
En las primeras décadas del siglo XX, los artistas de vanguardia quisieron reflejar la presencia de un tipo de mujer muy diferente al tradicional. Correspondía este interés artístico con la construcción del feminismo moderno, tan necesario. La pintura, la escultura, la ilustración, la literatura, mostraba ese nuevo tipo de mujer liberada de las normativas sociales sobre lo que se podía o no hacer, cómo podía o no vestirse o si se tenía acceso a la educación superior o no (hasta 1910, las españolas no pudieron acceder a a los estudios universitarios sin pedir previo permiso; el 1 de octubre de 1931 las mujeres consiguieron el derecho a voto). Es singular la atención prestada por el arte y la publicidad a la mujer deportista, que significaba la ruptura de una de las trabas más importantes para la presencia de la mujer en la vida pública. Maruja Mallo pintó a la poeta Concha Méndez en su cuadro Ciclista (1927) y Concha Méndez escribió un prodigioso poema que parece hecho hoy mismo, Nadadora, recogido en su libro Surtidor (1828), que Sheila Blanco ha musicalizado oportunamente y traído a la actualidad.
Mis brazos:
los remos.
La quilla:
mi cuerpo.
Timón:
mi pensamiento.
(Si fuera sirena,
mis cantos
serían mis versos.)
En este poema se igualan lo corporal, la actitud vital y la escritura y vale tanto como una poética.
Rafael Alberti compuso un soneto a una patinadora sobre el que María Teresa León escribió uno de los cuentos más importantes de la literatura española, Rosa Fría, patinadora de la Luna. Hay muchas más, pero sin Maruja Mallo, Concha Méndez y María Teresa León, ¿cómo contar la cultura española de las décadas iniciales del siglo XX? Hemos tenido que esperar hasta ahora mismo para que la editorial Cátedra publique El solitario, uno de los proyectos literarios más importantes de Concha Méndez y de la literatura española de los años treinta y cuarenta. Cuenta con un prólogo de María Zambrano, otra de las imprescindibles. La edición se debe a Berta Muñoz Cáliz y Diego Santos Sánchez. ¿Servirá todo esto para que incorporemos definitivamente a nuestras lecturas, nuestra imagen cultural colectiva y nuestros programas de enseñanza la obra de estas mujeres en igualdad con la labor de sus coetáneos varones?
En las escaleras de entrada al Museo dedicado a Mateo Hernández en su ciudad natal, Béjar, se encuentra esta Bañista que he fotografíado el pasado sábado, reproducción en bronce del original realizado en 1925, a tamaño natural, en granito coral de Finlandia, hoy en en el Museo Reina Sofía de Madrid. Mateo Hernández, que procedía de familia de canteros, recuperó la talla directa sobre materiales duros y su técnica asombró en el París que bullía de innovación y modernidad, a pesar de que en España nunca ha tenido el reconocimiento que de verdad merece. La mujer retratada es Fernande Carton Millet, su compañera. En esta obra está la modernidad plena: el escultor atacando directamente la piedra y la mujer libre. No deberíamos olvidar estas lecciones.