lunes, 13 de abril de 2020

El bien común y el individuo en una epidemia, junto a la historia de una gata negra.


Una hermosa gata negra y su cría habitan en la casa vecina. Por las tardes, trepan al tejadillo de uralita del trastero del patio. Cuando me asomo a la ventana, me miran con los inquietantes ojos de los gatos. No se asustan de mi presencia. Cuando se cansan de contemplarme, cambian de posición o caminan por la tapia medianera con esa elegancia de los gatos que se resalta más en los gatos negros, saltan al jardín del piso de abajo y persiguen un pájaro, quizá un mirlo de los que nos visitan estos días. Aunque no lo atrapen, se relamen y se tumban en cualquier alto, señoriales y dignos.

Una de las cuestiones que tenemos que resolver ya estaba planteada antes de la pandemia vírica. Desde siempre, pero sobre todo desde los atentados provocados por el fanatismo islámico en las últimas décadas. También desde el lado comercial: nuestros teléfonos móviles ceden información constantemente, en principio solo para tratarnos como consumidores potenciales. Ahora se pone sobre la mesa de nuevo, como asunto urgente. Se trata de la cesión de derechos individuales por el bien común. ¿Debemos dejar que se registre nuestra localización y con quiénes hemos tenido contacto a la manera de lo que ha ocurrido en algunos países asiáticos que tanto admiramos porque han conseguido frenar con éxito la epidemia? No voluntariamente, sino de forma obligatoria. ¿Tiene el estado autoridad para confinarnos o para aislar a los grupos de riesgo o a los infectados o no permitir que salgan a la calle los mayores de sesenta años cuando las cifras de afectados sean menores? Es un falso debate porque en nuestra legislación se recoge que todo ha de cederse a ese bien común, especialmente en casos de alarma o de urgencia, no ahora, sino en toda nuestra historia, en períodos democráticos o no. En realidad, nada nos pertenece. Nunca, pero menos cuando la seguridad o la salud de todos está en juego. Es algo que aceptamos al decidir vivir en sociedad, una de las cláusulas más importantes de nuestro contrato social, que nunca solemos leer porque solo aceptamos de buen grado los derechos y no los deberes. Desde hace años somos naciones con derechos, pero nunca con obligaciones, esa es la creencia generalizada y la demanda continua, sin darnos cuenta de que lo que exigimos por principio lo cedemos en cada paso que damos con un aparato móvil conectado a la red que usamos con alegría. Exigimos a nuestros gobiernos y regalamos a las corporaciones financieras y las empresas de tecnología. En Asia este debate no existe con la profundidad que se da en occidente. Allí no se conceptúa al individuo como aquí. Desde la reforma protestante del siglo XVI en Europa ha ganado terreno el individualismo, que se ha convertido en un sentimiento feroz en los últimos tiempos y que solo entiende asociaciones de corporaciones o grupos sociales con intereses comunes, pero se aleja del pensamiento global, de la mirada de conjunto a la sociedad y al mundo en el que vivimos, que cada vez necesitamos más. ¿Dónde queda la sociedad colectiva? Los técnicos dicen que es posible manejar los datos de forma anónima, pero esto siempre conduce a facilitar, al menos, nuestro número de teléfono y estar dispuestos a que puedan llevarnos a un lugar en donde pasar la cuarentena necesaria según con quién nos hayamos cruzado en estos días, resolución que nos puede llegar al móvil por un simple mensaje de texto. ¿Estamos dispuestos a ceder nuestros datos para que pueda controlarse mejor esta epidemia vírica o preferimos no hacerlo a costa de unos miles de muertos? ¿Cuál es el precio que estamos dispuestos a pagar por mantener nuestra libertad individual? ¿Cuántos muertos vale nuestra defensa de la privacidad? Y si estos muertos tuvieran nombre y apellidos...

Hoy la gata no ha tenido suerte. El mirlo ha levantado el vuelo y se escapa con su dardo amarillo hacia otro patio.

11 comentarios:

Emilio Manuel dijo...

Francis Fukuyama un pope del pensamiento liberal decía: "El colapso del comunismo, y el fin de la guerra fría serian el último obstáculo para la implantación en el mundo del paraíso neoliberal, con democracia política limitada y economías de libre mercado". Si estamos en este punto, que lo estamos, exigir derechos y libertades es tener que cambiar el sistema político, económico y social, estamos controlados desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Otra cosa es la que nos creamos.

impersonem dijo...

Me gustan los gatos, aunque yo en mis argumentos los utilizo mucho como contrapunto a las liebres... aunque me lo estoy repensando, porque creo que no estoy siendo justo con los gatos...

Yo pienso que, sin perjuicio de que nos controlan noche y día desde lo oculto, desde las sombras, y nos programan desde que nacemos, hoy por hoy, con la legislación en la mano, no pueden hacer lo que ahora mismo ha sido lanzado, cual globo sonda, al debate público para medir opiniones y reacciones... para hacerlo tendrían que empezar por modificar o reformar la Constitución; el art. 18 de la misma es una barrera que no se pueden saltar (repito, se la saltan, pero a escondidas y con trucos para adquirir consentimientos), legalmente no pueden sacar una ley ad hoc que vaya contra dicho artículo fundamental; es una cuestión de jerarquía normativa, sería inconstitucional, aunque la "tercera Cámara" no es la primera vez que convalida normas que chirrían contitucinalmente y van contra la lógica intelectiva humana y contra el sentido propio de los términos que expresan los derechos reflejados en la C.E.

En cualquier caso, NO DEBEMOS PERMITIRLO; el estado de alarma limita derechos fundamentales (actualmente el art. 19 de la C.E.), pero no los anula o abole...

Y para terminar, yo me pregunto si viendo a dónde se quiere llegar en la limitación de nuestras libertades (lo del bien común o general habría que analizarlo, yo no creo en el bienestar general del malestar individual; tampoco creo en la libertad general del control individual) y las consecuencia que esto va a tener el el mundo económico y laboral... ¿es posible que la gente no se haga preguntas sobre el origen y tránsito del virus que vayan más allá del murciélago y/o del pangolín? No sé, en todo este asunto yo veo un montón de cabos sueltos y de nudos gordianos... pero no ando muy bien de la vista y a lo mejor imagino más que veo...

Estoy de acuerdo contigo en que nosotros cedemos nuestra libertad al Estado a cambio de un ordenamiento jurídico (derecho positivo) que nos dé seguridad colectiva. Aceptamos las normas y tal y tal... y ahí está el contrato social... ahí andamos entre la razón pura y la razón práctica y un montón de contradicciones más (filósofos de la sospecha mediantes)... pero ese contrato social tiene que tener unos límites que impidan los abusos... ya de por sí, a mi parecer, la "gestión" del contrato social está invertida en cuanto a jerarquía, como para que, aprovechado que un virus pasa por nuestras vidas arrasándolas, también arrase los pocos derechos aparentes que nos quedan... No, ni en nombre del bien general ni en nombre de nadie...

No podemos llamar imperio de la Ley a lo que sólo es la Ley del imperio...

Perdón por la extensión...

Abrazo

Myriam dijo...

Aquí estoy contigo en esta fecha de aniversario
tan importante para ti en la que te abrazo fuerte.

Ahora que tengo un rato de calma (y desde la computadora y no el móvil) vengo a comentar tus entradas que he ido leyendo entre nieta y nieta.

Estoy contigo en que debemos ceder libertad/privacidad en pro del bienestar común; cuando se trata de salvar vidas, eso es lo que importa. Cualquier otra cosa pasa a segundo plano.

UN abrazo muy, muy fuerte con todo mi cariño.

Myriam dijo...

En esta entrada y en la del Corzo te había puesto comentarios que no salieron. No importa. No tengo ahora tiempo de repetirlos. Pero si te vuelvo a dejar un abrazo muy, muy fuerte especialmente en este día con todo mi cariño. Bendita sea su memoria.

XuanRata dijo...

Tal cual, Pedro, parece que nos fiamos más de Facebook o de Amazon que del Ministerio de Sanidad. Nadie se lee la letra pequeña de los contratos, ni la grande tampoco. Y la del contrato social, menos. Ay, si Rousseau levantara la cabeza...

Berta Martín Delaparte dijo...

Parágrafo 3. del artículo 18 de la Costitución Española:
Se garantiza el secreto de las comunicaciones y, en especial, de las postales, telegráficas y telefónicas, salvo resolución judicial.

" SALVO RESOLUCIÓN JUDICIAL"

Google y Apple anunciaron el pasado 10 de Abril, que desarrollan conjuntamente un sistema para rastrear el Covid-19 desde los teléfonos.

De esto no se libra nadie.

andandos dijo...

No he pensado seriamente, todavía, a cuánta libertad debo de renunciar para estar más seguro. Pero lo tengo que pensar, aunque sea para convencerme a mí mismo de que lo hago. Me gustaría saber, lo sabré cuando acabe esto, qué piensan mis hijos también, que son de otra generación y tienen puntos de vista a veces más originales sobre muchas cosas.
Yo, como muchas personas mayores, escondiéndome del virus.

En fin, un abrazo.

Luis Antonio dijo...

Sin obligaciones no hay derecho que valga.

Abejita de la Vega dijo...

Nos tienen vigilados hace tanto tiempo...Así que ahora si es para evitar contagios...hasta la cocina. Sírvanse.

Somos mirlos ya cazados por gatos invisibles.

LA ZARZAMORA dijo...

Ya lo están haciendo y desde hace tiempo, y no por estos motivos...

Besos, Pedro.

Ele Bergón dijo...

¡Ay! los teléfonos móviles. Nos pusieron el juguete en las manos y ahora desconocemos hasta dónde quieren llegar.

Un abrazo