radio 3 con el pseudónimo de Raúl Alcanduerca). Consiste en un déficit de naturaleza por falta de contacto habitual con ella y las graves consecuencias de este alejamiento en la sociedad moderna fueron expuestas por Richard Louv en su libro El último niño en el bosque.  Hoy, que estamos casi todos confinados y alejados por necesidad, percibo más aún su gravedad. Sé que esto es temporal y que pronto volveré a pisar los prados y los senderos del monte como venía haciéndolo, pero no puedo evitar sentirme confuso, como deben sentirse los presos. Hay un romance primitivo que lo cantaba en tiempos en los que las prisiones eran mucho más duras que las nuestras:
           Que por mayo era por mayo,
        cuando hace la calor,
        cuando los trigos encañan
        y están los campos en flor;
        cuando canta la calandria
        y responde el ruiseñor;
        cuando los enamorados
        van a servir al amor;
        sino yo, triste, cuitado,
        que vivo en esta prisión,
        que ni sé cuándo es de día,
        ni cuándo las noches son,
        sino por una avecilla
        que me cantaba al albor.
        Matómela un ballestero;
        dele Dios mal galardón.

Todo el dolor se explica en la pérdida de esa avecilla, la única que sostenía el hilo de la verdadera vida.

Desde la ventana, aún oigo el trinar de algunos pájaros y, poco a poco, con el calor, será mayor el canto. Ayer, una cigüeña pasó rozando el ventanal del salón, camino de su nido, en la torre de San Gil, una iglesia de la que se conservan solo el ábside y la torre y que tengo a un minuto de casa, tan cerca y tan lejos. Antes del confinamiento, la torre soportaba dos nidos con vida dentro. ¿Estarán los polluelos en los nidos cuando salgamos a la calle? ¿Se escuchará desde el balcón el crotoreo rítmico, alegre, limpio? ¿Estará ya la candela en los castaños?

lunes, 23 de marzo de 2020

Diez jóvenes florentinos y la epidemia


Al amanecer compruebo que la nieve caída días pasados se está yendo muy deprisa en la sierra. ¿Quedará algo de ella cuando salgamos? Quizá algún nevero, allá en la zona sombría de la ceja. ¿Recuerdas, Manolo, la última vez que subimos? La  capa superficial de nieve se había helado y se rompía al pisarla con los crampones. Si no andábamos listos, nos hundíamos hasta la rodilla en los lugares en los que las escobas quedaban sepultadas, como pequeñas trampas, Mereció la pena. ¿Recuerdas el silencio de Hoyamoros solo roto por el graznido de un águila al pasar? Guardo ese silencio dentro de mí como uno de los tesoros más grandes de mi vida.

En 1348, diez jóvenes florentinos (siete mujeres que no llegaban a los veinte años y tres hombres no mayores de veinticinco) se encuentran en Santa María la Nueva de Florencia en la mañana de un martes. La ciudad está asolada por una terrible epidemia de peste. La muerte ronda por todas las partes y las autoridades no logran atajar la enfermedad con las medidas tomadas. Estos jóvenes deciden refugiarse en una villa cercana. Quizá no tanto por miedo al contagio: son jóvenes y se creen inmortales; posiblemente porque no quieren ver la enfermedad ni sufrir sus inconvenientes, que han interrumpido su vida. Para entretenerse, se organizan para contarse historias cada uno de los días que pasan en ese refugio, algunas de ellas un tanto licenciosas. Así comienza el Decamerón de Giovanni Boccaccio, que recordaba los terribles efectos de la epidema de peste de aquel año. La obra se construye a partir de la herencia narrativa persa que llega a Italia a través de la literatura árabe conocida desde la literatura castellana y difundida a todo el mundo desde la península ibérica. Boccaccio nacionaliza alguna de esas narraciones, pero no puede evitar de vez en cuando que asome la huella de su origen o de la influencia de la narrativa castellana que adoptó el modelo previamente. Boccaccio da un paso más sobre lo castellano: lo que en El conde Lucanor de don Juan Manuel era un espejo de príncipes moralizador, en el Decamerón se convierte en narrativa burguesa y urbana que busca sobre todo el ocio, aunque no pueda renunciar a la enseñanza. Qué salto tan enorme en la concepción de la literatura.

Por suerte, hoy sabemos contra qué combatimos y cómo hacerlo, a diferencia de lo que ocurrió en 1348. Los científicos han detectado el virus causante y comprueban cómo se comporta. No tardarán en dar con los medicamentos antivirales adecuados y con la vacuna, ¿pero saldrá un nuevo Boccaccio de todo esto o seguiremos nadando en la ocurrencia artística, en las modas y las escuelas desgastadas pero sectarias y en la literatura banal de estos últimos años?

domingo, 22 de marzo de 2020

Mañana será otro día


Hoy el día no ha sido bueno. En realidad, el día sí: salió el sol por encima de la sierra, que aún guarda la nieve caída al principio de semana; aunque no ha hecho calor, todo ha estado en su orden, incluso ha llovido un poco; anochece tranquilo, regalándonos un cielo de matices. El día ha seguido su curso, pero nosotros no. Tendremos que acostumbrarnos a jornadas así en el confinamiento, atravesaremos muchos estados anímicos diferentes. El de hoy no ha sido bueno.

En casa solo hemos salido un día a comprar lo imprescindible y yo he bajado la basura un par de veces desde que nos encerramos, nada más. No tienen más fortuna aquellos que deben salir a diario por motivos de trabajo: las calles están vacías, el bar en el que tomaban café a diario cerrado, no es recomendable entrar en ningún sitio ni rozar nada, no puedes acercarte a nadie, vas de casa a trabajo y vuelves con la incertidumbre de en qué momento vas a contagiarte tocando una superficie, pulsando el botón del ascensor, apoyándote en la barandilla de la escalera o pasando junto a alguien que tosa, no sabes en qué momento imprudente te infectarás -o tu ropa, o la bolsa de la compra- y llevarás el virus a tu casa, a tu familia. Quizá tú pertenezcas a la mayoría de los infectados, los que no tendrán síntomas, pero no sabes quién de tu entorno caerá enfermo por un gesto inconsciente tuyo o una imprudencia tuya.

No hay que vivir con miedo, sino con responsabilidad, pero lo que comenzó siendo una noticia lejana de una provincia de China, ya está en tus círculos de conocidos. En los dos últimos días hemos tenido noticia de personas populares que han fallecido, aquellos que están en la memoria de los años recientes de España, pero también amigos y familiares. Deseas con toda tu fuerza que se quede ahí, que la inundación no llegue más cerca.

Por las redes sociales corren bulos y teorías conspiranoicas sobre la epidemia vírica, su origen, su desarrollo y los intereses geoestratégicos, políticos y económicos que pudiera esconder. Mensajes burdos en los que se juega trufando verdades y mentiras y que pueden aplicarse para un caso y el contrario, para acusar a unos o a los de enfrente. También aparecen gurús, salvadores y opinantes de varios pelajes, gente que pretende saber más que un científico que lleva toda la vida dedicándose a estudiar el comportamiento de los virus. En todos los momentos de confusión aparecen los mercachifles y los que obtienen ganancia en río revuelto. No suelo abrir ninguno de esos mensajes, pero cuando lo hago por curiosidad o porque no me doy cuenta, me asombro de que funcionen técnicas tan burdas de manipulación a principios del siglo XXI. Seguimos igual que cuando durante los brotes de peste en la Edad Media recorrían los caminos procesiones de disciplinantes para pedir perdón a Dios y que este retirara la enfermedad, cuando se asesinaba a los judíos de las ciudades en las que entraba la epidemia porque se les acusaba de haber envenenado el agua o la matanza de frailes de 1834 porque se les señaló como causante del cólera de aquel año. Qué fácil es usar el miedo de la gente.

Piensas en cómo afecta esta epidemia a comunidades y personas menos privilegiadas que tú. Aquellos que viven en casas compartidas entre varias familias, los sin techo, los que viven solo y la soledad les pesa, las mujeres que conviven con su maltratador, las personas que abarrotan los centros de internamiento de inmigrantes, los campos de refugiados.

El sol se pone, como todos los días. Ya se ha puesto, no puedo distinguir la Peña de Francia. Mañana será otro día.

sábado, 21 de marzo de 2020

De la niebla de Béjar al mar, en Cascais. Con Pessoa.


Anoche comenzó a echarse la niebla, agarrada a la sierra. Hoy por la mañana amaneció la ciudad bajo una nube, como si la pandemia vírica le hubiera vendado los ojos. Te voy a invitar a comer donde tú quieras, le dije a Mayca. Busca mesa en un faro, me dijo.

Dediqué buena parte de la mañana a buscar mesa en algún restaurante levantado en uno de los faros de la península que se han reconvertido como hoteles. Lo de menos es el precio, me dije. El Farol Hotel de Cascais cumplía todos los requisitos. Elegimos una habitación abuhardillada y planificamos meticulosamente el viaje. Aunque se tarda menos por Badajoz, preferimos las casi cinco horas del trayecto que nos lleva por Castelo Branco y Santarém. Tenemos todas las horas para llegar, no hay prisa. Comimos en la terraza, mirando al mar, con el sonido de las olas abajo y el graznido de las gaviotas que pasan encima de nuestras cabezas. Reímos. Hemos dejado pasar la tarde con tranquilidad, en el sofá de casa, llamando a algunos amigos para saber de ellos.

Mañana despertaremos lentamente, es domingo. Te invitaré a tomar café en A Brasileira, en Lisboa, de regreso hacia Béjar. Quiero saludar a Fernando Pessoa. Tenía razón la voz de Alberto Caiero,  toda a realidade olha para mim como um girassol com a cara dela no méio.

Ha despejado la niebla en Béjar. Cuando escribo esto, se conservan algunas nubes agarradas a la sierra, más arriba de Candelario. A gran velocidad, acaba de pasar una ambulancia por la calle mayor, bajo mi ventana, pidiendo paso con la sirena. El sol se pone hacia la Peña de Francia, dejando un rastro rojizo. Mañana, en el café, hablaremos con Pessoa de tantas cosas.

viernes, 20 de marzo de 2020

Confundir los días


Uno de los riesgos del confinamiento es confundir los días. Qué más nos da un lunes o un sábado. Para evitarlo, me asomo a las ventanas de la casa. Si se prolonga, quizá llegue un momento en el que se me pierda el calendario, pero por ahora cada día me resulta diferente por la luz. Hoy, por ejemplo, las nubes me han deparado un intenso atardecer que se ha ido girando hacia un azul oscuro que nunca ha llegado a ser negro.

En la ladera de la sierra, se han ido encendiendo las ventanas. ¿Sus moradores mirarán la mía como yo lo hago con las suyas? Cuando solo es uno el confinado, cae en la tentación de mirar hacia dentro. En esta ocasión somos millones de personas. Sería demasiado egoísta pensar en que todo esto le pasa a uno, que todas las desgracias le ocurren a uno.

El virus recorre el mundo. Se extiende con rapidez, pero hay algo que se repite en la información que se da en cada país aunque se dispone de toda la información previamente, una secuencia que primero es de lejanía. Todos, yo mismo, dijimos: no llegará; luego, son casos aislados de gente que viene de fuera, son unos pocos casos aislados que las autoridades han controlado; más tarde, solo afecta a un pequeño sector de la población. En unos días, estamos metidos en la epidemia y esta nos desconcierta. En enero, oíamos rumores en China y ya está en América. Es curioso, parece viajar de oriente a occidente, de este a oeste, en la dirección del sol, luego de norte a sur. ¿Seguirá girando en el mismo sentido? ¿Cuándo vuelva nos habremos olvidado de él? Tengo confianza en la ciencia, por eso mismo sé que esta epidemia será la más corta que ha sufrido la humanidad, pero también sé que durará más que las urgencias en las que hemos vivido hasta la semana pasada, nuestra errónea forma de medir el tiempo y desearlo todo para ahora mismo.

Voy a leer el Decamerón sin saltarme el marco narrativo que sirve de hilo conductor.

jueves, 19 de marzo de 2020

La calle, en silencio.


La calle, en aparente silencio. En ella están aún los ruidos de la semana pasada.

Cuando pase todo, ¿habremos aprendido? ¿Hasta dónde llega nuestra memoria del dolor? ¿Sabremos pedir cuentas de los errores cometidos? ¿Nos las sabremos pedir a nosotros mismos?

Buena parte de mi docencia ya era virtual, a través del ordenador. Ahora nos han pedido que trasformemos la presencial también en virtual. Lo primero que he pedido a mis alumnos es que me cuenten dónde les ha sorprendido el confinamiento, qué tal están, si necesitan algo. Todos nos preguntaremos, durante mucho tiempo, ¿dónde me sorprendió aquello, qué estaba haciendo, qué planes tenía, cómo lo arrasó todo la pandemia vírica, cómo me trasformó? ¿Cómo nos trasformará todo esto?

Para quienes lo quieran, he reactivado mi canal de Youtube. Allí estoy colgando poemas que recito para sobrellevar el confinamiento. Publicaré también material que usaré para explicar algunos conceptos a mis alumnos y acompañarlos en el aprendizaje virtual en estas circunstancias. La dirección, pinchando aquí.

miércoles, 18 de marzo de 2020

¿Seguirá florecido el membrillero?



¿Seguirá florecido el membrillero? ¿Se habrán entristecido sus flores estos días? Paco y yo, camino de clase, nos detuvimos a contemplar la explosión de sus flores en el jardín de la Facultad: todo el arbusto parecía un único ramo enrojecido. No sabíamos todavía que iba a ser el último día de clase antes del confinamiento. Cuando maduren los frutos, le dije a Paco, habrá que probarlos.

Cuántos planes hicimos antes de la pandemia. Miro mi agenda, llena de aplazamientos. Observo cómo se acercan los días en los que habrá que aplazar otros. La vida es lo que no se aplaza. Esto es lo que toca vivir hoy. Descubro qué fácil es aplazar todo lo otro que tan importante era.

Se hace de noche. Veo cómo se oscurece la sierra de Béjar desde la galería del salón. A mi izquierda, el Calvitero, blanco por la última nevada. Justo enfrente, la peña de la Cruz. A mi derecha, donde el sol se pone, la sierra de Francia. Los jabalís habrán salido ya a saciar su hambre y su sed, extrañados de no oler a ser humano.

martes, 17 de marzo de 2020

Tántalo


Estos días de confinamiento tengo la sierra a la vista como una tentación constante. Allí está y recorro con la imaginación sus callejas y los caminos que trepan hacia el agua. Comprendo la dureza de la condena de Tántalo.

Es curioso. Echo de menos, sobre todo, andar sin dirección fija. Con las manos en los bolsillos, despreocupado, como quien no tiene más oficio que no ir a ningún sitio en concreto.

lunes, 16 de marzo de 2020

Hiroshima mon amour


Sí, Hiroshima es mi nombre y el tuyo Nevers. Qué forma de definir la tragedia a través del espacio, a través de la toponimia, a través de la identificación de la biografía con los lugares. En efecto, él es Hiroshima y carga con ese nombre porque la cicatriz del bombardeo nuclear no se borra. Ella es Nevers porque allí se enamoró de un soldado alemán y por ello fue considerada colaboracionista y castigada. Ambos han perdido el paraíso de la infancia y de la juventud, han visto destruidos los lazos que los unían a sus lugares, a su gente, a sí mismos. Andan náufragos de sus propias vidas. Biográficamente todo ha seguido: él es arquitecto; ella actriz. Ambos están casados. El azar los ha juntado en Hiroshima y el fugaz encuentro se convierte en un día que puede ser toda una vida.

Estos días de confinamiento por la epidemia vírica he vuelto a ver Hiroshima mon amour después de mucho tiempo y me vuelto a ocurrir lo mismo que las veces anteriores. No encuentro forma de escapar de esta historia contada por Alain Resnais a partir del diálogo escrito por Marguerite Duras, del diálogo de alta tensión literaria tan difícil de decir y hacer para no caer en el ridículo, de las imágenes -cada una de las secuencias es un ejemplo de dónde poner la cámara-, de la sintaxis del montaje. Cada una de las veces completo de una manera diferente el final abierto de la película. No sé si esta historia de pasión sanará las cicatrices de ambos o reabrirá sus heridas. En este ocasión he tenido esperanza, porque yo mismo la necesito.

Sabemos que la película, estrenada en 1959, comenzó como un encargo a Resnais para realizar un documental sobre Hiroshima. Algo de eso queda en la primera parte del film. Resnais le dio muchas vueltas y exigió que Duras fuera la guionista y de la conjunción salió una de las historias de amor más intensas del cine. Él quiere saber más de ella y ella profundiza en sus recuerdos; la vida de ambos no valía nada porque han perdido lo que les anclaba a su pasado y se han limitado a pasear los días sin sentido claro.

Una historia de amor devastadora en una ciudad que fue devastada por una bomba atómica. La actitud de Resnais y Duras fue valiente en su época: denunciaban la amenaza nuclear, se preguntaban sobre la necesidad del bombardeo sobre civiles cuando nadie lo hacía; cuestionaban el castigo social que cayó sobre aquellas mujeres que se enamoraron del invasor; juntaban a dos víctimas y les hacían recorrer sus vidas en veinticuatro horas.

 Nunca más Hiroshima, nunca más Nevers.

viernes, 13 de marzo de 2020

Por no mudar costumbre


Buscando el sol de marzo,
florecen los ciruelos
por no mudar costumbre.
En soledad contemplo
la vida, que reclama
a la luz sus derechos.
                           © Pedro Ojeda Escudero, 2020


jueves, 12 de marzo de 2020

Quedan suspendidas las actividades de Valladolid Letraherido


A causa de la pandemia vírica que sufre el mundo y que está golpeando también a España, se cierran la Casa de Zorrilla y la Casa Revilla de Valladolid hasta el próximo 26 de marzo. Por lo tanto, quedan suprimidas las actividades que se organizan desde el programa Valladolid Letraherido que coordino para el Ayuntamiento de Valladolid. Deseamos que para entonces todo haya pasado, aunque la opinión de los expertos es que aún nos quedan unas cuantas semanas más de incertidumbre en las que habrá que tomar todo tipo de medidas y, posiblemente, prorrogar la suspensión de las actividades que impliquen una concentración de personas, con el fin de dificultar la propagación del virus. En Valladolid Letraherido se intentará programar en otras fechas las actividades que se suspendan estos días.

También se han suspendido otras actividades en las que yo iba a participar (la sección dedicada a la poesía en el III Congreso de Literatura actual en Castilla y León, que se debía celebrar en Salamanca; una sesión con el club de lectura de la biblioteca de Tudela de Duero a la que amablemente me habían invitado, etc.) y no serán las últimas. Mi universidad ha cerrado la docencia presencial y también los actos de extensión universitaria en los que participo.

Espero que todos los visitantes de este blog superen la pandemia que amenaza con infectarnos a la mayor parte de la población mundial. Mientras tanto, seguiré publicando mis entradas aquí, quizá sirvan para ayudar a pasar estos días que nos esperan. Suerte y ánimo a todos. Cuidaros mucho y leed todo lo que podáis.

miércoles, 11 de marzo de 2020

La loca historia de la literatura


La loca historia de la literatura nos traslada a un futuro próximo en el que un dictador ha prohibido la literatura con el fin de impedir el pensamiento libre y los riesgos que acarrea la imaginación de la gente para los gobernantes. Los últimos de un grupo de rebeldes -los libreros-, han convocado al público para trasmitirle el amor por las historias que cuentan los libros, que ellos han conservado. Este es el hilo conductor de la obra que ha escrito Mon Hermosa para Teatro de Poniente, una compañía profesional salmantina con corta pero interesante trayectoria ya premiada. Los actores Fernando de Retes y Antonio Velasco (ambos con formación en el espacio escénico La Guindalera) recuperan el viejo espíritu del ñaque y caminan por un tipo de obra de gran éxito en la actualidad, en el que podemos encontrar desde monólogos (como los que interpreta de forma tan personal Rafael Álvarez el Brujo), hasta montajes más complejos como los de la exitosa compañía Ron Lalá y que tiene el recuerdo permanente de los juglares medievales y la trasmisión oral de las historias que se ha dado en todas las culturas.

A lo largo de la pieza, los actores utilizan unos pocos recursos escénicos de vestuario (que se muestran al público sobre unos maniquíes), de luz y sonido, muy eficaces todos, y su cuerpo. Resalta, por supuesto, el uso de la máscara en un homenaje implícito al mundo teatral (lo metateatral es continuo en el montaje). Dada la propuesta inicial, se rompe con la cuarta pared y se busca la complicidad continua del público. La variedad del espectáculo está muy medida, alternando pasajes cómicos con otros trágicos; ambos actores se reparten los personajes, declaman, cantan y bailan. Todo ello de forma natural, en un ejercicio exigente de voz y gesto.
Con el hilo conductor mencionado, se hace un repaso de la historia de la literatura que se detiene en la Odisea, el Cantar de Mío Cid, Fuenteovejuna, Don Quijote, Hamlet, Frankesntein, Veinte poemas de amor y una canción desesperada y Bodas de sangre (recomiendo descargar aquí el dossier del montaje). Algunos de los argumentos son narrados, se declaman fragmentos o se interpreta la historia del Cid mediante un reggaeton (junto al rap final, son dos agradables sorpresas). La ventaja de este tipo de propuestas escénicas es que el número y tipo de textos puede ampliarse, reducirse o cambiarse según las necesidades. De hecho, hay espectáculos similares cuyo resultado a lo largo de las temporadas es diferente al inicial. La loca historia de la literatura no se basa solo en el encadenamiento de argumentos, estos buscan una hilazón y una reflexión tanto sobre el entretenimiento como sobre la moral que esconden algunos o el silencio de las escritoras en la historia de la literatura, además de la cuestión inicial que propone que la literatura contribuye a la libertad de pensamiento de los seres humanos.

El resultado final de la obra es muy apropiado para el objetivo que pretende. Tiene ritmo y continuidad, resulta muy entretenida al público general y provoca todo tipo de emociones y complicidades. Ojalá que contribuya también a que, aparte de pasar un buen rato en el teatro, el público acuda a los libros para leer estos y otros textos.

(Aunque la obra se estrenó en 2017, yo no pude verla hasta el pasado 5 de marzo en el Teatro Cervantes de Béjar.)


lunes, 9 de marzo de 2020

Por la ruta de las fábricas de Béjar


La prosperidad de Béjar en la época moderna se levantó a partir de la industria textil. Durante casi dos siglos, la ciudad tuvo una fuerte burguesía industrial y comercial y una poderosa clase trabajadora con conciencia de su importancia y significado. Todo ello se manifestó en una notable vida cultural, cuya relevancia se evidenció en la construcción del teatro Cervantes, uno de los más notables ejemplos de teatro decimonónico español. Sigue abierto, con programación continua, y debería convertirse en el local escénico de referencia de toda la comarca. También se reflejó en una bulliciosa vida en las calles, llenas de comercios y tabernas, pero también de imprentas y asociaciones; instituciones dedicadas a la enseñanza y a la formación de los futuros trabajadores de la industria; y en las relaciones de los empresarios bejaranos con los círculos económicos más importantes del país. Unamuno, como rector de la Universidad de Salamanca, acudió durante muchos años a la apertura del curso escolar y apoyó las iniciativas de esa educación, alabando que se juntaran en las aulas hijos de empresarios y obreros y que hubiera presencia de mujeres. Es solo un pequeñísimo resumen de la importancia de Béjar en los siglos XIX y XX. Bastaría con mencionar la relevancia nacional que tuvo la ciudad en los hechos revolucionarios de 1868.

La globalización que se produjo a finales del siglo XX por la nueva realidad de un mundo hiperconectado en el que el capital se hacía financiero antes que industrial, provocó que se cerraran las industrias textiles de Béjar, que no podían competir en precios con las industrias asiáticas. En las últimas décadas, la economía de la ciudad ha perdido vigor notablemente, los jóvenes han emigrado y la población ha envejecido. El número de habitantes ha caído y esto, junto a la facilidad para comprar en otra parte, ha provocado el cierre de negocios. La pérdida de población amenaza también con la pérdida de servicios públicos de todo tipo.

Anda Béjar, como otras localidades del interior de España, reinventándose, buscando un motor que devuelva algo del vigor antiguo. En el paisaje y en el mundo deportivo, de ocio y cultural tiene un capital seguro que el mundo financiero no podrá arrancarle nunca, también en la creatividad de su gente una vez que supere esta etapa primera de desconcierto y desánimo.

Estaba pensando en esto este fin de semana en esta tierra que amo tanto y que bien puede ser un ejemplo de lo que ocurre en muchas provincias españolas, sometidas a las vicisitudes de decisiones que se toman demasiado lejos de sus calles. Con los amigos, recorríamos la ribera del río Cuerpo de Hombre a su paso por la ciudad. En realidad, bordeándola, como si río y ciudad se miraran desconfiados. Desde el río, la ciudad queda arriba, trepada a las peñas, alargada y silenciada. Junto a las antiguas fábricas textiles -hoy despojos monumentales de la arquitectura e ingeniería industrial-, el río ha recuperado la calidad de sus aguas y salta siempre joven y vigoroso entre las piedras y las presas que lo retenían y desviaban hacia el interior de las fábricas para generar electricidad o utilizar su fuerza. 

Entre los edificios abandonados y los restos de la industria que se oxidan y deterioran año tras año, el paseo tiene algo de paisaje apocalíptico. El agua del río golpea con firmeza insistente las peñas (qué cerca aún la hermosa sierra en la que nace). Así labró su cauce. Las avenidas de este invierno han arrancado algunas compuertas, por todas las partes hay ramas y troncos desgajados. Las corrientes han depositado en algunos lugares el material de arrastre y la arena y las piedras han creado pequeñas islas. El río reclama lo suyo. Qué terrible y hermoso este juego continuo entre el ser humano y la naturaleza.

domingo, 8 de marzo de 2020

Sobre la celidonia, la gota de rocío.


Sobre la celidonia la gota de rocío. Al amanecer, en la ribera del Cuerpo de Hombre se adensa el agua, que deposita su peso en las hojas de la hierba. Dicen que las golondrinas la usan, por su contenido en látex, para cuidar los ojos de los polluelos ciegos. Para beber, las golondrinas rozan delicadamente la piel del río sin posarse en ella. Trazan su vuelo con la elegancia de un acróbata. En un instante, besan el rostro de los ahogados. En cada una de las gotas de rocío, hay un fragmento de la última mirada de los suicidas, tan leve que no dobla la planta. Poco a poco, se desliza y empapa la tierra.

sábado, 7 de marzo de 2020

De la vanguardia al compromiso y el reencuentro con el idioma. Última entrada sobre Poeta en Nueva York de Federico García Lorca y noticias de nuestras lecturas


A finales de la década de los veinte del pasado siglo, la vanguardia artística había llegado a su momento de máxima intensidad, pero el mundo comenzaba a girar por las tensiones sociales provocadas por los nacionalismos, el neoimperialismo y el capitalismo desenfrenado, los movimientos obreros revolucionarios y las ideologías que reclamaban una nueva manera de establecer las relaciones sociales. Caían en descrédito las democracias parlamentarias de aquellos momentos, la revolución soviética se internacionalizaba, se ponían en prácticas soluciones autoritarias (como la que en España protagonizó Primo de Rivera) y se desencadenaban las primeras bestias de los fascismos. A principios de los años treinta, los intelectuales más preocupados comenzaban a manifestar su temor de una nueva guerra mundial o, en el caso de España, a hablar abiertamente de la posibilidad de una guerra civil (los de las ideologías más radicales la deseaban). Todo aquello ocupaba titulares de prensa y conversaciones de café. El momento histórico reclamaba el compromiso de los artistas y solo unos pocos continuaron en el camino de la vanguardia pura.

En contra de la visión edulcorada que se extendió interesadamente sobre la posición ideológica de Federico García Lorca una vez asesinado, este autor se manifestó claramente en ese mundo en tensión. Recordemos que una de las varias causas que motivaron su alejamiento de España fue su participación en movimientos de intelectuales contra el régimen de Primo de Rivera y la monarquía. Su implicación artística radical está clara en Poeta en Nueva York. En el poemario hay una total oposición a un mundo en descomposición basado en el capitalismo, en la marginación de los débiles y en la explotación despiadada de la naturaleza. La imágenes más violentas del poemario se dedican a esta denuncia.

Las salidas del individuo son pocas ante la opresión de una metrópolis que basa su crecimiento exclusivamente en el mundo de las financias y en la técnica deshumanizada y antinatural: la marginalidad para los negros (aquí el símbolo literario de los oprimidos), la droga y la degradación personal en un mundo portuario, la belleza de la naturaleza o del arte, etc. Todo lo demás es un perpetuo sufrimiento, pero hay un camino futuro. De ahí la referencia a la Crucifixión que redimirá al mundo de nuevo, una especie de regreso al cristianismo primero o el tono profético que anuncia una necesaria revolución de los pobres y de la naturaleza, que regenerará una humanidad basada exclusivamente en el progreso material.

Ese único camino final explica el poema Son de negros en Cuba como cierre del poemario, al que se acoge el poeta al salir de la ciudad: el reencuentro con su idioma, con ritmos naturales y con la expresión directa:

¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!
Iré a Santiago. 

Un camino ya indicado años antes por Rubén Darío en su Oda Roosevelt y en otros poemas en los que confrontaba las mismas dos maneras de entender el mundo. Es curioso cómo hallamos a Darío debajo de gran parte de los autores de aquellas décadas, de una u otra manera.

Noticias de nuestras lecturas
Próxima lectura: Inés del alma mía de Isabel Allende



Comenzamos la lectura de Inés del alma mía (2006), la novela histórica en la que Isabel Allende recreó la vida de Inés Suárez, la primera mujer española en Chile. Un cambio completo de registro con respecto a la obra de Lorca. Nos ocupará el mes de marzo.

Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos. Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales) en este blog.

Para conocer la forma de seguir las lecturas de este club y la lista del presente curso, este enlace.

ADVERTENCIA: Las entradas de La Acequia tienen licencia Creative Commons 4.0 y están registradas como propiedad intelectual de Pedro Ojeda Escudero. Pueden ser usadas y reproducidas sin alterar, sin copias derivadas, citando la referencia y sin ánimo de lucro.

martes, 3 de marzo de 2020

La violencia en Poeta en Nueva York de Federico García Lorca y noticias de nuestras lecturas


Al lector no avisado, le llama la atención la violencia de algunas imágenes de Poeta en Nueva York. La temática (la soledad, la relación entre el poeta y el mundo, el conflicto entre lo natural y lo artificial, la injusticia social, el hallazgo de una voz poética diferente, etc.), lleva al autor a manifestarse con expresiones violentas, que jalonan todo el poemario. Ante un mundo exterior incomprensible y cambiante, que atenta contra el mundo interior del poeta, que necesita adaptarse, y contra los elementos marcados como positivos en los poemas, la expresión surge subversiva, comprometida y radical. Era inusual en la poesía de alta calidad la introducción de estas expresiones. No solo en la literatura española sino en la universal. Algunos de los movimientos de la vanguardia de los años veinte emergen con esta expresión de la violencia al considerarla ajustada a los tiempos que viven. Por una parte, consideraron necesaria la destrucción del edificio cultural anterior, basado según ellos en la hipocresía y la falsedad, incluso en el uso de un lenguaje literario demasiado convencional y gastado. Contribuían así a la denuncia de un mundo (el decimonónico) que no les satisfacía y que querían cambiar, incluso violentamente. Muchas de las cosas que hoy consideramos propias de nuestro tiempo y hasta innovadoras no son más que la continuidad de lo que surgió en aquellos momentos, en los que su uso era mucho más arriesgado y radical que en el nuestro. Había sin duda un afán iconoclasta, pero también necesitaron la expresión violenta de la cultura para hacerse oír. O así lo sintieron. Y no fue solo en la literatura, también en la escultura, en la pintura o en el cine.

De hecho, el surrealismo al que se acoge el poemario es un ejemplo perfecto del uso de la expresión violenta. Con ella se desencadena y se explica el conflicto interior, pero también el conflicto con el mundo.

Lorca elige el uso de las expresiones violentas en dos tipos de fórmulas. La primera proviene de su formación católica. El desacuerdo con la iglesia católica, pero su educación estética dentro del catolicismo le lleva a usar expresiones, imágenes y hechos relatados en la Biblia que algunos pudieron considerar como blasfemia. Toda la imaginería sangrienta del catolicismo es puesta en juego aquí por la potencia plástica y el efectismo en la trasmisión de las ideas. De hecho, hay pasajes bíblicos glosados desde una estética surrealista (la crucifixión de Cristo, por ejemplo) y puede cotejarse la lectura de los poemas con la Biblia verso a verso. También de la Biblia (y de Walt Whitman que lo usó antes que Lorca y al que se rinde tributo en el poemario) procede el tono profético, casi apocalíptico, de muchos pasajes, anunciando un fin del mundo violento para que resurja el mundo justo y natural posterior. De esa misma procedencia es la imitación del versículo bíblico como ritmo versal.

La segunda fórmula de expresiones violentas, procede del conflicto social y la toma de conciencia del autor. Recordemos que es algo que ya estaba en la obra anterior de Lorca, pero la visión de las primeras consecuencias de la crisis bursátil desatada en octubre de 1929, la injusticia del capitalismo y los efectos sobre los desfavorecidos (aquí, la población negra) de los primeros meses de la época conocida como la Gran Depresión, lo acentúan. A Lorca no le gustó la idea de la gran metrópolis y su inhumanidad, lo que significa para muchos seres humanos y sobre todo para la naturaleza y los animales. Estas tensiones sociales y la conciencia que hoy llamaríamos ecológica, lo llevan a expresiones de radical violencia para expresarlo, incluso en la degradación que propicia ese tipo de vida en una ciudad portuaria como es Nueva York (alusiones al alcohol, la droga, la prostitución, etc.). Y la toma de conciencia definitiva se manifiesta como en ningún otro poema en Nueva York. Oficia y denuncia, un texto (ya comentado aquí) que anticipa la poesía social de los años cincuenta y que tiene los tonos propios de la generación golpeada norteamericana de décadas posteriores (está por desarrollar la influencia de Lorca en los poetas norteamericanos: no olvidemos que el libro se dio a conocer traducido en 1940, contribuyendo a la imagen universal de Lorca como mito literario). Pocos poetas posteriores han llegado a tanta calidad poética en la expresión de la denuncia y el compromiso. Ni siquiera hoy, que tantos juegan a poetas de compromiso de salón.

Continuaremos en la próxima entrada, que será la última que dediquemos a esta lectura.

Noticias de nuestras lecturas



Ayer lunes día 2 tuvo lugar la sesión conjunta del Club de lectura y el Aula de Historia de Alumni UBU. Se celebró en el Palacio de la Isla, sede del  Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, que siempre se ha prestado a apoyar las iniciativas que desde aquí lanzamos. Damos las gracias a la institución y a todo el personal que allí trabaja por la cariñosa recepción que siempre nos depara.

En la sesión Carlota Martínez realizó una extraordinaria contextualización histórica que nos ayudó a comprender mejor el significado de este libro de Lorca, que no puede entenderse sin las circunstancias históricas que se vivían en aquella etapa convulsa. Tras mi intervención, hubo tiempo para un debate que resultó muy interesante sobre la lectura de este poemario. Como Mª Ángeles Merino publicará oportunamente el resumen del acto, a su entrada me remito. 



Tras la sesión, pudimos visitar Campos de Castilla, exposición de excelentes fotografías del soriano César Sanz Marcos, que reinterpreta en imágenes los poemas del libro de Antonio Machado que comentamos en este club en 2019.

Próxima lectura: Inés del alma mía de Isabel Allende



Comenzamos la lectura de Inés del alma mía (2006), la novela histórica en la que Isabel Allende recreó la vida de Inés Suárez, la primera mujer española en Chile. Nos ocupará el mes de marzo.

Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos. Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales) en este blog.

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domingo, 1 de marzo de 2020

Una violenta transición poética: Poeta en Nueva York de Federico García Lorca y noticias de nuestras lecturas.


No es fácil entrar en Poeta en Nueva York, pero no por lo que piensa la mayoría. No es fácil entrar en Poeta en Nueva York no porque sea ininteligible -es mucho más comprensible de lo que nos parece en la primera lectura-, sino porque arrastramos un exceso de condicionantes en nuestra lectura habitual de los textos literarios. La educación lectora y la comodidad como lectores nos llevan a una búsqueda argumental, pero de un argumento lineal y convencional; también a una directa expresión metafórica o a una traslación sencilla de la emoción. En tiempos de García Lorca también existía la tiranía del lector, como ahora. Un lector que exige comprender aquello que lee a la primera o con escaso esfuerzo. Este lector, además, parte de unos condicionantes previos, que le han llevado a entender el texto literario casi exclusivamente a partir de una traslación argumental elemental de un sentimiento o de una idea. Y siendo esto lícito, no es toda la literatura. Mucha buena literatura está expresada con esa sencillez, aunque en ocasiones la sencillez esconda unos referentes profundos que también se nos escapan si no vamos más allá del argumento, como ocurre con la literatura mística o con Gustavo Adolfo Bécquer, por ejemplo. En gran medida, la banalidad de gran parte de la literatura actual se debe a esta falta de esfuerzo del lector, la escasa capacidad de muchos escritores o la cesión de muchos otros buscando un público concreto. En el reino de la banalidad y lo evidente nunca podrá tener hueco este poemario de Lorca.

Hay otro tipo de literatura que nos pide un esfuerzo y que nos recompensa solo en tanto seamos capaces de hacerlo. Poeta en Nueva York pertenece a este tipo de literatura, pero se inscribe en ella sin rechazar a los lectores. Incluso los que abordan por primera vez su lectura sin las armas previas requeridas, perciben desde el momento inicial que están ante una poesía que despierta emociones aunque no se comprendan inmediatamente de forma racional (he ahí uno de los errores que solemos cometer: exigir racionalidad a todo lo artístico). Esta previa llamada de atención al lector en este libro se debe a varias razones que anuncian en su mente que se encuentra en un mundo poético lleno de complejidad y en el que se tocan temas esenciales que le apelan y le impulsan a seguir leyendo. Aquellos lectores que no se sientan apelados, dejarán de leer porque cada verso le parecerá un galimatías sin sentido.

Aquí no se pretende obligar a nadie a leer Poeta en Nueva York, pero los que no se sientan apelados por sus imágenes, perderán la oportunidad de entrar en uno de los grandes libros de poesía de todos los tiempos en cualquier idioma. Quizá merezca la pena el esfuerzo.

Por lo general, son dos cosas las que nos provocan extrañeza en este texto y que lo hicieron desde el primer momento de su publicación: en primer lugar, las imágenes de procedencia surrealista; en segundo lugar, la libertad métrica. Ambas parten de una misma proclama: el poeta es libre definitivamente y no tiene por qué condicionarse a cánones establecidos de lo literario. El surrealismo de los años veinte del pasado siglo había reclamado esta plena libertad del artista, con una consciente capacidad de provocación ante una sociedad atada a lo convencional. Esta libertad del poeta se extendía a todos los campos del arte, también al de la moral. Sin embargo, esta libertad del poeta no implica necesariamente que su arte sea incomprensible.

Veamos el caso de García Lorca. Todas las imágenes que usa el autor en Poeta en Nueva York se agrupan en la tensión entre la naturaleza y lo artificial y desde allí se desencadenan por oposición. Incluso las más personales que abordan el choque entre la infancia y la madurez, lo irracional y lo racional, entre el poeta y la ciudad (o el mundo), entre lo que se debe abandonar y lo que se debe abrazar. Una vez encontrado el núcleo de estas oposiciones, es relativamente fácil comprender los poemas, que se basan en metáforas que las desarrollan desde perspectivas emocionales o plásticas. Basta con que no exijamos una convención argumental en la forma de tratar los temas y nos dejemos golpear por las imágenes, para que comenzamos a comprenderlas, aflorando esa parte irracional que todos llevamos dentro y que es más universal que algunas manifestaciones de la civilización. Lo mismo ocurre con la métrica, que se decanta hacia el verso libre pero se encadena continuamente a estructuras octosílabas, endecasílabas o el versículo bíblico, siempre con unos ritmos sintácticos e ideológicos muy marcados. Una libertad que busca un efecto adecuado para lo que se quiere expresar.

Poeta en Nueva York es un poemario que marca una transición entre la voz poética anterior y la voz nueva. Una transición no exenta de gran violencia, de la que hablaremos en la próxima entrada.


Noticias de nuestras lecturas

Mª Ángeles Merino se adentra en el comentario de algunos poemas de este libro, desentrañando su oscuridad con la lentitud requerida. Va en buen camino.

La tarde del lunes 3 de marzo celebraremos la reunión del formato presencial del club de lectura en la sede burgalesa del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua (Palacio de la Isla). A las 17:00 h en sesión conjunta con el Aula de Historia de Alumni UBU, con entrada libre hasta completar el aforo. Te esperamos.

Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos. Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales) en este blog.

Para conocer la forma de seguir las lecturas de este club y la lista del presente curso, este enlace.

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