A finales del siglo XV se compuso la primera versión de la Comedia de Calisto y Melibea, que pasaría por diferentes redacciones que la ampliaron de los dieciséis actos iniciales a los veintiuno finales de la Tragedia de Calisto y Melibea al que el editor toledano Ramón de Petras añade uno más en 1526. Prácticamente todo sigue en discusión sobre esta obra que, con el tiempo, pasaría a conocerse como La Celestina -autoría, año de escritura, localización, género literario, ediciones, intención-, a pesar de la ya indiscutible atribución a Fernando de Rojas de la tragicomedia. A la obra se la debió conocer como La Celestina casi desde su primera divulgación, aunque no se consagraría así en la portada hasta la edición veneciana de 1519. Este peso del personaje de Celestina en la tradición de la obra, ha construido casi una forma única de acercamiento a la misma, lo que, a mi juicio, empobrece su lectura por mucha que sea la grandeza de la construcción de la alcahueta. Es un reduccionismo absurdo de los muchos que triunfan en la historia de la literatura. Lo que no puede discutirse de ninguna de las maneras es el hecho de que nos encontramos ante uno de los textos fundamentales de la literatura universal, también ante un texto fundacional: desde bien pronto nació una género celestinesco en la literatura -especialmente en la narrativa, pero también influyó en muchos personajes teatrales-. Esta relevancia de la obra ha llevado a sus adaptaciones para la escena. Al menos, desde la dirigida por Cayetano Luca de Tena en 1940, hay más de una veintena de intentos de subirla a las tablas, a pesar de todas las dificultades que contiene la obra -la primera, su extensión-. Yo soy de los que piensan que son pocos y que debería abordarse con mayor asiduidad y con mayor valentía.
Eduardo Galán nos propone ahora una nueva versión para la Compañía Secuencia 3, dirigida por Antonio Castro Guijosa e interpretada por Anabel Alonso, José Saiz, Víctor Sainz, Claudia Taboada, Beatriz Grimaldos y David Huertas, que yo pude ver el sábado 29 de julio pasado en el Festival de Teatro Clásico de Olmedo, con todos las peculiaridades que implican los festivales de verano en España, no siempre favorables para la contemplación de un espectáculo teatral en las mejores condiciones, pero que cumplen una interesante función de turismo cultural que, además, promueve el gusto por la escena y sanea las cuentas de los proyectos teatrales o, incluso, permite la circulación de algunas obras que, de otra forma, no sería posible.
Como suelo tener por costumbre, con posterioridad a la función, leí el programa de la misma, que vino a ratificar mi juicio inicial. O Eduardo Galán no ha entendido la Celestina o ha tirado por el camino fácil incurriendo en una preocupante tendencia creciente en el teatro español, casi un vicio: tener al espectador por incapaz de comprender una obra como esta. De ahí la necesidad de explicarle lo que ve o, por supuesto, lo que el autor de la versión quiere que vea. Esa y no otra es la razón por la que Galán dinamita lo esencial de la Celestina: su realismo. Dado que en la obra se dice que la alcahueta tiene tratos con el diablo y existe un pasaje en el que la protagonista lo invoca, no son pocos los que han visto elementos mágicos en la misma y han confundido la crítica a la superstición con la presencia de lo fantástico, totalmente ausente de la Celestina. Esto es lo que ha permitido a Galán construir una escena inicial, algunas transiciones y una escena final figurando que Celestina muerta le cuenta al padre de Melibea cómo murió su hija. Es decir, que nos cuente a los espectadores lo que ha sucedido y relate las transiciones necesarias para ajustar la duración de la obra a lo convencional. Por una parte, esta decisión de Galán traiciona la obra y reduce su importancia para hacer una función de fantasmas; por otra, profundiza en esa mencionada tendencia a tomar al espectador por un tonto al que hay que explicar lo que sucede en la escena.
El montaje tiene otras carencias; los aciertos de la escenografía, quedan reducidos por su uso, a veces repetitivo; algunos de los actores van por su cuenta y resultan enojosos ciertos recursos vocales o de fraseo... Me gustó y considero que es un acierto -no sé si de la versión o de la dirección-, el planteamiento del suicidio de Melibea, doblando la acción con las actrices. La actriz protagonista, Anabel Alonso, supo ganarse al público, pero no llegar con fortuna a todos los registros requeridos por su personaje.
Al público, que llenaba la Corrala del Palacio del Caballero, le gustó la función.
3 comentarios:
Se toma al espectador por un tonto o se le indulta de incultura literaria: tú no tienes por qué entender de estas cosillas que tanta importancia tenían para los abuelillos que estudiaron sin ordenadores, los muy prehistóricos. Me viene a la cabeza un Tenorio en que me explicaron previamente que don Juan escribía a su padre.
La Celestina la leí de jovenzuela totalmente en crudo, inolvidable.
Con todos sus defectos, es bueno que se representen adaptaciones de la Celestina. Me hubiera gustado ver a Anabel Segura diciendo eso de "mal sosegada tienes la punta de la barriguilla". Como, además de buena actriz, es personaje de series y polémica en las redes...seguro que la gente hacía la ola.
El teatro vive.
Anabel Alonso y no Anabel Segura que esa pobre..., corrijo. Disculpa.
Muito interessante este teu texto.
Beso, amigo mio
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