Hoy mi madre hubiera cumplido ochenta y nueve años. De adolescente, por su belleza, la llamaban la paloma de Santa Clara, por el barrio vallisoletano en el que nació. Siempre tuvo ánimo en una vida en la que nada le fue fácil. En sus últimos años, la abrazaba muy fuerte, como estrujándola, porque su cuerpo parecía frágil y chiquito. Echo mucho de menos abrazarla así: con su punto de presumida, no quería despeinarse ni que le quitara el ligero maquillaje que se ponía en los pómulos. A pesar de los años, también echo de menos llamarla cada noche, para ver cómo había pasado el día y escucharle el parte meteorológico del día siguiente para la ciudad en la que yo me encontrara. Hoy ya todo es agua del río que pasa.
7 comentarios:
El agua del río que pasa arrastra (contiene) mucho sedimento.
Los recuerdos forman parte de nuestro ser.
Salud
Conforme pasan los años nuestros recuerdos hacia los padres se hacen más patentes.
Nuestras madres. Esa foto y ese peinado me ha recordado a la mía.
Una madre, pienso, se queda para siempre en un río que fluye dentro de nosotros, vivimos un tiempo dentro de ellas... Muy bonita tu madre y muy grande como mujer que vivió tiempos duros. Besos, Pedro.
Hola, Pedro. Una madre, tanto en vida como en su ausencia, siempre será refugio.
Cuídate.
Se me ponen los pelos de punta, Pedro. Tengo a mi madre y lo agradezco cada día. Incluso, con nuestras discusiones que terminan siendo a veces un sketch de humor. Benditos padres. Pero nunca se van, Pedro. Eso ya lo sabes.
Un abrazo muy muy fuerte.
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