Ayer salí al campo cargado con la mochila y calzado con las botas. ¿Cuánto tiempo sin hacerlo? Prepararlo a primera hora fue una fiesta: un termo con café, agua, unas galletas, un par de manzanas pequeñas, queso, jamón serrano, una petaca con orujo blanco, un botiquín somero. En la mochila ya va siempre una pequeña navaja, un taco de madera como tabla para cortar y otros usos, un silbato, un cortavientos, una gorra, una linterna. Miré hacia atrás antes de salir de casa, como en esas películas de catástrofes en las que no sabes en realidad si vas a poder regresar. Por eso hay que dejar hecha siempre la cama y recogida la vajilla del desayuno. En el fondo, salir de casa es echarse a la incertidumbre.
En las afueras de la ciudad, esa frontera imprecisa con el campo, me despidió una rosa púrpura. El último jardín. El arbusto estaba bien cuidado, regado hace poco, cuajado de flores. Más allá, unos quilómetros de circunvalaciones y vías de tren y luego caminos de tierra y pinares.
A media mañana me refugié bajo un gran pino solitario para tomar el café y unas galletas. El silencio era perturbador porque en el campo no suele haber silencio: antes había escuchado el mar en las ramas de los grandes chopos, el graznido de las cornejas, los crujidos leves de la hierba seca al paso de los conejos que escapaban de mí.
Comí junto al río, ligeramente, sentado sobre el tronco de un árbol caído. Ayer he visto muchos, sobre todo viejos álamos derribados por el viento en los últimos vendavales. Al pie de sus troncos, varas nuevas. El álamo negro tiende hacia arriba con un vértigo suicida, pero qué hermoso cuando supera los veinte metros y reta al viento.
Hay siempre un punto en el que uno debe decidir si regresa o no, si se da la vuelta para volver a casa a tiempo de descansar para llegar al trabajo del día siguiente o si echa a andar hacia adelante. Es una línea frágil, a veces inconsciente. En eso pensé un tiempo largo sobre una piedra al lado del camino. De regreso, me detuve en el primer bar de la ciudad y pedí una cerveza y unas aceitunas que saqué a la terraza. Por la carretera cercana, los faros de los automóviles. De pronto, cruzó al trote el camino una mujer sobre una hermosa yegua alazana mientras atardecía.
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7 comentarios:
Parecerías un scout.
Me gustan estas decripciones, entre la realidad y la imaginación, porque son sensoriales y participativas.
Más bien un vagabundo.
De la rosa púrpura a las viandas con navaja y taco para cortar. Del campo con su silencio, que no es silencio, a la tentación y vuelta a la ciudad. Poeta y previsor, al final te sale al encuentro una amazona como la duquesa montada en la hacanea, la del Quijote, extrañas metamorfosis.
Espléndido relato, como todos los tuyos. General y particular, me gustan mucho. Y los dominas.
Un abrazo
As tuas palavras oferecem a quem as lê o prazer de te acompanhar nessas caminhadas , obrigada.
Amigo mio, te abraço.
Que entretenido es leerte. Fluye facilmente el interes por lo que viene. Como alguien dice, lo dominas muy bien. Bueno, eres un maestro, profesor!
Sigue disfrutando!
Beso,
Ali
Me gusta tu frase: " salir de casa es echarse a la incertidumbre" y cuándo llegas al silencio, no hay duda, ya estamos en el campo, con árboles, el viento........pero hay qué regresar de nuevo a "la civilización".
He observado que hay campesinos y campesinas que sí se sienten felices en este entorno, pero hay otros.... qué cuando se lo preguntas te dicen qué NO, pues están un poco hartos de tanto campo.....
Besos
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