martes, 30 de septiembre de 2025

Hay rosas en otoño

 


Siempre me han atraído las rosas de otoño. Cada vez son más frecuentes, debido a que el frío se retrasa. Prolongan esa belleza primaveral donde uno ya no piensa encontrarla. Hay rosas en otoño, dije en un poema de hace unos años. Miro esta de la rosaleda que la Casa Zorrilla ha dedicado a la memoria de Ángela Hernández, que tanto hizo por este museo. Aquí está la rosa, que ha sabido sobrevivir a cualquier poema, incluso a aquellos que dejan cicatriz.

He vuelto fatigado, me pasa últimamente. Antes de ir a casa, me he sentado a tomar un café en una terraza del barrio, en el cruce de cuatro calles. Es un barrio populoso, lleno de vida, en donde sobreviven las pequeñas fruterías, ahora regentadas por peruanos, magrebíes; también las panaderías, pequeños negocios. Desde aquí veo una cristalería, una farmacia, una librería papelería. Después me acercaré a Blanca Nube, quiero comprar una cartulina roja y pegamento fuerte. Al fin abrí una lata de petingas que compré en Faro hace años, me hizo gracia que en la lata figurara algo importante o curioso ocurrido en un año determinado que uno podía asociar con la fecha del nacimiento. Las sardinas estaban riquísimas, mucho más allá del gancho turístico que significaba la lata. Compré un marco en IKEA y voy a enmarcarla y para eso necesito el pegamento y la cartulina. En realidad, la lata enmarcada es para mi hijo, que se ha ido a vivir con su pareja hace unas semanas. Cuando me senté en la terraza estaba yo solo, a pesar de lo bien que se está aquí, aprovechando este calor del veranillo de San Miguel. Luego llegó un hombre mayor al que se le notaba la soledad, dos mujeres puertorriqueñas (por el acento) y un marroquí. Ni ellos ni yo tenemos el teléfono en la mano. Las nubes son tan perfectas que parecen dibujadas por un niño sobre un papel en el que el cielo tiene color azul escolar. Con el café, el camarero me ha puesto un pequeño petisú de chocolate. ¿Hace cuánto que no me como uno?

Y ahora se nos muere Pablo Guerrero, que como pocos supo llamar a la lluvia que limpia y sana. Siento una fatiga extraña desde hace unos meses, tan pegada ya a la tristeza.



5 comentarios:

Sor Austringiliana dijo...

Nos traes rosas de otoño, tu barrio con sus tiendas y una lata de sardinas portuguesas enmarcada para tu hijo, a quién se le ocurre pescar un momento de vida.
El otoño va entrando, con sus bellos colores y su fatiga de tiempo que se va irremediablemente. Y se fue aquel que nos recordaba: "tiene que llover a cántaros". Y nos traes una foto de amistad. Descanse en paz.
Llega octubre.


La seña Carmen dijo...

Pues sí, yo también ando fotografiando esas rosas tardías. En mi jardín todavía tengo algunas. Y los geranios que han sobrevivido al bicho dan todavía flores.

La seña Carmen dijo...

Me encantan las conservas de pescado portuguesas, pero no se ha ocurrido nunca guardar ninguna lata de recuerdo.

andandos dijo...

Una pena la muerte de Pablo Guerrero. Tienes una manera poética y sin embargo realista de mirar las cosas, que a mí me gusta mucho.
Un abrazo

María dijo...

Me encanta tu texto, empiezas hablando de las rosas de otoño, por cierto, así es, cada vez se retrasa más el frío. Y luego continúas con tu paseo, y te sientas a tomar un café, describiéndonos el lugar. Y todo lo que piensas, anhelas en ese momento, y hasta hablas de las sardinas y un marco de IKEA, mira que me gustan estas pequeñas pero grandes cosas. Hasta observar las nubes y ver a la gente con el móvil en la mano, es raro los que no lo llevan, la sociedad está cambiando tanto. Y ese petisú qué rico debe estar, Pedro, nada más y nada menos de chocolate con lo que a mí me gusta.

Un placer disfrutar contigo.

Beso