miércoles, 31 de agosto de 2022

Gorriones

 


En la bandada cuento nueve o diez, ¡no se están quietos! Gorriones. Van, vienen, desconfiados, nerviosos, me tantean. Les muestro las manos abiertas para que comprueben que no llevo carabina. Van, vienen. Algunos se posan en el respaldo de la silla vacía y me miran picando el aire. No llevo carabina como algunos chavales de mi barriada, no, ni tirachinas, nunca los tuve, ¿lo sabrán?

He leído en el periódico que hoy es el último día de los amores de verano.

Cuando escribo esto, abajo, en el parque, unos niños juegan, gritan, corren, gurriatos casi.

Al pasar por el nogal, he palpado las nueces, aún muy verdes. Si no se acaba el mundo, quizá llegue a tiempo de recoger algunas. Entonces, un poco de requesón, nueces y una cucharada de miel. Sería una lástima perdérselo.

martes, 30 de agosto de 2022

Un día en blanco


Ayer miré mi agenda anual y decidí que ya no me servía. Mi agenda en papel, aclaro, que todavía uso. Percibí en ella síntomas de fatiga y comprendí que no aguantaría hasta el 31 de diciembre, en realidad hasta el 8 de enero, que es cuando se terminaba. Esta mañana he entrado en la última papelería antigua que queda en la ciudad y he comprado una que comienza este próximo 1 de septiembre e incluye todo el año que viene más la primera semana de 2024. Las agendas ahora desbordan los años naturales. Acabo de trasvasar los datos de la antigua, primero los cumpleaños. Como cada año, incluyo los de las personas que ya han fallecido, soy incapaz de despedirme de ellas. También los de aquellas que dejaron de estar en mi vida, como si en cualquier momento pudiera volver a encontrarme con ellas y necesitara volver a felicitarlas por su aniversario. He pasado los compromisos y las fechas que debo tener en cuenta por mi profesión. Ya todo en limpio y ordenado. De pronto, la agenda nueva había adquirido una seriedad extraña y un peso que no tenía en la papelería, cuando la compré, a la vez que la antigua se había aligerado cuando la arrojé a la papelera. Después, me he dado cuenta de que hay dos días que no figuran en la agenda nueva: el día de hoy y el de mañana. Días con la libertad absoluta de los tiempos en los que no tenía agenda. Espero con la ilusión de un chaval despertarme mañana para saber qué hacer con un día en blanco.
*
Septiembre huele a Milán.
*
Cuando todo tenía sentido, el mundo comenzaba en septiembre, después de las primeras lluvias.
*
Entre el verano y el otoño, mi mundo se llenaba de sonidos, elefantes, luces, sabor a mostaza y el barquillo del vino oloroso de los maños. Mi padre ejercía de demiurgo y un faquir del barrio, sobre una estera, se tumbaba encima de bombillas rotas cuando había duros suficientes en el cuenco.

lunes, 29 de agosto de 2022

Cristal

 


Se podría marchar
tan lejos como el verbo
escrito con el índice
en todos los inviernos,
el vuelo de la grulla,
la flecha del flamenco;
guardar en una caja
el verde más secreto,
la brisa que va y viene
del mar a mi cabello;
pero aquí permanece
traída por el viento
y la marea fiel.

A veces no respiro
para que no se quiebre,
cristal de luz la vida,
tan frágil es, tan fuerte.

©Pedro Ojeda Escudero, 2022


domingo, 28 de agosto de 2022

Flor de orquídea

 


Veo caer la flor:
una orquídea morada.

Tiembla, por un momento,
el aire
cuando se acaba el mundo.

©Pedro Ojeda Escudero, 2022



viernes, 26 de agosto de 2022

Somos el espacio que no ocupamos

 


Somos el espacio que no ocupamos.

A la soledad se llega rodeado de gente.

Cuando entro en una habitación a oscuras, tanteo para arrojarme al vacío, pero siempre hay un imprudente que enciende la luz.

Deslumbramiento, súbito encuentro en el espejo con alguien desconocido.

El mejor poema es el que no se escribe.

Fundido en negro. Algún día me alcanzarán mis descartes.

Una vez desanduve el camino. No me encontré.

Una verdad antropológica es que el ser humano siempre busca la infelicidad.

En el lenguaje financiero, nosotros siempre es pronombre de tercera persona.

jueves, 25 de agosto de 2022

Historia de un ladrillo

 


Gran parte de los edificios históricos de esta ciudad combinan la piedra caliza de Campaspero con el ladrillo visto, que han resistido bien el paso del tiempo. A veces los ladrillos se agrietan, pero la fábrica es sólida. Han visto pasar los siglos y mudar las costumbres y solo cuando la agresiva forma de entender la modernidad los derriba, sucumben. Nada heroico. Sin fanfarrias, llega la excavadora y los echa al suelo con la pala en unos minutos. La voracidad de estos tiempos no permite despedidas largas.

Los hornos Hoffman se impusieron a finales del siglo XIX. Permitían una mejor cocción, más rápida y barata. Abrieron el paso a una segunda época dorada de la construcción con ladrillo. Recientemente, se ha puesto en valor la obra del arquitecto valenciano Rafael Guastavino (1842-1908), que usó ladrillos para levantar grandes obras en Boston y Nueva York que otros no se atrevían a emprender o les parecían imposibles, especialmente bóvedas. Sumó los nuevos métodos de fabricación a la tradición que venía del mundo árabe y elevó los resultados a los prodigiosos resultados que aún pueden admirarse en Estados Unidos. Ya entrado el siglo XX llegaron los ladrillos huecos, un prodigio técnico para reducir su peso.

Hoy, al pasar por una obra en la que han derribado una tapia de finales del siglo XIX, he recogido un ladrillo del suelo. Lo he sopesado y he dudado durante un momento si traérmelo a casa o no. Aquí lo tengo, en la mesa del despacho. Lo contemplo con respeto. En él están los ingenieros que desarrollaron los métodos para su fabricación, pero también toda la historia de miles de años desde que se fabricó el primer ladrillo de adobe. También en este ladrillo están los obreros que lo fabricaron y los peones que lo trasportaron en carros hasta la obra, sus mujeres e hijos que apenas tenían derechos, el arquitecto que levantó el plano de la tapia, los albañiles que pusieron cada ladrillo y el mortero que los unía, las personas que en estos más de cien años han pasado junto a la tapia, los novios que se han apoyado en ella para besarse a escondidas, los grafiteros que quisieron dejar su sello, aquellos que orinaban la pared amparados en la noche, los niños que en el regreso de la escuela golpeaban la tapia con un palo, el gato que trepaba para encaramarse en lo más alto, el viento que giraba por la esquina después de rozarse con las ramas de las acacias. Este ladrillo tiene más peso que todo lo que yo pueda realizar en la vida.

miércoles, 24 de agosto de 2022

Identidad

 


Esta será la fotografía de mi documento de identidad en los próximos años. Ya sabemos que en este tipo de fotografías nunca nos reconocemos del todo, no posamos de forma natural, sin saber muy bien qué imagen queremos dar de nosotros ante las autoridades que controlan las cosas oficiales o un policía que nos pide la documentación por la calle. Con suerte, yo iré envejeciendo y ella seguirá igual. Llegará un momento en el que sea de alguien que se parezca a quien seré. Durante años, cuando tenga que identificarme para una gestión, mostraré esta imagen y quizá alguien, en alguna circunstancia, me mire a mí y luego al carné, con perplejidad o desconcierto o incredulidad. Sé que soy yo, pero tampoco lo tengo muy claro, cómo voy a recriminarme dentro de unos años no reconocerme o decirle a quien me ha pedido la identificación que sí, que soy yo, fulano de tal, nacido en tal año en tal ciudad.

Un estudio ha revelado que las personas que se parecen mucho físicamente comparten también similitudes genéticas y hábitos hasta un grado sorprendente. Cuando decimos que todos tenemos un doble en alguna parte, no sabemos hasta qué punto es cierto. ¿Qué comparto yo con las personas que vivieron antes de mí y a las que me parezco, qué con aquellos que en alguna parte del mundo se miren al espejo y puedan encontrarse con la imagen que publico aquí? Y si esta fotografía no fuera mía sino de otra persona, dónde ando yo, perdido, sin encontrarme por ningún sitio.

martes, 23 de agosto de 2022

Quioscos

 


Tengo varias suscripciones electrónicas a la prensa que consulto en el desayuno, pero todavía pido el periódico en papel cuando tomo el café de media mañana en un bar. En estos domingos últimos, he vuelto a comprar el periódico en un quiosco y con él me he dirigido a una terraza para leerlo con calma. El periódico en papel ha cambiado. Por lógica, predominan ahora los análisis, las crónicas y los reportajes. Me encuentro bien desplegando el periódico y los suplementos en la mesa de la cafetería, como si el tiempo hubiera recuperado una dimensión más humana.

La última persona que conocí que saliera a vocear la prensa fue la Chata. Regentaba un quiosco histórico, junto al atrio de Santiago, que databa de 1915. Demetria Rodríguez, la Chata, se jubiló en 2005 y, en una entrevista que le hicieron por entonces, relataba que, cuando no se había dado bien la mañana, salía con la bicicleta a vender por las calles de los barrios. El quiosco sobrevivió poco en manos de su último propietario, se cerró y fue desmantelado, como ha ocurrido con tantos otros. Esta de la imagen es la escultura en bronce dedicada a Leoncia Gómez, obra de José Antonio Calderón, sita en la plaza de San Juan de Cáceres. La erigió el Periódico de Extremadura en 1998 en el mismo lugar en el que Leoncia solía ofrecer el periódico. En los años noventa vendían periódicos en la calle personas sin recursos económicos, ejemplares de La Farola, una cabecera sobre la que corrieron sospechas de aprovecharse de las necesidades de quienes los vendían y que había nacido para dignificar la limosna. No recuerdo en qué paró aquello. Hoy, el periódico en papel ya no se vocea, espera lánguido a los compradores ocasionales en los mostradores de los escasos quioscos de prensa que hay en la ciudad. En contra de los que se alegran de su declive, soy de los que piensan que ahora, más que nunca, necesitamos buenos periódicos, buenos periodistas. Lo demás es solo ruido y así andamos.

Mi amigo Javier García Riobó compró a diario, hasta los últimos días de su vida, El País. Después de leerlo, recortaba con precisión de cirujano, titulares, palabras, frases publicitarias, imágenes y bandas de color, con los que hacía sus collages artísticos. Daba una nueva vida a lo que había nacido para ser consumido y desechado en unas horas. Descubría así un mundo oculto, como si nos mostrara un secreto que estaba ahí, pero nosotros no habíamos sabido ver.

En La Rubia había dos quioscos. Uno, de cemento y tejado en pico, vendía chucherías; otro, de metal, la prensa. Eran pequeños y supongo que incómodos, atendidos durante horas y años por las mismas personas, a las que nunca me encontré fuera. Recuerdo aún cuando dejé de frecuentar el primero para comprar mis primeros tebeos en el segundo, si el ahorro de la propina de varias semanas daba lo suficiente. Un verano, junto a ellos, abrieron un quiosco de helados que era atendido por una chica de mi edad. Era morena y tenía una hermosa sonrisa. Aquel verano, claro, cambié los tebeos por cortes de crema y chocolate que ella me entregaba entre dos galletas de barquillo.

lunes, 22 de agosto de 2022

Un jardín puede caber en una mano

 


Un jardín puede caber en una mano. Una mano vacía que se llena de cosas delicadamente colocadas en ella. Es la naturaleza ordenada para que la belleza tenga sentido en el cosmos. En la mano caben senderos que van a algún sitio y de que algún sitio vienen, pero que están aquí porque es el momento de transitarlos; cabe un monte que sea el eje del mundo que la mano muestra; caben delicados puentes que cruzan la mano hacia sus valles. En este jardín que que cabe en una mano cabe también otra mano que la toca, que acaricia los caminos, que mueve una piedra, abre un surco de agua. A veces los jardines flotan solos, en una nube que se encuentra entre el suelo y el cielo, en ningún sitio concreto. Qué hermosos, hasta que el jardinero falta.
*
En los tiempos convulsos, aquellos en los que el individuo se ve desbordado por una sociedad incomprensible y violenta, pedía Voltaire en Cándido que cada uno debía cultivar su jardín, pero si este es demasiado pequeño y no lo compartimos, acabará agostándose ante nuestros ojos. Deberíamos recordar siempre que las abejas que lo polinizan vienen de más allá de los muros.
*
No he podido salvarla. Esta semana se me ha muerto una de las plantas de casa. La he renovado hoy y, cuando escribo esto, todavía tengo el recuerdo del sustrato en las palmas de la mano, el pequeño afán de cambiar la nueva de la maceta del vivero al tiesto vacío. El mundo, por un momento, me ha parecido comprensible.


domingo, 21 de agosto de 2022

Al anochecer, las luciérnagas

 


Los domingos de agosto olían a hierbabuena recién regada en el jardín de casa. La tarde era lenta y mansa. La casa, en penumbra amable. El pedregal que mi padre convirtió en jardín. Las manos de mi madre oliendo a menta y rosas. La tarde lenta de agosto, la luz estallada en el arco del agua. A última hora, sentado en la acera, las chicharras. Al anochecer, las luciérnagas.

viernes, 19 de agosto de 2022

¿Qué revolución necesita el ser humano para dejar de envenenar y convertirse en un animal limpio? Estas semanas he viajado con José Saramago por Portugal.

 



Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre. El viajero vuelve al camino, dice José Saramago en la última línea de Viaje a Portugal, que he leído estas semanas, a pequeños sorbos, en traducción de Basilio Losada. ¿Es una guía de viaje? Apenas. El libro -creo que el único en prosa que tenía pendiente del autor-, es la crónica de un viaje muy personal en el que Saramago busca el patrimonio artístico más interesante de su país, pero termina reflexionando sobre las circunstancias históricas y sociales, el paisaje y su gente. Se puede usar como guía turística, pero acarreará decepciones al turista ocasional,  pero también grandes alegrías a quien viaje con ganas de sorprenderse. En realidad, es un libro con el que Saramago intenta comprender el país contándonos su experiencia viajera de norte a sur para llegar a reflexionar sobre su propia relación con el hecho de Portugal. No quiere ser un turista al uso (Viajar debería ser cosa de otro concierto, estar más y andar menos) y le interesa el trato o maltrato del patrimonio, las condiciones de vida de los lugares por los que pasa y cómo la modernidad va cambiándolo todo destruyendo una forma de vida y un concepto del mundo (el gran crimen cultural que se va cometiendo y dejando cometer), tampoco debe fijarse solo en lo superficial porque la crónica del viaje incluye, sobre todo, los recuerdos, pero no solo los recuerdos de las anécdotas.:

Es un viajero, un hombre que pasa, un hombre que, al pasar, miró. Y en ese rápido pasar y mirar, que es superficie solo, tiene que encontrar luego recuerdos de las corrientes profundas.

Hay cierta tristeza que recorre el libro, como si el viaje se emprendiera para ver por última vez lo que había antes de que la desidia permite que se desmorone o la modernización lo trasforme en algo falso, pero también hay consuelo y alegría y encuentro con otros seres humanos que merecen la pena y con la belleza. A todo ello tiene derecho el viajero solo porque es un ser humano, nada más. En el fondo, este viaje suyo, como todos los que lo son de verdad, es como la vida, que da y quita, que alegra y entristece, que fatiga y procura descanso.

De vez en cuando, como no puede ser de otro modo, aborda la relación con España, él que participó de las mejores propuestas del iberismo. Es constante la referencia a la batalla de Aljubarrota, que consolidó el reino de Portugal, el sentimiento de quebranto provocado por los Austrias españoles (tan lejos, aquella época histórica, del iberismo soñado desde el liberalismo decimonónico y el republicanismo del siglo XX). Le gusta que en Rio de Onor no se sepa bien dónde está la frontera y que los habitantes no la distingan en su vida cotidiana: A fin de cuentas: ¿Dónde está la frontera? ¿Cómo se llama este país, aquí? ¿Es aún Portugal? ¿Ya es España? ¿O solo Rio de Onor y solo eso? Asocia los lugares por los que pasa con escritores, artistas, hechos históricos, pero le llaman la atención las leyendas populares, las palabras de la gente y su modo de vida, los pequeños detalles. De vez en cuando, la prosa -siempre pulcra y exacta-, llega a la poesía más alta o reflexiona sobre la condición del lenguaje para ser algo nuevo:

Siente el viajero que una línea de palabras no sea una corriente de imágenes, de luces, de sonidos, que entre ellas no circule el viento, que sobre ellas no llueva, y que, por ejemplo, sea imposible esperar que nazca una flor dentro de la o de la palabra flor.

Y con eso consigue que el lector vea nacer esa flor en la página.

Aquí y allá deja constancia de su forma de entender el mundo (cuán relativo es el concepto de propiedad queriéndolo los hombres), el amor por su lengua, la crítica a los reyes y a las injusticias sociales, la necesidad de la memoria, y la casi total vinculación del arte con la religión. También sus gustos artísticos, la crítica de lo impostado y lo falso y una declaración de futuro basada en las energías limpias. Ahora, décadas después, resuenan más altas sus palabras al respecto: El hombre ha sido un animal envenenador; por excelencia, el animal que ensucia. ¿Qué revolución cultural será preciso acometer para que ascienda en la escala y se convierta en animal limpio?

El 16 de noviembre se celebrará el centenario del nacimiento de José Saramago, pero ¿seguimos leyendo a Saramago? En estos años de cultura banal, de ligereza literaria y de lectores insuficientes, ¿se lee a Saramago? Yo lo he hecho. He viajado con él por su tierra, por ese país que amo tanto, como un viajero callado, a su lado.

jueves, 18 de agosto de 2022

Arroyuelas, ruiseñores y gorriones.

 


Donde aún hay agua, las madres habitan junto a la arroyuela. Dejan sus besos púrpura en el aire. Al pasar, te llenan la frente. Sigues el camino con el pecho abierto.

Esta mañana he visto ruiseñores junto a la acequia. Qué habrán pensado ellos de mí.

En la terraza de La Blanquita, hice miguitas la magdalena que ofrecen con el café y puse algunas en el borde más alejado de la mesa. Tímido al principio, se acercó un gorrión macho (los pardales machos llevan corbata, me decía mi padre), que tomó una y salió volando. No tardó en regresar, estuvo ya un buen rato, como en casa. Cuánto le agradecí su compañía.

miércoles, 17 de agosto de 2022

Sobre la felicidad

 

El estudio de Gallup sobre el Estado global de las emociones detecta, año tras año, que cada vez nos sentimos más tristes, tenemos más miedos y nos mostramos más enfadados. El informe recoge encuestas realizadas en más de cien países. Con sus datos, se elabora un índice mundial que mide la felicidad por países y es curioso cómo en algunos países el índice de felicidad sigue siendo muy alto a pesar de que cada año descienda la sensación que tenemos de ser felices. En estos países se tiene casi todo para serlo, pero la sensación general es de infelicidad y la sociedad se muestra cada vez más crispada, lo que aumenta el grado de malestar en una espiral negativa que impide poner remedio a los problemas reales con medidas eficaces puesto que las dinámicas son destructivas.

Es curioso observar todo esto y comprobar cómo algunas estrategias políticas y sociales saben jugar con nuestras sensaciones, deberíamos meditar más sobre lo que verdaderamente nos hace felices. ¿Es la felicidad un estado mental que nos convierte en seres conformistas y egoístas o nos permite ser más solidarios y atender mejor las necesidades y problemas de los otros? Por el contrario, la infelicidad en aumento, ¿nos hace estar a la defensiva, ser más agresivos defendiendo nuestra parcela de bienestar, o nos provoca la necesidad de socorro mutuo?

Hace bien el estudio de Gallup en partir de las emociones para medir la felicidad porque no hay escala objetiva para hacerlo. De lo contrario, se vendería a peso en las tiendas y habría quien se lucraría con su comercio, almacenándola para especular con ella provocando momentos de desabastecimiento para subir los precios. Quizá ya se haga. Dichosos aquellos que hayan sabido salirse a tiempo del mercado de la felicidad. 

martes, 16 de agosto de 2022

Un puñado de moras de zarza

 

Hoy he vuelto a casa con el primer puñado de moras. Comienzan ahora a madurar en el zarzal de donde las tomo. Supongo que la falta de lluvia de estos meses ha provocado que sean aún tan pocas las maduras, todo está reseco. Los ciruelos no darán ciruelas este año. ¿Serán veceros? Probé un par de moras allí mismo, al pie de las zarzas. El resto -un puñadito-, lo he traído para preparar con leche fría y azúcar. Comeré una a una, como quien agradece el regalo de la tierra.

Han intentado asesinar al escritor Salman Rushdie por ejercer la libertad de escribir. La noticia ha provocado solidaridad y ruido. También se oyen los silencios.

A pesar de que el mundo se achica, sigue siendo inmensamente grande: allá donde pises está toda la historia de la humanidad. No deberíamos olvidar esta responsabilidad hacia los que nos sucedan.

Quizá ya escriba esto después del fin del mundo. Miro por la ventana, es un hermoso atardecer lento de verano.

lunes, 15 de agosto de 2022

La acequia, seca.

 


En las afueras hay acequias que perdieron su utilidad hace unos años, cuando la ciudad se expandió. Se cortó el agua por la urbanización de algún paraje, el paso abrupto de una circunvalación, la nueva plataforma del tren de alta velocidad. La acequia dejó de ser la vena del agua que regaba aquellas tierras, fértiles hasta hace poco. Los árboles de sus márgenes se han ido secando, se cegó el canal. Los sifones ya son pozos sin sentido. La acequia, seca, es un testimonio de lo que fueron fincas labradas llenas de afán diario, ahora baldíos encerrados entre autovías y viaductos, ni siquiera llegaron hasta aquí las proyectadas urbanizaciones con sus jardines. No hay césped sino cardos, cereal bravío y seco, maleza. En su lugar, en ruinas, los edificios de las viejas fincas, la casa principal, las de los trabajadores, las naves de almacén, los silos, viejos trasformadores de luz ya en desuso. Todo está allí todavía, pero sin estar en verdad. Ni gente pasa, salvo algún curioso como yo, que viene a dar testimonio de los fantasmas cuando salgo a andar sin itinerario fijo.

¿Se habrá secado esta acequia definitivamente, esta digo, este espacio que se sostiene con un hilillo de agua en mitad de la sequía?