viernes, 10 de abril de 2020

La memoria


Si me asomo por la calle Mayor de Sánchez Ocaña, veo la curva que traza la calle de Solano en una ligera cuesta arriba. A mi izquierda, la calle Mayor ya es de Pardiñas y se va estrechando hasta la esquina de la Farmacia de la Bola, que no veo desde aquí. Mi padre, cuando estuvo confinado en casa por su enfermedad, terminó perdiendo la memoria de lo que había más allá de lo que veía desde las ventanas. Por mucho que se esforzara, no lograba recordar nada. Su barrio se había convertido en una tierra desconocida. No manifestaba dolor al contármelo, su lucha diaria era poder bajar de nuevo a la calle y sentarse en un banco que veía desde la ventana del salón. No lo consiguió. Recordándolo, me esfuerzo por no olvidar qué hay más allá de lo que veo (a mi izquierda, me digo, el teatro Cervantes, San Gil, la plaza de la Piedad camino de la plaza Mayor de Maldonado; a mi derecha, por la calle de Solano, la calle Miguel de Unamuno y la Puerta de Ávila, hasta llegar a la Corredera). De pronto, comprendo que me he olvidado de cómo era tal casa o de algunos locales comerciales. Como si me comenzaran a agujerear el mapa de las cosas.

Al asomarme al balcón, pasaba Luis Felipe Comendador, que venía de ayudar a sus padres, que viven cerca de aquí. Nos hemos cruzado unas pocas frases, para sabernos bien, pero ambos sabemos que no estamos bien ninguno de los dos. Es hermoso mentirse así entre los amigos, con la confianza de la complicidad en la mentira.

Esta mañana he visto el suelo mojado de la calle, ha debido llover algo, no mucho, ¿o fue ayer?

Uno de estos días hablé por teléfono con José Luis Alonso de Santos, de todo un poco. Hace un tiempo él estuvo recluido por una operación durante unas semanas. De aquella experiencia salió Mil amaneceres, su última obra de teatro, un monólogo sobre la amistad, la relación del escritor con el poder, la supervivencia y la piedad. Es decir, sobre el aprendizaje de una vida en la que los triunfos son pocos y el sufrimiento mucho y el balance final es cómo se cuenta este.

Hoy es Viernes Santo. Mis padres tenían la costumbre de ir al sermón de las Siete Palabras de Valladolid. En realidad no iban a escuchar el sermón, sino a ver el ambiente y a tomarse algo en los bares cercanos a la plaza Mayor. Salían poco fuera del barrio, pero no faltaron casi nunca en un día como hoy. Cuando falleció mi padre acompañé a mi madre un año, pero le dolió tanto el recuerdo de esa mañana de todos los años, que no volvimos. Cuánto echo de menos estrechar con fuerza el cuerpo menudo de mi madre, como hacía en sus últimos años. Qué menudas se nos quedan las madres cuando se nos hacen mayores, qué abarcables con los brazos. Yo la estrechaba, juguetón, y ella me decía, protestando, que iba a dejarle sin coloretes las mejillas.

7 comentarios:

Sor Austringiliana dijo...

No estamos bien pero el malandrín no nos ha de vencer.
Feliz Sábado Santo, Pedro.

XuanRata dijo...

Qué familiar me resulta la luz de esta escena, esa claridad difusa de los días nublados, el aire con la cara recién lavada por la lluvia, el espejo del adoquinado, esa paleta completa de tonos intermedios, donde cada detalle cuenta. Podría pasarme una hora entera en esta foto, en este tramo de calle. Mi memoria no la agotaría.

El Deme dijo...

Cuando salgas, volverás a recordar; no te preocupes.

Edurne dijo...

¡Cómo me identifican esas reflexiones, esos afectos, esos miedos, Pedro!
También recuerdo esa obsesión por recordar qué había más allá del paisaje clínico que veía día tras día mi padre...
Y lo abarcable y estrujable que me resulta mi madre ahora... la fragilidad del miedo, del y ahora qué...

Pasará, todo esto pasará y saldremos como crisálidas al nuevo mundo que nos espera.
Pero da un miedo...
Que llueva un poco más, que limpie, que se lleve estos barros...

¡Un abrazo confinado!

Alimontero dijo...

Bendita lluvia Pedro!! no solo limpia el cielo de todos, sino que nuestras mentes y corazón.

Ay nuestros padres!! que bendición me dieron al darme la vida!
Y si, nos vamos reduciendo y abrazarlos estremece el Alma...hoy los miro y los vuelvo abrazar con inmensa gratitud. Me sonríen de un lugar que imagino, lejos de este momento, gracias a Dios!

Te abrazo por todo lo que entregas, otra bendición!
Besos,
Ali

Ele Bergón dijo...

Los recuerdos se van agolpando en nuestras mentes, mientras miramos por la ventana y así parece que los volvemos a vivir. ¡ Qué grato tener memoria!
Besos

Myriam dijo...

Tanto tu madre como tu padre, viven en tu recuerdo y en su descendencia. Bendita sea su memoria.

Otro abrazo fuerte, en especial hoy.