lunes, 30 de septiembre de 2024

Quitameriendas

 


Hace unos días, las praderas que suben al Calvitero se habían llenado de quitameriendas que anunciaban ya el final del verano. Hay que tener cuidado con este azafrán silvestre: hermoso y tóxico, como tantas cosas en la vida. Aquí y allá, moruchas sueltas que se llamaban para agruparse en la puesta del sol. Una de ellas, en lo alto, miraba el atardecer como si supiera que no se repetiría más.

Camino de la clase, en el aparcamiento de la Facultad, una mujer muy mayor empujaba una silla de ruedas especial en la que iba su marido, paralítico y consumido. La anciana, encogida por el esfuerzo, apenas superaba la altura de los mangos de empuje. Entre las empuñaduras y el respaldo, una cesta en la que había colocado un ramillete de ramitas de árbol. La mujer no levantó la mirada para pedir ayuda. Empujaba la silla, casi un carrito, con dignidad y constancia, entre los coches aparcados.

En la plataforma del Calvitero atardeció aquel día de la forma tan hermosa en la que debería acabarse el mundo.

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