se abre el bosque de robles
con el otoño.
No nos caben los muertos en las manos, ni siquiera en los brazos, ni acarrearlos entre varios. No caben en los armarios, ni en los cajones, ni en las repisas de las despensas. No nos caben ya los muertos en los ojos, ni cerrándolos.
Siempre me han atraído las rosas de otoño. Cada vez son más frecuentes, debido a que el frío se retrasa. Prolongan esa belleza primaveral donde uno ya no piensa encontrarla. Hay rosas en otoño, dije en un poema de hace unos años. Miro esta de la rosaleda que la Casa Zorrilla ha dedicado a la memoria de Ángela Hernández, que tanto hizo por este museo. Aquí está la rosa, que ha sabido sobrevivir a cualquier poema, incluso a aquellos que dejan cicatriz.
He vuelto fatigado, me pasa últimamente. Antes de ir a casa, me he sentado a tomar un café en una terraza del barrio, en el cruce de cuatro calles. Es un barrio populoso, lleno de vida, en donde sobreviven las pequeñas fruterías, ahora regentadas por peruanos, magrebíes; también las panaderías, pequeños negocios. Desde aquí veo una cristalería, una farmacia, una librería papelería. Después me acercaré a Blanca Nube, quiero comprar una cartulina roja y pegamento fuerte. Al fin abrí una lata de petingas que compré en Faro hace años, me hizo gracia que en la lata figurara algo importante o curioso ocurrido en un año determinado que uno podía asociar con la fecha del nacimiento. Las sardinas estaban riquísimas, mucho más allá del gancho turístico que significaba la lata. Compré un marco en IKEA y voy a enmarcarla y para eso necesito el pegamento y la cartulina. En realidad, la lata enmarcada es para mi hijo, que se ha ido a vivir con su pareja hace unas semanas. Cuando me senté en la terraza estaba yo solo, a pesar de lo bien que se está aquí, aprovechando este calor del veranillo de San Miguel. Luego llegó un hombre mayor al que se le notaba la soledad, dos mujeres puertorriqueñas (por el acento) y un marroquí. Ni ellos ni yo tenemos el teléfono en la mano. Las nubes son tan perfectas que parecen dibujadas por un niño sobre un papel en el que el cielo tiene color azul escolar. Con el café, el camarero me ha puesto un pequeño petisú de chocolate. ¿Hace cuánto que no me como uno?
Y ahora se nos muere Pablo Guerrero, que como pocos supo llamar a la lluvia que limpia y sana. Siento una fatiga extraña desde hace unos meses, tan pegada ya a la tristeza.
El pasado domingo día 14 de septiembre, se celebró la 36ª edición de los Premios Amigos del Teatro, Ciudad y Provincia de Valladolid en el espacio La Granja de la Diputación de Valladolid. Estos Premios, que otorga desde 1989 la Asociación de la que soy presidente (son de los más antiguos de España en el mundo de las artes escénicas), cuenta con el patrocinio del Ayuntamiento de Valladolid y la Diputación de Valladolid desde el 2003. El acto dio comienzo a las 13:00 h y contó con la presencia de Víctor Alonso Monge, Vicepresidente primero de la Diputación Provincial, e Irene Carvajal Cusat, Concejala de Educación y Cultura y Primera Teniente Alcalde de Valladolid.
La gala fue diseñada y conducida de forma excelente y dinámica por la actriz Elvira Abad, miembro de la Junta Directiva, y contó con las actuaciones de las actrices Ruth Pascual y Elena Benito y la música en directo de David Mínguez de Pablos. La técnica corrió a cargo de Sergio Rodríguez, también miembro de la Junta Directiva y técnico titular de la Asociación. Quizá no me corresponda a mí decirlo, pero el resultado de la gala fue magnífico, por lo que debo agradecer a todos su trabajo.
El Jurado de estos premios está compuesto por los miembros de la Junta Directiva de la Asociación, representantes del Ayuntamiento de Valladolid y la Diputación de Valladolid y colaboradores externos. Como cada año, no es fácil elegir entre aquellos que han tenido actividad escénica en la ciudad y la provincia de Valladolid. Tanto en el ámbito profesional como en el no profesional la actividad es extensa en calidad y cantidad y el número de espacios escénicos ha crecido notablemente en los últimos años.
Como presidente de la Asociación, me corresponde agradecer el trabajo de todos aquellos que hicieron posible la gala (desde los que se subieron al escenario hasta los técnicos de la Diputación y el personal de las áreas de cultura de las dos instituciones que los patrocinan) y el buen hacer de los miembros del Jurado, así como la buena acogida que tienen siempre estos Premios en los medios de comunicación. Por supuesto, el cariño con el que los premiados aceptaron los galardones y quisieron acompañarnos el domingo pasado. Todo quedó reflejado en sus palabras de agradecimiento y la cercanía con la que contribuyeron al éxito de la gala. Son miembros ya de la gran familia en la que consiste la Asociación de Amigos del Teatro que, desde su fundación en 1977, no ha hecho más que defender la importancia de las artes escénicas.
En la presente edición, correspondiente a la temporada 2024-2025, los galardones han correspondido a (los cito por orden de entrega):
Estatua del Premio: El
abrazo del aplauso.
En la gala se entregaron las estatuillas del premio, diseñadas en esta ocasión por el diseñador vallisoletano Artheo con el título de “El abrazo del aplauso” en exclusiva para los Premios.
Sobre su significado, dejo aquí las palabras del autor: “Cuando imaginé esta obra, pensé en el teatro como un
lugar donde las almas se encuentran. De ahí nació esta forma en doble espiral,
que se enrosca y asciende como dos cuerpos que se buscan, como un abrazo
detenido en el aire. Cada curva guarda la memoria del movimiento, de la emoción
que viaja del escenario a la butaca y de la butaca al escenario. Es el eco del
aplauso, el murmullo de la risa, el silencio compartido. He querido que cada
pieza sea idéntica en forma, pero única en intención: un recordatorio de que el
teatro vive porque lo hacemos juntos, porque nos dejamos acariciar por él, como
una luz que se refleja y atraviesa el alma de cada uno de nosotros. Este trofeo
no pretende ser un final, sino un comienzo: una espiral que sigue girando, que
no se cierra nunca, como la pasión por el teatro”.
Artheo es un diseñador vallisoletano que explora las formas contemporáneas a través del diseño y la innovación digital, devolviendo ese mundo digital al mundo físico mediante la impresión 3D. Su obra busca siempre el diálogo entre la materia y la emoción, entre lo íntimo y lo colectivo. En 2021 presentó en la sala Cearcal de Valladolid la exposición Corazas, una serie de esculturas creadas mediante impresión 3D, donde reflexionaba sobre la fragilidad y la protección del ser humano frente al mundo, así como sobre la variación de la posición de las formas corporales a lo largo de pequeñas fracciones de tiempo. Con “El abrazo del aplauso”, Artheo continúa esa búsqueda: transformar el gesto en símbolo y ofrecer, a través de la forma, un abrazo que pertenece a todos.
Historia de los premios.
La asociación Amigos del Teatro de Valladolid, fundada en
1977, constituyó sus Premios de Teatro en la reunión de su Junta
Directiva mantenida el 16 de junio de 1989, siendo presidente D. Ángel Velasco.
Inicialmente, se otorgaba un solo premio, relacionado con el trabajo actoral,
de dirección de escena o escritura dramática. A partir del año 2003 se
ampliaron las categorías. Con el patrocinio del Ayuntamiento de Valladolid y la
Diputación de Valladolid, los Premios pasaron a denominarse “Amigos del
Teatro” Ciudad y Provincia de Valladolid. La entrega de los Premios se
lleva a cabo tradicionalmente en la mañana del último domingo de Ferias en la
ciudad de Valladolid, alternándose en la organización del acto el Ayuntamiento
de Valladolid y la Diputación de Valladolid.
En
la actualidad, se cuenta con las siguientes categorías (con expresa mención de
los premiados):
Hoy he comenzado las clases del curso 2025/2026 en los dos formatos en los que se imparte el Grado de Español: Lengua y Literatura de mi Universidad, virtual y presencial. Clases sobre un período de la literatura y la cultura que va desde las décadas finales del siglo XIX hasta la guerra civil de 1936 a 1939. Con los estudiantes del grado virtual tardaré unos días en establecer una comunicación más cercana que la exclusivamente digital. Con los estudiantes del formato presencial ha sido como siempre: entrar en el aula, aunque ahora está dotada de medios tecnológicos y la tiza ha sido sustituida por una pizarra para rotuladores. A la mayoría los conozco porque los tuve como alumnos en una asignatura de barroco en la que explicaba sobre todo a Góngora y a Cervantes y sé que me espera un buen curso con ellos: son personas trabajadoras, tienen mentalidad abierta y ganas de adquirir nuevos conocimientos y debatir sobre ellos. Eso es lo que me motiva cada vez más, encontrarme con personas que quieran debatir sobre la materia del curso, llegar a preguntarnos juntos muchas cosas y buscar el camino para hallar las respuestas. En la actualidad, la mayoría de los conocimientos están disponibles a través de libros y pantallas y es relativamente fácil llegar a ellos. No es tan fácil jerarquizarlos, establecer interrogaciones sobre lo que se ha trasmitido a la luz de nuestra época y que todo ellos nos diga algo ahora. Una de mis intenciones es que los alumnos dialoguen con los textos, que no sean solo letra muerta que deban conocer porque los consideramos clásicos. De todo ello he hablado un poco en mi clase de presentación.
Mi Facultad se encuentra en las antiguas dependencias del Hospital Militar de Burgos, en una zona privilegiada delimitada por el Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas, el parque del Parral y el río Arlanzón. Se inauguró en 1891 y para mí es una delicia atravesar el jardín que separa la zona de despachos de las aulas. Este breve paseo es un regalo en cualquier época del año, que suelo completar escapándome en los ratos libres a las riberas del Arlanzón y al parque de la Isla. En este jardín central hay pinos centenarios, tejos, rosales, un membrillero japonés... Algunos compañeros atraviesan medio enfadados este espacio ajardinado, como si les ofendiera pisar la gravilla o pasar por debajo de los pinos. No comprendo bien por qué.
Cuando llevábamos un tiempo explicando en el aula las cuestiones generales de la asignatura invité a los estudiantes a salir al centro del jardín. Los que ya me conocían, lo esperaban; los que no, pusieron cara de sorpresa. Junto a la fuente, apunté que aquel espacio en el que estábamos atravesó los tiempos que vamos a estudiar en clase. Se fundó cuando el modernismo ya destelleaba, continuó en la época del desastre de 1898, tuvo un gran protagonismo en las guerras de Cuba y en la segunda guerra de Marruecos, la del Rif, también en todos los acontecimientos que vinieron después, hasta la sublevación militar de 1936 y la guerra civil. A pocos minutos de aquí se encuentran la pensión en la que pasó la guerra Manuel Machado y la residencia de Franco durante sus estancias en Burgos.
Les recordé que hace cien años justos tuvo lugar el desembarco de Alhucemas y que posiblemente alguno de los soldados que participaron en él pudo pasar una temporada aquí, recuperándose de sus heridas. Aquel hecho del 8 de septiembre de 1925 se considera el primer desembarco moderno de unas tropas y un precedente claro de los que tendrían lugar en la Segunda Guerra Mundial. Aquella guerra del Rif fue un desastre de organización, en realidad, pero sirvió para que España jugara a ser potencia neocolonial, experimentara con el uso del gas mostaza y demostrara la corrupción en la gestión de la intendencia militar que arrastraba desde el siglo XIX. Sus consecuencias están muy claras en la historia: el peso de un ejército español lleno de oficiales con currículos hinchados por la aventura africanista que condicionó en gran medida todo lo que ocurrió después.
Si en la primera guerra de Marruecos, cuya organización y resultado también fue un desastre, podemos recurrir a los libros de los futuros grandes escritores Pedro Antonio de Alarcón (Diario de un testigo de la guerra de África) y Núñez de Arce (Recuerdos de la campaña de África), para esta del Rif contamos con la segunda parte de la trilogía autobiográfica de alguien a quien se lee menos de lo que merece, La forja de un rebelde de Arturo Barea, que escribiera ya exiliado en Inglaterra.
Quise ver sentado en el suelo, con la espalda apoyada en uno de los pinos, entonces jóvenes, a un soldado de tropa o a un joven oficial convaleciente, leyendo los dos volúmenes que trasformaron la poesía española para siempre publicados en 1917: Diario de un poeta recién casado (1916) de Juan Ramón Jiménez y la primera edición de las Poesías completas de Antonio Machado. ¿Por qué no? En el fondo, todo lo nuestro estaba comenzando entonces, para bien y para mal.
Se nota ya el atardecer y la lentitud de la mañana. Queda un poco de verano, pero ya es otoño, quizá invierno. El mundo ensaya un simulacro de esperanza cada amanecer. Es bueno que muchos ignoren el trampantojo: más allá del como si la vida, está la vida misma.