Ángel Díaz, condenado a muerte por asesinato, ha sido ejectuado ayer en Florida. Por un error de los médicos encargados de administrarle la dosis letal a través de una inyección, el veneno ha tardado 34 minutos en hacer efecto. Los testigos cuentan que sus manos, atadas a la camilla, se retorcían manifestando el dolor porque, según parece, el calmante que debía neutralizarlo, no llegó a las venas a tiempo.
Treinta y cuatro minutos para morir.
4 comentarios:
Ese misma día estaba yo charlando con un grupo de escritores al que
pertenezco sobre un relato del grandioso Kafka: "En la colonia
penitenciaria". Kafka nos presenta una máquina que ejerce justicia sobre un condenado quien no sabe que le va a condenar, por qué le condenan y que no ha tenido defensa previa. Sufre durante doce largas horas el castigo: inscribir sobre su piel el dogma que debería haber cumplido.
Es un relato demasiado horrendo, no sé si porque lo que te hace sentir es demasiado hondo o porque lo que dice contiene demasidas verdades.
Enohorabuena por tu blog Pedro y gracias por compartir esta sabiduria y tus pensamientos.
Piluca.
Y recomiendo a Kafka fervientemente.
Gracias, Piluca. Me alegra saber de ti. ¡Qué actuales siguen siendo algunas lecturas!Siempre hay que arrostrar el sufrimiento aunque sea demasiado hondo o tan cargado de verdades que duela. Para anestesiarnos ya están los gobiernos.
Qué terrible. La muerte que debía de ser aquí el castigo, acaba convirtiéndose en una bendición.
JUAN LUIS: y una tortura horriblemente administrada. Gracias por comentar una entrada de hace tanto y tiempo. Sabes la ilusión que hace.
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