Por fin, llegó la nieve. Tiene algo de infancia: el corcho desgranado sobre el belén casero, las castañas bailando en la chapa de la cocina económica, el frío al otro lado del vaho de la ventana. Nieva ya menos de lo que nevaba y, cuando caen los copos, es siempre un acontecimiento que provoca la sonrisa. Vi caer la nieve en la ciudad, sorprendida por lo inesperado del suceso y mis ojos se alegraron.
A pesar de la nieve, la primavera está ya muy avanzada por estas tierras castellanas, sin hacer caso al calendario. Entrará el próximo 20 de marzo y durará, dicen, 92 días y 18 horas, para terminar el 20 de junio. A los almendros en flor sucedieron otros frutales. Los silvestres han llenado las cunetas y los bordes de los caminos de color y un sabor a vida.
En el jardín de la Facultad -ese por el que algunos pasan desde los despachos hasta las aulas como si no existiera-, ha florecido el membrillero japonés. Lo hace siempre a finales del invierno, como anuncio orgulloso de que llega el buen tiempo. Es un arbusto grande y hermoso y, cuando saca la flor, de un rosa muy elegante, atrapa la mirada del que no se niega a verlo. Recuerdo la primera vez que lo vi florecido, en marzo de 2020, unos días antes de que se declarara el estado de alarma por la pandemia por el COVID-19 y tuviéramos que guardar aislamiento en las casas. Desde allí me preguntaba si seguía en flor, a lo suyo. Aquel día de hace cuatro años atravesaba el jardín junto a Paco, camino de mis clases. ¿Qué tocaba, Góngora? Paco es un amigo, pero también el mejor alumno que he tenido nunca. Al jubilarse, se apuntó en el Programa de la Experiencia de la Universidad, dirigido a mayores de cincuenta y cinco años. Allí lo conocí. Siguió los tres cursos regulares y luego pasó a la Universidad Abierta a Mayores, pero no le era suficiente. Participó en mi club de lectura con acertados comentarios. Aunque él venía del mundo de la técnica, sus intereses eran la literatura, la historia, el arte. Con su decisión y lucha, consiguió que se abriera la posibilidad de matrícula libre para este tipo de alumnos en los grados universitarios, con todos los derechos, aunque sin efectos académicos de cara a un reconocimiento del título. Siguió, de forma notable, todos las asignaturas. Participaba en las clases, hacía los trabajos y los exámenes, con brillantez. En su relación con los jóvenes alumnos, aportaba la experiencia y una visión de la vida basada en el esfuerzo más enriquecedor: aprender y que el conocimiento adquirido le aportara la base adecuada para sus propios juicios. Nunca defraudaba en las intervenciones en clase y en los trabajos. Sin obligación alguna, realizó un magnífico Trabajo Fin de Grado sobre Vicente Blasco Ibáñez, cuya Casa Museo en Valencia frecuentaba para investigar. El sistema universitario no ha aprovechado aquel impulso: si se hubiera publicitado suficientemente, Paco hubiera sido el pionero de un programa con el que nuestras aulas hubieran ganado en diversidad con la experiencia intergeneracional. El otro día le envié un mensaje, avisándole de que ya había florecido el membrillero, que yo le echaba de menos. Se ha acercado esta semana a tomar café conmigo y le he propuesto que vuelva a clase cuando toque Cervantes para que pueda terminar de forma presencial aquella asignatura del curso del COVID-19. Antes de que yo bajara al jardín, él ya lo había recorrido para ver el membrillero, los pinos y sus tejos.