Hoy he comenzado las clases del curso 2025/2026 en los dos formatos en los que se imparte el Grado de Español: Lengua y Literatura de mi Universidad, virtual y presencial. Clases sobre un período de la literatura y la cultura que va desde las décadas finales del siglo XIX hasta la guerra civil de 1936 a 1939. Con los estudiantes del grado virtual tardaré unos días en establecer una comunicación más cercana que la exclusivamente digital. Con los estudiantes del formato presencial ha sido como siempre: entrar en el aula, aunque ahora está dotada de medios tecnológicos y la tiza ha sido sustituida por una pizarra para rotuladores. A la mayoría los conozco porque los tuve como alumnos en una asignatura de barroco en la que explicaba sobre todo a Góngora y a Cervantes y sé que me espera un buen curso con ellos: son personas trabajadoras, tienen mentalidad abierta y ganas de adquirir nuevos conocimientos y debatir sobre ellos. Eso es lo que me motiva cada vez más, encontrarme con personas que quieran debatir sobre la materia del curso, llegar a preguntarnos juntos muchas cosas y buscar el camino para hallar las respuestas. En la actualidad, la mayoría de los conocimientos están disponibles a través de libros y pantallas y es relativamente fácil llegar a ellos. No es tan fácil jerarquizarlos, establecer interrogaciones sobre lo que se ha trasmitido a la luz de nuestra época y que todo ellos nos diga algo ahora. Una de mis intenciones es que los alumnos dialoguen con los textos, que no sean solo letra muerta que deban conocer porque los consideramos clásicos. De todo ello he hablado un poco en mi clase de presentación.
Mi Facultad se encuentra en las antiguas dependencias del Hospital Militar de Burgos, en una zona privilegiada delimitada por el Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas, el parque del Parral y el río Arlanzón. Se inauguró en 1891 y para mí es una delicia atravesar el jardín que separa la zona de despachos de las aulas. Este breve paseo es un regalo en cualquier época del año, que suelo completar escapándome en los ratos libres a las riberas del Arlanzón y al parque de la Isla. En este jardín central hay pinos centenarios, tejos, rosales, un membrillero japonés... Algunos compañeros atraviesan medio enfadados este espacio ajardinado, como si les ofendiera pisar la gravilla o pasar por debajo de los pinos. No comprendo bien por qué.
Cuando llevábamos un tiempo explicando en el aula las cuestiones generales de la asignatura invité a los estudiantes a salir al centro del jardín. Los que ya me conocían, lo esperaban; los que no, pusieron cara de sorpresa. Junto a la fuente, apunté que aquel espacio en el que estábamos atravesó los tiempos que vamos a estudiar en clase. Se fundó cuando el modernismo ya destelleaba, continuó en la época del desastre de 1898, tuvo un gran protagonismo en las guerras de Cuba y en la segunda guerra de Marruecos, la del Rif, también en todos los acontecimientos que vinieron después, hasta la sublevación militar de 1936 y la guerra civil. A pocos minutos de aquí se encuentran la pensión en la que pasó la guerra Manuel Machado y la residencia de Franco durante sus estancias en Burgos.
Les recordé que hace cien años justos tuvo lugar el desembarco de Alhucemas y que posiblemente alguno de los soldados que participaron en él pudo pasar una temporada aquí, recuperándose de sus heridas. Aquel hecho del 8 de septiembre de 1925 se considera el primer desembarco moderno de unas tropas y un precedente claro de los que tendrían lugar en la Segunda Guerra Mundial. Aquella guerra del Rif fue un desastre de organización, en realidad, pero sirvió para que España jugara a ser potencia neocolonial, experimentara con el uso del gas mostaza y demostrara la corrupción en la gestión de la intendencia militar que arrastraba desde el siglo XIX. Sus consecuencias están muy claras en la historia: el peso de un ejército español lleno de oficiales con currículos hinchados por la aventura africanista que condicionó en gran medida todo lo que ocurrió después.
Si en la primera guerra de Marruecos, cuya organización y resultado también fue un desastre, podemos recurrir a los libros de los futuros grandes escritores Pedro Antonio de Alarcón (Diario de un testigo de la guerra de África) y Núñez de Arce (Recuerdos de la campaña de África), para esta del Rif contamos con la segunda parte de la trilogía autobiográfica de alguien a quien se lee menos de lo que merece, La forja de un rebelde de Arturo Barea, que escribiera ya exiliado en Inglaterra.
Quise ver sentado en el suelo, con la espalda apoyada en uno de los pinos, entonces jóvenes, a un soldado de tropa o a un joven oficial convaleciente, leyendo los dos volúmenes que trasformaron la poesía española para siempre publicados en 1917: Diario de un poeta recién casado (1916) de Juan Ramón Jiménez y la primera edición de las Poesías completas de Antonio Machado. ¿Por qué no? En el fondo, todo lo nuestro estaba comenzando entonces, para bien y para mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario