Desde el tren del alta velocidad, el mundo pasa tan deprisa que no se distinguen bien las cicatrices de los intereses creados, la zafiedad y la mentira. Es un descanso temporal entre estaciones. El horizonte está en su lugar. A mi lado, una mujer joven habla con su suegra, que intercede en los problemas matrimoniales de la pareja. Un hombre mayor se levanta camino del cuarto de baño. Al rato, pasa el carro de la cafetería empujado por una asistente. Delante, un ejecutivo llama a su pareja para anunciarle que llegamos con diez minutos de retraso. Pienso en qué hacerme de cena cuando llegue a casa.
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