Se me junta el vacío en el estómago con la desazón que me produce la pésima política cultural de este país. En ella se abisman todos los partidos políticos y coinciden en los males, salvo muy raras excepciones personales (quiero decir individuales: con nombres y apellidos, independientemente de su adscripción ideológica). Y así van los gobiernos nacionales, regionales y locales.
Hoy me sigue produciendo sorpresa la utilización del conflicto creado en la tan maltratada Biblioteca Nacional -que aun colea, ya de forma indigna, en la prensa-, en la que, me temo, ninguna de las partes ha dicho nada oportuno ni en el fondo ni en la forma. De la Biblioteca soy usuario desde mediados de la década de los ochenta y a ella acudo con asiduidad aunque ya no sea tan necesario como antes: cada vez somos menos. A pesar de las obras interminables y los cambios, a veces inexplicables, que se producen por meros caprichos de los sucesivos directores -alguno de los cuales aun se pregunta cómo llegó allí-, tiene algo de espacio ritual en el que no rigen las normas del acelerado mundo exterior. Pero también me produce pesar la utilización del término cultura para promover diferentes eventos que la proclaman incluso en el nombre y en el logotipo y en cuya organización poco se tiene en cuenta; o que lo muchos euros que se invierten en ella no sean más que propaganda de espectáculos vanos que sólo sirven para la mera diversión, cuando no trampantojos que tapan las miserias internas de una época que cada vez más tiene los pies de barro. Cultura de rentabilidad turística y publicitaria, de diversión y algarada subvencionada. Y de muchas fotos para los políticos.
Por eso me refugio unos minutos en la ordenación de las fotografías y notas de mi viaje al Delta. Encuentro el paisaje desolado de ésta en el que un árbol solitario me recuerda el árbol del ahorcado de las películas del oeste que tanto consumí en mi infancia en los programas de sesión continua del Cine La Rubia. En la loma, a la entrada del pueblo, como advertencia al osado forastero. Casi oí el cimbreante movimiento de la soga cuando decidí seguir el curso del Ebro. Me calé el sombrero y busqué el horizonte en el que se ponía un sol rojizo y extraño. Hacia el fundido en negro.
9 comentarios:
Gracias por tu detalle, amigo.
Leo tu blog con interés.
Un abrazo.
Absolutamente cierto: los políticos utilizan la cultura (y la educación) como vehículo para la propaganda, amparados en el prestigio que tiene en gran parte de la población.
Guardo muy buen recuerdo del curso de la generación del 98 (del año 1998)en el que aprendí mucho y me divertí aún más.
Un abrazo.
Gracias por tu comentario, Pablo. Yo también guardo excelentes recuerdos de aquel curso, y de todos vosotros.
Yo también quería ser una heroína de esas a caballo jajajja... uff que mal suena cuando lo lees :))
Hay que ver las palabras como juegan con nosotros a veces.
Besos^^
DIANNA: Sé lo que dices. Pero... no me atrevo a comentarlo. Besos.
1-¡Como te entiendo! Medio año es todo lo que pude sobrevivir (por los motivos que tu señalas en esta nota) en el Ministerio de Cultura de Buenos Aires ( en este caso: Dirección Nacional de Museos) cuando me reubiqué en esta ciudad a mi retorno de Estocolmo (en la década de los noventa)
2- Me gustaría aprender como se bucea en Bibliotecas digitales. Gracias a ti, estoy aprendiendo a hacerlo en la de Cervantes.
3- ¡"Muerte en Venecia" que GRAN película! ¡Inovidable!
4- "del árbol..." no me cuelgo, sigo prefieriendo la silla... que
gran progreso...
Saludos y sigo adelante.
PD- Es que es mi segunda vuelta en dónde profundizo y pongo los comentarios. Ya me lei todo el viaje de un tirón. Veo que te comenté por error la entrada siguiente también aquí....
PD. Miro la foto y recuerdo un fragmento de un poeta argentino del cual no recuerdo su nombre y espeor me perdone:
" El ombú:
Solemne planta aislada
que en la pampa se levanta
como faro de aquel mar"
MYR: hay vueltas y revueltas que nos llevan a los mismos sitios en los que estuvimos. Mereció la pena al dejar los versos.
Publicar un comentario