Desde el cambio de hora del pasado fin de semana ando descolocado de una manera que no me había ocurrido otros años. La necesidad de levantarme a una hora fija a trabajar me corregía el desajuste horario rápidamente, aunque este cambio de primavera siempre me ha gustado menos que el de otoño porque se me hacía de día más tarde y hasta unas semanas más tarde no recuperaba el sol camino de clase. Esta vez no ha sido así. Aunque procuro mantener unas rutinas, no me agobia el despertador y he comprobado que, de forma natural y no forzada, el cuerpo tarda en adaptarse más de lo que yo pensaba. Como mi docencia ahora se ha convertido completamente en virtual, da un poco igual a la hora en la que entre en la plataforma para responder a los correos electrónicos de los alumnos, colgar material o explicaciones en vídeo, corregir sus pruebas y ponerme a su disposición. Sobre esto quizá aprendamos algo. Es bueno sacar conclusiones de estas experiencias, siempre que sean las mejores.
De pronto, todos los niveles educativos se han debido reinventar y usar las herramientas tecnológicas modernas, pero detecto una gran confusión entre lo que es una enseñanza a distancia y una verdadera docencia virtual. Esta confusión no es achacable a los profesores ni a los alumnos, simplemente ha ocurrido porque las instituciones responsables no se han tomado en serio esta cuestión hasta ahora que ha debido usarse por necesidad. Hay un debate sobre la conveniencia o no de esta trasformación de urgencia y de cómo se lo han tomado algunos centros y algunos profesores, urgidos por la necesidad y sin formación previa suficiente. No es mi caso, por suerte, desde hace años una parte de mi docencia es virtual.
Me preocupan algunas cosas al respecto Primero, que no nos paremos en los matices que corresponden a los diferentes niveles educativos e intentemos una solución común a todos. Seguramente hay niveles en los que no será tan importante el aprendizaje de contenidos como utilizar creativamente la experiencia que todos estamos viviendo. De hecho, al establecerse por ciclos buena parte de la educación, la materia no dada de muchos cursos podrá ser recuperada en años posteriores sin grandes problemas. Cosa distinta sucede en los años finales de cada ciclo.
Me preocupa también que no comprendamos la llamada brecha digital. Hay alumnos pertenecientes a familias que no podrán afrontar un aprendizaje virtual que implique una prueba final de los contenidos dados a través de esta vía por la sencilla razón de que no tienen a su alcance los medios adecuados ni buenas conexiones a internet. Es hora de recordar a las familias desfavorecidas económicamente o los muchos lugares en España a los que no llega la conexión con calidad suficiente.
En el otro lado están los profesores a los que de un día para otro se les ha pedido que participen en un formato de aprendizaje que es mucho más que colgar apuntes y que lo hagan con sus propios medios, porque nadie se ha preocupado de dotarles de ordenadores portátiles.
De todo saldremos, como siempre ha sido, con buena voluntad. Anda que no ha salvado situaciones la buena voluntad en este país.
Pero no voy a más en estas reflexiones por hoy. Lo bueno de los días que nos quedan por delante es que me podré adaptar al cambio horario antes de que podamos salir del confinamiento. Que el amanecer me pillará dentro de unas jornadas a la hora justa en que amanece y que el atardecer me regalará maravillosos tonos rojizos hacia la peña de Francia. El resto del día lo iré llenando de cosas, trabajo y proyectos sin angustia ni plazos, con la esperanza de estrenar las cosas y las gentes como si fuera la primera vez que las viera al salir a la calle cuando hayamos podido frenar esta epidemia. O quizá me quede atrapado en esa hora perdida para siempre, quién sabe.