sábado, 18 de enero de 2025

En el Aula Literaria Jesús Delgado Valhondo de Mérida

 


Gracias a mi estancia en Mérida he recobrado cosas que había perdido sin darme cuenta. Dedicado desde hace años a cuidar de las obras de los demás en los actos que organizo o en mis reseñas y lecturas, tiendo a postergar la divulgación de lo que escribo. Paseando en soledad por la ciudad, he tenido ocasión de pensar en la condición del que se dedica a la gestión cultural y que intenta ser honesto consigo mismo, sin intentar sacar más provecho de esa circunstancia que hacer llegar a los lectores las obras de tantos escritores de la mejor manera que se pueda en cada momento. De la misma manera, la organización de jornadas, conferencias, recitales, la programación de montajes escénicos. Sé que hay quien pide algún tipo de reciprocidad, no ha sido nunca mi caso.

Por eso, agradecí la llamada, hace un par de años, de Jaime Covarsí para que participara en el Aula Literaria Jesús Delgado Valhondo. Por unas u otras causas -achacables a lo dicho antes-, no pude y mi intervención se retrasó hasta el pasado 15 de enero. Jaime ya no está al frente de la dirección, que han tomado con cariño y oportunidad Antonio Méndez e Isabel Méndez y a ellos les estoy agradecido por las atenciones que me dispensaron y la excelente organización.

Las Aulas Literarias de Extremadura nacieron a finales del siglo pasado por el impulso del poeta Ángel Campos Pámpano (1957-2008) y han contribuido notablemente al crecimiento cultural de la región al dar visibilidad a los escritores propios e invitar a otros de todas las regiones de España. Son años suficientes ya para que el balance sea esperanzador y positivo. Todo un ejemplo a imitar. Organizadas por la Asociación de Escritores y Escritoras de Extremadura, cuentan con seis sedes (Badajoz, Cáceres, Plasencia, Mérida, Zafra y Don Benito) y por ellas han pasado cerca de novecientos escritores en estos años. En su formato canónico, se organizan dos encuentros: por la mañana, con alumnos de centros de secundaria y, por la tarde, en un espacio abierto al público. Cuentan con la colaboración de las instituciones más importantes regionales, provinciales y locales y de cada autor participante editan un cuadernillo con una antología. En mi caso, que titulé Todo es ya cielo leve, hace el número 125 de Mérida en una lista que encabeza Francisco Brines y en la que encuentro poetas admirados por mí y muchos amigos.

Al pisar las calles de Mérida se siente la historia. El que es consciente de ello, aprende a aceptar su dimensión transitoria. Debajo de cada pisada está toda la ciudad anterior y la gente que pasó por allí antes, con sus esperanzas, preocupaciones y vidas: la ciudad española, pero también la musulmana, la visigoda y la romana. Cuando el paseante inadvertido se topa con el conocido como Templo de Diana, los paneles informativos se lo cuentan: en ese espacio conviven la ciudad actual con los restos de una iglesia cristiana y el palacio renacentista del conde de los Corbos, pero también edificaciones judías, musulmanas y visigodas. Todo está allí para quien sepa leer y sacar la conclusión de que nuestra biografía y nuestra historia es la suma de todo ello y que el sueño de pureza de cualquier cultura es falso y quebradizo. Deberíamos pensar en no estropear lo que ha llegado hasta nosotros para que pase de la mejor manera a quienes nos sucedan.

Algo de esto les conté a los alumnos de secundaria en el encuentro de la mañana cuando les hice notar la historia del espacio en el que nos reuníamos, sito en la calle John Lennon (llamada así por voluntad popular), que antes de ser el Centro Cultural Santo Domingo de la Fundación Caja de Badajoz fue el salón de baile Maravillas entre los años treinta y los sesenta del siglo XX en el que alguno de sus bisabuelos pudieron ennoviarse y dar comienzo a su familia. Allí hubo antes viviendas de cada uno de los tiempos de la ciudad. A pocos metros, las ruinas del convento de San Andrés, que sirvió de prisión franquista. Miremos donde miremos, la historia, pero también la naturaleza, de la que no deberíamos olvidar nunca que somos parte: ¡cómo disfruté también del Guadiana que he visto llegar al mar en Ayamonte! Por el cielo, las aves en formación de flecha. También saqué tiempo para dar un abrazo a Mario Quintana en su maravillosa librería La Selva Dentro, que saca adelante en tiempos tan difíciles para este tipo de negocios. También de esto les hablé a los jóvenes que estuvieron presentes por la mañana: una parte de nuestra dedicación diaria debe llevarnos a defender los negocios pequeños que sufren nuestra querencia por las grandes superficies y las trampas de internet. La fruterías de barrio y las librerías pequeñas son parte de un ecosistema necesario para que sigamos sintiendo la historia que hay en cada uno de nuestros pasos. También lo mencioné en el encuentro de la tarde a todos los que se quisieron acercar hasta llenar el espacio disponible.

Por la mañana y por la tarde, reencuentro con muchos amigos que quisieron acercarse a compartir tiempo conmigo de forma generosa. A los ya dichos, los anteriores directores del Aula: Antonio Gómez, Elías Moro, Pilar Nieves, Eladio Méndez, Antonio Orihuela; la sorpresa de mi querido Miguel Ángel Lama, que se acercó desde Cáceres, la no menor de Juanlu García, uno de los veteranos participantes de aquella inolvidable lectura del Quijote cervantino completo que lancé aquí en 2006... Qué buen puñado de amigos al que se sumó, en la distancia, el recuerdo presente de Carlos Medrano.

Antes de irme de Mérida, quise contemplar el río y el puente romano en la mañana fría. El vapor se desprendía del agua creando una cortina humeante. Las aves querían anunciar ya la primavera. No siempre es invierno.




(Estas tres fotografías son de Eladio Méndez y en ellas me acompañan Isabel y Antonio)

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