Todavía quedan acerolas, prietas como granos de sabor antiguo. Pocas, porque se ven afectadas por el fuego bacteriano. Pero aquí están, como cada año, para anunciarnos el otoño, como el frescor de la mañana y los mordiscos al día de los atardeceres lentos. Humildes, inconfundibles, supervivientes, mías. He vuelto a casa con las suficientes para llenar un cuenco, qué digo un cuenco, para saciar la memoria y la nostalgia y esperar que llegue el invierno.
(Si quieres acceder a todas las entradas que he dedicado a las acerolas, pincha aquí.)
10 comentarios:
Las acerolas son un clásico de tu blog, como los azulejos de la Estación, como tus entradas literarias de algunos jueves.
Un abrazo
En Granada el último domingo de septiembre es el dia de la Virgen de las Angustias, patrona de la ciudad, se llena de puestos con todo tipo de frutos de otoño como las acerolas, las almencinas, azofaifas, caquis, membrillos..., olores de maravilla.
Sigo sin conocerlas pero sí recuerdo cada una de tus entradas sobre ellas.
Besos
Al final resulta que todo son rituales de la memoria (saludables, por otra parte)
Las acerolas señalan el paso al otoño en "La Acequia". Bienvenidas.
Jeje, aquí están las bolillas traviesas, aviesas y pilluelas. Esta paletica fruta poco complaciente bien pronto nos espabila con desparpajo al primer bocado, como si nos exigiera atención: ¡Vamos!, arrea, no te aleles que empieza el curso.
Gracias a ti las conocí y las probé...
Besos, Pedro.
¡Iba a poner o mismo que Sor Austringiliana! Así que, ¡bienvenidas sean esas acerolas!
Besos
;)
Yo tampoco las conozco pero sí por ti. Es decir, no las he tocado nunca. Ni probado.
Me recuerdan a ti las acerolas, Pedro. Eso ya es suficiente para quererlas.
Se ve que las tienes aprecio y un sitio en tu corazón y en tu memoria...
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