Hace algo más de tres años, el gran fotógrafo que es Chuchi Guerra, me tomó estas dos imágenes durante la cena de presentación en el Teatro Zorrilla de Valladolid del Premio Internacional de Poesía José Zorrilla que financia Enrique Cornejo. Acaban de saltarme en un recuerdo de una red social (opción que no tengo activada, por cierto). Soy yo, pero veo en mi rostro una calma que no encuentro en mí ahora. Yo sé las razones, claro. Es mi perfil y mi rostro, son las gafas que aún uso, mi forma de peinarme, un jersey de cuello alto negro que conservo, es un gesto muy mío el que captó el fotógrafo, pero no sé si soy yo en realidad o, mejor, no sé si aún lo soy... No se puede regresar nunca al pasado, no se debe. Esa añoranza es perniciosa para la salud, pero sí meditar sobre lo ocurrido. En eso estoy. ¿Durante cuánto tiempo podemos decir que somos el mismo? Mudamos la piel, las células, de opinión, de circunstancias. Cambia la vida con un fallecimiento doloroso, un cambio en nuestro mundo laboral, una separación, la experiencia de un viaje. Nuestras decisiones nos llevan por lugares no pensados. ¿Qué queda, al final, de aquel que fuimos cuando un fotógrafo pulsa el disparador de su cámara?
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