lunes, 18 de agosto de 2025

La Sierra de Béjar, incendios forestales y dos recomendaciones de lectura sobre el tema.


Conocí la Sierra de Béjar cuando difícilmente se secaban los prados de las tierras altas. En los últimos años ya no era así, de la misma manera que la vegetación propia de tierras extremeñas iba adueñándose de estos montes y los castaños y los robles enfermaban y por toda la sierra clareaban los bosques. Los vendavales tenían más fácil derribar los árboles fatigados. Los helechales de las zonas en umbría no eran tan densos y se secaban antes. Había que cerrar mucho los ojos para no verlo. No era producto de uno o dos años secos, sino una tendencia. De hecho, este año se conservaban hasta hace poco pequeños neveros en las cumbres producto de las precipitaciones del final del invierno y el inicio de la primavera, semanas especialmente lluviosas. Neveros que no se veían desde hacía unos cuantos veranos. Había neveros, pero los prados estaban secos y en los senderos se apreciaba menos sombras y menos humedad de la habitual. A pesar de algunos reticentes, la discusión hoy no es si hay o no cambio climático sino qué podemos hacer para adaptarnos y mitigar sus consecuencias. Aunque la razón es compleja y se agrava con otros factores (la nefasta política forestal, la escasa inversión en la prevención, la cerrazón de muchos propietarios que tienen abandonadas sus fincas, el abandono del campo, los intereses económicos que buscan la reutilización del terreno para fines comerciales o urbanísticos, la destructiva forma de entender el turismo de fin de semana o vacacional), una de ellas es la extensión e intensidad de los incendios forestales. Hora a hora, he estado atento a las noticias que acercan el incendio que nació en Jarilla a esta sierra que he aprendido a amar tanto. En el momento en que escribo esto, el fuego,     que estaba en la otra vertiente de la sierra acaba de entrar en terrenos de monte alto de Candelario con poca vegetación, pero el viento puede llevarlo a Candelario, Béjar, Candelario, Puerto de Béjar, en cuestión de horas y destruir algo que llevo muy dentro.




En el último año y medio, dos libros muy relacionados con los incendios forestales me han llamado la atención. El primero, Viaje a las mujeres de fuego de Franca Velasco (Pepitas de Calabaza), cuya presentación oficial programé en Valladolid Letraherido en diciembre de 2023, recién publicado; el segundo, Los rescoldos de la culebra. Fuego y muerte en los incendios de la culebra de Juan Navarro García (Libros del K.O.), que también programé en junio de este año en la pasada Feria del Libro de Valladolid, a pesar de la reticencia de algunos libreros, que ya no le consideraban de interés comercial, pero que deparó una sesión excelente. Los autores son periodistas de raza y trayectoria y han escrito dos excelentes libros de los que no abundan ahora en España porque el trabajo periodístico somete a sus profesionales a una vida precaria, pero que en otros países representan una bibliografía de referencia para comprender adecuadamente el tiempo que vivimos. Se necesitan más libros como estos o como los escritos por la leonesa Naomí Sabugal sobre las consecuencias del cierre de la minería (Hijos del carbón) o la relación de nuestro país con la costa (Laberinto mar). Libros que parten del género periodístico del reportaje para profundizar en temáticas actuales que, en la confusa selva de la información pública, tendemos a olvidar pronto, pero que representan problemas esenciales para comprender muchas cosas de las que nos ocurren. Libros escritos, además, con una excelente prosa, a la altura de las mejores novelas en español de los últimos tiempos.

El libro de Franca Velasco nos descubre la biografía de varias bomberas forestales (escribo con toda la intención este término porque es una de las demandas que nos ayudan a comprender mejor la cuestión), todas ellas interesantes. El de Juan Navarro nos acerca a la realidad de las tierras de la Sierra de la Culebra después del incendio del verano de 2022. Ambos analizan desde múltiples perspectivas el fenómeno de los incendios forestales, sus causas y la deficiente atención que prestamos a los profesionales encargados de combatirlos. 

Busquen estos libros y léanlos. Se harán las preguntas adecuadas al terminarlos.

domingo, 17 de agosto de 2025

Sostenido en sus manos

 


Coplas del mar madreselva

Antes de todo, el mar,
pero antes lo creamos
buscando caracolas
en vuelo entre tus manos.

Si tú peinas el viento,
indicas el camino:
es una orden tu gesto
para darle sentido.

No soy más que un gran pozo
lleno de agua salada
esperando tu voz
en mitad de la playa.

Si se acaban los tiempos,
dejad flotar mi cuerpo
sostenido en sus manos
y herido por sus besos.

Antes de todo el mar,
pero, mucho antes, dedos
profundos en tus verdes
madreselva y al vuelo.

© Pedro Ojeda Escudero, Del desconsuelo, 2025.


sábado, 16 de agosto de 2025

El monte incendiado

 


España y Portugal sufren una de las mayores oleadas de incendios forestales de su historia que coinciden con el intenso calor de  este agosto, como no se recuerda. El fuego ya ha entrado en uno de los espacios más intensamente grabados en mi memoria, el valle del Ambroz, y las columnas de humo se ven desde Béjar. En Puerto de Béjar han comenzado a caer pavesas. Si cierro los ojos puedo recorrer con la memoria muchos de los senderos ahora amenazados. Leo y escucho las soluciones fáciles de los oportunistas, circulan por las redes sociales y los teléfonos móviles imágenes falsas y bulos, como ha ocurrido en todas las desgracias naturales, epidemias y conflictos sociales de la última década. También muchos testimonios de los afectados, cuyo dolor e indignación debemos acoger (exijamos que, con ellos, las administraciones competentes cumplan su función). El comportamiento de las brigadas y voluntarios que combaten el fuego es heroico y va mucho más allá de su obligación. No hay solución fácil porque las causas son múltiples. La cuestión debe abordarse desde muchos ángulos y nos afecta a toda la sociedad. El campo que se incendia no es solo un lugar para hacerse fotografías para las redes sociales con los girasoles, la lavanda y los cerezos florecidos, ni un espacio para invadir y maltratar los fines de semana y las vacaciones, tampoco un espacio que pertenezca solo a los propietarios de los terrenos. Acoger ahora los discursos fáciles de algunos oportunistas sería irracional, pero este mundo se ha echado ya en manos de las vísceras cuando más hace falta la razón.

Javier Celán, gran artista de la fotografía y autor de películas en las que la imagen y la poesía se unen hasta hacerse la misma cosa, me entregó el otro día una copia de la fotografía de mi madre que habíamos usado para un cortometraje en el que he colaborado y que se estrenará en breve. Es un corto que tiene mucho que ver con este sentimiento doloroso que provocan los incendios en los bosques. En él el monte es parte de la experiencia del ser humano. Tiene razón Javier con sus metáforas visuales: el bosque es lo que nos hace humanos, en realidad, porque lo llevamos dentro. Nuestra relación con él nos define y de él nacen muchos de nuestros relatos ancestrales. Alejarnos del bosque nos hace menos humanos.

Hay algo que no queremos entender porque nos hemos desconectado de la naturaleza desde hace unas décadas. Cuando usamos el concepto de bosque primigenio, casi siempre erramos. Existen muy pocos bosques primarios en el mundo. La mayoría de las masas forestales que conocemos, incluso las más intrincadas y densas, son producto de la labor humana. Los bosques de castaños que se han quemado en las Médulas no han estado allí siempre, sino que fueron plantados, explotados y delimitados desde la romanización de la península (parece incorrecto pensar que el castaño no existía antes en España, pero no a ese nivel de explotación), como también son obra humana el Castañar de Béjar, las extensiones de fresnos, tan relacionados como la ganadería, o los grandes pinares de mi tierra. Los últimos descubrimientos han demostrado que gran parte de la selva amazónica es producto de la selección y trabajo de los seres humanos que la habitaron hace cientos de años. No cuidar estos bosques como debemos define nuestra época.

Javier Celán me entregó la fotografía de mi madre envuelta cuidadosamente con un papel rojo. No me dijo qué era y al retirar el envoltorio y  ver el rostro de mi madre me conmoví tanto que tuve que tomar aliento. Hace unos días se cumplieron seis años desde que no puedo abrazarla como hacía en los últimos años de su vida, tan pequeñita y frágil, pero con esa entereza que le hizo superar todo (una infancia de la postguerra, el trabajo infantil, la pérdida de la primera hija, la privación de tanto para darnos todo a los hijos), excepto la muerte de mi padre. Protestaba mucho cuando la estrujaba, porque le quitaba el colorete o la despeinaba, pero aún conservo la dimensión exacta de su cuerpo en el abrazo que yo sostenía durante segundos hasta que conseguía que riera. Javier me entregó la imagen trabajada como una prueba de autor a partir de una vieja fotografía deteriorada que yo conservaba y que usamos en la película. Veo ahora a mi madre muy joven, bellísima, no permitiéndose sonreír del todo, como si anticipara algunas de las muchas tristezas que le iba a deparar la vida, como si supiera que la felicidad de los humildes siempre es castigada. La oreja izquierda despejada, de la que pende el único adorno que necesitaba. ¿Qué edad tendría entonces? Menos de veinte, calculo. Javier ha titulado la imagen La paloma de Santa Clara, como la conocían en el barrio vallisoletano en que naciera. Mi padre le llevaba seis años y, por entonces, lucía un bigotillo de artista de cine que le hacía muy atractivo. Una pareja muy guapa.

Tengo encogido el estómago. Gracias  al cortometraje de Javier Celán, la imagen de mi madre se instaló como un poema en los paisajes que tanto han significado en mi vida los últimos años, ahora amenazados por el fuego. Desde el otro día, me adentro en mi propio bosque, para escuchar el picapinos lejano y el rumor de los regatos que buscan el valle. Ojalá el incendio no llegue hasta la sierra de Béjar porque yo ya llevo un incendio dentro que tardaré mucho en apagar. No puedo despedirme de tantas cosas.

viernes, 8 de agosto de 2025

Te doy mi corazón

 



Te doy mi corazón. Y lo dejó, aún palpitante, sobre la mesa del jardín, junto a los restos del desayuno.

viernes, 1 de agosto de 2025

El engaño de agosto

 


Comienza agosto: cumple su labor
de engañoso paréntesis.
Por ejemplo, tus ojos.
Alguien roba miradas
en la tarde de siesta los domingos:
no hay forma de que el mar
se apiade de la playa.
Agosto
ahora,
y ya todo es otoño.

© Pedro Ojeda Escudero, Del desconsuelo, 2025.


jueves, 31 de julio de 2025

Solo un puñado de ellos

 


Apilas los veranos lo mejor
que sabes, sin pensar que serán leña
en el siguiente otoño. 
Algunos dan calor en el invierno
(no te hagas ilusiones,
solo un puñado de ellos).


miércoles, 30 de julio de 2025

Reforma

 


Hay que afrontarlo. No es solo chapa y pintura.

Dicen que dijo Kafka que todos llevamos una habitación dentro y que esto lo confirma nuestro oído: basta con caminar rápido para escuchar los golpes contra la pared de un espejo mal colgado.

El interior de algunas personas es un laberinto de estancias vacías, pero en el centro siempre hay una cajita de nácar con un diente de leche dentro.

Tengo una reforma interminable en mi pecho.

domingo, 27 de julio de 2025

martes, 22 de julio de 2025

Notas de julio

 


A mediados de julio, tiene la rosa tentación de sentirse eterna.

En las mañanas de verano, la casa de mis padres olía a luz de rosas y hierbabuena recién cortada.

Hay suficiente luz
en este amanecer
-abierta la ventana
que busca el frescor
del final de la noche
en el incierto julio-
para saber tu ausencia.

lunes, 21 de julio de 2025

Desarbolado

 


El vencejo caído
que nunca fue arbusto
pasado el mes de junio,
desarbolado.

© Pedro Ojeda Escudero, Del desconsuelo, 2025.

lunes, 7 de julio de 2025

El trabajo bien hecho

 



Esta mañana me he comprado un cinturón de piel de color negro. En la misma tienda, el dueño se ha ofrecido a repararme uno antiguo de color marrón que debe tener más de veinte años. En principio, bastaba con aplicarle un poco de pegamento especial. Con el uso, se han despegado las dos piezas por la parte donde me abrocho la hebilla. Un par de horas después, he pasado a recogerlo. Ya lo tenía pegado y seco, pero me insinuó que quedaría mejor si cosiera todo el perfil del cinturón (viene cosido con un hermoso hilo en la parte central). No se había atrevido a hacerlo sin preguntarme antes, me dijo. Le respondí que adelante, que no importaba el precio porque tengo cariño a ese cinturón y la piel está en perfectas condiciones a pesar del tiempo o precisamente por el tiempo. Me miró sin comprenderme del todo. Es un hombre mayor, afable, debería ya estar jubilado, pero le gusta su oficio. Él y su mujer abrieron esa tienda en pleno barrio de las Delicias hace muchos años y siempre han vendido el mismo género: cinturones, bolsos, mochilas, bandoleras. Por esto no te voy a cobrar nada, cómo te voy a cobrar, me compraste este cinturón hace muchos años, me dijo. No solo venden, también reparan este género. No se va a hacer rico, le dije. Para qué quiero yo ser rico a mi edad. Mientras me hablaba, acariciaba con los dedos la piel envejecida del cinturón.

Un poco antes había dejado un pantalón que necesita algunos arreglos y una mochila textil en un cose todo que regenta una mujer musulmana en la zona de Caño Argales. Hace años que voy a su taller. Nunca le he pedido un recibo de lo que le entrego, pero siempre cumple el plazo que me da y el precio más bajo de los que me da de forma orientativa cuando le pregunto. Quedará bien, me dijo. Sé que quedará bien.

Entre ambos recados, me he tomado un café y el camarero, que me conoce de hace solo unos meses, no me ha dejado pagar mi cortado. A este te invito yo, me ha dicho sonriente. Es muy joven. Es su último día en ese café, ha aceptado un trabajo en uno de los más antiguos de la ciudad. Le ofrecen, además, formación en gestión de restauración. Se necesita aprender, me ha dicho, para mejorar.