Se ha despertado el día invernizo. Al amanecer caía agua nieve, unas chispas apenas, mecidas por el viento frío con el que nos ha venido la jornada. No ha parado, pero tampoco ha llegado a cuajar. Desde la galería del salón todo parecía diciembre. Quizá con el confinamiento no es que confundamos los días de la semana sino los meses, tal vez los años. ¿No era yo aquel joven que recogía su pupitre y volvía a casa comiendo las flores de las acacias del camino?
¿Cómo era yo hace tan solo quince días? ¿Qué proyectos tenía? Cuando oía que un nuevo virus había saltado de especie en China, en qué cosas andaba que tan importantes me parecían. ¿Cuántas cosas de esas habrán caducado ya cuando se termine el confinamiento? Todo estará prescrito, menos la gente. La risa de los niños corriendo por los parques, tus ojos verdes bajo el sol del verano.
Hoy hemos comenzado a caminar por la casa. Hasta ahora nos limitábamos a una tabla de gimnasia por la mañana, pero eran demasiadas horas sentados trabajando, leyendo, viendo películas. Esta condición de paseantes en casa es extraña. Al principio, da un poco de pudor. He recordado los animales en las pequeñas jaulas de los zoos antiguos, a los presos en estrechos calabozos. También he pesando en los tiempos en los que acompañaba en el hospital a mi padre o a mi madre y salíamos a pasear por el pasillo, con la barra del gotero. Una vuelta más, les decía yo. Recuerdo las declaraciones de un secuestrado por la organización terrorista ETA en las que contaba cómo podía dar paseos por su prisión hasta con los ojos cerrados: sus músculos habían interiorizado los pasos entre las paredes y podía caminar sin tropezar con nada, girar a tiempo mientras pensaba en el mundo que había dejado afuera y cuya privación procuraba que no le doliera para poder soportar el secuestro. Nuestra situación no es tan dramática, estamos confinados para salvar vidas y evitar que los hospitales se vean desbordados por los casos urgentes. He visto un cálculo estadístico: solo con quedarnos en casa hemos salvado 6000 vidas hasta ahora.
Llegan noticias de aquellos que van superando la enfermedad. Por una parte, cada vez son más frecuentes, pero supongo que también habrá una especie de pacto en los medios de comunicación para dar noticias positivas ante tanta imagen del sufrimiento.
He visto la fotografía de alguien en una camilla. No dice que esté infectado por el virus, puede ser cualquier otra cosa, pero tampoco corrige a quienes lo apoyan y lo dan por supuesto. Lo primero que he pensado es en su condición de fingidor. En todos los casos de desgracias colectivas, siempre hay quien presume de haber estado allí: entre los supervivientes de los atentados de las torres gemelas de Nueva York o de los campos de exterminio nazis. Seguro que soy injusto, seguro que sí y todo es producto de mi experiencia con esta persona y con las mentiras anteriores que le he escuchado. Deseo su pronta y total recuperación, pero me ha recordado el cuento de Pedro y el lobo. Los fingidores han dado mucho juego en la literatura. Carlos Contreras Elvira, un dramaturgo burgalés, aborda estas historias en su última obra, Manual de estilo para currículums inventados, que ha pasado injustamente desapercibida. En 2014, Javier Cercas publicó El impostor, sobre la inquietante historia de E.M.B., quien dijo haber estado internado en el campo de Flossenbürg. Sin mala intención, según él, puesto que solo quería ser más eficaz en la denuncia del nazismo. Llegó a ser presidente de alguna sociedad en España. En el mundillo literario se ha usado mucho esto de la impostura, aupándose a su minuto de fama diciéndose amigo de fulano o mengano para ir construyéndose una imagen pública. Descendientes de los pícaros literarios, que lo primero que hacían al llegar a cualquier sitio era comprarse ropa nueva y fingir amistades para generar intereses mutuos. Nihil novum sub sole.
Cada vez escucho menos noticias. Me quedo con la información y procuro no hacer caso de lo que dicen aquellos políticos que parecen haberse quedado en lo que ocurría en el mundo hasta hace quince días, intentando aplicar los discursos de antes a lo que ahora ocurre. Me sucede lo mismo con las consignas que corren por las redes sociales, tan fáciles de detectar como los bulos, pero qué éxito tienen. No sé si esto pasará factura después a quienes actúan así, pero me parecen ya declaraciones avejentadas, personajes públicos a los que la epidemia vírica y la próxima crisis social y económica que se nos viene encima deberían dejar para siempre arrumbados en los rincones de la historia contemporánea. Eso deseo.
9 comentarios:
Noticias para saber qué está pasando, pero comentarios de políticos y valoraciones de quien todo lo sabía antes de que ocurriera los menos posibles. Las redes son avisperos donde se vierte mucha basura. Pero también se encuentran historias bellas y mensajes alentadores. Ojalá a todos los carroñeros los mandemos a un ERTE... de por vida.
Paseo por casa, no hay otra. Para no sentirme como un hamster un poco de música y de paso controlo el tiempo. L
Evitó escuchar a los políticos congelados en un discurso que ya no sirve ni servirá ya.
Ánimo y salud, Pedro y Mayka. 😘
En un futuro más o menos próximo, se dirá "tu no estuviste confinado, ni viviste la pandemia del COVID-19", lo dirán como si hubieran pasado una guerra ¿lo es?.
Dentro de un tiempo te preguntarás qué hiciste durante el confinamiento y sólo recordarás que leías, escribías y contemplabas el monte del Castañar desde tu celda dorada. Los días, los meses que estemos aquí encerrados se convertirán en un recuerdo que no durará más allá de un minuto, de un segundo. Me pregunto cómo vivieron los tres años de guerra civil las personas a las que apenas les afectó.
Por ejemplo, mi padre que tenía entre 6 y 9 años apenas recordaba conversaciones sobre el intento de la quema de San Juan, el humo que salía de la ermita de Santa Ana visto desde una galería cercana a la casa donde estáis recluidos (en concreto la que está arreglando Conrees, justo al lado) y la búsqueda de casquillos de bala en el palacio ducal, entonces cuartel. Y se reía cuando le preguntaba por ello con 12 años y me decía que la guerra no era un acontecimiento de hacía siglos, sino de ayer.
Saludos
Soy de la opinión que los bulos, mentiras y manipulaciones son del gusto de quien se deja arrastrar por ellos. En cierto modo los eligen. Muchos pero muchos les gusta vivir en la ceguera. No hay solución, me temo.
Leía este fin de semana una entrevista en El País a Emilio Lledó donde precisamente hablada de esto. Creo que, hoy más que nunca, tenemos que ser muy críticos con las informaciones que nos llegan. Hemos perdido la capacidad de análisis y reflexión, y eso, en días de confinamiento, es preciso ejercerlo con más rigor. Espero que esta clausura nos enseñe algo de dignidad y sentido común, que tan faltos estamos.
Un abrazo a todos. Que esta pandemia pase deprisa.
Bueno, estos tiempos son como son y tienen los afanes que tienen... unos los vivimos de una manera y otros de otra... a unos la realidad nos parece una cosa y a otros otra según sea nuestra manera de interrogarla... las cosas son lo que son, pero a veces no son lo que parecen, otras sí... creo que es verdad que hay mucha gente buscando su minuto de fama ya sea desde balcones o desde ubicaciones y formas varias... bueno, cada uno es cada uno y sus cadaunadas...
Yo salgo a por el pan y con el perro; de la experiencia de la segunda actividad mejor no te cuento nada, pues me está resultando traumática por actuaciones ajenas...
Yo sí veo muchas noticias y leo y comparo y me indigno... y tienes razón, la crisis económica que se avecina es de dimensiones inabarcables si no se modifican las reglas del juego... pero las vías del tren suelen pasar por donde se fija en el plano del proyecto...
Abrazo
Cada día que pasa intento desconectar lo antes posible...
;)
Besos, Pedro.
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