lunes, 31 de diciembre de 2007

Fragilidad ante el tiempo

Apenas hay protección bajo la desnudez de nuestro interior. Pese a la fragilidad, el árbol afronta el cielo mientras se gana por dentro,
a la espera.
Que la inclemencia del tiempo nos sea, a todos, leve.
Os deseo lo mejor para este 2008 inminente.

domingo, 30 de diciembre de 2007

Restos del naufragio


A veces el cielo nos amenaza, fragmentado en cuajarones de derrotas: se espesa, cuarteado, sobre las copas de los árboles invernados y nos sobrecoge, desprevenidos como vamos a nuestras cosas. Si el cielo viene herido así es más inminente el peligro: se desprenderá a grandes trozos, como el yeso del techo afectado por una gotera. En esos momentos, no sirve ya ni el ligero y cálido refugio del hogar y quedamos indefensos al vendaval y al frío. Sólo un mínimo gesto puede hacer nuestra propia derrota más digna. O más cobarde.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Sol frío entre cristales


En realidad, esta entrada la escribí esta noche, ya madrugada, pero no me sentí con fuerzas para publicarla: miraba este sol entre cristales y su frialdad me llegaba tan adentro que no sabía muy bien qué hacer con las palabras. Esta mañana me dediqué a borrar las palabras nocturnas, como los jóvenes poetas de Viene la noche, de Óscar Esquivias, para dejar la auténtica poesía, esencial y desnuda. Tras el esfuerzo, comprobé el resultado. Todas y cada una de las palabras aparecían meticulosamente tachadas, salvo esta frase: A veces estamos tan dentro de nosotros que tenemos el alma aterida. Sobre ella, la fotografía, pura, fría y distante.

Viene la noche en Rayuela.

Ayer presentamos Viene la noche, la última novela de Óscar Esquivias, en la librería Rayuela de Valladolid. El autor, su editor y yo mismo, los encargados de su presentación, fuimos extraordinariamente bien acogidos por Charo, y se lo agradezco. Charo, además, leyó un divertido fragmento de la novela.
De Esquivias ya se ha dicho mucho aquí. No me gusta hablar de promesas de escritores, porque en donde se les debe medir es en la calidad de la obra no en un futuro no escrito. Además, Óscar ya no es una promesa si siquera coloquialmente, sino una auténtica realidad. Desde Jerjes conquista el mar (2001) está muy claro que nos encontramos ante un narrador que aporta cosas nuevas al aburrido panorama de la novela actual en España.
La trilogía dantesca sobre Burgos y la guerra civil (Inquietud en el Paraíso de 2005, La ciudad del Gran Rey de 2006 y ahora Viene la noche de 2007) es una idea arriesgada pero radicalmente actual y necesaria. Su visión de la Historia cambia en cada volumen para ajustarse a las diferentes épocas narradas: realista hasta el costumbrismo en la primera; delirantemente vanguardista, onírica y surreal en la segunda; realista en tonos postmodernos en la última. Este cambio le lleva, por necesidad, a modificar el estilo de cada uno de los títulos. Este último, como dije ayer, es una mirada cervantina a Dante en clave actual. Pienso que es, sin duda alguna, el mejor de los tres -y los dos anteriores eran muy buenos-, que, además, puede leerse de forma autónoma si alguien no se ha acercado a los dos primeros. Rompe, en un giro arriesgado pero excelente, con la trama argumental de Inquietud en el Paraíso y La ciudad del Gran Rey para situarse en el Madrid actual. Esquivias es un gran narrador de ciudades y personajes. No diré más para no estropear el disfrute al lector. En breve publicaré un artículo académico sobre esta trilogía y el interesado podrá leerlo.
La presentación fue todo un éxito y se prolongó en una cena amable y llena de palabras.

viernes, 28 de diciembre de 2007

Presentación en Valladolid de Viene la noche, de Óscar Esquivias


Esta tarde, a las ocho y media, presentamos la última novela de Óscar Esquivias, Viene la noche, en la librería Rayuela de Valladolid. Óscar me ha hecho el regalo navideño de ser su telonero.
Ayer se presentó, con éxito, en el Salón Rojo del Teatro Principal de Burgos. Sentí mucho no poder acudir.
Advertencia: no es una inocentada.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Nubes altas.


El sol de invierno nos engaña, y como el árbol quieto, que abandona un instante su reposo, hemos salido a verlo, pero es como si no estuviera.

A veces suceden estas cosas: ver algo o sentirlo y que nos lo escamoteen. Eso no quiere decir que no debamos perder la ingenuidad: es lo único que nos hace humanos en estos tiempos cínicos. Prefiero salir varias veces engañado al mundo por este sol y esperar la primavera a pesar del frío.

Es curioso el invierno. Hay quien dice que no se puede fotografiar, que no tiene colores. Quizá por eso las formas son más puras y esenciales: como un grito en una ladera nevada. Todo sucede por dentro. Sólo hay que mirarlo con la suficiente atención porque todo está tan quieto que parece no moverse.

¿Es la primera vez que contemplo con tanta atención estos árboles y el cielo? Quizá me esté haciendo viejo. Pero ha merecido la pena.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Arañazos.


He sentido, en mi paseo, ganas de levantar las manos para arañar el cielo. La noticia del mundo es cruel y contradictoria: la festiva alegría come de la desgracia. La violencia diaria, los muertos de los que está hecha la arcilla que pisamos, la destrucción de la naturaleza, la sinrazón de nuestas gastadas palabras. Nuestra Historia no va ya a ningún sitio y sólo la salvan pequeños gestos cotidianos de gente sin nombre: por ellos se alienta aun. Los árboles, desnudos por este invierno, han abierto todo lo posible sus yemas inertes y entrelazadas en fatal laberinto para rasgar las nubes que pasan.

No hace demasiado frío: no lo hace, pero lo siento. Qué lejos aun la primavera.

martes, 25 de diciembre de 2007

Cielo


Estos días he mirado el cielo. No he visto rastros de estrellas ni de esperanzadas salvaciones. Quizá como ningún año me he dado cuenta de que todo está dentro de cada uno: y que desde allí parten las redes que nos alargan la vida y nos la explican.

Es la mirada reposada la que ha pintado la bóveda.
Por eso, este nuevo ciclo que comienza ahora deberá ser mejor que el año anterior, a riesgo de no tener sentido. Así os lo deseo a todos los que habéis pasado por La Acequia estos meses.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Red de ramas y cielo


En el camino invernal, las ramas en espera se han ensimismado y ofrecen sus puras líneas al espectador que se atreve a mirar hacia arriba. El rostro del que observa, escarchado de asombro, se levanta hacia la red de nervios, que resalta en el azul del cielo. Es un mensaje de espera hacia el nuevo ciclo. Pero no se engaña el que mira: la actividad está por dentro, circula y retuerce con la savia el cuerpo entero. A veces, del ensimismamiento, no se sale. Pero hay que hacerlo.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Árbol y cielo.


El invierno es tiempo de recogerse. La naturaleza parece hacer una pausa necesaria para retomar el pulso de la vida. Antiguamente, en el hogar de las casas, se narraban historias al chisporroteo de la leña que se consumía y el olor a ceniza y calma inundaba la estancia. Las manos se apoyaban en la mesa de la cocina, en reposo, y los ojos se teñían de nostalgia e incertidumbre ante el nuevo año.
Hoy he paseado junto a los árboles y he visto sus ramas desnudas extendiéndose en el cielo como si fueran los nervios de una neurona agonizante. El cielo se había teñido de sombras. Y todo me empuja dentro, muy adentro, sin saber el camino cierto por entre las paredes de mi casa.

sábado, 22 de diciembre de 2007

El peral, en invierno


El peral de Humanidades, una de las referencias más constantes de este blog, entra en el invierno: desnudo, a la espera, alzándose humilde hacia el cielo nuboso y frío. Volveré a verlo en enero, camino ya de la primavera. Este año, en La Acequia, he aprendido a verlo de otra manera. Ahora sé, entre otras cosas, que, al tomar la imagen me sobra incluso el edificio: el impulso de su ciclo lo lleva adentro y le basta un poco de lluvia y sol en su momento justo.
Feliz invierno a todos. Dediquémonos, como el árbol, a vigilarnos por dentro.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Trenes nocturnos


En el andén, una pareja joven se ha dado cuenta de que ella se ha olvidado el bolso con las llaves de casa y toda la documentación y el dinero en el tren en el que han llegado a la estación y que acaba de partir. En el suelo, cuatro o cinco maletas y algunos otros bultos. Ella es atractiva: él, alto y desgarbado, la observa en silencio, casi intimidado ante la gestualidad de ella y el anuncio de las lágrimas. Apenas he apreciado retazos de su conversación mientras me dirigía a tomar mi tren. Ya en él, un hombre mayor habla solo en mi vagón y se levanta en cada una de las estaciones en las que nos detenemos, abre la puerta y asoma para volver recitando el nombre del lugar, como una letanía en la que orara por el éxito del viaje. Me duele la espalda y no consigo encontrar la posición adecuada para descansar los quilómetros que me faltan para mi destino. A veces caigo en una ligera somnolencia, agotado por las pocas horas de sueño de los últimos días, y en el duermevela me vienen retazos de otros viajes en tren. Aun falta mucho para amanecer.
Sé que hay un libro, que no he leído, con el mismo título que esta entrada pero ahora no tengo la voluntad suficiente como para buscarlo en Internet. El título, creo, hace referencia a los trenes que trasladaban a los judíos a los campos de concentración y exterminio nazis. ¿Qué sintieron aquellos seres humanos a los que acababan de desgajar de su vida? Ignoro si conocían su destino. Recuerdo varias películas que sitúan la cámara entre aquellos viajeros involuntarios, en el centro exacto del dolor y la incertidumbre.
Ante ellos, este viaje mío no tiene más sentido que lo previsible. Llegar a una estación por la noche, entreoír una conversación azorada, comprobar la fragilidad de la mente humana: lo cotidiano. Mirar por la ventanilla para comprobar que, en nuestro viaje, aun falta mucho para ver amanecer en el horizonte antes de que lleguemos al destino.

jueves, 20 de diciembre de 2007

El color del blanco y negro.


Fotografiar estados de ánimo te lleva, en ocasiones, a darte cuenta de que, sin retocar la imagen, has tomado una foto en blanco y negro. Aun recuerdo cuando la opción del carrete en color era tan cara que pocos optaban por ella: las imágenes de mi infancia no tenían color. Como las de aquella España. Se anunciaban extraños inventos para convertir el blanco y negro de la televisión en color y muchos crédulos afirmaban la fiabilidad del procedimiento.
Por eso, en un mundo como el actual, lleno de colores hasta el mareo y la impostura, te sorprendes cuando ves el resultado de la imagen y compruebas que, con tu cámara digital, has fijado un mundo sin ellos, sin trucos. Y comprendes que no has retratado la contraventana, sino su estado de ánimo. O el tuyo.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Los agujeros.


Los últimos días los he dedicado a tareas atrasadas ya en cuanto llegaban a mi poder: cada año se agrava por estas fechas. Todo el mundo desea que sus cosas se resuelvan antes de que puedan gestionarse o a la misma velocidad en la que se transmiten los datos informáticos y pocos son los que se ponen en el lugar del otro y comprenden sus circunstancias. Vivimos en una sociedad de la urgencia y la ansiedad, sin tiempo para el sosiego, la reflexión o la amistad pausada. Usamos a las personas como lo hacemos con las cosas y todo es frágil y perecedero. Aunque siempre haya podido ser así, en las últimas décadas la acelaración provocada por la comunicación instantánea ha multiplicado el problema. Cada vez son más los que ya no pueden seguir adelante a esta velocidad: es como si se fundiera una pequeña bombilla tras otra. Nadie las recambia, sino que se amplía el panel. Tendremos más luz, pero también más sombras.

martes, 18 de diciembre de 2007

Hay que orear la casa.


¿Qué nos hace cerrarnos en la grisura de la casa? Buscar la noche artificial, vivir en rincones inhóspitos y estrechos en los que no nos cabe el alma, encerrojar las puertas y tapar las ventanas hasta hacernos desecho de lo que fuimos porque no se renueva el aire ni se orean del olor a encierro las cosas que atesoramos con avaricia o con temor, como enfermos.
Federico García Lorca escribió La casa de Bernarda Alba como símbolo de los que se encierran en sí mismos y sus principios y atemorizan a los suyos hasta hacer mortal el espacio y el tiempo, detenido: individuos, familias, naciones.
A respirar: a ventilar las casas, a la calle, a mirar el tiempo y las cosas hasta rozarlas y chocar con ellas o amarlas. Ya no es momento de temores, sino de descubrimientos en las realidades más pequeñas y más humanas.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Lección de arte con Luis Felipe.

De mi visita a Béjar de hace unos días me vine con una nueva constatación de mi certeza de que el artista aun debe ser radicalmente individual y que esto no supone contradicción alguna con su compromiso ideológico y social -sea del cariz que sea.
En nuestra época, se ha impuesto el mercado sobre la creación artística como nunca antes. Siempre ha existido el taller del artista y la comercialización de su producto, pero en el último medio siglo las posibilidades técnicas lo han puesto como premisa del arte hasta el punto de que al receptor se la ha cubierto con una oscura tela impermeable para que no vea otra cosa.
Desde que la sociedad descubrió al individuo en toda su capacidad, nunca, como en los últimos años, el artista se ha doblegado a lo que le dice su marchante o su editor y accedido a modificar su obra para que encaje en lo vendible. No sé si los lectores saben que buena parte de lo que leen se debe no tanto al autor que firma el libro como a las directrices del editor o la intervención de trabajadores a sueldo que intervienen en el original. Así, suele suceder que un escritor tiene un éxito cuando controla por entero su obra y lo publica en una editorial pequeña o por un azar, gracias a que alguien apuesta por él, gana un premio. Luego firma un contrato con un editor y acaba amanerando su estilo porque no le dejan salirse de la línea de su éxito. Cuando eres joven y tienes la ambición del triunfo y el dinero que te permita vivir de tu obra, no piensas en estas cosas. Hay pocos que puedan escaparse después, bien porque han alcanzado un nombre que les hace dueños absolutos de su obra por encima de cualquier editor, bien porque deciden apearse de ese camino y volver por senderos más propios. Suelen salvarse los poetas, porque la poesía no importa a los editores. Aunque para corregir este olvido están luego los antólogos y los profesores de literatura.

No estoy en contra de que haya un tipo de producto artístico para el consumo general. Pero éste no debería nunca sepultar la creación libre e individual porque es la única forma de que el arte experimente y avance. Además, debemos estar alerta con el arte de consumo general no porque no deba existir, sino porque suele suponer un arte sin estímulo para el que lo produce y el que lo recibe. Algún día hablaré de esto para que no se entienda lo que digo como una defensa del arte elitista. Ocurre, además, que cualquiera está capacitado para entender y disfrutar el arte individual y radicalmente innovador y que sólo las premisas sociales con las que se le educa le apartan de comprenderlo. Aunque parezca lo contrario, el producto artístico de consumo general exige más conocimientos que el individual, pero no nos damos cuenta porque nos lo han ido introduciendo sorbo a sorbo en la infancia y la juventud, separándonos de la capacidad de crear de forma individual que tenemos cada uno y forzándonos a disponer nuestra mirada en una única dirección. El individuo siempre ha sido sospechoso en nuestra sociedad.

Así, la mayor parte del producto que llega al gran público en cualquier tipo de arte suele ser industrial y modelado por varias manos en diferentes porcentajes. Por lo general, el editor importante canoniza, con instinto lleno de audiencias y estadísticas, lo que debe darse a conocer.

Frente a eso, al artista de las últimas décadas, junto a la producción para el consumo general o en vez de ella, suele producir rasgos individuales. De esta tendencia surgió el arte efímero -happening, performance, intervención, instalación, etc.- que, a pesar de su banalización frecuente, aun supone la presencia del artista individual y un gesto de contestación frente al producto repetido. Sin embargo, hasta en esto se debe estar alerta, porque se ha conseguido la industrialización de este tipo de arte para coseguir el adelgazamiento de su significado y potencial creativo. Hay demasiado charlatán de feria en el asunto y debemos señalarlo con el dedo, porque desactivan y desacreditan los verdaderos rasgos de creación.


Muchos artistas, además, trabajan proyectos radicalmente propios y únicos en sus estudios, que suelen ocuparles años de su vida -una dedicación contraria a la mercadería urgente de hoy en día- y que, en principio, no están pensados en la comercialización sino en la experimentación. De ellos suelen beneficiarse sus herederos, que son los que alcanzan el resultado económico del trabajo de años del familiar al que no comprendían. Estos proyectos tienen una fuerta raíz autobiográfica, puesto que suelen canalizar los estados emocionales y las fases de evolución del artista. De ahí que tomen la forma del diario, en su mayoría.


Por eso me alegró ver en el estudio de trabajo de Luis Felipe Comendador ese rasgo individual. Sabía que trabajaba desde hace años en un Diario que ocupa cientos de páginas y que le ha llevado, por lógica de género, al blog Diario de un Sanovarola. Pero nos mostró a Javier y a mí dos productos más que avalan su vitalidad. Me gustó, además, su enfoque correcto: aquellos trabajos, que eran producto de su radical condición de artista no le convertían en un elitista separado de la gente sino todo lo contrario porque, como me dijo, la importancia de este camino es que enseña a quien lo ve que él también puede hacerlo partiendo de su condición de individuo. En efecto, la contemplación de este tipo de arte provoca en el receptor la separación de lo que le han dicho que debe ser él mismo como persona y el arte como producto humano, al empujarle a experimentar con sus propias manos y capacidades.


Por un lado, Luis Felipe confecciona desde hace tiempo un Diario gráfico en el que se suma la literatura, el collage y el dibujo, con mucha carga de reflexión artística, ironía, humor y mirada comprometida con la realidad porque el hecho de que el arte sea individual no exime de su conciencia social. El resultado es apasionante, cada hoja del cuaderno es diferente y única. El hecho de que existan otros cuadernos gráficos de otros artistas no resta creatividad individual a ninguno de ellos puesto que permite un diálogo inteligente entre ellos.


De una de las estanterías extrajo Luis Felipe un libro objeto, un tipo de producto artístico en el el autor interviene en un volumen confeccionado por la imprenta como libro industrial como si se tratara del viejo palimpsesto. Con la intervención, se da al volumen -igual a otros cientos- un carácter de ejemplar único en el que cada página, además, es diferente y propia. Luis Felipe trabaja sobre un ejemplar de Los cipreses creen en Dios, de José María Gironella.

Soy partidario de la difusión de la cultura y el arte, de su acceso masivo: su democratización es una de las mejores cosas que han tenido los últimos siglos. Pero también pienso que parte de esa difusión se hace de forma equivocada puesto que aparta al individuo de su capacidad artística para producir de forma auténtica. Si el viejo debate entre arte elitista y arte de masas, que definió Ortega -favorable del primero- está más que superado, aun nos queda por desarrollar las herramientas adecuadas para que la difusión y comercialización del arte no ahogue al individuo y su capacidad de crear o apreciar lo creado por otros desde su raíz única y estímulo de nuevas creaciones individuales y únicas. Estamos en buenas condiciones: parte de la actual forma de entender los museos y las nuevas técnicas de comunicación -Internet es una revolución como herramienta de creación y difusión- permiten la divulgación de lo que antes sólo conocían unos pocos. Es el momento de una nueva revolución artística de carácter individual y contraria a la uniformidad cultural que buscan algunos para convertir el arte en monedas.

domingo, 16 de diciembre de 2007

La belleza del otro (y 2)

Y, como castigo, la exhibición impúdica de lo que no somos pero nos han convencido que debemos ser: ricos, guapos, famosos. Qué sociedad más rara nos hemos hecho.
Como hemos convertido nuestra cultura en mercado exclusivo de vanidades, la envidia del otro se nos hace evidente en la herramienta y tortura publicitaria. Ansiamos la docena de modelos de automóviles que nos fabrican en serie, las gamas de electrodomésticos que se diferencian en poco, móviles de última generación que se aviejan en unos días, los mismos cuerpos vestidos de la misma manera.

Al final, la belleza a la que tanto aspiramos sólo sería posible si fuéramos clónicos unos de otros. Una sociedad de fotocopiados. Quizá nos lo merezcamos.

sábado, 15 de diciembre de 2007

La belleza del otro (1)


Con demasiada frecuencia ansiamos ser el otro o la otra: envidiamos vidas ajenas, soñamos ocupar su lugar, sus mujeres o sus hombres, sus viajes, sus éxitos o su tranquilidad. Quizá al otro le pase lo mismo. Quizá es un deseo que está en nuestros genes desde lo más primitivo y que en su día contribuyó a la supervivencia de la especie. En su lado más positivo, este sentimiento nos podría mejorar. Pero, por lo general, este deseo nos hace insatisfechos de forma permanente aunque sepamos que el otro vive lo que le envidiamos como rutina y aspira a otras cosas que quizá tengamos nosotros. Hay demasiadas cosas en nuestra mente que nos condenan a ser infelices.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Abrir puertas y encontrar personas.


Esta puerta ya ha salido una y otra vez. Pero hoy estaba abierta y he cruzado el umbral. Desde que decidí abrir esas puertas que tenía cerradas, he tenido la suerte de conocer mucha gente que merece la pena y he dado cuenta en La Acequia de esos encuentros. Como me dice mi celtíbero preferido, con el que debería tener una caelia antes de despedir el año, quizá sea un activista de esta forma de comunicación creativa y nueva. Es cierto, pienso que el mundo de los blogs y su evolución futura ofrecen muchas posibilidades para la comunicación horizontal entre las personas, que tejen sus propias redes de relaciones y a partir de ellas se construye una cultura que no se queda en lo virtual como los que denigran el medio pretenden.
Desde hace meses me he propuesto conocer a la gente que pasa por La Acequia y deja sus comentarios. Los nudos de esta malla de relaciones me llevan a otros sitios en los que jamás pensé estar. Hoy, finalmente, he podido tomar el café tan apetecido con Nacho Carreras. Han sido un par de horas que me han sabido a poco pero que se han llenado de palabras, retos y propuestas. Curiosamente, coincidimos en mucho más que en la edad. Como he hablado tantas veces con Javier Garcìa Riobó, muchos de nosotros llegamos al mundo adulto cuando lo protagonizaban otros que todavía eran muy jóvenes y nos dedicamos a buscar una profesión y crear una familia, pero siempre se nos quedaron dentro las ganas de hacer algo más creativo. Cuando hemos llegado a un momento de nuestra vida en el que las urgencias han desaparecido, hemos vuelto a mirarnos y nos hemos encontrado en el lugar en el que menos nos esperábamos estar: los espacios libres de Internet en los que uno es responsable final del producto y nos permiten mostrar aquello que pensamos o hacemos, intercambiar opiniones de forma instantánea y globalizada y tener contacto con otros que hacen lo mismo. Ya no tenemos prisas por el triunfo ni tenemos que sacrificar nuestra libertad creadora o de opinión en aras del éxito: la edad nos lo permite.
De todo eso y de más hemos hablado. Nacho es un fotógrafo inteligente. Aunque su mirada es diferente a la mía (o quizá por eso), me atrae. Además, nos hemos pisado el uno al otro muchas fotografías. Me gustan mucho sus edificios, sobre todo aquellos que son menos turísticos. Y me atrae su forma de sorprender a las mujeres en actitudes lejanas a la pose. Sabe captar esos momentos que diferencian una foto correcta técnicamente de otra que es la que interesa porque es la que debe tomarse, y consigue, en muchas ocasiones, hacerlo con una gran dosis de humor y oportunidad.
Además, cuando habla, mira a los ojos con franqueza. Un gran tipo con el que me he retado a fotografiar un lugar concreto de Valladolid y mostrarnos el resultado a la vuelta de las Navidades. Daré cuenta.
Merece la pena abrir estas puertas.

jueves, 13 de diciembre de 2007

El espectáculo de lo cotidiano.

Dónde comienza el arte. Qué es el arte en una época que ya no cree en nada y en una cultura insaciable de satisfacciones inmediatas, frágiles y fugaces. Hay escritores que se han hecho un hueco en las más renombradas editoriales y con los que se cuenta en los medios de comunicación de mayor difusión y participan en seminarios universitarios a pesar de que se haya demostrado su plagio constante y no puedan falsearse con el concepto de intertextualidad. Qué es el arte cuando los marchantes y los editores tienen más poder sobre el resultado final del trabajo artístico que los mismos creadores y se imponen también al público. Qué es el arte en un mundo en el que las leyes de mercado han sepultado bajo toneladas de escombro su raíz individual, trasgresora y única. Qué es el arte cuando la confusión y la algarabía se ha impuesto definitivamente sobre cualquier otra cosa.
Ya no es tiempo de confrontar, como hace un siglo, el concepto aristocrático del arte con el democrático. Para eso hemos pasado ya el siglo XX y quitado la máscara al caduco enfrentamiento entre arte viejo y arte joven y a otras dicotomías falsas por maniqueas, en cualquiera de sus calificativos.
El arte no es el mercado, no es la comercialización del producto. El arte es tan básico, tan elemental, que sólo tiene tres razones: la mirada del artista, el objeto artístico y la mirada del receptor. La primera y la última son la esencia activa y mudable del arte, la segunda es inalterable aunque su propiedad sea la de cambiar según la recepción que de ella se haga. Y ahí está la verdad del arte: en la mirada sobre el objeto artístico. Pero su condición es que sea único e irrepetible. A veces lo es sólo porque procura serlo. Habría que quitar mucho ornamento a todo el proceso, tanto como prescindir de soberbias y sacralizaciones. Mientras tanto, el artista debe procurar ese producto único. O intentarlo, aunque sólo sea a partir de fragmentos anteriores.
Después de caminar embebecido en mis reflexiones, levanté la vista del suelo y allí estaba, a brochazos, pintado, el cielo. El espectáculo de lo cotidiano. Lo recorté con la lente y te lo ofrezco, en silencioso homenaje a los cielos de Velázquez.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Retrato de hombre oculto y fatigado.

Retrato del paseante de La Acequia en los servicios públicos de la Estación de Autobuses de Béjar.

Estoy muy cansado. Estos días siento la fatiga como si hubiera calado en mis huesos, quizá por efecto de la niebla húmeda de las últimas semanas, tan parecida a las de mi infancia, nieblas que encerraban el horizonte en un minúsculo punto durante un tiempo difuminado. No llego a todo y las tareas se van acumulando sobre la mesa; me irrito con más facilidad de la recomendable y no atiendo a los que quiero como debería. Hoy ha comenzado a helar y no ha mejorado mi situación: el hielo ha caído inmisericorde sobre la tierra y parece recrecer mi cansancio. Vuelven síntomas de hace unos meses y miro los efectos de la edad en mi cuerpo como si hubieran brotado inesperadamente y no llevaran allí unos años. Voy contando los días que me quedan para los festivos próximos y no me consuela porque sé que son fechas nerviosas y estresantes.

Pilar Serrano Verde, Piluca, me ha pedido en un correo electrónico que sea más directo en la expresión de mis emociones en este blog: que me desnude de símbolos y personajes. Comprende que La Acequia ha construido un tiempo narrativo, un espacio y un personaje. Como dice Ramón, es la materia la que construye el espacio y el tiempo, que no preexistían. Y materia, aunque no lo quieran algunos, es lo que somos. Pero aunque Piluca lo comprende, me pide una voz menos disfrazada.
Es complicado. Voy cargado de lo que otros han vivido, han contado y han visto: casi es mi oficio. Estos tiempos son proclives para mirar las cosas y narrarlas a través de la cultura: parodia, intertextualidad, postmodernismo. El arte se construye sobre arte, como las viejas ciudades que crecen sobre los cimientos de su propio tiempo histórico. Quizá hemos añadido unas gotas escépticas: ya no nos creemos nada de lo que nos han contado, pero no podemos volver al adanismo, que es un motivo artístico que ha dado siempre mucho juego.
Mi mirada hoy está cargada de tantas cosas, Piluca, y de tanta fatiga que sólo puedo aportar esta fatiga misma, que procura ser comprensiva y calmada y comprometida en lo que puede. Así voy, dejándome fragmentos de mí mismo al rozarme con las cosas. A veces consigo asomar por entre los retales que llevo encima. A veces. Y, como mucho, obtengo una imagen borrosa de mí mismo.

martes, 11 de diciembre de 2007

La piel.

Extensión de los sagrados:
campo de dientes, labios y torpeza de los dedos,
en tímida exploración de sus secretos.
Qué delicadeza cotidiana de la piel,
recorrida, mordida y arañada:
comunión de sentidos.
Abrazos, fragancias, besos.

Solución urgente a los comentarios en Blogger desde otras plataformas.

Gracias a Nacho Carreras conozco una solución para los comentarios en Blogger desde otras plataformas. Me remite a esta página en la que se ofrece una solución entrando en Blogger Draft. El autor de un blog en Blogger debe pinchar sobre ese enlace y hacer lo que recomienda Eric Martin en su blog PhotoForum. Se debe seleccionar "Cualquiera - incluido los usuarios anónimos" (aunque ya venga por defecto) y guardar los cambios. Con esta opción se permiten los comentarios con el enlace directo al blog de su autor aunque no sea de Blogger y también los anónimos.

Ya sé que esta no es una entrada habitual de La Acequia, pero el cambio en la gestión de los comentarios que se había realizado en la versión-tipo de Blogger había despertado muchas suspicacias entre los usuarios de la plataforma y un comprensible rechazo entre los comentaristas que venían de fuera.

Me alegro de que haya una solución, pero convendría que se diera en la plantilla normal de Blogger, no en Blogger Draft, que es un tanto experimental. Felicito a Blogger y les animo a incorporarla lo antes posible a la versión en circulación de sus blogs.

El mundo de los blogs y sus usuarios se caracteriza sobre todo por su libertad. Es un mundo en red, en horizontal, y creador de nuevas formas de comunicación. Debe cuidarse esta libertad con mucho mimo.

Os ruego a todos los visitantes habituales de La Acequia que me comuniquéis, vía correo electrónico, cualquier problema que detectéis tras el cambio que he realizado para permitir los comentarios desde cualquier plataforma o dirección OpenID o si hay dificultades para realizarlos de forma anónima. También si conocéis otra solución o ésta no es recomendable. Comprended que lo he realizado desde un formato un tanto experimental y sin demasiados conocimientos informáticos.

Gracias por vuestra comprensión y, si funciona, os animo a todos los autores de blogs en Blogger a realizar este cambio.

Os compenso dentro de un rato con una entrada más carnal y habitual de La Acequia.
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Actualización de las 23:05. No sé si lo he hecho todo correctamente, algunos comentaristas están teniendo problemas. Seguiré probando, porque creo que la solución va por este camino. Quizá mi torpeza técnica esté detrás de los problemas de ahora.
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Actualización de las 23:17.
Parece ser que la solución es doble:
-El autor del blog de la plataforma Blogger tiene que dar los pasos comentados antes para permitir comentarios con enlace de fuera de Blogger.
-El comentarista de fuera de Blogger debe crear una cuenta OpenID que pega después a su blog, con ella puedes comentar en cualquier plataforma. Tenéis las instrucciones en:
Es más fácil de lo que parece y Eric Martín lo explica muy bien.
Ya siento todo esto, pero creo que Eric nos da la solución adecuada. Perdón por no dar la información completa desde el principio.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Navidad (de nuevo).


Mi hija me ha vuelto a pedir, a exigir ya, que pongamos el árbol de Navidad y el resto de los adornos en casa. Todos los años le regateo unos días a esta demanda, mientras ve poblarse la ciudad de bombillas y los escaparates de espumillón y belenes más o menos ingeniosos. Los edificios se cubren con decoraciones que pretenden un ambiente cálido y que no son más que trampantojos para desviar nuestra atención y seducirnos con una emocional vivencia de la bondad y la alegría, que resulta, a fin de cuentas, muy artificial y forzada. La forma en la que tenemos de celebrar estas fechas es una de las más evidentes manifestaciones de la hipocresía de nuestra sociedad. Consumo excesivo, gastos desmedidos, malos gestos por la urgencia de satisfacernos, reuniones forzadas con gente a la que, en realidad, no queremos ver. Luego lavamos nuestra conciencia cuando la encontramos esquinada en el espejo y buscamos justificaciones o donamos dinero a una O.N.G. o apadrinamos un niño.

Somos una sociedad en contradicción permanente con los valores que figuran en la base del edificio, adorando al becerro de oro. Nada nuevo.

He prometido a mi hija que este fin de semana decoraremos, sin falta, la casa. Ya lo sé...

domingo, 9 de diciembre de 2007

La sed primitiva. Rumor otoñal en la umbría de la Fuente del lobo.


A Javier Garcìa Riobó y Luis Felipe Comendador.
No me preguntéis por qué me ha salido un cuento de terror
tan directo e inusual en lo que escribo,
pero he pensado que las otras historias ya las habíais contado
con vuestras fotos de nuestra excursión por Béjar.
Además, me apetecía, en esta soleada tarde de domingo otoñal,
en la que las nieblas de los últimos días se han disipado,
jugar con este género, como si narrara una historia ante el fuego
de la chimenea, con una copa de ron, sabiamente envejecido, en la mano.

He marcado los árboles de mi camino con rasgos que sólo yo conozco. Sé que se perderán conmigo pero hay secretos que no deberían nunca acumularse en la sabiduría de ninguna especie.

Desde el monte vigilo a los habitantes de la ciudad y el valle como si me pertenecieran, presas fáciles a las que desgarrar los miembros cuando llega la ansiedad del hambre. Cuando bajo entre ellos, camino con sosiego y los sonrío, miro sus ojos débiles y las ataduras que los ligan a cosas insignificantes.

Algunos de ellos pensarían de mí, si me conocieran, que soy un asesino, pero me veo a mí mismo como un liberador.

En el café rasguño las servilletas con imágenes delirantes que escondo en mis bolsillos cuando alguien se acerca a ofrecerme su amabilidad o su consejo, que acepto mansamente, como el amor que me ofrecen algunas mujeres. ¿Qué les atrae de mí si aparento ser un individuo gris y tan común que podrían repetirse mi rostro y mis gestos en mil otros?

Esta tarde se me acercó una de ellas, a la que conocía desde hacía tiempo. En estas pequeñas ciudades todos resultamos conocidos y nuestros círculos tienen apenas sorpresas. Ella era una más, como otras y otros hubo antes: ellas siempre eran las mismas; ellos, en cambio, solían adoptar formas que fingían ser únicas pero también repetían patrones. No me acuerdo de los nombres. Las identidades con las que se nombran para saberse miembros de familias y clanes no me interesan.


Todo comenzó como siempre. Un paseo fatigoso, monte arriba, hacia la soledad de estos lugares. El primer fugaz abrazo, su mirada falsa de ingenuidad, la reticencia al beso. Para luego llegar a la entrega anhelante del más sencillo deseo, sobre una prenda extendida vulgarmente en el musgo, que crece sobre las piedras como la forma viva más exacta de estas tierras. Cómo me cansa dejarme utilizar para la satisfacción más estéril.


Junto a la muralla que rodea este espacio, agobiándolo como si los que la construyeron tuvieran miedo a lo que imaginan más allá cuando el terror está en su centro, se adecenta, con gesto tan repetido y predecible. Se recoge el pelo y pretende una vana conversación, pero ya es tarde. He saltado sobre ella y con las uñas y los colmillos rasgo su carne y me abro camino en sus entrañas, devorándolas en la única acción merecedora de ser narrada en las historias, manchando mi rostro de sangre. Sé, por sus ojos agónicos, que ha encontrado el verdadero sentido de la existencia humana.


Qué fatigado me siento, otra vez, por la rutina, mientras bebo de la fuente y limpio mi cuerpo de su sangre.

sábado, 8 de diciembre de 2007

La urgencia del anónimo con ruego final a Blogger.

Un anónimo es la irrupción no invitada en el mundo de otro. En un blog los anónimos no molestan igual e incluso pueden contribuir a mejorar una entrada: pueden. Hay una norma no escrita en este tipo de comunicación: nunca establezcas conversación con un anónimo o un troll que comenta en tu blog. De hecho, muchos blogs han tenido que cerrar la libertad del comentario y establecer una moderación en la publicación para no cargarlo con intervenciones irrelevantes, molestas o peligrosas. No suelo respetar dicho precepto porque, por lo general, en La Acequia, dado su carácter, los anónimos no suelen aparecer y, si lo hacen, corresponden a comentaristas que por su timidez o por no dominar bien el mundo virtual no dan su nombre y ni siquiera un pseudónimo. Por eso, cuando detecto que un mismo comentarista anónimo entra varias veces y sus intervenciones son más que interesantes le animo a construirse una identidad virtual o a dar su nombre, como ocurrió con pancho, que ha hecho sugerentes intervenciones aquí.
Viene esto a cuento porque en la entrada de ayer un comentario anónimo decía: "Ya no me interesas, no has contestado a ninguno de mis dos comentarios". Qué bien escrito y cuántas cosas dice ese ya no me interesas. El mundo de Internet ha generado una urgencia extrema. Todo debe hacerse en décimas de segundo, sin respetar los usos horarios ni los festivos o las circunstancias personales, y hay muchos que en soledad ante su ordenador establecen relaciones emocionales con aquel a quien escriben aunque les separen miles de quilómetros, que tienen toda la variedad de las humanas pero la urgencia y velocidad de la red virtual. Sucede igual que con los teléfonos móviles: si no contestas a las llamadas en el momento o las devuelves al minuto, quien llama se puede irritar porque te exige estar disponible en obediencia irreflexiva a la nueva tecnología (va a tener razón mi amigo Javier). En este caso, el comentarista anónimo da por supuesto que yo sé quién de mis varios anónimos es y que debo contestarle en el momento. Le he pedido que, al menos, utilice siempre el mismo pseudónimo. Pero es que, además, como todos los lectores habituales saben, siempre contesto a todos mis comentaristas (puede escaparse alguno de forma circunstancial) porque es una de las señas de identidad de La Acequia.
Querido anónimo: anímate a nombrarte. Y espero que sigas leyendo mis entradas.
Cuántas urgencias nos hemos creado en la vida actual.
Otra cosa es la política establecida por Blogger, errónea y endogámica, en cuanto a dificultar la identidad de aquellos que no pertenecen a esta comunidad de blogs: los empuja al anónimato o al alias al no permitir identificarse con un enlace directo a su página. Espero que lo mediten y vuelvan a la línea anterior, más acertada.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Béjar y dos amigos.


No conocía Béjar. Una de mis muchas deudas pendientes con mi tierra. Como ya he dicho aquí, el blog me ha servido para muchas cosas y una de ellas es encontrarme gente apasionada y comprometida. La Burgosfera, las III Jornadas sobre lenguaje y periodismo, son muestras de cómo se ha aumentado mi horizonte. Además, he conocido a varios de los autores de los blogs con los que me relaciono en Internet, porque para mí, quizá por mi forma de entender las cosas, no puede haber dos vidas paralelas (la real y la virtual) y las fusiono. He provocado encuentros y seguiré haciéndolo. Tengo uno pendiente con Nacho Carreras, por ejemplo.
A Javier Garcìa Riobó lo conocí hace varias semanas y, por su condición de bejarano, era el mejor guía para acudir a esa ciudad y presentarme a Luis Felipe Comendador. A Luis Felipe yo lo había leído en sus libros y seguido su trayectoria como poeta y editor, uno de los más interesantes de su generación. Conocer sus blogs fue una agradable sorpresa. Ahora tocaba estrechar su mano y pasar unas horas con él, de las que él también da cuenta, como Javier.
El viaje de ida y vuelta con Javier fue ameno, puesto que tantas ideas compartimos, y la charla con ellos en Béjar interesante. Hubo conversaciones cruzadas sobre arte, literatura, política, vida. De vez en cuando me callaba para escucharles hablar de su común infancia y juventud y disfrutar con sus recuerdos, o iba unos pasos por detrás para verlos recuperar los gestos de entonces. Ellos tienen la suerte de poder pisar todavía los mismos sitios de aquellos años. Mi infancia está sepultada por toneladas de cemento y hormigón en Valladolid y sólo vive en mis recuerdos. Luis Felipe nos mostró primero su imprenta, en la que tiene su estudio -su cueva, le dije-, y nos colmó de regalos y atenciones: libros, agendas. Pero a mí me deparó sopresas de las que daré cuenta otro día: sus trabajos en marcha -un diario gráfico, un libro objeto- y un tesoro al entregarme las láminas de sus trabajos en edición limitada.
Luego nos mostró los rincones de Béjar con entusiasmo y brillo en los ojos. Ama a esa ciudad y sus proximidades, quiere los proyectos que piensa la van a revitalizar y siente los daños del pasado. Lleva Béjar en la sangre. Javier es más callado pero cuando habla lo que expresa es rotundo y sentencia con certeza. Tanto ama su ciudad que considera su ya larga estancia en Valladolid de más de treinta años, un paréntesis. Es curioso, en algún momento sentía que habían soltado tres artistas por estas calles y estos montes, los tres con miradas diferentes pero vivencias similares y parecidas perspectivas. Estuvimos mucho tiempo haciendo fotografías, en una situación que parecía enfebrecido estímulo para sorprender a los otros con el resultado.
Los momentos más deliciosos los pasamos en la Fuente del Lobo que tiene cosas en común con mi locus amoenus de Nocturno y con un lugar de mi infancia, tan destruido después: Fuente el Sol, de Valladolid, de la que hablaré algún día. Lo siento, pero me reservo algunas fotos para posteriores entradas y relatos. Allí cada uno anduvo, con su cámara, fotografiando el musgo, los árboles o los restos de la vida del lugar. Yo los miraba y me alegraba de su entusiasmo, que los llevaba al monte de hace treinta o más años.


Tocó después el Santuario de El Castañar. Allí los vi, como a mí, como a casi todos de nuestra edad, dando vueltas, como los mulos a las norias, atados a los recuerdos de frailes y curas, girando alrededor de cómo nos marcaron las confusas apreciaciones de aquella época entre moralidad, espiritualidad y vida.


Y luego, la maravilla de Candelario, del que había oído hablar tantas veces, con la constante presencia del agua por esas calles. Su rumor permanente lo llena todo, como las decenas de batipuertas y ventanas que fotografié y que saldrán en mi serie.



Luis Felipe nos introdujo en la Posada Real Casa de la Sal, decorada en blanco roto con minucia artística, con un patio tan lleno de gusto que invitaba a quedarse pero no fue posible.



Comimos en Candelario, en el Bar Tolo, en cuyas paredes se aviejan y cobran nueva vida carteles taurinos. Unos entrantes -calamares de la huerta- y carne: un buen filete para Javier, con el que no pudo, dos abundantes raciones de cochinillo para Luis Felipe y para mí. Vino embocao, arroz con leche y unos buenos cafés.

Días así son los que a uno le certifican que este medio merece la pena, que no es, como tanto se piensa, creado por solitarios y noctámbulos. Ya lo sabía por mis amigos burgaleses y vallisoletanos, pero ahora está también Béjar. Y dos amigos. Volveré, seguro.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Morirse no es ecológico.

Acabo de oír que España es uno de los países que más importa maderas nobles y que el principal uso de éstas es el funerario. Según parece, se está causando un gran daño ecológico.
Yo pensaba que morirse era lo único verdaderamente ecológico que podía hacer el ser humano.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

El viaje cercano.


Me gusta viajar. No me refiero a los grandes viajes sino a los pequeños. Esos que rompen el ritmo de los días y que no responden a ningún motivo laboral o turístico. Marchar un día o dos o una tarde y pasear las calles de una pequeña ciudad o un pueblo. Ir a la estación de autobuses y sacar un billete para el primer autocar que salga. Yo solo: oírme en otro lugar, escuchar retazos de conversaciones, intercambiar miradas fugaces. Observar una fachada o entrar en un bar de pueblo y cruzar unas frases con los lugareños. A veces, un viaje a otra ciudad se ha quedado en un paseo y la lectura del libro del momento en un lugar extraño. Ver el pulso de la vida en un parque público tan similar a otros que los confundo.
Sé que ese viaje no es hacia fuera aunque siempre me siento entre la gente. Es bueno romper durante unas horas con las ataduras cotidianas y marchar solo hacia dentro de uno mismo, con todos los riesgos que uno asume en ese trayecto. Antes de salir, hay que elegir, con lentitud ritual, los objetos imprescindibles para que no fatiguen el cuerpo: el cuaderno de apuntes, la cámara de fotos, un libro, la cartera con el dinero justo.
No sé si viajo para encontrarme o para huirme, para conocer gente y costumbres y anotarlos con minucia. Quizá el viaje pretende buscar tan solo un tiempo diferente, más que un espacio. Cuando cierro la puerta de casa, camino de la estación, siento, cada una de las veces, que este viaje puede ser el último no sé si por encontrarme finalmente o por desconocerme.

martes, 4 de diciembre de 2007

"Mi alma tendida sobre este papel"


A Ingrid Betancourt, sus secuestradores le dijeron que debía dar una prueba de vida y le escribió una carta a su madre que definía de esta manera: "mi alma tendida sobre este papel". En ella resume su existencia desde que fue secuestrada el 23 de febrero de 2002: "La vida aquí no es vida, es un desperdicio lúgubre de tiempo". ¿Qué pasa por la mente de la persona que lleva tanto tiempo alejada de los suyos y de su vida, condenada a ser prisionera sin esperanza? Día a día, mes a mes. Sin los objetos queridos y cotidianos, sin las caricias y miradas de los que uno ama. No queriendo pensar en lo que harán los otros, los libres, para no volverse loca de angustia pero temiendo ser olvidada. Qué fortaleza mental hay que tener para sobrevivir a esto y luchar por seguir guardando la dignidad que merece todo individuo.
¿Y qué escribir si te piden un texto breve para dentro de unas horas? Tres palabras apresuradas: "Aquí vivimos muertos".
Cuánta humanidad y altura hay en esa carta.

Suspenso en lectura comprensiva.

Conocemos ahora más detalles del Informe Pisa, del que ya hemos hablado aquí y que ya es accesible.
A pesar de que cabe dudar de la absoluta fiabilidad de este informe y de que estas líneas se escriben desde una Comunidad que no sale tan mal parada como otras, hay un resultado que algunos ya conocíamos en el día a día de nuestra profesión docente, sea cual sea el nivel en el que nos encontremos: los sistemas de enseñanza de los últimos años en España han fracasado sin ningún tipo de justificación en la lectura y en la comprensión de los textos escritos.
Los expertos han insistido desde hace décadas en que las matemáticas y la lengua son las bases de una buena formación. Todos los políticos encargados de la educación lo saben. En todas las reformas se insiste en esto, en todos los congresos de pedagogía se dice, en todas las reuniones con los padres en los colegios se comenta el mismo asunto o se avisa a los progenitores de la consecuencia de no superar estas materias. Los profesores españoles están bien formados. Las herramientas para producir una buena educación existen. Y, sin embargo, España ha suspendido. "Muy deficiente" se decía en mis tiempos.
Cada vez en las clases de lengua se explican más cosas que no son lengua. De las lecturas escolares han desaparecido los textos clásicos y sólo algunos profesores se atreven a exigir lecturas de libros completos. Se ha insistido en que obligar a leer aleja a los jóvenes de la lectura. Y para ello se ha promovido un negocio editorial por el que surgen colecciones especiales adapatadas para los niños y que suelen tener ínfima calidad. Los jóvenes españoles leen mucha literatura fantástica -libros clónicos e intercambiables- mal traducida, sin calidad artística ninguna. La prensa está mal redactada. En estos últimos años se ha banalizado el esfuerzo que supone leer. A la sociedad española no le interesa más que la literatura fácilmente consumible, de comprensión rápida y que no indigeste. Pero es que, además, los jóvenes españoles tienen ya problemas para comprender un texto en el que haya referencias culturales, históricas o que se escriba con cierta profundidad
¿Quién está fomentando generaciones de jóvenes con un nivel de analfabetismo funcional tan grande? ¿A quién interesa esto?

lunes, 3 de diciembre de 2007

Nocturno. Nota al lector.

En un momento en el que la literatura va por otro camino, publicar un relato con un fuerte contenido simbólico es una temeridad. Dudé durante mucho tiempo si publicarlo en La Acequia o no, pero he querido experimentar las posibilidades de este formato de comunicación que para tantas cosas sirve. A la manera de los viejos folletines, he sacado las doce entregas día a día. Me animaban a seguir los comentarios, muchos de ellos coincidentes con mi propia intención. Este medio de publicación tiene esa ventaja. También tiene la incertidumbre de no saber qué opinan los visitantes anónimos y silenciosos.

Una tarde de lluvia realicé las fotos del relato, que se había construido en mi cabeza durante mis paseos por la zona, la ribera del Arlanzón.

He jugado conscientemente con el riesgo. El texto tiene una fuerte carga simbólica. Las imágenes que lo subrayan están en el límite de lo permitido: sin más luz que la de la cámara de fotos digital (que altera tanto el color natural de los objetos), sin edición posterior de las imágenes -más que el necesario recorte-, llevando hasta desenfocar conscientemente el resultado. Ni las imágenes ni el texto, pues, son fácilmente digeribles en una época de lectura rápida y escritura directa.

Pero eso es lo que buscaba, una aventura en la que se experimentara con parte de lo que permite un blog y algo de lo que se pohíbe en sus normas no escritas. Las doce entradas de Nocturno no son para una lectura rápida, sino que exigen la relectura atenta. Aun no sé si he salido bien parado.

La narración, por otra parte, no era tampoco fácil. No quería contar una historia tradicional. En Nocturno apenas hay argumento y el que hay no es más que una metáfora. La experiencia del paseante, a la manera de los textos becquerianos, es un intento de narrar la experiencia artística como los místicos querían expresar sus delirios, de ahí el descubrimiento de los sentidos en lo más oscuro de la noche, la acción creadora y la conciencia histórica y ecológica. Un arte moderno, en el que se tiene en cuenta al otro partiendo del individuo, pero que sea radicalmente arte, es decir: imperfecto y puro a la vez. El compromiso de este arte es con la Historia del ser humano en su imperfección, asumiendo lo bueno y lo malo que tiene en la soledad de la experiencia. Si no buscamos la compañía cálida del otro o su confrontación sólo tendremos el vacío desesperado. El final no podía ser otro: quien narra la historia no es más que un eslabón en esa cadena que se convierte tan sólo en unos centímetros que gana la espesura del conocimiento humano (el arte es su mejor herramienta y expresión) y que espera a otros.

No sé si he acertado. Tampoco he querido ser sublime, puesto que no es tiempo más que de pequeños compromisos individuales. Sin embargo, pienso que, después de una época demasiado larga en la que el ser humano ha sido tan sólo un superviviente, se merece reconstruirse desde lo mejor que tiene, consciente de su debilidad y de su fuerza. Hacia el futuro.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Nocturno (y XII)

[...]
Amigo, te escribo el final de la historia, que no es más que el inicio, quizá, de la tuya propia:

Al amanecer, las cosas se ordenan en su apariencia. Las conciencias se tranquilizan porque los miedos no parecen tener causa. Todo simula estar en su sitio porque el cerebro calma su ansiedad, como cuando bebemos tras unas horas de sed nerviosa. La perspectiva nos retorna a la plácida dimensión de lo que puede ser medido. Extendemos nuestro brazo y abrimos la mano y nos decimos hasta dónde llegamos. Ponemos en marcha el tiempo domesticado y giramos, cotidiano y monótono, el mundo, como si lo controláramos.

El paseante sabe ya de su limitado pulso pero también de su capacidad para sentirlo. No se engaña, mira y comprende. Percibe el frío de la mañana. El río retorna a su perfil medido, los troncos de los árboles pierden los colores de los misterios y vuelven a su corteza, que los cubre, velándolos. A su lado surgen rumores a los que antes se asía para descubrirse a salvo. La vida retorna en su forma diaria. Su mirada no es ceñuda, como la del fraile que abre este mundo y que es esfinge que devora a los que no la salvan, sino cálida. La imperfección del mundo ya es suya y comprende que de su ligera capa de fertilidad surgirá quien la narre y quien la corrija, con lentitud que parecerá exasperante, pero cierta. Al moverse para acudir a su antiguo conflicto, tan olvidado ya, ni siquiera se sorprende al no poder hacerlo: se ha hincado en tierra, anillado de piel y altura. Crece en los otros, hacia dentro y hacia arriba.
Es tiempo de contar el mundo desde sus más íntimos secretos y de marcar el espacio para las próximas noches: ha ganado un centímetro la espesura.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Nocturno (XI)

[...]
Pesar las vidas: unos gramos de abono. Expresar ese puro azar y medir el hueco del aire es la tarea para sobrevivirnos. Labor intensa e inacabable para aproximarnos a las cosas sin llegar nunca. Apenas rozarlas, pero luchar con la fe del desesperado porque es lo único que nos certifica como fe de vida: narrar las palabras hacia la incierta luz desde lo oscuro.
De nuevo junto a la orilla del agua oscura, modela formas humanas, una, dos, cientos. Y a cada una, imperfecta y propia, le recita el mismo texto, como si lo inventara: Serás dueño y único juez de tus actos. También el único responsable. De tu desecho saldrá quien te suceda: ése es tu legado. Y las va posando en el barro humilde, una, dos, cientos, como obra inacabada y libre. No tiene más deseo que esas formas, ni más herramienta que sus toscas manos.

En una pausa, mira la noche que se abre delante de él, en el río, ansiándola, conociendo ya su misión, su sustento y su futuro.

Se adivina, ya, la mañana.
[...]