¿Dónde estaba yo si ya los almendros han florecido hace unos días, si anuncian la primavera con la incertidumbre de lo delicado y la sorpresa del que va encogido a sus cosas y se encuentra, de pronto, con la blancura del renuevo? ¿He olvidado ya aquel primer beso debajo de un almendro florecido? ¿La belleza de lo que es cotidiano, la infancia de juegos junto a aquella fila de almendros casi centenarios, las rodillas heridas por la corteza al trepar por su tronco? ¿La levedad del tiempo inevitable?
(Desde el 2008 persigo la floración de los almendros -en realidad desde que me besaron debajo de uno en medio de una espiral de hormigas aladas-, puedes verlo pinchando en este enlace. Recuerda que las entradas se recuperan en orden inverso a su publicación.)
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