lunes, 3 de septiembre de 2007

En la playa. (Hacia el Delta del río Ebro).

"Él iba andando hacia el mar y el resto del mundo corría hacia el interior", cuenta el hermano cuya voz narra la aventura del protagonista de La pistola de mi hermano, la novela de Ray Loriga (Jorge Loriga Torrenova, Madrid, 1967) que se había publicado previamente con el título de Caídos del cielo (1995). Digo mal: no estoy seguro de que el protagonista, en la novela, sea el perseguido. El narrador vive su propia experiencia de madurez en la figura ambigua de su hermano. En esa imagen del joven caminando hacia el mar, aceptando el final de su camino, mientras todos los demás huyen, se cristaliza casi todo el relato y la actitud del narrador.

Ray Loriga cambió el título al realizar la película que dirigió sobre su propia obra en 1997. No podía llamarla Caídos del cielo para evitar confusiones con la excelente de Lombardi y el nuevo título modificó también el del relato. La película, que tan pocos conocen, tiene muchas carencias pero se deja ver, sobre todo por lo inusual de su planteamiento dentro del cine español. A ella le ha seguido su extraña y más publicitada aventura con Santa Teresa. En la primera condensa excelentemente, al igual que en el relato en el que se basa, imágenes ya vistas y leídas en cuentos, en otras películas, sentidas con determinadas músicas. Y nos regala un paréntesis narrativo en formato de fábula entre una joven hermosa y un carnicero protagonizado en la cinta por Christina Rosenvinge y un casi desconocido entonces para el público español Viggo Mortensen. Se trata de una personal visión de los cuentos infantiles, una visión poética que nos sumerge en el mundo de la bella y la bestia que es una pequeña obra maestra. Un perfecto ejemplo de postmodernismo, correctamente enfocado en la voz del chico que se queda, del que no se arriesga, del que no sufre las consecuencias trágicas de un destino que le impulsa a ir a morir junto al mar, en la playa.

Con Ray Loriga me sucede que a veces lo considero un gran escritor que ha conseguido encontrar su hueco narrativo en el panorama español y otras no más allá de un inteligente importador de modos y maneras anglosajones. En todo caso, tiene un tono reconocible, un sello personal que le lleva a tomar riesgos que, normalmente, no corren los escritores españoles, tan cautos y obedientes a los dictados de sus editores. Y su tratamiento de la personalidad destruida o incluso inexistente ha conseguido alcanzar una certeza a la que pocos novelistas hispanos han llegado en las últimas décadas.

¿Veía yo a ese joven cuando miraba el mar en Alcanar? No podía pensar, por el lugar y las cirunstancias, en otras imágenes, pero sí en que este mar era el final de mi trayecto. Desde aquí, en el horizonte, se pueden ver las últimas conquistas del Delta al agua salada. Y allí terminaría mi viaje, y el del río.

4 comentarios:

Silvia_D dijo...

Que buena entrada y que buenos enlaces , he recordado la película "muerte en Venecia" que la tenía perdida en la memoria... cosas de la edad...
Besos^^

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Besos, DIANNA, y gracias por este recorrido que has hecho junto al Delta conmigo, aunque en diferentes tiempos.

Myriam dijo...

" Muerte en Venecia" ¡qué GRAN película! ¡Inolvidable!

El Mar, para mí ha sido y es, el lugar en el que he encontrado un final de trayecto y el comienzo de otro y dónde he podido también, curar mis heridas.

El Mar, si lo sabemos escuchar, nos puede enseñar a encontrarnos con nosotros mismos.

El Mar, será también para mi...ya los sabes, mi última morada.

Un abrazo

Pedro Ojeda Escudero dijo...

MYR: un buen lugar en el que dejarse ir, sin duda. Un abrazo.