jueves, 30 de abril de 2020

El horizonte de la sierra


Parece mentira que mañana se venga el calor. Hoy no lo hace, sopla un viento fresquito. Dicen que apretará el calor, que nos espera un mayo más caluroso de lo normal, como en los años pasados, y un mes de junio de lo mismo. Dicen, aunque esto no lo aseguran tanto como el pronóstico del tiempo, que el calor reducirá el impacto de este coronavirus. Es curioso lo atentos que estamos a las predicciones meteorológicas ahora que apenas salimos de casa.

Ha sido un día intenso. El calendario se llenó pronto de cosas suspendidas o aplazadas, incluso los días anteriores a que se decretara el estado de alarma. Todavía miro la agenda y veo todo lo que no haré en mayo o junio. Desde el primer día retomé las clases en el formato virtual y colaboré en varias actividades organizadas a través de las nuevas herramientas tecnológicas que permiten hacer cosas sin salir de casa con otras personas que hacen cosas sin salir de casa, también intenté contribuir a la divulgación cultural en las redes sociales todo lo que me fue posible, pero ahora ya me llegan actividades para anotar en la agenda. Muchas de ellas siguen usando lo virtual como herramienta, pero otras se concretarán en libros, propios y en colaboración. Hay intención de llevarlo todo a presentaciones con público dentro de unos meses, cuando sea posible. Es curioso, lo veo tan lejano todo.

Hay un horizonte personal: el sábado por la mañana saldremos a pasear. No sé si nos darán las instrucciones del gobierno para llegar a pisar las primeras cuestas de la sierra. ¡Qué alegría! Saldremos a la calle, camino de la subida a Santa Ana. ¿Estarán los caminos llenos de maleza? ¿Los habrán tomado como propios los jabalís durante nuestra ausencia? No dará el paseo para llegar a callejas, trochas o senderos. Casi mejor, el campo estos días de lluvia y soledad se habrá llenado de los parásitos que traen los animales salvajes y será mejor esperar un tiempo, la tentación es mucha.

Sigue pareciéndome penoso cómo toda decisión tomada, similar a la que se toma en otras partes del mundo, es combatida hasta la saña sin ofrecer otras opciones de garantía o apostando por vaguedades que dejarían insatisfechos a otros sectores. Comienza el período de la fragmentación extrema. No siempre, también hay ejemplos en el país de colaboración eficaz o, al menos, tranquilizadora. Cuanto más cerca se ve el final, más feroz se vuelve todo, como si lo sucedido hubiera sido un paréntesis de rearme crispado para el combate. La ferocidad, la mala educación, la gresca. Esta mañana me han entrevistado para la cadena SER desde su emisora de Béjar y he hablado algo de eso (puede escucharse en este enlace, a partir del minuto 26:37, también he opinado sobre cómo ha afectado a la enseñanza esta pandemia).

Esta mañana, cuando he salido a comprar, he visto largas colas a las puertas de las sucursales de los bancos y los cajeros automáticos. Personas que querían poner al día su cartilla para comprobar si les habían ingresado las ayudas del gobierno, la pensión o la nómina. También aquellos que, según una antigua costumbre, sacan todo el dinero posible del banco para tenerlo en casa, bien por desconfianza con el sistema, por comodidad o para gestionar mejor sus compras. Hay un porcentaje de la población todavía muy alto que hace sus compras con dinero físico y que se administra mejor teniendo los billetes en el cajón de la cómoda. Entre las muchas patrañas que han corrido estos días ha estado la de que se decretaría un corralito económico que impidiera disponer del dinero propio, quizá alguna de esas personas han corrido al banco para sacar todo aquello que no esté destinado a pagar la hipoteca o la luz. ¿Qué han ganado aquellos que han suscitado el temor en las personas?

A través de los medios de comunicación he visto también las colas en los lugares en los que las ONG o los servicios municipales reparten alimentos y ayudan a los más desfavorecidos. Aquellos que ya no tienen nada que poner en la mesa para que coma la familia. Han aumentado considerablemente, incluso más que en la crisis de 2008 y hay un porcentaje alto de los atendidos aquí que no habían necesitado ayuda entonces. Nos esperan meses muy duros, pero estoy convencido de que cuando esto acabe la recuperación será rápida y quizá nos haga perder el sentido de la prudencia y el recuerdo de lo que nos ha ocurrido.

Hace unos días, cuando una persona amiga compartió una de mis entradas en un grupo de Whatsapp, otros intervinieron pidiendo al grupo que no se me leyera, porque yo era comunista. Me lo contó sorprendida de hasta dónde había llegado la marea de odio. Me quedé perplejo, porque hoy no me reconozco en ese calificativo, menos con la intensidad que parece que se quiso dar a la palabra, como insulto o advertencia para evitar que se me leyera. Yo, que hubiera sido represaliado y purgado por igual en la Rusia comunista o en cualquier país fascista por defender la libertad y el derecho de todos a expresar su opinión. ¿Cuál es mi país, entonces, si perdemos el respeto al otro?

¡El sábado me acercaré al pie de la sierra! Miraré hacia arriba, veré la ladera llena de castaños y arriba, arriba, la peña de la Cruz! Allá el Calvitero y detrás de mí la ciudad alargada y tan querida.

miércoles, 29 de abril de 2020

El café de despertar


Hoy salió el día despejado, se levantó el viento luego y llovió ligeramente. Cuando escribo esto se anuncia un anochecer espectacular, con toda la luz de la puesta del sol jugando entre las nubes.

A veces se me olvida anotar en este diario lo más cotidiano de estos días: después del desayuno (café con leche, tostada de tomate con aceite de oliva, ajo y pimienta molida y zumo de naranja), diez minutos de paseo, un par de tablas de ejercicios (rutina, dicen los expertos), algo de ordenación en la casa, tomamos el café de despertar (así lo llamo) me ducho, contesto a correos de trabajo (rutina burocrática), preparo una clase por videoconferencia que imparto al final de la mañana (una introducción a las formas de narrativa en el barroco), otro paseo por la casa, comemos, vemos algún documental (o lo dormimos), nuevo paseo, más trabajo, algo de escritura y lectura, grabo un vídeo (hoy he elegido recitar a Ángel González), salimos a aplaudir a la ventana para que reciban nuestros aplausos quienes están sacando esto adelante (ahora aplaudimos con más motivo, como antes elegíamos entre las opciones a quienes apoyaban la sanidad pública), escribo, llamamos a la familia, escribo, cenamos, vemos una película (alternamos géneros y épocas, hoy veremos Rebelde sin causa). Esta es nuestra vida ahora. ¿Cuál será la normalidad a partir de ahora, esa nueva normalidad de la que se habla y a la que llegaremos después de meses de transición?

Sigo leyendo en los blogs y en las redes sociales a algunos que parecen no haber comprendido que esto sí va con ellos, por mucho que se encierren en sí mismos. Escriben como si todo no les estuviera pasando. También leo a otros a los que parece que solo les pasa a ellos. Eran así antes, no se puede pedir que un virus cambie a quien no sabe nada de los otros.

Se pone el sol, ahora. Ya estamos en la pospuesta. En breve se hará de noche.

martes, 28 de abril de 2020

Esto es la vida y no hay otro remedio


Al amanecer, una nube lamía la sierra en dirección a Candelario. La luz naciente era semillero de vida. El día ha continuado sosegado. Hacia el final de semana subirán la temperatura y comenzará el calor. Aunque es pronto y se presenta con riesgos, he de reconocer que tengo ganas de ver un día abierto al sol.

Hace unas horas se han anunciado las medidas que nos sacarán del confinamiento poco a poco, solo si todo va bien. Solo si todo va bien. Aprieta la urgencia económica de las grandes empresas y de los pequeños negocios, hay familias que ya no tienen nada y empresarios que están al límite de la resistencia. No quisiera ser gobernante en estos momentos porque serlo es en gran medida elegir entre la opción entre reducir al mínimo el número de muertos como dicen los expertos en medicina o reducir el brutal impacto económico de la pandemia y las medidas de confinamiento, como dicen los expertos en economía. ¿Cuántos muertos o enfermos son el justo de la balanza?

Ayer Mayca y yo vimos una película que programaban en un canal temático. Yo ya la había visto, pero ahora me he sentido interpelado por el tema que trata. Despertares (Awakenings), dramatiza el experimento real con la L-Dopa que llevó a cabo el neurólogo Oliver Sacks en 1969 con enfermos de encefalitis letárgica a consecuencia de la pandemia de 1917 a 1928. Aquella epidemia coincidió con la de la gripe mal llamada española y causó entre medio millón y un millón de muertos en el mundo más un número mayor de afectados. Aún no se conocen bien las causas. Aunque la película está demasiado dramatizada y busca conmover, también plantea el dilema ético de si mereció la pena despertar aquellos enfermos durante unas semanas para verlos caer en la misma postración catatónica después. No la misma: ellos supieron dónde volvían día a día, lo que intuyo más doloroso. ¿Merece la pena recuperar la actividad durante una semanas, aunque esta vida sea dentro de un hospital, para comprobar cómo vuelves rápidamente a caer en las fases más agudas de la enfermedad? ¿Merece la pena la alegría a pesar de la tristeza dolorosa posterior? Yo no tengo respuesta aún porque a veces oscilo hacia el sí, pero luego hacia el no.

Ya tenemos un calendario. Si se cumplen los mejores pronósticos recuperaremos nuestra vida a partir del cuatro de mayo, lentamente. En algunos lugares más rápidamente que en otros, pero siempre con la amenaza del regreso o de la enfermedad. Esto es la vida y no hay otro remedio.

lunes, 27 de abril de 2020

El impulso voluntario de las nubes


Escribo cuando el día se cierra hacia la Peña de Francia. Desde la ventana, las nubes parecen correr hacia allá, arrebatadas por un impulso voluntario.

Me siento extraño. La posibilidad de salir a partir del sábado me intranquiliza. Sé que las salidas estarán limitadas por horas, por edades, quizá por zonas. Hay que salir, lo sé, pero todo nos advierte sobre las posibilidades de contagio antes de que se tenga una vacuna. El virus muestra ahora sus diferentes rostros y no parece tan definido como cuando las noticias nos llegaban desde una remota región de China que nos era más próxima de lo que suponíamos. Los científicos y los médicos comparten información sobre los tratamientos posibles y siguen insistiendo en la necesidad de controlar el número de contagios para que se pueda atender a los enfermos adecuadamente. En mejores condiciones, porque se perfilan poco a poco los medicamentos más efectivos. La mayor parte de nosotros nos contagiaremos, no hay duda y será inevitable. Es también normal que así sea porque vivimos y sabíamos que antes o después vendría una pandemia de este tipo y que el tiempo que tarde la ciencia en desarrollar una vacuna será el más corto en la historia de la humanidad, pero se tardará un tiempo y por el camino habrá crecido el mapa del sufrimiento. Es curiosa la delicada sensibilidad de los occidentales ante lo que ocurre: exigimos, pero no nos acordamos de que la ciencia y la medicina requiere sus pasos, qué piel más fina para lo nuestro cuando sabemos que el sufrimiento recorre el mundo cada año. Exigimos que nosotros, que estamos en los países desarrollados seamos protegidos de forma inmediata por las instituciones. Nos hemos acostumbrado a vivir en un parque temático continuo y no sabemos ya qué es el padecimiento ni el dolor. Somos de plástico, del mismo plástico con el que hemos llenado los océanos y cuyas partículas llevamos dentro al ingerirlas con los alimentos contaminados.

Me siento extraño. A partir del sábado hay que salir, pero durante meses tendremos que guardar unas medidas de protección necesarias. Cada uno de nosotros deberá protegerse más allá de las recomendaciones que nos den, durante un tiempo impreciso. Nuestra forma de relacionarse cambiará, nuestra forma de vida habrá sufrido los embates de la enfermedad, pero hay que salir porque la vida es siempre riesgo. Debemos asumir que hay que reducir la exposición al peligro, pero esto no nos debe paralizar.

Algo más. A partir del sábado todo quedará en nuestras manos. Será nuestra la responsabilidad cotidiana. ¿Qué haremos, cómo viviremos lo que se ha dado en llamar la nueva normalidad, la nueva vida? ¿Cuántos trasgresores pondrán en riesgo la vida de los otros? ¿A partir de qué porcentaje de irresponsables todo el esfuerzo realizado será inútil?

¿Hemos llegado ya al número máximo de contradicciones personales sobre la epidemia? ¿Cuántos de los que reclamaban una cosa cuando la tienen reclaman la contraria? ¿Cuántos de los que ven fracasar en otros países las medidas y las políticas que piden para aquí seguirán pidiéndolas? ¿Cuántos de los que quieren que esto se acabe ya rechazan las medidas de control social necesarias para que esto sea así? ¿Cuántos de los que despreciaban al Estado como institución exigirán de él las soluciones? ¿Cuántos de los que piden ciencia y medicina y resultados alientan la mentira haciendo correr patrañas y campañas en contra del bien común por las redes sociales? ¿Cuántos de los que han contribuido al expolio del capital público, la crisis económica de hace unos años y la reducción en la inversión en sanidad pública volverán al camino que nos ha traído hasta aquí? En España se da el caso singular de que todas las instituciones han cometido errores y que todos los partidos políticos tienen responsabilidad en el gobierno de una u otra. Lo que esperamos los ciudadanos es que en una situación como esta sean capaces de llegar a acuerdos.

Necesitamos más que nunca cordura, razón, consenso y empatía, pero qué lejos estamos de esto. Una sociedad no puede vivir de forma permanente una campaña electoral radicalizada, menos cuando está inmersa en un desastre como este. No es cierto el refrán de que en río revuelto ganen los pescadores. De esta crecida solo sacaremos barro.

Sin embargo, los científicos y los profesionales sacan adelante su trabajo, la mayoría respeta cívicamente las normas y cuida de su familia y al hacerlo cuida de todos. Estos dos días he oído la risa de los niños en la calle desde el balcón abierto. Al desayunar, la casa se llena a olor de café recién hecho y el día se muestra apetecible y nuevo. Y sé que el mundo es ancho y nos queda mucha vida por delante.

domingo, 26 de abril de 2020

Cuántas tareas pendientes


Hace unos diez años yo era una persona sin paisaje. Había perdido el mío y me había sepultado en la tristeza. Desde entonces, he recuperado el mío, el de la llanura castellana levemente ondulada por los montes Torozos, el del valle del Pisuerga a punto de entregarse al Duero, la altura del páramo y los oteros, y he abierto la vida a otros, estaciones singulares de la antigua ruta de la plata, que yo extremo desde la sierra de la Demanda hasta las marismas del Guadiana o las tierras del Algarve. Hay un centro nuevo de toda la geografía en esta sierra de Béjar en la que me ha sorprendido el confinamiento. Tan diferente a todo lo que yo era antes. Así que ahora llevo dentro varios paisajes. Si cierro los ojos veo la llanada luminosa y fiera desde Palencia hasta Astudillo, las puestas de sol de Urueña con la emita de La Anunciada abajo, el valle de la comarca de la Guareña, la llegada a Burgos desde las cuestas de San Mamés, las vistas desde el Mencilla hacia Tinieblas, la sorpresa escondida de el Palancar, la sierra de Huelva tajada en rojo por el río Tinto, la vida plena de la marisma ayamontina, las playas del Algarve abiertas al mar. Toda ellas vertebradas por esta sierra, con la geografía sentimental: Puerto de Béjar, Cantagallo, Béjar, Candelario. El Cuerpo de Hombre desde Hoya Moros hasta el Alagón y ese misterio permanente del Sangusín. Y arriba Piquitos, el Calvitero, las lagunas del Trampal, el Canchal de la Ceja, la Muela. Y aquí, enfrente mismo, la peña de la Cruz, tan cerca y tan lejos ahora.

Triste país, que no quiere cambiar. Se ha convertido en problema que no dejen salir a los niños a pasear durante el confinamiento y que los dejen salir, que no nos permitan salir más que a lo imprescindible y que se nos permita salir a tomar el aire a partir del sábado día dos de mayo, que haya confinamiento y que no lo haya, que se adopten medidas similares al resto de los países y que no se tomen, se ataca que se aplauda en agradecimiento desde las ventanas a los que trabajan para que los demás no salgamos, que comparezcan los responsables técnicos y políticos y que no comparezcan... En este país parece que ahora importa muchísimo que durante una conexión en directo desde su casa a un popular periodista, no demasiado riguroso y que suele mezclar opinión e información sin distinguir, como es tendencia por aquí desde hace un tiempo, apareciera por el fondo una mujer en ropa interior. Semidesnuda, decían algunos titulares, en paños menores, dirían nuestros abuelos, corita dirían en otros lugares. Y con esto han vuelto a recuperar el pulso los programas sensacionalistas que parecían apagarse porque ya nadie tenía ningún escándalo nuevo y el morbo tonto y banal ha invadido las páginas y los tiempos incluso de los medios de comunicación más serios. Quizá solo sea mero entretenimiento entre tanta preocupación. Al final, hemos encontrado un tema de conversación adecuado, el que nos devuelve a uno de los lados más nuestros.

Hoy, sin embargo, he prestado atención a lo que dicen los expertos sobre el futuro inminente, las posibilidades de rebote del virus a corto plazo y las medidas que debemos adoptar para que esto no suceda o cuando suceda. He prestado atención porque muchos dirán que no se dijo nada a tiempo. También quiero retener lo que se anuncia sobre las próximas semanas en otro orden de cosas, cuando comience el calor en mayo y las posibilidades de incendios forestales a corto plazo, antes de tiempo, con nuestros montes más descuidados que nunca y llenos de vegetación por las lluvias de abril. Se anuncian también tormentas fuertes, como las que vienen ocurriendo desde hace unos años porque no se nos debería olvidar que últimamente lluevo como nunca ha llovido por aquí.

Todo seguirá cuando salgamos. El virus estará aún presente y no habremos solucionado lo que teníamos antes del confinamiento. Cuántas tareas pendientes cada uno de nosotros, de las que importan.

Por ahora, anochece, con un cielo hermosamente nublado.

sábado, 25 de abril de 2020

Ama y ensancha el alma


Hoy también ha tronado. Los relámpagos se veían al otro lado de la sierra, hacia Extremadura. ¡Qué cerca y qué lejos la tierra extremeña! Nada más bajar de Puerto de Béjar -ese descenso prodigioso en el que suben cinco o seis grados la temperatura-, ya está allí Extremadura, incluso Puerto es medio extremeña, como diría Manolo Chinato, al que no le importa dónde esté la frontera. Espero que esté bien Chinato. Todavía recuerdo aquel día en el que me lo presentaron (yo iba con Mayca y Manolo Casadiego), la barra de su bar entre los dos, recitándonos sus poemas: Quisiera que mi voz fuera tan fuerte / que a veces retumbaran las montañas / y escucharais las mentes social adormecidas / las palabras de amor de mi garganta. Seguro que está bien. Hace tiempo que dejó de regentar su bar en Puerto, pero no dejó su campo, su tierra.

Hay que dejar el camino social alquitranado
porque en él se nos quedan pegadas las pezuñas,
hay que volar libre al sol y al viento
repartiendo el amor que tengas dentro.

Ama y ensancha el alma, dice Chinato. Y no puedo dejar de oír la canción que hizo popular Extremoduro con su poema cuando me acuerdo de él.

Todavía quedan quince días de confinamiento estricto. Si no ocurre nada, en dos semanas nos permitirán salir de forma más libre, pero desescalada, como dicen. El término es correcto en español, pero qué extraño se me hace, quizá desescalonar. ¿Qué escalones nos quedan a cada uno de nosotros, qué escalones me quedan por descender, qué rampas, qué peñas? Y después, a qué llano llegaremos mientras la enfermedad esté al acecho. Pero no queda otra, hay que salir al mundo para hacerlo mejor, incluso en contra de los que preparan el odio futuro y la rabia. O precisamente por eso.

Intento amar a la manera de Chinato, pero qué difícil es limpiarse de asfalto la suela de las botas y echarse al monte para ser uno y naturaleza. Este amor nos debería hacer olvidar tanta soberbia y ceguera. Amar, amar y ensanchar el alma.

viernes, 24 de abril de 2020

Al fondo, ladra un perro


Hace un momento tronaba. No ha llegado a caer nada de lluvia. Todo son incertidumbres, pero sé que las certidumbres ahora no las quiero. Solo tienen seguridad los creyentes y los fanáticos. No les envidio su tranquilidad, tampoco su rabia cuando perciben que el mundo no les hace caso. La primera entrada en este blog la publiqué el 11 de octubre de 2006 y se titulaba así, precisamente, Incertidumbre. Con esta de hoy, llevo publicadas 3658 entradas. Sigo en la incertidumbre porque pienso que es lo más humano que tenemos, lo más radicalmente humano que tenemos. La mayor parte de los conflictos humanos, de las guerras y del dolor que nos hemos causado, se deben a las certezas.

Hoy ha sido día de compra. Hemos apurado tanto las existencias para no salir a la calle, que hoy la compra ha sido grande. Lamentablemente, he visto comportamientos más descuidados que en los días pasados, más imprudencias a la hora de guardar una distancia o tocar las cosas. Quizá muchas personas piensen que ya ha pasado todo o que si han resistido hasta ahora ya no les tocará la enfermedad.

Según parece, algunos han lanzado una campaña en las redes sociales para provocar una cierta desobediencia de las medidas tomadas para el confinamiento, predican incluso echarse a la calle. Noto que no procede de los más desfavorecidos, aquellos que no pueden aguantar más porque su economía no se lo permite, sino personas con una situación más o menos cómoda y que se han radicalizado poniendo lo que entienden por derechos individuales por encima del bien colectivo o la productividad del país por encima de la salud, hablan de cosas que yo no detecto por ningún lado. Supongo que no les importarán los contagios que cause su imprudencia, ni los muertos que provoque. Sin embargo, la mayoría de la población seguimos respetando el bien común, pero cuánto ruido hacen esos y qué poco contribuirá el ruido para salir lo mejor posible de esta crisis sanitaria y de la futura crisis económica que los expertos auguran.

Se va haciendo de noche lentamente. Al fondo ladra un perro. Esta tarde, desde el ventanal que da a la sierra he oído balar una oveja. Al final, ha descargado la tormenta. La lluvia se ha venido anunciando. Me la he imaginado mojando primero el suelo de la plaza Mayor, subiendo por la calle Mayor de Pardiñas, la plaza de la Piedad, alcanzando los nidos de cigüeña de San Gil, llegando ya a la altura de esta casa. Llueve, como anunciaron los truenos por la tarde. Todavía no estamos en tiempos de tormentas secas como las del verano.

jueves, 23 de abril de 2020

El día del libro y el morado comunero


Hoy las redes sociales se han llenado de la generosidad de todos para celebrar el día del libro en unas circunstancias tan especiales como las que vivimos. Yo mismo he colaborado en varias iniciativas. Con el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua he participado en un homenaje a Miguel Delibes con motivo del centenario de su nacimiento, presentando su figura y analizando uno de los textos más radicalmente actuales de este autor, su discurso de ingreso en la Real Academia en 1975, junto a mis colegas Carmen Morán y Natalia Álvarez (puede consultarse aquí), y un diálogo vivo e interesante con los ganadores del Premio de la Crítica de Castilla y León de este año, José Luis Alonso de Santos y Pablo Andrés Escapa (aquí); a Miguel Delibes también se le ha homenajeado desde el Ayuntamiento de Medina de Rioseco, con la lectura de fragmentos de sus obras y yo he seleccionado la parte del mencionado discurso que me ha parecido más emotiva y personal (aquí); a petición del escritor y promotor cultural José Ignacio García, he mandado un fuerte abrazo y un libro a la buena gente de Portillo, en una iniciativa del Ayuntamiento de esta localidad (aquí); he apoyado la campaña de la Asociación de libreros de Burgos recomendando la lectura del poemario Material de contrabando de José Gutiérrez Román, estupendamente editado por Difácil (aquí); también he compartido la lectura del famosísimo fragmento 7 de Rayuela de Julio Cortázar con la emisora municipal de Ayamonte, gracias a mi querido amigo José Luis Rúa y los Poetas del Guadiana. Además, he compartido públicamente algunos vídeos dedicados a mis alumnos en los que explico la narrativa cervantina (pueden verse en mi canal de Youtube, aquí). Ha de recordarse que este día del libro se celebra el día 23 de abril porque se creía que en esta fecha falleció Miguel de Cervantes, cosa que la investigación ha desestimado. Cervantes murió el 22 y fue enterrado tal día como hoy. En todo caso, ha sido un día del libro intenso, como nunca lo había vivido. Posible gracias a la tecnología actual, que nos acerca a todos los lugares y nos permite conversar con tanta gente querida.

Ahora solo es necesario un nuevo paso: no abandonar el impulso, apoyar la cultura en los duros tiempos que se avecinan de crisis económica gravísima en el sector y comprar en las librerías de toda la vida.

En Castilla y León hoy ha sido fiesta. Se rememora la derrota en la batalla de Villalar de 1521, en la que las tropas comuneras fueron vencidas por las del emperador Carlos V y ejecutados inmediatamente Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. Cada vez está más clara la importancia de la Guerra de Comunidades y lo que supuso para la historia moderna no solo española sino europea. Como en todas las cosas de la vida, su significado es más complicado de lo que parece y por eso ha podido analizarse como la última revuelta medieval o la primera revolución moderna, pero la trascendencia de lo que ocurrió es innegable. Lo cierto es que a partir del siglo XIX se recuperó como un símbolo de la libertad frente al absolutismo por los sectores progresistas del liberalismo y algunas sociedades secretas. De aquella época parece venir la sustitución del rojo carmesí de las banderas por el morado con el que identificamos hoy el movimiento. La recuperación de los comuneros en los años setenta tuvo un claro significado antifranquista, de lucha frente a la dictadura de Franco y su intención de continuismo, y fue la seña de identidad castellana para proclamar la libertad y la igualdad. De allí me viene mi sentimiento comunero. Un sentimiento que no es nacionalista, sino todo lo contrario, porque hace mucho que aprendí a amar el terruño propio para admirar todos los ajenos sin jerarquizarlos ni excluirlos. No debe haber un nosotros frente a un ellos. El extraordinario poema del berciano Luis López Álvarez que relataba los hechos alcanzó pronto la condición de cantar de gesta musicado por el Nuevo Mester de Juglaría y para muchos es parte de la memoria personal y colectiva. Es mi caso. 

Así que me he imaginado en la campa de Villalar, añorando el horizonte abierto de mi tierra. Y en casa lo hemos celebrado con una tortilla de patata y vino.

Cuando ha anochecido, hacia la Peña de Francia, el día se ha puesto tan hermoso que solo por eso ya ha merecido la pena.

miércoles, 22 de abril de 2020

Desde la galería, con un recuerdo a los libreros.


Estos días he publicado fotografías de lo que veo desde las ventanas, pero me había olvidado de lo que me permite ver la sierra: la galería acristalada curva que inunda de luz el salón en los días soleados. Galerías, añadió Antonio Machado a su primer libro de poemas en la segunda edición. Era toda una declaración poética desde el título: ver el mundo desde las galerías que nos los muestran, pero al amparo de él, ver el mundo desde nosotros, pero sin pisarlo. Machado tuvo que aprobar unas oposiciones y marchar a Soria para entrar en el paisaje de verdad porque aquel paisaje le era ajeno. Así andamos ahora viendo el mundo, desde nuestras galerías. Lo peor será que cuando salgamos al mundo, muchos se negarán a abandonar su interior y comprender que el paisaje tan familiar lo es solo aparentemente, porque en realidad el mundo al que volveremos nos será ajeno y tendremos que comenzar a entenderlo.

Estos días he preparado varias intervenciones para festejar mañana el día del libro a través de las redes sociales. Una celebración extraña la de este año, confinados y con las librerías cerradas. Me resisto a comprar libros en las grandes distribuidoras, no he comprado jamás ninguno a través de ellas. Mis libros proceden de librerías locales y pequeñas librerías de saldo o libro antiguo.  No critico a quien lo haga, allá cada uno, pero yo no puedo comprar un libro en otro lugar. Me llegan noticias de varios libreros y editores amigos que tienen grandes problemas para sostenerse en estas semanas y que no saben si podrán abrir los negocios de nuevo y cuánto tiempo podrán sostenerlos. Las librerías habían sufrido mucho en la anterior crisis económica y no resistirán bien la próxima. Por muchas razones, pero también por culpa de los lectores, que se han ido a formas de compra más cómodas y rápidas. La ansiedad por conseguir un libro inmediatamente ha llegado también al mercado. Me resisto a concebir mi vida futura sin pequeñas librerías en las que conversar amigablemente con el dueño, pero sé que muchos no piensan lo mismo, especialmente los jóvenes. Algunos de mis alumnos de los últimos años no han pisado jamás una librería o lo han hecho de manera excepcional.

Hoy he mirado el mundo desde mi galería. Me falta el aire.

martes, 21 de abril de 2020

Mañana, en efecto, será otro día


Como estos últimos días, el tiempo ha cambiado a lo largo de las horas. Amaneció luminoso, con las nubes pegadas a las cimas de la sierra, cambiantes con la luz de la mañana, que les daba cierto aire inverosímil, ficticio. Se extendió la neblina a media mañana y luego se levantó, dejando alguna ligera lluvia. Llueve ahora de forma pausada. Es curioso cómo el tiempo se ha convertido en algo tan importante cuando no podemos salir de casa. Antes (¿será así siempre, diremos antes del confinamiento por la pandemia vírica porque nos ha cambiado para hacernos diferentes, durante cuánto tiempo marcará nuestra vida?), solo me importaba el tiempo si iba a ir o no a algún sitio. Recuerdo, cuando mi vida se fue ampliando por ciudades, que mi madre me daba el parte meteorológico por aquellas que yo había ido haciendo mías, aunque no fuera a viajar. Mi madre veía el pronóstico de varios informativos, saltando de cadena de televisión, hasta tener una noticia tan detallada que me asombraba con su precisión.

Hace unos días vi un reportaje sobre la situación de algunos inmigrantes que trabajan como temporeros en el campo español, alarmante siempre, pero más ahora con esta enfermedad. No es que no lo supiera antes, pero verlo unos minutos en televisión resulta un necesario recordatorio en imágenes. Estos jóvenes que trabajan en lo que los españoles no queremos, se encuentran hacinados en poblados de chabolas, sin agua ni condiciones higiénica, sin espacio para adoptar una medida de protección frente al virus. No solo frente a este virus, sino a cualquier otra enfermedad. Como todos, he pasado varias veces cerca de estos lugares y he cerrado los ojos, pero ese agujero en la tierra en el que hacen sus necesidades me obliga a pensar en cuál es el precio de las fresas que ponen estas manos en mi mesa. Supongo que la responsabilidad de lo que ocurre no está concentrada en un solo lugar y que lo que vi en televisión no podrá generalizarse a toda España, pero lo que vi existe no solo porque haya sido objeto de un reportaje televisivo, sino porque yo lo sabía antes de esto y si yo tengo conocimiento, otros muchos lo habrán tenido también. Estos jóvenes trabajando para nosotros en estas condiciones son el ejemplo más palpable de las diferencias sociales en este primer mundo en el que vivo. Ahora nosotros estamos confinados, ¿pero ellos, estos jóvenes que queremos que sean invisibles en nuestras calles?

Frente a estos trabajadores inmigrantes, ¿qué sentido tiene tanto postureo para salir en las redes sociales con retos, ocurrencias y tonterías con los que pasamos estas semanas y la pequeña fama que algunos han conseguido? ¿Qué sentido tienen gran parte de las preguntas que nos hacemos sobre nuestra vida?

La tarde se me ha ido lentamente. No he parado de hacer cosas, pero levanto la cabeza del teclado y ya es de noche. Mañana, en efecto, será otro día.

lunes, 20 de abril de 2020

Azul escolar y blanco nube. La inmortalidad de la juventud


Esta mañana tenía el cielo color de infancia: azul escolar y blanco nube. Del estuche sacábamos las pinturas y llenábamos el papel de colores puros y formas simples. Nunca fui el más hábil dibujando. Azul escolar y blanco nube: la hierba era verde y el sol amarillo.

Hoy he recitado en las redes sociales la Canción de jinete de Federico García Lorca porque Isabel Ortiz me lo pidió para recordar su tierra, que no podrá visitar este año. No debería pasárseme preguntar a Pilar María Martínez y María José Serrano por aquella su ciudad. ¿Qué pasará con los patios en este mayo que ya se nos avecina? Con las puertas cerradas a las visitas, pero tan llenos de sombra y luz, macetas y paredes blancas. Pilar fue responsable de organizarme allí la presentación de mi libro de poesía piel y María José cedió el patio de su Hostel Myflowers para la ocasión. Ambas nos trataron con tanto cariño, que aún recuerdo todos los pormenores, como el paseo con Pilar, su esposo y su hija por la ciudad. Hasta allí acudió también Amparo desde Jerez de la Frontera y Jesús Garrido con la familia, desde Jaén. ¿Luce el sol igual en Córdoba estos días? Qué pregunta, como si el sol no luciera porque le faltáramos nosotros...

La noticia de la jornada es que ha descendido el número de muertos a causa de la epidemia vírica por debajo de los cuatrocientos. Nadie puede negar que las medidas tomadas están logrando controlar la extensión letal del virus, pero cuánto dolor aún por llegar.

Se habla también de cómo dejar salir a los niños de casa la próxima semana. Un tiempo corto y vigilado. ¿Cómo marcará a los niños esta experiencia? Pienso también en los jóvenes que comienzan a vivir el mundo de las relaciones sentimentales y recuerdo el miedo que recorrió a mi generación cuando se extendió el SIDA causado por el VIH (la primera noticia que en el primer mundo tuvimos de que una pandemia podía afectarnos a todos desde hace más de un siglo). El terror a lo desconocido, la extensión de las teorías conspiranoicas sobre su origen, el triunfo de la información y el éxito de la medicina que ha conseguido que se convierta en una enfermedad crónica y no en una muerte segura y marginada como fue en los primeros años. Se generó temor a las relaciones sexuales y cambió alguno de nuestros hábitos. ¿Sucederá lo mismo con estos jóvenes que durante un tiempo deberán guardar una distancia entre personas? Sin embargo, cuando eres joven te crees inmortal. En un sentido profundo del término, lo eres.

A lo largo de la tarde se ha ido cubriendo el cielo. Anochece lento, se notan ya los días.

domingo, 19 de abril de 2020

La crispación, el crotorar de las cigüeñas y las lilas y lirios de la primavera


Cuando escribo esto, escucho el crotoreo de las cigüeñas en el vecino campanario de San Gil.  Este sonido no puede confundirse con nada más. El campanario está cerca -tan lejos, ahora- y las cigüeñas anidan allí año tras año. Imagino el campo lleno de lilas y lirios azules. El azul intenso es uno de los colores más sorprendentes de las flores silvestres. Encontrarlo en un paseo por los senderos de esta sierra es abrir la naturaleza al misterio: entre el verde, un azul que parece cielo anochecido. La lila tiene condición de mimosa, vertical el lirio azul, tan orgullosamente elegante.

Dicen que uno de los efectos de la enfermedad provocada por este virus es la pérdida del gusto y del olfato. No podría oler la profundidad de las lilas. ¿Se puede oler con el recuerdo? ¿Pueden recordar la densidad de un sabor los que han perdido el gusto? 

Más allá de los errores cometidos por todos los gobiernos y administraciones en la gestión de esta pandemia, en cada país se utiliza el virus para continuar la crispación en la que ya se vivía antes. Curiosamente, este virus ha unido en errores comunes a casi todos los gobiernos, sean cuales sean las ideologías que los sostengan, también en los aciertos. Sobre aquellos tendrán que dar cuenta no tardando, porque ha sido evidente la falta de previsión en casi todos los países. En sistemas democráticos esto llega antes o después. Sin embargo, es tal la desmesura en mucho de lo que escucho y leo, que voy pensando que ya no tenemos remedio, la sinrazón de algunos argumentos da para pensar que hay un desquiciamiento en un sector creciente de la sociedad. ¿No son conscientes los crispados que pierden la posible razón que pudieran tener en las críticas con su inoportunidad o con el uso de patrañas burdas y consignas de manual de política barata, con la ofensa desde la primera fase? ¿No quieren ver los que crispan que una sociedad tensada es más débil para afrontar nuevos problemas, que vendrán? Este siglo XXI va siendo, por ahora, el de la mala educación y la provocación soez y sin argumentos, el de la debilidad de pensamiento y argumentación. Desoímos al otro cuando más deberíamos oírlo. Vamos aceleradamente por un camino que comenzó en los años noventa y que nos conduce al desgobierno. Y seguimos. Qué gran esfuerzo vamos a tener que hacer para salir de esta circunstancia con una relativa armonía y estabilidad social, qué imposible se está haciendo todo.

En la sierra, las últimas lilas festejan la plenitud de la primavera.

sábado, 18 de abril de 2020

Las nubes pegadas a la sierra de Béjar, el pianoforte de Zorrilla y confinamiento literario


Sigo asombrado por lo diferentes que pueden ser unos días que nos parecen todos iguales. Desde hace ya algunos, hemos adquirido unas rutinas que repetimos en cada jornada. Supongo que la rutina nos salva de pensar que estamos confinados. Aunque nos levantemos un poco más tarde o un poco antes, las cosas que hacemos se repiten salvo cuando salimos a comprar, que es muy de tarde en tarde y siempre nos lleva un largo proceso de preparación y un posterior cuidado de limpieza y colocación de lo adquirido. Algún día nos aperezamos más y podemos convertir en un antiguo domingo un nuevo martes; en ocasiones, las llamadas a la familia interrumpen esa rutina cómoda que nos hemos marcado. Pero basta levantar la vista, mirar por la ventana y comprender que ningún día se repite: la luz, el cielo, las nubes, el avance imparable de la primavera hacia el verano.

Desde el primer día no he parado de trabajar en casa: corregir tareas de alumnos, programar las nuevas, cumplir con la odiosa burocracia administrativa en la que se ha convertido en buena parte la docencia, animar proyectos culturales o participar en otros. Alguno de ellos se cumplirán cuando salgamos del confinamiento y no sé cómo se verán afectados por las medidas de distanciamiento social (así lo llaman) que tendremos hasta que venga la vacuna. Me llega la noticia de que avanza a buen ritmo la restauración del pianoforte que perteneció a Zorrilla y que su viuda cedió para la futura Casa Museo del poeta en Valladolid, instalada en su casa natal. Este proyecto impulsado por Paz Altés desde la Casa ha encontrado en el buen hacer de Víctor Javier Martínez López un adecuado camino. En unos meses lo tendremos de regreso y escucharlo sonar y podremos imaginarnos cómo era una reunión en los últimos años de vida del poeta en su salón. Desde este encierro de ahora me imagino acogido entre las paredes de la Casa de Zorrilla.

Otros varios proyectos son para estos días, entre ellos un par de intervenciones en vídeo para dos actos en los que se homenajea a Miguel Delibes, del que se conmemora el centenario de su nacimiento, y que se emitirán los próximos días, y mi colaboración con la participación de los últimos finalistas del Premio de la Crítica de Castilla y León en el Confinamiento literario, una suma de interesantes textos entre los que se han publicado hasta ahora los de Yolanda Izard, José Luis Alonso de Santos, Alejandro Cuevas, Pablo Andrés Escapa, Mauricio Herrero, Adolfo García Ortega y Emilio Gancedo. En las próximas fechas se publicará el resto de intervenciones, incluida la mía. Pueden consultarse y descargarse gratis en la página del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua.

Todos estos proyectos no serían posibles sin las poderosas armas digitales con las que contamos actualmente. Por estas herramientas digitales circula mucha cosa despreciable y otra que no tiene más importancia que la anécdota personal, pero también lo mejor de la literatura y de la ciencia. Por ellas se comparte hoy los conocimientos que nos salvarán de este virus. Es una notable diferencia con respecto a otras pandemias anteriores.

No creo que tarde en aparecer una literatura distópica, como se llama ahora, que se desarrolle en un mundo sin el contacto humano porque todo se haga a través de esta o una futura red de trasmisión de datos. Yo, en cambio, soy de los que no puedo imaginarme al ser humano sin sentir el viento fresco de una mañana en el rostro y el contacto suave de otra mano. ¿Que todo esto podrá simularse con herramientas tecnológicas presentes o futuras? Que no me lo cuenten, que me dejen pensar que es imposible, que podremos recuperar lo mejor que tenemos. Quizá sea la verdadera libertad futura. No quiero tardar en subir a donde están estas nubes pegadas a la sierra de Béjar.

viernes, 17 de abril de 2020

La aceptación de la realidad como primer paso (Claudio Rodríguez viaja en autobús)


Las lluvias de ayer y hoy han dejado una capa fina de nieve nueva en lo más alto de la sierra de Béjar. Nieve de primavera, que se irá con los primeros soles.

Estos días de lluvia y epidemia vírica, he recordado el poema Lluvia y gracia de Claudio Rodríguez. Se incluye en el libro Alianza y condena, publicado en 1965. Un ejemplo más de esa virtuosa forma de su escritura, que trasformaba lo más cotidiano en alta reflexión. El poeta va en autobús:

Desde el autobús, lleno
de labriegos, de curas y de gallos,
al llegar a Palencia,
veo a ese hombre.

De pronto, se desencadena la lluvia y el hombre corre como quien asesina hasta buscar refugio en un portal. No comprende el significado profundo del agua:

que le crece como un renuevo fértil
en su respiración acelerada,
que es cebo vivo, amor ya sin remedio,

En su ignorancia, nos dice el poeta, respira tranquilo

al ver cómo su ropa
poco a poco se seca.

Este virus nos molesta, ha turbado nuestro mundo y ha provocado miles de muertes en todo el mundo, quizá cuando termine la epidemia sean centenares de miles de muertes por las que haya que llorar. Ojalá pudiéramos librarnos de él como cuando se contempla cómo se seca la ropa después de la lluvia. Pero la historia de la humanidad no se debe construir sobre ese llanto necesario, sino sobre las lecciones que nos da la vida y sus consecuencias. Deberíamos estar preparados para obtener las lecciones adecuadas de todo esto. Siempre lo hemos hecho.

Lo primero debería ser aceptar la realidad. El ser humano se ha hecho muy fuerte a lo largo de su evolución, pero sigue siendo frágil. Hemos vencido todo tipo de enfermedades y venceremos esta. No tan rápido como deseamos. En un tiempo como este en el que las redes sociales nos han acostumbrado a la rapidez y la comodidad para conseguir casi todo, exigimos que los científicos -a los que no apoyamos suficientemente con los presupuestos públicos- den con un medicamento adecuado y con una vacuna en semanas. Deberíamos saber que esto es imposible, que la ciencia y la medicina tienen sus tiempos y sus protocolos. Solo la soberbia de nuestra condición moderna nos lleva a exigir algo imposible. La ciencia no es la fe religiosa, como la política en estos casos no es lo que querríamos que fuera sino lo que es.

Lo segundo, es comprender que estamos inevitablemente expuestos a esta y próximas pandemias por nuestra forma de vida, por la globalización y la hipercomunicación.

La primera lección debe ser la aceptación de nuestra fragilidad porque esa es nuestra fortaleza. A partir de ahí se tendrá que compartir toda la información científica por encima de patentes farmacéuticas y esto, en un mundo capitalista como el nuestro, solo es posible con la legislación adecuada acompañada de financiación y cooperación internacional.

Miro la sierra, hacia la Covatilla y el Calvitero. Su fina capa de nieve. Ha dejado de llover y, como todos estos días, la luz del atardecer nos regala la calma suficiente.

jueves, 16 de abril de 2020

Qué nos reserva el futuro


Hoy también ha llovido y, como ayer, después de la lluvia la luz lo ha inundado todo. Está la tierra lavada, la primavera suelta y la naturaleza más libre. He querido desentenderme de las noticias, que podré oír, matizadas, ampliadas o corregidas mañana. Aun así, me han llegado las recomendaciones para adaptar la docencia presencial al formato virtual en el ámbito universitario. Encuentro en todo un vacío: ¿qué pasará en el próximo curso? Por teléfono, para otras cuestiones, hablo con mi amigo, poeta y profesor universitario Javier Dámaso Vicente y charlamos un rato sobre esto. A pesar de que todo debe aparentar normalidad, la pregunta hoy es si podemos ignorar los riesgos que corremos si no nos preparamos suficientemente para que el próximo curso  escolar pueda comenzar de forma virtual, arbitrando todas las medidas y adecuando ya nuestras guías docentes y programas. Quizá no tengamos ya confinamiento, pero sí permanecerán muchas de las medidas que evitan las concentraciones y reuniones en espacios cerrados.

Me sorprende la manera en la que unos atacan las decisiones de otros cuando allá donde gobiernan los de los unos toman las mismas medidas que los otros antes o después. No veo que se haya aceptado que estamos en un tiempo en el que las antiguas formas de oposición política y de gobierno han cambiado. O deberían hacerlo. Saldrán más rápido y mejor los países que lo entiendan sin menoscabo de las bases democráticas de una sociedad. Si abundara la salida mala de esta crisis, aunque solo fuera por un pequeño tiempo, la civilización actual se entregaría a la catástrofe. Ya ha ocurrido antes.

Sobre lo anterior, releo un libro de J. Ferrater Mora, Las crisis humanas (es una selección de El hombre en la encrucijada, que no tengo aquí, publicada en 1972). Plantea cuestiones bien interesantes para nuestro tiempo, que hemos olvidado por el gran crecimiento que hubo en el mundo desde los años ochenta hasta principios de este siglo. Tras plantearse la dualidad entre progreso material y progreso moral, se pregunta: 

¿Cabe integrar en formas de vida material y moralmente más elevadas a sociedades cada día más vastas y, en último término, a la sociedad entera? ¿Es el hombre un ser capaz de renovarse y mejorar indefinidamente, o es una "mala bestia" cuya historia ha sido, es y será un tejido de insensateces y crueldades? ¿Nos reserva el futuro catástrofes sin cuento, alentadoras perspectivas o una mediocridad enfadosa?

Todo lo humano, dice Ferrater Mora hacia el final del libro, es una espada de dos filos. Lo que conviene es procurar que solo el filo mejor penetre por el futuro. 

Seguiré leyendo unos días más este libro. En estos días es normal que el presente sea lo urgente, sobre todo en los casos individuales de aquellos que vivan en la angustia o que se encuentren luchando en primera línea contra la epidemia, pero el resto no debemos caer en el despotismo del presente, que es un tiempo frágil, engañoso e inexistente por sí mismo. A mi edad, veo el mundo desde un páramo elevado. No sé lo que me resta de vida, quizá me lleve por delante este virus o quizá tenga aún un buen puñado de años que me permitan ver los cambios que vendrán, quizá después de unos años convulsos, pero yo solo podré contribuir ligeramente al futuro, que es siempre cosa de los más jóvenes, ¿pero qué piensan los jóvenes sobre lo que está ocurriendo?

Vuelve a llover cuando redacto esto. ¡Qué hermoso otoño tendremos!

miércoles, 15 de abril de 2020

Los primeros anuncios del colapso


Hoy sí que ha caído un golpe de agua en Béjar. He salido al balcón de la calle Mayor a ver la luz después de la lluvia y la calle mojada. ¡Qué luz la de después de una tormenta!

Esta pandemia vírica debería hacernos reflexionar sobre algunas cosas sustanciales. Sabemos que muchos científicos nos venían advirtiendo sobre nuestra forma de vida, la manera en la que como especie hemos diseñado el progreso. Por una parte, la agresión al planeta como sistema ecológico, con la contribución al cambio climático; por otra, las consecuencias de una globalización basada prioritariamente en lo financiero y en la producción barata de productos que, en realidad, no necesitamos más que para ese espejismo en el que hemos basado artificialmente el estado de bienestar. Es complejo social y políticamente cambiarlo porque muchos de los menos favorecidos quieren vivir como vivimos en occidente las clases medias. ¿Quiénes somos para decir a los demás que no vivan como nosotros lo hacemos, dar lecciones éticas de cómo deben comportarse desde nuestra comodidad y seguridad, impedir que vengan a occidente desde los lugares del mundo que hemos sometido y a los que hemos depredado? Sobre todo, porque el ecologismo a la moda se ha convertido por aquí en marca de distinción social con bastante hipocresía personal en su práctica. No se puede ser ecologista si esto significa consumir productos fabricados a miles de quilómetros, viviendo en una urbanización alejada del término urbano a la que todo ha de llevarse -hasta el servicio doméstico- y con varios automóviles en la familia. Así solo se lava la conciencia para poder dormir bien por las noches.

Han sido los científicos los que nos han advertido de cómo nuestra forma de vida acelera la peligrosidad del comportamiento presente y futuro de bacterias y virus, como un horizonte de colapso de nuestra especie. Todos hemos oído reiteradamente a lo largo de estos años que el abuso y el mal uso de los antibióticos dificultará controlar enfermedades. También que la vida en macrociudades hiperconectadas es un campo abonado para los virus contra los que aún no se ha expuesto el ser humano, pero lo hará porque cada vez quedan menos zonas vírgenes, y contra las mutaciones de los que ya conocemos. Por otra parte, no hay suficiente inversión en la investigación médica y se ha permitido que la industria farmacéutica sea uno de los negocios más lucrativos. Y socialmente, cada vez son más los marginados dentro del primer mundo, sin una eficaz asistencia médica.

Hace tiempo lancé en este blog una serie de entradas que titulé Pensar el mundo a principios de siglo, en la que abordaba alguna de estas cuestiones. La globalización ha sido financiera y de producción industrial, pero no otras cosas necesarias. En realidad, los cambios mentales que ha implicado hasta ahora nos han derivado más hacia el consumismo global y una visión del mundo como tierra sin frontera para el negocio y el turismo. No hemos sabido abordar correctamente lo que implica también esta nueva fase de globalización: facilidad en la circulación de personas, incluso de aquellos a los que consideramos como inmigrantes ilegales; reacciones violentas desde los fanatismos integristas; comprensión del otro como alguien con los mismos derechos y obligaciones; cohesión de las sociedades con ideas de progreso, justicia y derecho a la diferencia; defensa eficaz y urgente del medio ambiente; normativas que sirvan para todo el planeta, etc.

Lamentablemente, hemos aceptado la globalización solo mientras contribuya a nuestro falso estado del bienestar, pero en todo lo demás hemos fortalecido sentimientos nacionalistas y proteccionistas y caído en la crispación. De ahí el fuerte rebrote de movimientos políticos que deberían asustarnos más de lo que lo hacen basados en populismos, segregacionismos, supremacismos, intereses de sectores económicos o de clase. Movimientos que encontramos en ambos lados de la antigua manera de entender la política. Nos hemos olvidado de que los males de la globalización, que es inevitable, no se pueden combatir desde las viejas fronteras nacionales ni los conceptos de clase defasados. Un virus ha venido a demostrarnos que no hemos pensado a tiempo todo esto, que hemos estado a otras cosas. Ojalá aprendamos. Todos, porque cada uno de nosotros tiene su propia responsabilidad en el asunto y no podemos dejar de pensar en ello antes de pedir desaforadamente cuentas a quienes nos gobiernan.

Sin embargo, en todos los lugares se pretende volver a la vida que teníamos antes de este virus.

Me conformo con esta luz del atardecer. De todos los lugares me llegan noticia de esta luz, de un horizonte más nítido. Ha bastado un mes de ralentización de nuestra vida para que se haya reducido tanto la contaminación que podamos apreciarla a simple vista por esa presencia de la luz.

martes, 14 de abril de 2020

¿Qué habrá sido de las flores cortadas? Con Claudio Rodríguez al fondo.


Acaba de amenazar lluvia. Cuatro gotas y después una espléndida luz vespertina, tan limpia, que subraya todos los matices de verde de la sierra.

Esta mañana he salido a comprar. Es mi primera salida, aparte de una vez para tirar la basura al contenedor de la esquina, desde hace doce días. Por el camino, me he fijado en los escaparates de los comercios llenos de anuncios de temporada. Ofertas de fin de rebajas, de viajes de fin de semana o de vacaciones de Semana Santa. En ellos se nos urge, debemos apresurarnos para no perder las últimas plazas. Junto a ellos, otros carteles improvisados en los que los comerciantes anuncian el cierre de los locales mientras esto dure. Mientras esto dure. En muchos se expresa la solidaridad: no cierran por egoísmo, sino por la seguridad de todos. La mayoría tomaron esa medida antes de que la decretara el gobierno. He visto también un par de locales preparados para abrir nuevos negocios estos días, que se han quedado en buenas intenciones, proyectos ilusionados para salir de los apuros de la crisis económica que arrastramos desde 2008 y que parecía que estábamos superando. El pequeño comercio, los bares de barrio, ¿cómo podrán remontar esto si no los amparamos entre todos? Cuántos podrán reabrir. He pasado junto a una de las mejores floristerías de Béjar, Nomeolvides y me he preguntado qué habrá sido del género que tenían el mismo día en el que echaron el cierre temporal. ¿Qué habrá sido de las flores cortadas?

Un día 14 de abril falleció mi padre, hace ya nueve años. También se conmemora la proclamación de la II República en España. Según los documentos de mi padre, nació un 18 de julio antes de que esa fecha se marcara con sangre en la historia. Fechas. A veces me tranquiliza que mis padres no hayan vivido esta epidemia vírica.

Hoy he releído a Claudio Rodríguez. Sin duda, es el poeta que más me llegó cuando era adolescente y leía poesía como si la descubriera. Es tan grande que él solo representa lo que debe ser la poesía. A él hice referencia en el poema veneciano de mi libro piel, en el que repasaba con ironía la poesía española desde mediados del siglo XX, como el único sobre el que Pere Gimferrer no pudo levantar acta de defunción.

lunes, 13 de abril de 2020

El bien común y el individuo en una epidemia, junto a la historia de una gata negra.


Una hermosa gata negra y su cría habitan en la casa vecina. Por las tardes, trepan al tejadillo de uralita del trastero del patio. Cuando me asomo a la ventana, me miran con los inquietantes ojos de los gatos. No se asustan de mi presencia. Cuando se cansan de contemplarme, cambian de posición o caminan por la tapia medianera con esa elegancia de los gatos que se resalta más en los gatos negros, saltan al jardín del piso de abajo y persiguen un pájaro, quizá un mirlo de los que nos visitan estos días. Aunque no lo atrapen, se relamen y se tumban en cualquier alto, señoriales y dignos.

Una de las cuestiones que tenemos que resolver ya estaba planteada antes de la pandemia vírica. Desde siempre, pero sobre todo desde los atentados provocados por el fanatismo islámico en las últimas décadas. También desde el lado comercial: nuestros teléfonos móviles ceden información constantemente, en principio solo para tratarnos como consumidores potenciales. Ahora se pone sobre la mesa de nuevo, como asunto urgente. Se trata de la cesión de derechos individuales por el bien común. ¿Debemos dejar que se registre nuestra localización y con quiénes hemos tenido contacto a la manera de lo que ha ocurrido en algunos países asiáticos que tanto admiramos porque han conseguido frenar con éxito la epidemia? No voluntariamente, sino de forma obligatoria. ¿Tiene el estado autoridad para confinarnos o para aislar a los grupos de riesgo o a los infectados o no permitir que salgan a la calle los mayores de sesenta años cuando las cifras de afectados sean menores? Es un falso debate porque en nuestra legislación se recoge que todo ha de cederse a ese bien común, especialmente en casos de alarma o de urgencia, no ahora, sino en toda nuestra historia, en períodos democráticos o no. En realidad, nada nos pertenece. Nunca, pero menos cuando la seguridad o la salud de todos está en juego. Es algo que aceptamos al decidir vivir en sociedad, una de las cláusulas más importantes de nuestro contrato social, que nunca solemos leer porque solo aceptamos de buen grado los derechos y no los deberes. Desde hace años somos naciones con derechos, pero nunca con obligaciones, esa es la creencia generalizada y la demanda continua, sin darnos cuenta de que lo que exigimos por principio lo cedemos en cada paso que damos con un aparato móvil conectado a la red que usamos con alegría. Exigimos a nuestros gobiernos y regalamos a las corporaciones financieras y las empresas de tecnología. En Asia este debate no existe con la profundidad que se da en occidente. Allí no se conceptúa al individuo como aquí. Desde la reforma protestante del siglo XVI en Europa ha ganado terreno el individualismo, que se ha convertido en un sentimiento feroz en los últimos tiempos y que solo entiende asociaciones de corporaciones o grupos sociales con intereses comunes, pero se aleja del pensamiento global, de la mirada de conjunto a la sociedad y al mundo en el que vivimos, que cada vez necesitamos más. ¿Dónde queda la sociedad colectiva? Los técnicos dicen que es posible manejar los datos de forma anónima, pero esto siempre conduce a facilitar, al menos, nuestro número de teléfono y estar dispuestos a que puedan llevarnos a un lugar en donde pasar la cuarentena necesaria según con quién nos hayamos cruzado en estos días, resolución que nos puede llegar al móvil por un simple mensaje de texto. ¿Estamos dispuestos a ceder nuestros datos para que pueda controlarse mejor esta epidemia vírica o preferimos no hacerlo a costa de unos miles de muertos? ¿Cuál es el precio que estamos dispuestos a pagar por mantener nuestra libertad individual? ¿Cuántos muertos vale nuestra defensa de la privacidad? Y si estos muertos tuvieran nombre y apellidos...

Hoy la gata no ha tenido suerte. El mirlo ha levantado el vuelo y se escapa con su dardo amarillo hacia otro patio.

domingo, 12 de abril de 2020

Un corzo por las calles de Valladolid y otras cosas que uno aprende en el confinamiento.


El día ha sido cambiante. Se levantó a la mañana despejado, luego se nubló y antes de anochecer nos ha regalado una luz limpia y nueva. Parece que quiere acompañar nuestro cambiante estado de ánimo. He estado a punto de escribir que a media mañana se anubló. A veces me detengo en palabras que no uso normalmente: anublar, nublo, como también invernizo. Estas palabras, como los buenos trozos de carne o dulce, llenan la boca: A mediodía  estuvo nublo, pero también las personas pueden nublarse. Yo me nublé hace dos o tres días. Ya llovió, ya pasó la nube.

Ayer aprendí una palabra: ludia, que debe usarse solo en tierras extremeñas. La creí un localismo y la encontré en el Diccionario de la Real Academia, que la recogía. La busqué en su etimilogía y me llevé una sorpresa, como tantas veces. Ludia, que me ha llegado desde Extremadura como levadura o fermento (es decir, lo que se utiliza para hacer subir el pan), viene del latín levitus (elevado) a través de levitum - leudo - leudar - ludiar - ludio/a. Si estuviera aquí mi buen amigo Antonio Gutiérrez Turrión disfrutaríamos con esto, seguro. A él le gusta remontarse a la etimología de las palabras para comprenderlas mejor en su totalidad desde su origen y descifrar los añadidos posteriores. Así que lo que yo creía un localismo extremeño es una palabra que allí quedó del latín y que no he encontrado en otros lugares. Qué cerca tengo Extemadura desde aquí, pero qué imposible pisarla por ahora. Me ha llegado hasta el confinamiento una palabra suya y con eso ya está resuelto el día en positivo. Bueno, también me han hablado hoy del cojondongo extremeño, que desconocía y pienso consumir en cuanto apriete un poco el calor, tanto si nos han dado suelta como si no.

Acabo de ver un vídeo de un corzo corriendo por las calles de Valladolid hoy mismo. Se vio primero en Parquesol, pero la imagen que me ha sorprendido es descubrirlo cerca de la estación de autobuses, en pleno centro, al lado del Campo Grande. Corrió luego el Paseo de Zorrilla hasta Covaresa. Cuántas veces he pisado esos mismos lugares. El corzo extraviado, sorprendido, asustado. Notaba la presencia del ser humano, pero no nos veía. Ojalá haya encontrado la salida del asfalto. Que vuelva cuando la hierba haya cubierto las calles y la hiedra salvaje tape las fachadas de los edificios.

sábado, 11 de abril de 2020

Una lluvia pura, lenta y tierra


Antes de la lluvia, la jornada había sido lenta y tranquila. Ahora, que llueve, hay un sabor a limpio y tierra. De esta forma, la lluvia ha hecho que por primera vez en días no me sienta la cabeza cargada. Desde hace más de una semana que no he salido de casa salvo una vez, a bajar la basura al contenedor de El balconcillo de la médica, que está justo al lado del portal. Buen nombre para un callejón a modo de calleja antigua que desciende en vértigo, salvando la distancia y la altura que existe hacia la calle Colón. A veces es difícil engañar a la mente y esta sueña libertad y aire y es difícil explicarle que debe perseverar y quedarse en casa.

Esta mañana, al abrir el balcón, la calle Mayor olía a jabón y lejía. El ejército había pasado un poco antes desinfectando la calle. Recuerdo cuando los empleados municipales regaban las calles con mangueras. La luz pasaba por el arco de agua y se hacía arcoíris y yo era un niño que sonreía.

Cada vez hay más debates sobre la conveniencia o no de recuperar la actividad pronto y de cómo hacerlo. Hay una pugna entre los científicos expertos en sanidad y los economistas. Será difícil la decisión, no me gustaría tomarla a mí. Ninguna de las opciones es buena. Supongo que poco a poco la balanza se inclinará hacia la recuperación de la actividad económica por mucho que los científicos adviertan de las consecuencias. Yo soy profesor de universidad, mi trabajo es estable, pero en la familia soy excepción y comprendo lo que puede suponer en aquellos cuyo trabajo por cuenta ajena o su empresa sea frágil, pero ¿cuántas vidas puede compensar recuperar la normalidad antes de tiempo? Qué difícil es hacer estas cuentas y calcular el balance.

No envidio a los que tienen tan claras las ideas sobre cómo salir de esta pandemia y lo que debería hacerse. Estoy seguro de que duermen mal cada día, pensando en que deberían ser ellos los gobernantes. O no, quizá duerman tranquilos, desahogados y alegres por no tomar las decisiones para criticarlas después.

Observo algunos conocidos que en las redes sociales guardan ahora lo que se llama perfil bajo, cuando antes eran personas muy activas. Sé que no lo hacen por contribuir a que no haya ruido, sino porque quieren que escampe pronto para volver a ser quienes eran sin haberse desgastado amparando el sufrimiento ajeno. Como si miraran el chaparrón resguardados en un portal, con las manos en los bolsillos, dispuesto a salir en cuanto deje de llover. Antes solo buscaban su interés personal y eso es lo que protegen ahora también. Quizá se encuentren, cuando salgamos de esto, que la lluvia ha dejado su rostro verdadero al descubierto.

Mientras tanto, corrijo tareas sobre Góngora y sus versos me llevan a la espuma del mar en las playas de Sicilia y la dulzura del ruiseñor:

Dulce se queja, dulce le responde
un ruiseñor a otro, y dulcemente
al sueño da sus ojos la armonía

¿Nos buscarán los ruiseñores en las terrazas vacías de nuestras ciudades?

Que llueve, creo haber dicho, pero una lluvia tan pura y lenta y tierra, que el frescor con el que atardece me ha despejado la cabeza.

viernes, 10 de abril de 2020

La memoria


Si me asomo por la calle Mayor de Sánchez Ocaña, veo la curva que traza la calle de Solano en una ligera cuesta arriba. A mi izquierda, la calle Mayor ya es de Pardiñas y se va estrechando hasta la esquina de la Farmacia de la Bola, que no veo desde aquí. Mi padre, cuando estuvo confinado en casa por su enfermedad, terminó perdiendo la memoria de lo que había más allá de lo que veía desde las ventanas. Por mucho que se esforzara, no lograba recordar nada. Su barrio se había convertido en una tierra desconocida. No manifestaba dolor al contármelo, su lucha diaria era poder bajar de nuevo a la calle y sentarse en un banco que veía desde la ventana del salón. No lo consiguió. Recordándolo, me esfuerzo por no olvidar qué hay más allá de lo que veo (a mi izquierda, me digo, el teatro Cervantes, San Gil, la plaza de la Piedad camino de la plaza Mayor de Maldonado; a mi derecha, por la calle de Solano, la calle Miguel de Unamuno y la Puerta de Ávila, hasta llegar a la Corredera). De pronto, comprendo que me he olvidado de cómo era tal casa o de algunos locales comerciales. Como si me comenzaran a agujerear el mapa de las cosas.

Al asomarme al balcón, pasaba Luis Felipe Comendador, que venía de ayudar a sus padres, que viven cerca de aquí. Nos hemos cruzado unas pocas frases, para sabernos bien, pero ambos sabemos que no estamos bien ninguno de los dos. Es hermoso mentirse así entre los amigos, con la confianza de la complicidad en la mentira.

Esta mañana he visto el suelo mojado de la calle, ha debido llover algo, no mucho, ¿o fue ayer?

Uno de estos días hablé por teléfono con José Luis Alonso de Santos, de todo un poco. Hace un tiempo él estuvo recluido por una operación durante unas semanas. De aquella experiencia salió Mil amaneceres, su última obra de teatro, un monólogo sobre la amistad, la relación del escritor con el poder, la supervivencia y la piedad. Es decir, sobre el aprendizaje de una vida en la que los triunfos son pocos y el sufrimiento mucho y el balance final es cómo se cuenta este.

Hoy es Viernes Santo. Mis padres tenían la costumbre de ir al sermón de las Siete Palabras de Valladolid. En realidad no iban a escuchar el sermón, sino a ver el ambiente y a tomarse algo en los bares cercanos a la plaza Mayor. Salían poco fuera del barrio, pero no faltaron casi nunca en un día como hoy. Cuando falleció mi padre acompañé a mi madre un año, pero le dolió tanto el recuerdo de esa mañana de todos los años, que no volvimos. Cuánto echo de menos estrechar con fuerza el cuerpo menudo de mi madre, como hacía en sus últimos años. Qué menudas se nos quedan las madres cuando se nos hacen mayores, qué abarcables con los brazos. Yo la estrechaba, juguetón, y ella me decía, protestando, que iba a dejarle sin coloretes las mejillas.

jueves, 9 de abril de 2020

Luna pascual


Esta noche pasada hubo luna llena, la más grande y luminosa del año. A esta luna primaveral, los norteamericanos, a imitación de las tribus indígenas, la llaman luna rosa porque en esta época florece una planta con ese color. Según parece, por aquí la tendríamos que llamarla luna pascual porque coincide con la pascua judía. Ambos nombres me eran desconocidos antes. El nombre de rosa o fresa se extendió porque se incluyó así en el Almanaque del viejo granjero, que comenzó a publicarse en 1792 y continúa vendiéndose hoy, algo similar a nuestro Calendario Zaragozano, aunque este sea más reciente puesto que nació en 1840. Soy comprador habitual del Zaragozano. Aunque hallo en otros lugares todos estos datos de salida o puesta del sol, tipo de luna, fiestas locales de toda España, unidades de medida, etc., me agrada comprobar las predicciones meteorológicas escritas con un año vista: de tal a tal fecha podrán levantarse tormentas; habrá niebla en noviembre en algunas zonas de España; en la primera quincena de agosto, días calurosos, pero refrescarán las noches... Lo compro con asiduidad, junto a un calendario de cocina, una agenda en papel y el taco del Sagrado Corazón de Jesús. Esto (lo del Zaragozano y lo del taco) sorprenderá a muchos que me conocen, pero no puedo evitarlo. Hasta que no me hago con un ejemplar de ambos no estoy preparado para comenzar el año. En el Zaragozano me agrada esa maquetación que sabe a cosa antigua; en el taco el acto diario de arrancar la hojilla correspondiente y leer la trasera, disfrutar la frase del día y sorprenderme por los nombres raros de los santos primitivos. Es una tontería, pero qué sensación de alegría cuando llego a casa y coloco cada uno en su lugar.

La luna estaba allí, en el cielo, grande y sosegada, muy por encima del perfil de la sierra. Estos días, con menos contaminación por el confinamiento, he podido apreciarla recorrer el cielo. No es de extrañar que en tiempos anteriores la luna haya sido tan atractiva para todos, fuente de leyendas, pero también luz para andar los caminos en las noches más tristes.

Comienzan a hablar de que la vuelta a la normalidad será gradual, para evitar rebrotes violentos de la epidemia. Se estudia, para ello, las consecuencias de la gripe de 1918 -que duró un par de años y terminó con unos treinta millones de habitantes en el planeta-, la pandemia violenta más cercana que ha sufrido la humanidad y lo que supuso en algunas ciudades levantar las restricciones precipitadamente. Sin duda, somos más sabios y tenemos los datos de lo que ha ocurrido anteriormente, pero aún nos quedan meses de sobresaltos.

¿Cómo nos estudiarán dentro de cien años? ¿Qué pensarán de las huellas que estamos dejando en las redes sociales? ¿Les servirán para algo?

miércoles, 8 de abril de 2020

¿Cómo serán los anocheceres?


No hay dos anocheceres iguales. El día va ganando minutos a pequeños bocados a la noche. Ahora tenemos más tiempo para verlo. Es el gran espectáculo de cada día.

De lo que no se comprende es muy difícil salir.

El pintor Muñoz Degrain pintó una escena del Quijote que el experto cervantino Rodríguez Marín no encontraba en las páginas de la novela. Se trataba de don Quijote arreglando el yelmo de Mambrino en una herrería. Ante una pregunta del estudioso, el artista le contestó que "en el Quijote no está todo el Quijote". Y tenía razón. En una obra de arte, sea cual sea, falta la recepción que de ella se tiene. Lo tengo en cuenta ahora que releo la obra de Cervantes aprovechando el retiro obligado por las circunstancias. El gran problema del arte es cuando en una obra ya está todo lo que nos puede decir antes de publicarse.

Cuando nos dejen salir, ¿cómo serán los anocheres?