domingo, 21 de junio de 2020

Por la calleja de Puerto de Béjar a Cantagallo


Muchos de los tramos de la antigua calleja que va desde Puerto de Béjar hasta Cantagallo se están cerrando. Las hierbas y los zarzales se comen el antiguo camino, ya poco o nada transitado. En algunos lugares, los dueños de los prados anexos aprovechan para conducir las regaderas hacia sus fincas, embarrando el suelo, sin cuidar de poner piedras grandes para facilitar el paso, como era costumbre.

Se puede tomar desde el viejo fielato de Puerto de Béjar, un hermoso edificio al que se le ha caído ya el tejado y amenaza ruina, y bajar hacia el molino del arroyo de los Horcajuelos, que suena estos días fresco y jovial como si fuera un joven preparándose para las verbenas de julio y agosto. Yo he arrancado más allá, en el Reguero, bien pasada la ermita de Santa Bárbara, en donde dicen que este año pondrán un autocine de verano para evitar los problemas de aforo que establecen las normas tras la pandemia. Ojalá tenga éxito y anime un poco esta parte de la sierra. Se desciende por allí hasta el arroyo del Castillejo, que tiene prados que en otras tierras merecerían películas y fotografías para postales. Mucho más allá, el camino se cruza con el arroyo de las Negrillas, antes de subir hacia Cantagallo. Todos ellos desembocan en el Cuerpo de Hombre.

A buen paso, lleva su media hora el camino, que trascurre junto a la carretera nacional, con poco tráfico desde la apertura de la autovía de la Ruta de la Plata. La comodidad del asfalto hace que la mayoría de los paseantes opten por el arcén de la carretera  -por estos lugares se sale a andar al atardecer hacia la ermita o el pueblo cercano y vuelta-, pero he querido meterme en danza y he tomado el camino de antes, a sabiendas que tendría sombra para los primeros calores de junio, pero sufrirían los tobillos por la irregularidad del suelo entre las zonas encharcadas y las piedras. Unas buenas botas ayudan mucho. Merece la pena cuando el camino recupera su función verdadera en muchas partes. La pantalla de árboles -castaños, robles-, evita que se oiga el ruido del tráfico: a la derecha y arriba la nacional, a la izquierda y abajo la autovía.

Estas callejas, ya olvidadas, llevaban a personas, caballerías y ganado de un lado a otro por todas las zonas de sierra del país. No eran el camino real ni la antigua calzada romana, sino las venas que daban vida a los pueblos cercanos. Por aquí es fácil regresar a los tiempos anteriores al automóvil y comprender los relatos de los viajeros que se contaban al amor de la lumbre, el temor a ser asaltado o asesinado, la urgencia en llegar a zona habitada antes de que se echara la noche, el no saber qué se iba a encontrar uno en la revuelta del camino porque la visibilidad es escasa al atardecer entre la vegetación y los muros de piedra. En todo eso pienso mientras camino y en lo mucho que hemos olvidado que la historia de la vida y la literatura se teje de estas cosas y que quien no haya recorrido una calleja como esta no comprenderá gran parte de lo que se ha contado, ni podrá entender al ser humano en su pleno contexto. Desde la comodidad de un automóvil, el chalé de una urbanización o el barrio de la ciudad, por muy pobre que sea, es muy fácil sacar conclusiones extravagantes y exigir más a quien no tenía otra cosa. Conozco muchos que aseguran comprometerse en todo tipo de causas, que escriben poesía social o de denuncia, que jamás se adentrarían por estas callejas ni siquiera para experimentar en domingo lo que para otros era su vida diaria. El poema y el papel lo soporta todo para estos domingueros del compromiso y poetas malditos de salón de estar y bar de copas en los que se recita todo tipo de quejas para conseguir el aplauso fácil. Hay que venir aquí más para entender mejor, incluso para llenarse de paisaje y no contar solo el ruido del asfalto y la vida del parque. Se nos ha olvidado que la ciudad solo es un complemento de lo rural, pero a muchos de los que dicen defender al pueblo les molesta que huela a pueblo. La gente caminaba por estas callejas, incluso los vagabundos, mendigos y solitarios, que se echarían a dormir envueltos en sus mantas en cualquier prado, expuestos a los delincuentes o a la picadura de una víbora.

Es curioso observar cómo han variado las flores estos días. Las que salieron hace unas semanas, apenas se ven ya. En la umbría húmeda de la calleja, priman ahora el enigmático azul de la campanilla, el espléndido azul violeta de la brunela o hierba de carpintero, el rosa pálido de las malvas. Como todas las que me rodean, estas plantas son medicinales o tóxicas, dependiendo de la cantidad ingerida y de la forma de hacerlo. En las zonas más soleadas y abiertas, el amarillo orgullosamente hermoso de la chicoria loquilla, el blanco elegante de la correhuela, el violeta señorial de la viborera. La flor del cardo va en declive y ya casi no se ven gordolobos en flor.

A la altura de Cantagallo, tomo la vía verde abierta sobre la plataforma por la que trascurría el tren. Aquí había un sencillo apeadero de la línea Plasencia-Astorga. Eran tiempos en los que se podía ir desde Sevilla hasta Gijón por esta línea trasversal, antes de que nos echaran a la carretera y se abandonaran las vías estrechas que vertebraban el país y prestaban un gran servicio a las localidades de su recorrido. La decisión de modernizar España con carreteras tomada por el franquismo y seguida con excesiva alegría tras la recuperación de la democracia, favoreciendo la corrupción, abandonando estas vías férreas y levantando los raíles, ha impedido el trazado de una red eficaz de tranvías poco contaminantes. Qué error.

No me he encontrado a gusto en la vía verde. Demasiadas personas sin mascarilla, los grupos de ciclistas y de andarines impiden, en los cruces de gente, guardar la distancia de seguridad recomendada. Yo iba poniéndome y quitándome la mía como en una feria de sube y baja. He estado a punto de abandonar la vía y tirar hacia la Francesa de arriba o llegarme a la Francesa de abajo, en donde vivió el ingeniero francés que trabajó esta línea de tren en una hermosa finca que ahora presenta un tristísimo estado de abandono a pesar de que cuenta con uno de los tesoros de esta sierra, el cedro centenario, pero ya he tirado hacia adelante, para llegarme a la estación de Béjar. Una hora y media de caminata.

Me he premiado con una cerveza bien fría y una tapa de patatas al alioli en Casa Beletri, para descansar las piernas y refrescarme. Ya comienza el calor, inauguramos el verano.








8 comentarios:

Fackel dijo...

Una atractiva descripción de unos parajes que no conozco, aunque supongo análogos a otros que en algún momento de mi vida más aventurera conocí. Salud para el día y la mirada.

La seña Carmen dijo...

He andado muchos caminos...

Emilio Manuel dijo...

Después de una caminata que bien sienta la cerveza, veo que los problemas de seguridad al cruzarse con la gente sin mascarilla son genéricos, también me estoy encontrando con resto de guantes y mascarillas tirados en los lugares más insospechados, ¡¡somos unos irresponsables!!, lo que no se puede es poner un policía al lado de cada ciudadano.

Sor Austringiliana dijo...

Un buen paseo por el campo de Béjar, las flores tienen nombre y el pasado vive entre el barro. Y nos lo cuentas como tú sabes contarlo.

Viviremos un verano cauteloso. Un abrazo.

São dijo...

As flores são muito bonitas.

A tua atractiva descrição me trouxe à memória os caminhos antigos e anadonados da Madeira.


Amigo mio, boa semana e estupendo Verão.


Besos

andandos dijo...

Todo el mundo a hora y media, ida y vuelta.

impersonem dijo...

Cuando los humanitos no arrasan la vegetación, prospera con fuerza...

Completa descripción nos haces del terreno por el que paseas y la vegetación que te vas encontrando, parece un sitio privilegiado...

Yo nací en un pueblo y soy más rural que urbanita... supongo que sí, que para hacerse una idea de la vida de los pueblos hay que vivirlos...

Una hora y media de paseo es un buen paseo; una cerveza y una tapa de patatas al alioli una buena forma de recuperar fuerzas y acompañar el descanso...

Ele Bergón dijo...

Un buen paseo en libertad, contemplando cómo la Naturaleza ha seguido su curso sin nosotros, en la belleza de sus caminos llenos de colorido, en especial, sus distinas flores.
Besos