miércoles, 2 de octubre de 2024

Un campo de amapolas

 


En los sacrificios, la sangre se derrama del altar y hace charco en el suelo. El brazo del sacerdote se mancha hasta el codo. Desde allí caen las gotas al vacío.

Miro el valle desde aquí: se adivina buena sementera de odio.

Siempre he pensado en el campesino que ha labrado amorosamente su tierra, que asiste con sudor e incertidumbre al crecimiento del cereal, se alegra de cómo ondea aún verde en primavera y debe abandonarla cuando llega el ciclo implacable de la guerra.

¿Después de nuestra muerte, quedarán las banderas? ¿Quién depositará un puñado de tierra sobre nuestros cadáveres? ¿Dónde habrán quedado los dioses a los que rezamos?

El único consuelo es que llegará un tiempo en el que ya no estemos y todo quedará bajo un hermoso campo de amapolas.

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