domingo, 11 de abril de 2021

Almendrucos

 


Trepábamos a los almendros con la impaciencia de los niños que no pueden esperar a que maduren los almendrucos. Entre la floración y la aparición del fruto intensamente verde pasan un puñadito pequeños de semanas, pero la almendra no madura hasta el otoño. Demasiado tiempo para contemplar sin más aquellos cinco almendros añosos y grandes. Al inicio de las vacaciones subíamos a los almendros y con la carga de frutos en las manos corríamos a las traseras de las casas. Todas las semillas estaban verdes, pero abríamos los almendrucos uno tras otro para comprobarlo. Algunos servían para fabricarnos silbatos con el sabor de la primavera pasada, de la que apenas teníamos memoria, entregados ya al verano.

Ahora ya no tengo memoria de los próximos otoños.




8 comentarios:

Fackel dijo...

Ratifico tu experiencia, la he vivido de manera semejante.

Sor Austringiliana dijo...

A los niños les gana la impaciencia y la curiosidad, no aceptan que los almendrucos no puedan estar sino verdes. Y nunca se sienten derrotados, encuentran una utilidad a su proeza.

Emilio Manuel dijo...

Tu te subías a los almendros, yo a las moreras, como tu, ya ni veo ese árbol cuyas hojas daban alimento a los gusanos de seda.

XuanRata dijo...

Los niños son seres hechos para la naturaleza y para la rapiña inocente. Entre ellos y los frutos de cualquier clase hay una complicidad que no es casual.

Bertha dijo...

-Pero aunque ya no se juegue, la memoria es un buen juego para seguir alimentando esos recuerdos.

Hoy en día los niños ya no se suben a los árboles, ni se fabrican silbatos: todo es artificial.

Un relato muy entrañable.

Myriam dijo...

Preciosas reminiscencias de la infancia.
No la tienes ahora, pero la tendrás. Tendrás esa memoria.
(Lo dice mi bola de cristal)

Besos

Luis Antonio dijo...

Tu texto me ha hecho rememorar la infancia en el pueblo. Muchas gracias por fomentar bellos recuerdos...

Ele Bergón dijo...

Trepábamos al árbol
sin tener que comprar el fruto.

Solo cuando emigramos
supimos que el silencio
también tiene su sonido.

Sin apenas darnos cuenta
nos daba llamas la vida
abandonando la luz
una o dos huellas dormidas.

Te dejo mi experiencia con los almendros y luego almendrucos y que plasmé en estos versos de un poema que escribí hace años.

Beos