El viento no perdona y derriba los árboles envejecidos o enfermos o aquellos a los que las lluvias han removido la base de tierra en la que enraízan. Quedan erguidos los más jóvenes y sanos. Por ahora.
Hay quien quiere que entre los seres humanos suceda igual: dejar a la naturaleza seguir su curso y que sobrevivan solo los más fuertes. En las redes sociales tecnológicas, veo la moda extendida entre algunos influyentes de prepararse física y mentalmente como si mañana fuera a declararse una guerra. En realidad, para ellos ya se ha declarado. En su mente, estamos a un milímetro del caos y viven en una ficción permanente en la que se encuentran en el lado correcto y se preparan para protegerse a ellos y a sus familias: solo ellos saben cómo hacerlo y no necesitan a nadie más. En su fe no hay lugar para los débiles. Como mucho, se apoyan en un pequeño grupo como ellos, quizá para levantar la empalizada que proteja a su tribu. Los demás, dicen, estamos ciegos o somos perezosos, estúpidos o, sencillamente, nos beneficiamos de su trabajo como los parásitos. Es tan irracional su pensamiento, que asusta. No lo saben: ellos traen el conflicto que les devorará inevitablemente porque su debilidad está en el fanatismo de su pensamiento y en la propia creencia de su superioridad. La verdadera fuerza consiste en crear una vida en la que no se necesiten las empalizadas.
El pino caído sobre el cauce de la acequia, como un puente que invita a pasar al otro lado.
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